lunes, 11 de noviembre de 2013

Estaba sentado en la arena con Emma entre sus piernas y la rodeaba amoroso con sus brazos mientras ella se recostaba contra su pecho. Estaban disfrutando de otro bello amanecer y el podía oler su suave pelo con aroma a limones. Le acarició dulcemente sus desnudos brazos -Tienes los brazos fríos ángel mío ¿estás bien?- le preguntó con amor besándola en la sien pero ella no respondió- Mi vida ¿estás bien?- insistió pero Emma siguió sin contestar- Emma, cielo…- la acunó suavemente, la cabeza de ella se ladeó y entonces vio su rostro, su extrema palidez y sus ojos cerrados a perpetuidad- ¡¡Emma, no!!- gritó desesperado y de pronto, se despertó. No sabía cuando se había quedado dormido pero ya era noche cerrada y todo se mantenía en un absoluto silencio solo roto por el suave oleaje. La luz de la luna era lo único que iluminaba la playa. Se reincorporó sentándose en la hamaca. Se sentía abatido, había percibido tan claramente su suave piel y el dulce olor de su cabello que era increíble que hubiera sido tan solo un sueño. La angustia lo invadió y su corazón se aceleró obligándole a respirar apremiado al recordar a su amada muerta entre sus brazos. Se frotó la cara enérgicamente para borrar todo atisbo de aquella visión. Y entonces la vio. Una mujer con un vestido claro que le llegaba a la pantorrilla y envuelta en una gruesa chaqueta blanca que se sujetaba con sus manos cruzadas sobre su pecho, se alejaba caminando despacio por la orilla del mar con los pies metidos en el agua. La brisa agitaba su melena rizada. Miguel sintió un brinco en el corazón -¡Emma!- murmuró atónito pero no era ella, su Emma se había ido y para siempre… se quedó mirando a la mujer hasta que la perdió de vista. Observó su reloj de pulsera, las seis de la mañana. Y el sol comenzó a asomarse en el horizonte. Parecía nacer del inmenso mar… Una suave brisa acarició su rostro y, sin poder comprenderlo muy bien aunque no le importaba, sintió a su bella Emma a su lado de nuevo. Se pasó la mañana entretenido arreglando la valla trasera. Clavó algunos paneles que estaban sueltos, la lijó con cuidado y la pintó de nuevo… y se descubrió ansiando que llegara pronto su dulce ángel para que viera que bonita había quedado, se iba a poner tan feliz… Se puso de pie de inmediato, aquella idea lo desesperó y lo enfureció. Lanzó furioso en pincel dentro del bote y, recogiendo su cazadora, salió de la casa. Se subió a la moto y huyó de allí. Recorrió la carretera cada vez acelerando más y más, esperando que la alta velocidad borrara de su cabeza las imágenes de su ángel bello y aquellos maravillosos momentos juntos que su estúpida mente se empeñaba en recordarle una y otra vez y lo atormentaban tanto. 200, 210, 220… el cuenta kilómetros subía velozmente pero no le importaba y siguió acelerando -Con un poco de suerte, la moto se me va y…- murmuró esperanzado -Me prometiste que no ibas a hacerlo Miguel, que vivirías por los dos- oyó la voz de Emma reclamándole enfadada. Asombrado, frenó de golpe, la rueda trasera patinó tambaleando la moto obligándole a hacer un gran esfuerzo para poder sujetarla y no caerse -¿Emma?- la llamó aturdido examinando su alrededor buscándola ansioso, pero estaba en medio de la nada y por allí no había un alma- ¡¡Me estoy volviendo loco!!- exclamó angustiado pero, así a todo, volvió a examinar a su alrededor por si veía a alguien o algo no encontrándose nada y regresó al pueblo. Caía ya la noche y las calles y los bares estaban abarrotadas de gente que charlaban animados unos con otros. Entró en una de las cafeterías que parecía menos concurrida y pidió una cerveza. Miguel se bebió la cerveza en apenas dos tragos y pidió otra. En su mente le daba vueltas a lo que le acababa de ocurrir de nuevo… ¡¡Diablos!! Había oído tan claramente su voz de nuevo… ¿o habían sido imaginaciones suyas? No, estaba seguro de que la había oído, la dulce y melodiosa voz de su Emma. Aquello era de locos. Totalmente de locos. Pidió otra