jueves, 3 de octubre de 2013

-¡¡Ya se fue cielo!! Estaba allí, junto aquel banco, pero al ver que yo lo descubriera se marchó rápidamente- le contestó apenada, Emma volvió a romper a llorar nuevamente sentándose en el banco- Pero no desesperes cielito, ya sabemos que no está pasando todo lo que pensabas hace unos segundos- la consolaba entusiasmada- aún hay oportunidades corazón ¿no te das cuenta? ¡Viene a verte, aunque sea de lejos! Eso quiere decir que también te quiere y necesita verte tanto como tú a él… No te está olvidando como pensabas ¡está tan ansioso y desesperado como tú! -¿Y por qué no se acerca Luí? ¿Por qué no viene a junto mía y me habla?- lloraba ansiosa -¡Hay que tener narices!- dijo enfadado de pronto Mark, todos lo miraron sorprendidos- ¿Por qué no se acerca? ¿Por qué no viene?- se burlaba de Emma irritado -¡Mark!- le regañó su hermana, mientras Emma lo miraba dolida -¡Nada tías, sois unas putas egoístas!- seguía gritando enojado desconcertándolos a los tres- ¿Por qué rayos tiene que acercarse él? Vamos a ver ¿por qué cojones no vas tú a su encuentro?- todos lo miraron sorprendidos- ¿Acaso no sabes dónde vive? ¿No sabes dónde trabaja?... ¡¡A qué esperas!!- Emma lo miró entusiasmada- ¿Por qué tiene que ser él que se acerque de nuevo? Ya lo hizo un montón de veces Emma, ahora… ¡Acércate tú! ¡Da tú el paso! -¡Claro! ¡Qué gran idea!- repuso Charlie abrazando alegre a su amigo -¡Sí, muy buena!- comentó ilusionada Luisa- ¿Y con qué escusa puedes ir a su encuentro? -¡Ninguna! ¡Emma no necesita escusas Lui! ¡Va porque sí, porque le sale de las narices!- repuso excitado Mark -¡El libro, Emma!- dijo de pronto emocionado Charlie tomándole cariñoso las manos- ¡Puedes ir a su casa a devolverle el libro!- todos rieron entusiasmados, Emma estaba eufórica -¡O su ropa! Aún la tengo en mi casa ¡¡Mañana mismo voy!!- dijo entusiasmada y se volvieron a reír. No durmió en toda la noche, ansiosa de que lo vería al día siguiente. Sonreía dichosa y feliz imaginándose aquel encuentro, preparando mentalmente qué le diría, cómo reaccionaría… Miguel tampoco dormía, ¿qué le estaría pasando? ¿Por qué lloraba tan desesperada? Se moría de ganas de salir a buscarla y saber que estaba bien. Cogió su móvil y marcó el teléfono de Emma. Le daba igual todo, necesitaba saber que ella estaba bien… Pero saltó la voz metálica de la teleoperadora: el teléfono al que usted está llamando… Insistió de nuevo con la misma respuesta, por tercera vez… nada de nuevo -¡¡Mierda!! ¡¿Por qué rayos lo apagaste ángel mío?!- bramó irritado. Miró el teléfono sobre la mesilla, no podía soportar esa incertidumbre más tiempo; descolgó y empezó a marcar pero colgó rápidamente- No seas estúpido Miguel- se reprochó molesto dejándolo de nuevo sobre la mesilla- ¿Qué le dirás a Alberto así descuelgue? ¿Emma está bien? porque la vi llorar en el parque… ¿y por qué no te has acercado ni a preguntar si tan preocupado estás desgraciado? No, no puedes llamar Miguel, a casa no. Al no poder dormir se levantó de la cama y empezó a preparar la mochila para la acampada. Menos mal que había quedado muy temprano con los muchachos porque sabía que la buscaría desesperado, ya deseaba irla a buscar en aquel mismo instante. A las siete de la mañana se fue al hospital, tenía que dejar preparados unos informes antes de marcharse y ya quedara con sus compañeros allí. A las nueve se levantó ansiosa Emma, al final se durmiera. Se duchó y se preparó a conciencia, quería estar preciosa para su gran encuentro con él. -Mamá, déjame tu coche- le pidió entrando en la cocina sonriendo dichosa, su madre la miró sorprendida -¿A dónde vas? ¡Nunca quieres llevar el coche! -Voy a casa de tío Miguel, tengo que devolverle un libro- le sonrió mostrando el libro que llevaba en la mano -¡Está bien! Las llaves están en la cestita de la entrada- Emma salió de la cocina, su madre la siguió- Dile que se deje ver, llevamos más de dos semanas sin verlo -Sí, mami, se lo diré- la besó en las mejillas y se fue. Conducía entusiasmada, el camino le parecía más largo que nunca. Al llegar a la casa su sorpresa fue que no estaba. Quedó desilusionada pero no se rindió, buscó bajo la maceta que había a lado de la puerta como él le había comentado y recogió la llave. Entró, se dirigió a la salita pequeña junto a la cocina y se sentó en el sofá a esperar que regresara. Seguro habría ido al hospital y volvería pronto, pensaba ilusionada y encendió el televisor relajándose en el sofá hasta su regreso. Hora y media después de estar zapeando aburrida, la apagó de nuevo y dejó el mando a distancia sobre la mesita. Se levantó y examinó despreocupada los libros y cd’s que Miguel tenía en las estanterías sobre el televisor. Los libros eran de misterio y terror casi todos; las películas eran casi todas del mismo género: suspense, carreras de coches, policiacas… -¡Hombres! ¿Es qué no saben que hay más lectura y cine que este?- musitó fastidiada y se interesó por la música, había de todas clases y estilos… ¡¡Vivaldi, le encantaba!! Encontró emocionada, sacó el que había puesto en el reproductor de cd’s y colocó el disco. La bonita sinfonía “primavera” empezó a sonar. Deleitándose con la hermosa música, paseó por la casa distraídamente. Cruzó el hermoso recibidor y entró en el gran salón comedor que había frente a la salita de la cocina. Seguía fastuoso y elegante como recordaba. Caminó por encima de las gruesas y mullidas alfombras negras alrededor de la gran mesa de cristal del comedor pasando su mano distraída por los altos respaldos de las modernas sillas hasta el aparador que dominaba la pared frente a ella. Curioseó los candelabros de plata que había encima del mueble a cada lado con sus cuatro velas rojas y el búcaro de fino cristal vacío que había en medio. Todo estaba muy limpio, sin gota de polvo… Pensó satisfecha y recordó que le hablara de Berta, una mujer que venía a limpiar dos veces por semana, y su corazón empezó a palpitar inquieto ¿cómo sería esa mujer? ¿Sería Joven o mayor, rubia o morena…? ¿Guapa? Se vio reflejada en el enorme espejo rectangular que había sobre el aparador y se dio cuenta que se estaba mordiendo inquieta el labio inferior. -No seas boba Emma, él te demostró que está enamorado de ti; solo de ti- se habló rotunda y, sonriendo feliz, se volvió y continuó su paseo por el salón donde otra gran y mullida alfombra igual que la del comedor dominaba el centro. A su alrededor el hermoso sofá en “U” rojo frente a la majestuosa chimenea que tan bien recordaba. Curioseó las fotografías que había sobre ella. Sonrió deleitada al verse en la mayoría de ellas y en las distintas etapas de su vida: recién nacida, apenas con cuatro años, en su cumpleaños de los ocho, unas navidades con los catorce y su graduación en el instituto… También había una de sus padres, abrazados y enamorados como siempre. Reconoció en otra a su hermana y a su esposo, y a su hermano y a su esposa; en la última había un grupo de cinco chicos sonrientes junto a un gran árbol de Navidad. En ella podía distinguir a dos de los tres chicos, eran sus sobrinos, pero no reconocía a las dos muchachas. Una era más o menos de su edad, la otra apenas llegaría a los quince. Las dos muy bonitas. Siguió su paseo por el