sábado, 9 de noviembre de 2013

Cuando despertó observó su reloj de pulsera, eran las ocho de la mañana. Había dormido 16 horas seguidas, se asombró. Se sentía mucho mejor después de haber comido decentemente y haber descansado bien. Se sentía algo más animado. Volvió al baño y se observó en el espejo fijamente por primera vez en mucho tiempo. Descubrió sus primeras arrugas en el contorno de sus ojos y en su frente. Algunas canas habían aparecido en sus sienes y, a pesar de haber dormido, tenía unas bolsas debajo de sus ojos y unas oscuras ojeras pronunciadas que resaltaban aún más con su palidez. -Que viejo me he hecho de pronto- murmuró desconcertado pero sonrió tristemente- pero así es como me siento realmente: acabado y viejo… muy viejo. Se acarició la espesa y negra barba salpicada ya también de canas que poblaba su cara de manera desordenada pensando que necesitaba un afeitado y se desenmarañó el pelo. Se vistió una camiseta y unos vaqueros, se calzó los botines y bajó a la calle. Se subió a la moto y se dirigió a la cafetería, estaba aún cerrada. Desayunó en la de enfrente. Pidió zumo, tostadas y café que se tomó tranquilamente en una de las mesas junto a la gran cristalera, observando a las gentes andando por la acera. Le llamó la atención como todo el mundo se saludaba amistosamente, allí parecían conocerse todos y eso le resultó muy agradable. No se parecía para nada a su ciudad, donde todo el mundo iba con prisas y apenas se conocían unos a otros... A no ser para criticar, reparó agriamente recordando los comentarios duros y sarcásticos que tuvieran que soportar cuando su amada Emma y él decidieran mostrarle al mundo todo su gran amor. Decidió pasear por la ciudad para conocerla mejor. Era una ciudad pequeña pero parecía tener un encanto especial que envolvía y atrapaba. Paseó por sus calles muy despacio, los ciudadanos con los que se cruzaba, lo saludaban gentilmente sin perder su sonrisa ni lo miraban de forma extraña, como si fuera un vecino más de la ciudad y no un desconocido acabado de llegar. Cosa que le hizo sentir bien. Era una ciudad realmente encantadora; tranquila y especial. Regresó a por su moto y decidió dar una vuelta por los alrededores. Presentía que descubriría más maravillas de aquel lugar y no se equivocó. La carretera, así abandonaba la población, se internaba entre un bosque precioso lleno de pinos y eucaliptos cuyo aroma envolvía a uno gustosamente cambiando radicalmente a los pocos kilómetros encontrándose de pronto ante el mar y detuvo la moto. Observó deleitado la larga playa a la que no se le miraba el fin, de finas arenas blancas donde unas aguas cristalinas con grandes olas rompían en su orilla. Era una vista preciosa. Junto a la carretera, estaban alineadas bastante distanciadas unas de otras, las casas dándole la espalda a aquella bella estampa. Todas eran muy similares, una urbanización, pensó Miguel observándolas pintadas de blanco inmaculado; las primeras de planta baja, más al fondo de dos plantas y se distinguían un par de edificios de no más cuatro plantas al fondo, pero todas con un pequeño porche y su pequeño jardín delante guardando una misma línea. Se bajó de la moto y se acercó al montículo de grandes rocas que había principiando aquella hermosa playa, sentándose sobre una de ellas y disfrutó del hermoso paisaje. Se quedó ensimismado observando la estela de espuma blanca que el mar dejaba sobre las piedras al chocar bruscamente sobre ellas. Algunas veces las olas eran más altas y lo salpicaban leves gotas frías de aquel maravilloso mar. Era tan relajante su sonido, el olor a salitre y sentir aquel frescor de sus salpicaduras y la suave brisa marina que cerró los ojos y se quedó inmóvil disfrutando de todo aquello. Se sentía por fin más tranquilo y despejado; bien… realmente bien. Asombrosamente a gusto por primera tras mucho tiempo. Abrió los ojos y, sin moverse de allí, examinó la playa desierta. Descubrió que todas las casas poseían una terraza en la parte trasera rodeada cada una de una pequeña verja blanca con una portezuela que comunicaban directamente con aquella maravillosa playa. -Precioso, se debe vivir de lujo aquí- repuso encantado y se bajó de las piedras dirigiéndose a la primera de las casas. La terraza estaba desordenada y en la verja la pintura se descascarillara bastante, las dos hamacas que allí había se las veía sucias de polvo. Algo abandonado y era una