domingo, 15 de septiembre de 2013

Había un tráfico terrible aquella tarde debido al día oscuro y frío que apareciera, parecía increíble cómo se triplicaban los coches en la ciudad cuando aparecía un día así… Aunque eso también iba por él ya que, si no creyera que fuera a llover, hubiera ido en moto al hospital pues la prefería al coche… Pensaba sentado ante el volante de su deportivo negro esperando sereno en medio del atasco a que se movieran. Algunos tocaban el claxon desesperados, otros bramaban histéricos… ¡Qué manera más estúpida e inútil de desesperarse tontamente! Pensó relajado encendiendo el reproductor de música de su coche. Empezó a llover por fin. La música rockera comenzó a sonar y sonrió complacido, aquella canción le encantaba; pero con el jaleo del tráfico, apenas podía disfrutarla; así que subió la voz y pulsó el botón de subir la ventanilla. La observó subir distraído, cuando se detuvo al final de su trayecto, sus ojos se fijaron en la muchacha sentada en el banco del parque. Estaba allí quieta con solo una cazadora vaquera mientras la lluvia arreciaba. Su melena rizada y castaña le ocultaba la cara ya que miraba fijamente al suelo con la cabeza agachada y los codos apoyados en las rodillas. -Te vas a calar hasta los huesos, muchacha- dijo en voz alta dentro del coche. Como si le oyera, levantó la cabeza y miró hacia su dirección; lo que vio hizo que su corazón latiera frenético- ¡¡Emma!!- Soltó asombrado al verla. Le tocó el claxon pero, con tanto jaleo, ni se inmutó. Abrió la portezuela del coche y salió acercándose a la acera -¡¡Emma!!- gritó y ella inspeccionó sorprendida de oír su nombre hacia su dirección pero no logró verlo- ¡Emma cielo, aquí!- volvió a llamarla agitando su mano, ahora sí lo vio y se acercó a él sonriéndole complacida- ¿Qué haces ahí pequeña? ¡Te vas a empapar y acabarás pillando una pulmonía!- expuso cariñoso colocándole su chaqueta por los hombros, ella sonrió de nuevo- ¡Anda mi preciosa alocadita, sube! Te llevo a casa- se dirigieron al coche y entraron rápidos, hubiera cierto movimiento en el atasco y ahora él estorbaba el paso- ¡Tranquilo ¿eh? que ya me muevo!- le gritó al de atrás que le increpaba furioso desde su vehículo- ¡Jesús, que mal genio se le ponen a algunos con los atascos!- repuso dentro del coche poniéndose en marcha, ella rió divertida- ¿Qué hacías ahí sentada con esta lluvia? -Nada… Ni cuenta me diera que comenzara a llover- le contestó tan suave que con la alta música no la entendió, bajó el volumen- ¡No lo bajes tío Miguel, me gusta esta canción!- repuso ella posando su fría mano sobre la de él deteniéndolo -A mí también chiquita, pero es que si no, no entiendo lo que me dices- contestó divertido, se rieron amenos- ¡Tienes las manos heladas pequeña!- expresó cariñoso oprimiéndosela tiernamente, subió la calefacción del coche- ¿Y qué me decías antes? -Que ni cuenta me diera de que empezara a llover- repitió amena y se rieron alegres. El tráfico estaba detenido de nuevo y él resopló mientras se aflojaba la corbata verde oscura y desabrochaba los dos primeros botones de su camisa, ella lo observaba sonriendo -Esta zona se pone terrible los días de lluvia, los estudiantes vienen en coche y todo se atasca en un instante- comentó ella, él le sonrió -Sí lo sé, paso todos los días por aquí -Ah, claro, el hospital está muy cerca… pues qué raro que no nos hayamos encontrado antes- repuso contrariada -¿Vas ahora a esta facultad? ¿No estabas en la capital?- expuso desconcertado -Sí lo estaba, pero llevo ya un mes aquí ¿no te comentó nada papá?- él denegó con la cabeza -Llevo una larga temporada sin ir por su casa, estuve muy liado- explicó serenamente -Lo sé, vivo con ellos ¿recuerdas?