lunes, 14 de octubre de 2013

A la mañana siguiente, Emma caminaba charlando animada con sus compañeros en dirección a la facultad, cuando Miguel detuvo la moto junto a ella -¡¿Qué haces aquí?!- se sorprendió entusiasmada de verlo, él sonrió feliz. Cada día estaba más hermosa y él más enamorado de ella -Venir a darte el beso de buenos días amor mío ¿o creías que me aguantaría sin verte hasta las cinco y media?- repuso amoroso, ella y los muchachos rieron divertidos. Se besaron deleitados, prolongándolo gustosos todo lo que podían y él se fue al hospital dejándola radiante y feliz para el resto de la mañana. Y así continuaron los días siguientes. Cecilia observaba los cambios en su hija sin decir nada. Estaba alegre y exaltaba felicidad por todos sus poros. Se arreglaba a conciencia todas las mañanas como si en vez de ir a la facultad fuera a una cita y salía presurosa canturreando feliz. Y últimamente desde hacía dos semanas, todas las tardes tenía algo que hacer al salir de la facultad no regresando hasta las nueve en punto… ¡en punto! Precisa como un reloj suizo, cosa que antes era la cosa más impuntual que conocía. La veía correr a su cuarto entusiasmada después de cenar algo mejor que antes, aunque no era aún gran cosa, y aún la oía susurrar en su cuarto y reír encandilada hablando por teléfono cuando se acostaban ellos. Como pasaba aquella noche también. Cecilia salía del baño después de ducharse para irse a la cama cuando, al pasar por delante de la puerta de su hija, volvía a escucharla susurrar melosa y reír feliz aunque no lograba distinguir que decía -¿Emma?- llamó suavemente a su puerta -¿Sí mamá?- respondió rauda, Cecilia abrió la puerta; estaba metida en su cama rodeada de libros y apuntes pero con el teléfono en la mano -Hija, ¿hablando a estas horas por teléfono? Es tarde cielo; sea lo que sea, ya lo hablarás mañana- le regañó cariñosa -Sí mamá, ahora cuelgo- se sonrieron tiernas y cerró la puerta- tengo que dejarte, mi madre se está mosqueando… Sí, yo también- la oyó murmurar antes de alcanzar cerrarla del todo. Alberto la esperaba ya metido en cama leyendo un libro. Cecilia también se acostó -Alberto…- musitó pensativa -Sí corazón, ahora apago, déjame acabar esta página- respondió él -No es eso…- se miraron a los ojos- ¿Te has fijado últimamente en Emma? -¿En Emma? ¿Qué le pasa a la niña?- se inquietó preocupado -Está muy cambiada ¿Acaso no lo notaste? -¿Cambiada? No… yo la veo alegre y alocadita como siempre- repuso despreocupado regresando su interés al libro -Pues eso mismo Alberto- afirmó, él la miró desconcertado- pasó de estar irritable y de un humor de perros que no había quien le hablara a estar feliz e ilusionada de una manera extrema -¡Oh por Dios Cecil! ¡Siempre fue así amor!- exclamó sonriente su esposo cerrando su libro y dejándolo sobre la mesilla, ella lo miró condescendiente- una niña hermosa pero algo consentida que se enrabieta cuando quiere algo y no cambia hasta que al fin lo obtiene; y eso fue lo que pasó esta vez de nuevo… ¿acaso no te has fijado que se ha comprado ya el dichoso móvil?- la besó dulcemente en los labios, Cecilia lo miraba enternecida- ¿Qué? ¿Acaso no? -Corazón ¿Cuándo te darás cuenta de que ya no es tu niña mimada que tiene pataletas por una chuchería y ya es toda una mujer con problemas de adultos y necesidades?- expuso cariñosa, él sonrió tierno -Creo que nunca amor mío… o por lo menos, no mientras no pase esta edad complicada en que empieza a descubrir el mundo… y sobre todo a los chicos- declaró estremecido y Cecilia sonrió divertida -¡Eso! ¡Tú esconde la cabeza como los avestruces para no ver nada dejándome sola como siempre! ¡Claro, así tú eres el papaíto y yo la bruja mala de la historia!- le reprochó cariñosa. Él sonrió ameno -Tú lo estás haciendo muy bien cielo mío; es una niña respetuosa, aplicada y maravillosa… permíteme a mí seguir con mi ignorancia un tiempo más- explicó campechano besándola amoroso en los labios- ¿y quieres seguir hablando de la niña en lo que nunca nos pondremos de acuerdo o aprovechamos mejor la noche?- le murmuró meloso, ella sonrió complaciente y se besaron ardientes. Aquellas dos semanas fueran maravillosas, Miguel era tan feliz durante aquellas horas en las tardes con Emma a su lado… Como en aquel instante, tumbados relajados en el sofá de la salita cubiertos solo con una manta, después de haber hecho el amor dulce y apasionadamente como siempre. Retiró su mirada del libro que tenía en las manos y la observó deleitado entre sus brazos, recostada sobre él mientras estudiaba concentrada en sus apuntes, sintiendo su cálida desnudez sobre la suya Pero, como siempre, se aproximaba el tortuoso momento de regresarla a casa. No soportaba aquel momento, sentía un gran vacío y una desolación tremenda así descendía del coche que podía con él. Deseaba tenerla junto suya para siempre; así, bien pegadita a su cuerpo; deseaba despertarse todos los días con ella entre sus brazos como aquel inolvidable primer fin de semana y no sentir ese frío vacío que sentía ahora todas las mañanas… -Cielo…- le habló meloso besándola tierno en la cabeza, ella lo miró a los ojos sonriéndole amorosa- ¿qué te parece pasar el fin de semana juntos? Claro… si no tienes otros planes- propuso animoso mientras acariciaba dulcemente su brazo desnudo, ella sonrió dichosa -¡¿Otros planes?!