pena, pensó abrumado. Observó la gran puerta ventanal que comunicaba la terraza con la casa. Las cortinas estaban corridas y no pudo examinar el interior. Demasiado gruesas y oscuras para su gusto, pensó. El la dejaría completamente descubierta para tener aquella vista maravillosa desde dentro… pero cada uno… Rodeó la casa y acabó en el jardín delantero. Observó el frente de la casa y descubrió el letrero en el ventanal delantero junto a la puerta de entrada: SE VENDE O ALQUILA, ponía aquel cartel rojo junto a la dirección de una inmobiliaria. Sonrió ameno, ahora comprendía aquel abandono, y se acercó a la ventana examinando el interior entre los visillos, estaba amueblada. Desde allí podía distinguir una salita a la que no parecía faltarle de nada. Sonrió más satisfecho y dio unos pasos atrás observando más detenidamente la fachada de la casa que estaba impecable. Parecía pequeña pero muy acogedora. Aquel lugar era extraordinario. Asombrosamente, sintió apetito y examinó su reloj de pulsera, ya pasaban de las cuatro de la tarde. Regresó a su moto y se marchó de vuelta a la ciudad sin dejar de sonreír. Regresó a la cafetería de la primera vez pero, desconcertantemente, seguía cerrada. Entró de nuevo en la de enfrente y se sentó a la barra. La misma rubia de pelo corto y cara redonda salpicada de diminutas pecas de la mañana se le acercó sonriendo amistosa. -Hola ¿qué te pongo?- le habló animada -Una cerveza y un sándwich vegetal, por favor -De inmediato- expuso sin perder su sonrisa aproximándose al ventanuco que había al final de la barra- ¡¡Uno vegetal Rodri!!- gritó hacia el interior y seguidamente recogió una cerveza de la nevera -Usted no es de aquí- declaró resuelta sirviéndosela junto a un vaso de tubo que él denegó y le pegó un pequeño sorbo a la botella de cerveza -No, llegué ayer -Ajá- expuso complacida sonriéndole amistosa- ¿y está de paso o se quedará por aquí? -Creo que me quedaré una temporada- contestó asombrándose él mismo de la respuesta -Estupendo, este lugar necesita caras nuevas… somos todos demasiado conocidos- bromeó chistosa y Miguel sonrió amigable- Soy Mónica- expuso mostrándole su mano por encima de la barra -Miguel- contestó estrechándosela -Aquí tienes- habló una fuerte voz masculina a través del ventanuco apareciendo un bocadillo en la repisa -¡Mónica, otros cafés por favor!- pidieron desde una de las mesas -¡¡Voy!!- contestó alegremente recogiendo el bocadillo que le sirvió junto a un cuchillo y un tenedor envueltos en una servilleta de papel- Tu vegetal, buen provecho -Gracias- repuso al tiempo que ella se volvía hacia la cafetera y comenzó a preparar los cafés. Miguel se lo comió despacio, observando despreocupado el local. Junto a él en la barra, tres hombres hablaban ante unas cervezas. Varias mesas estaban ocupadas por distintos tipos de personas. En una, cuatro ancianos jugaban al dominó bajo la atenta mirada de otros tres; en otra, una pareja joven charlaban y reían entretenidos comiéndose unos helados; en la mesa donde la camarera servía los cafés había cuatro mujeres que también hablaban despreocupadas. Se acabó el bocadillo junto a la cerveza -¿Me cobras por favor?- le indicó a la muchacha que, sin perder su sonrisa, regresó tras la barra -Espero volvamos a vernos- le comentó animada al devolverle el cambio que él denegó y ella agradeció con una sonrisa encantadora -Seguro- declaró ameno devolviéndole la sonrisa- una pregunta…- la detuvo cuando ella se volvía, lo miró intrigada- la cafetería de enfrente… ¿cuándo abre? -¿Te refieres a esa? ¿La cafetería de Edu?- remarcó señalándola con su dedo índice y mirándolo desconcertada, él asintió con la cabeza- está cerrada desde hace más un mes- explicó desenfadada, Miguel la miró incrédulo -Imposible- repuso rotundo y ella rió divertida -¡Ey colega! Trabajo aquí de ocho de la mañana a cinco… te aseguro que cerró hace más de un mes- repuso chistosa mirándolo entretenida -Pero si ayer aún desayuné allí… me sirvió una pelirroja muy agradable…- expuso atónito mirándola incrédulo y ella soltó una risotada placentera -¡Tranquilo, no flipes que no has visto ningún fantasma!- repuso bromista sin dejar de sonreír- Era Eva, que vino a recoger y limpiar a fondo pues ya lo vaciaron completamente ayer al mediodía- explicó resuelta y ambos rieron amenos Sin dejar de sonreír, se subió a la moto y regresó al hotel.

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