- bromeó chistosa y se sonrieron amenos- Pues estaba en la capital y quité el curso con muy buenas calificaciones… para que lo sepas- presumió satisfecha y él sonrió encandilado- pero decidí anotarme en esta facultad porque necesito hacer mi tesis y no me sobra unas clases de refuerzo en dos materias que se me atragantan un poquito -Deja que lo adivine… ¿Una es psicología patológica, verdad?- ella le sonrió complacida- como si lo viera, esa asignatura se nos atraganta a casi todos -Sí- se sonrieron divertidos- pero llevo peor algunas enfermedades psicológicas y sus variados síntomas de diagnóstico -Hace mucho que dejé atrás la facultad y no volví a la psiquiatría así me titulé en cirugía… pero si puedo ayudarte en algo, no dudes en pedírmelo- se ofreció amable, ella volvió a sonreírle complacida -Ah, pues lo tendré en cuenta… ¡Mira tío Miguel, gira aquí a la derecha!- le señaló así el semáforo se abrió, él obedeció y se metieron en una callejuela vacía y estrecha que desembocó en una calle mucho menos concurrida, condujo rápido entre el tráfico fluido. Dieron un pequeño rodeo pero pronto llegaron delante de la casa de Emma. -¡Buen atajo! ¡No sabía de él!- le sonrió complacido y ella le correspondió -Das una pequeña vuelta pero te quitas del engorroso atasco y sales ganando- abrió la puerta del coche pero lo miró con aquellos preciosos ojos dulces como la miel antes de descender devolviéndole la chaqueta- ¿No vas a entrar a saludar a mis padres? Hace tiempo que, como has dicho, no se te ve el pelo y así se enteren de que me has traído y no entraste…- le comentó animosa, él examinó su reloj de pulsera -Pues tienes razón y aún es temprano- apagó el coche y se bajó recolocándose la chaqueta mientras la acompañaba, ella abrió la puerta que nunca estaba cerrada con llave -¡Papá! ¡Mamá! ¡Está aquí tío Miguel!- anunció al entrar y la puerta de la cocina se abrió apareciendo su gran amigo Alberto -¡Hombre, Miguel!- se abrazaron amistosos sonriéndose- ¿y esta sorpresa? Hacía mucho que no venías -Me encontré a Emma y, como estaba lloviendo, la traje a casa y aproveché para entrar a saludaros un momento- contó mientras la muchacha abrazaba y besaba cariñosa a su padre en las mejillas -Pues gracias hombre, le tiene alergia a los paraguas ¿sabías?- comentó burlón tirándole suavemente de la pequeña y respingona nariz de su hija, se rieron divertidos mientras se sentaban en el sofá -Lo sé, siempre le gustó andar bajo la lluvia desde muy pequeña y no había charco en el que no acabara metida así nos descuidábamos- recordó tierno Miguel y volvieron a reírse animados -¡¿Te acuerdas?!- repuso enternecido su amigo- ¡Y tú le regalaras aquellas minúsculas botas de agua que no sé dónde rayos las consiguieras! ¡Cecil se volvía loca buscándolas sin resultado!- recordó animado y los tres se sonrieron entrañables. -¡Menuda sorpresa Miguel!- Apareció Cecilia sonriendo dichosa y le besó cariñosa las mejillas- ¿Y este milagro de tenerte por aquí? -Rescató a tu hija de la lluvia- le contestó su esposo riéndose ameno -¡Esta niña y la lluvia! ¡No cambia!- le regañó su madre y ella huyó rauda a su cuarto a cambiarse, ambos hombres volvieron a reír amenos- ¿Te quedas a cenar verdad?- le inquirió a Miguel, él sonrió turbado- No te puedes negar, hace mucho que nos tienes abandonados- le amenazó, él sonrió jovial -Pues vale luego, si me reclamas así no podré negarme- se rieron divertidos. Eran grandes amigos desde hacía muchos años, desde la universidad. Aunque Alberto estaba en la facultad de derecho y él en medicina, compartían dormitorio en el campus y su amistad se hiciera firme como una roca. Miguel le tenía el ojo echado hacía tiempo a aquella belleza pelirroja de arquitectura que era Cecilia, pero nunca se atreviera a declararse ni a contárselo siquiera a su gran e íntimo amigo Alberto. Era demasiado cohibido para hablar de esas cosas… Cuando Alberto le contó entusiasmado que Cecil había aceptado su invitación a salir y estaba perdidamente enamorado de