salón, pasó por junto el mueble bar donde había botellas de todas clases y modelos y un fino juego de whisky sobre la barra llegando al gran mueble que dominaba la pared a espaldas del sofá. Había más libros, estos más serios y encuadernados con finas tapas. Más fotos de ella y de las dos muchachas, sobre todo de la morena de su edad. Finas figuras, cristalerías… Aburrida, tomó aire profundamente y salió del salón. Miró las escaleras unos segundos pero no se atrevió a subir. Regresó a la salita, la cruzó, también la cocina y salió al hermoso jardín. Se deleitó y entretuvo mirando los nenúfares, las orquídeas y los peces de colores en el estanque mientras escuchaba la música. Examinó su reloj, la una y media; se dio por vencida y se fue a casa. Volvería a la tarde, pensó. -¿Qué te dijo Miguel?- le preguntó su madre al verla entrar de regreso a casa -Nada, no estaba en casa- respondió desganada, se fue a su cuarto -Tendría trabajo- decía su madre tranquila mientras se iba a su habitación Emma se tiró sobre la cama pensativa, miraba su móvil, uno viejo y maltratado de hacía unos años que había tenido que rescatar del olvido; le abría la tapa y volvía a cerrarla. Estaba indecisa pero al final se decidió y llamó al hospital -Información, buenos días -Buenos días, ¿podría pasarme con el doctor Miguel Hernández, por favor? -Lo siento, los fines de semana no está- Emma se quedó pensativa un momento -Es urgente que hable con él ¿sabe si lo encontraré en casa a la tarde? -O cuanto lo lamento, salió de la ciudad; no volverá hasta lunes... Pero si es una urgencia le puedo comunicar con otro cirujano… -No gracias, necesito explícitamente hablar con él- instó resuelta -Puedo comunicarme con él si es muy urgente y necesario ¿Puede darme su nombre y decirme de que se trata?- Emma colgó sin esperar nada más. Así que se fuera de la ciudad ¿eh? está bien, ella no estaba dispuesta a jugar más a este juego de las escondidas que él propusiera -Ahora me toca a mí Miguel Hernández, ahora elegiré yo el juego y vas a venir a mí, quieras o no- Resolvió enfadada y decidida a conseguirlo. Miguel estaba mucho más tranquilo cuando llegaron a aquel maravilloso paraje de la naturaleza. Desde el hospital llamara a Alberto para comentarles que tampoco lo esperaran aquel domingo y de paso interesarse por todos. Estaban bien y Emma también. Perfecto. Pasó un fin de semana animado. Pescarán, pasearán, charlaran hasta altas horas de la noche junto al fuego… pero las hermosas puestas de sol lo entristecían por no tener a su lado a Emma para disfrutar de aquel fantástico paisaje. Cuando regresó a casa, dejó la mochila a los pies de la escalera y entró en la salita en dirección a la cocina. Sin fijarse en nada, pulsó el reproductor de cd’s al pasar y la música de Vivaldi lo detuvo en el acto. Aquello no era lo que había dejado él puesto. Se volvió hacia el mueble mirándolo desconcertado el reproductor y vio el disco que él solía tener puesto sobre la tapa. Se giró examinando el sofá de la salita y su gran sorpresa fue encontrarse el libro y una bolsa plástica que contenía su ropa del sábado pasado encima allí. -¡Emma!- exclamó deleitado recogiendo ilusionado la nota que había sobre el libro: “Muchas gracias por el libro tío Miguel. Emma” -¡¿Nada más?!- exclamó sobrecogido mirando la nota, tan explicita y fría que le dolió el alma. Al abrir la bolsa, el perfume de Emma lo invadió todo. ¡Su ropa olía a ella! Deleitado aspiró profundamente y su cuerpo se estremeció de nuevo de placer ¡Aquella mujer lo tenía loco, completamente loco!

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