- expuso risueña volteándose para quedar cara a él- ¡¿Otros planes?! ¡¡Si tú eres mis únicos planes amor mío!!- declaró feliz besándolo suavemente en los labios, se sonrieron complacidos -¿Entonces? ¿Qué me dices?- instó deseoso acariciando apacible su espalda desnuda -Me parece una idea fantástica mi vida- respondió pletórica y se besaron deleitados mientras sus manos ardientes se acariciaban mutuamente sus cuerpos desnudos encendiendo la pasión de nuevo de manera extraordinaria y acrecentando aquel beso delicado y sabroso a fogoso y ambicioso -Ángel… ¿no tendrás problemas en casa?- se inquietó retirándose levemente para verla a los ojos, ella sonrió deleitada -Miguel… cállate anda y sigue besándome- replicó despreocupada y continuaron alimentando aquel fuego que ya les ardía fogoso en las entrañas. Emma retiró su boca de la del y caminó ardiente por su mejilla, su cuello, su pecho, su vientre… abrasándolo a cada contacto de sus labios en su piel, Miguel cerró gozoso sus ojos embelesado por aquellas caricias que se iban aproximando despacio a su sexo que se inflamaba apresurado. No pudo reprimir un gemido complacido al sentir su miembro dentro de su caliente boca y sentir su lengua jugando hábil con él mientras sus suaves manos se lo acariciaban diestramente llevándolo al borde de un abismo maravilloso al que deseaba caer con ambición pero se contuvo a duras penas -No Emma, para… ya, mi vida; para- musitó acelerado; ella obedeció y, sin contemplaciones, lo embistió implacable dentro de ella - ¡Oh Dios!- exclamó espoleado por tan intransigente unión que lo apremiara más aún; Emma, sonriendo dichosa, empezó a mover sus caderas muy despacio buscando ahora su propio placer. Él la dejó hacer intentando controlar sus ansías por alcanzar el suyo propio pero ella cada vez se desbocaba más acrecentando su movimiento de caderas y sus gemidos precipitándolo sin remedio- lo siento mi ángel… lo siento- murmuró impotente ya en detener aquello y, sujetando firmemente sus caderas, empezó a llevarlas vigorosamente. Los gemidos de Emma se incrementaban hasta convertirse en un pequeño chillido cargado de inmenso placer que exhaló al tiempo que sus uñas se clavaban inclementes en el pecho de Miguel provocándole un ligero escozor que fue el sutil empuje que necesitó para traspasar las puertas de aquel goce supremo que lo hizo gemir fanático al tiempo que su cuerpo descargaba poderosamente todo su néctar dentro de ella. Emma, radiante y complacida, se recostó agotada sobre su pecho mientras Miguel la recogía amoroso entre sus brazos -Voy a tener que cortarte las uñas como a los gatitos traviesos mi chiquita- expuso meloso besándola tierno en el pelo, la sintió reírse gustosa antes de que lo mirara a los ojos deleitada -¿Por qué?- repuso mimosa como si no supiera de qué le hablaba -¿Cómo si no lo supieras? Las llevo marcadas en la espalda, ahora en el pecho… Si alguien me las llega a ver… -Le quedará muy clarito que esta maravilla de hombre tiene dueña… ¡¡y uñas para pelearlo!!- declaró contundente, él rió divertido y se besaron gozosos- vamos cielo, se te hace tarde- reparó apagadamente -No… un ratito más…- protestó remolona recostándose de nuevo sobre su pecho oprimiéndose gustosa contra él, Miguel sonrió deleitado -Venga, no seas niña; dos días más y todo el fin de semana será solo para nosotros cielo- la animó alegre, ella lo miró dichosa y se besaron deleitados. -¡Ya estoy en casa!- la oyeron canturrear sus padres desde la cocina como todas las noches, Cecilia examinó su reloj. Las nueve en punto, clavadas. -¡En la cocina cielo, estábamos esperándote para cenar!- contestó alegre Alberto acabando de poner la mesa; entró en la cocina como todas las noches últimamente: radiante de felicidad, sonriendo dichosa y con un brillo especial en la mirada. Después de saludarlos con un beso en la mejilla como siempre, se sentaron a cenar. Alberto comentaba sobre algo que ocurriera en el banco aquella mañana pero Cecilia observaba a su hija como, llevándose pequeños bocados a la boca, más que comerla, la expandía por su plato disimulando comer.

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