ella, se sintió hundido aunque se alegró por su amigo. Pasaron a convertirse en tres amigos inseparables y, aunque ellos nunca supieron de sus sentimientos, se querían los tres como hermanos. Se casaron con prisas y con apenas los 20 años recién cumplidos, pero ni así perdieron su gran amistad. Alberto logró acabar la carrera a trompicones pero Cecilia tuvo que abandonar la suya al nacer Emma a los escasos cinco meses después de la boda. Y su amistad aún se vio más consolidada al proponerle ser el padrino de la pequeña recién nacida Cecilia seguía siendo una mujer hermosa, una bonita pelirroja con ojos verdes como esmeraldas; su rostro aún juvenil salpicado de pequeñas pecas poseía una nariz pequeña y respingona con unos labios carnosos que formaban una boca preciosa aunque un poco grande. Tenía un cuerpo bien formado, con unos pechos hermosos pero sin exagerar, y una cintura delgada que hacían unas caderas anchas pero bien puestas. Un cuerpo perfecto y agraciado a sus 42 años; y era una madre maravillosa Sentía mucho cariño por ella, aquel primer amor de juventud se convirtiera en un enorme y tierno cariño de hermano. Estaban tomando un aperitivo en la sala cuando regresó Emma, llevaba puesto un pantalón corto de algodón negro y una camiseta roja de finos tirantes. Se quedó de pie frente a él mientras se secaba la melena con una toalla. Miguel la había visto crecer y se había convertido en una mujer hermosa, de cuerpo sinuoso y perfecto muy parecido al de su madre. Sin embargo el rostro era más fino y aún más hermoso que el de Cecilia, tenía mucho de Alberto: sus ojos castaños muy claritos, del color de la miel; la nariz recta, pequeña y la boca perfecta. Sin embargo los labios carnosos y las pecas las heredara de su madre. En conjunto, una muchacha muy atractiva. Ella lo miró y se sonrieron, tenía una sonrisa franca y alegre realmente preciosa y cautivadora. -¿Cómo van las cosas por el hospital?- le preguntó su amigo -Bien, como siempre- respondió resuelto recogiendo su copa de vino tinto de sobre la mesita -Como no cielo, ahora con el director de cirugía más joven de la historia de ese hospital, no podía ser de otra manera- expuso orgullosa Cecilia y él le sonrió tierno, era encantadora y la quería con locura, casi más que a sus propios hermanos. -Ya te salió la vena maternal cielo- se burló cariñoso Alberto y todos rieron alegres- ¿Y cómo está Diego? Hace tiempo que no le veo el pelo por la sucursal y me tiene intrigado -Diego se fue, Alberto- expuso mirándolo curioso y descubrió su cara de asombro- ¿No lo sabías? -No, claro que no- declaró sorprendido- ¿Otra vez? ¿Y a dónde se fue ahora esa cabeza loca?- preguntó intrigado -Al final se unió a médicos sin fronteras y embarcó hace un par de semanas a Somalia- tomó un sorbo de su copa- A punto estuvo de convencerme en irme con él- le miraron sorprendidos -¿Pero no vas, verdad?- preguntó Cecilia sobrecogida -La verdad cielo… es que aún me lo estoy pensando- se sinceró sonriéndole dudoso -Pero… ¡¿qué tienes que pensar?! ¡Aquí tienes un fantástico puesto hermano, no seas gilipollas!- le recriminó Alberto, Miguel lo miró apesadumbrado- Allá no se te pierde nada hermano ¿qué necesidad tienes de irte a esas tierras remotas y peligrosas?- siguió protestando Alberto- Diego es un cabeza loca que no tiene nada que perder pero tú hermano… -¿Qué Alberto?- le cortó tajante mirándolo fijamente a los ojos- ¿Qué tengo yo que perder? ¿El puesto de director de cirugía? ¡Pues menuda perdida!- declaró afligido bajando su mirada a su copa en su mano y Alberto y su esposa se miraron apesadumbrados- No tengo nada hermano, nada que merezca la pena quedarse- añadió desganado y todos callaron unos segundos. -Nos tienes a nosotros tío Miguel- repuso con extrema dulzura Emma conmoviéndolo y le sonrió tierno

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