cerveza. Recordó la sensación de aquella mañana, la había sentido junto a él de nuevo, la había presentido tan claramente que aún se le erizaba la piel… ¿Estaba perdiendo totalmente la razón? Pensó agobiado, se bebió la cerveza y pidió otra más. Al cabo de un rato, notó su cabeza espesa y abombada. Aquellas locas ideas empezaron a disolverse junto a sus recuerdos y empezó a sentirse a gusto. Se tomó otra más. Se despertó con la claridad de la mañana. Parpadeó varias veces para centrarse en dónde se encontraba descubriendo asombrado que estaba acostado en una de sus hamacas en la terraza. No recordaba como había regresado a casa pero tampoco le importaba demasiado. Se incorporó y un fuerte pinchazo en la cabeza le indicó que la resaca era de órdago. Su boca estaba muy seca y pastosa. Entró en la casa a trompicones y bebió directamente del cartón de zumo. Descubrió que sentirse de nuevo entre aquellas brumas en donde acababa después de varias cervezas le hacía sentirse bien ya que no le permitía desatar los demonios de su mente. Así que sus noches volvieron a ser recorriendo los bares del pueblo, embotándose en cerveza antes de volver a casa. Se sentaba en la hamaca y seguía bebiendo hasta acabar completamente desorientado viendo amanecer. Lo más bonito del día, pues era el único momento donde se permitía seguir sintiendo la presencia de Emma junto a él. La claridad de la mañana lo despertó, otro día más, en la terraza; durmiendo en la hamaca. Abrió los ojos despacio, la poca claridad le hacía daño. Sintió un escalofrío y se frotó enérgico los brazos para entrar en calor -Un día me encontrarán aquí tieso- se dijo a si mismo, se echó a reír cínicamente- ¡Cómo si eso me importara!- aclaró despreocupado. Sintió la boca pastosa y seca como todas las mañanas últimamente. Palpó sin mirar el suelo buscando la cerveza que se le cayera de su mano al quedarse dormido, la encontró y bebió un trago de ella, le puso mala cara a la cerveza caliente. Se sentó en la hamaca con las piernas a ambos lados y observó el horizonte esperando el amanecer. Todo estaba en calma y tranquilo, solo se oía el rumor de las olas rompiendo en la orilla. Vio a alguien pasear por la orilla, era la misma mujer de todos los días. Hoy llevaba vaqueros y su eterna chaqueta larga de lana que sujetaba cruzando los brazos sobre su pecho. La mujer paseaba todas las mañanas sobre la misma hora, poco antes de amanecer, y él siempre se despertaba en aquel momento sin saber por qué. Inconscientemente ya la esperaba ver aparecer. La observaba como caminaba muy despacio, cabizbaja y pensativa. Con sus pies metidos en el agua y la brisa moviendo sus largos y suaves rizos. La observaba pasar por delante de él, como iba hasta el espigón final de la playa donde empezaban las rocas y volvía de nuevo al mismo ritmo alejándose hasta perderse de su visión. Siempre la misma rutina. -Bueno, al menos no soy el único colgado de por aquí- comentó, se levantó torpemente de la hamaca y, tropezando con las botellas de cerveza vacías que había por el suelo, entró a trompicones en la casa. Bebió directamente del cartón del zumo un gran trago; se duchó a conciencia para despejarse. Volvió a la cocina y se tomó un buen tazón de café, se encendió un cigarrillo y se fue a vestir. Aquel viernes todo estaba demasiado concurrido en el centro. Parecía que a todo el mundo se le diera por salir aquella noche, pensó desganado. No tenía ganas de estar rodeado de multitud, esquivaba a la gente. Recorrió la ciudad dando vueltas inútiles en su moto sin encontrar un sitio que no estuviera abarrotado. Salió de la ciudad y descubrió que en las afueras hacia el sur, había varios locales, aunque los más alejados y por sus luces llamativas, se distinguía a la perfección lo que eran. Así que se detuvo en el aparcamiento del único que parecía un pub realmente. También estaba bastante lleno de gente para su disgusto. Se sentó a una de las altas mesas que estaba vacía. Se acercó la camarera -¿Qué te pongo amigo?- le dijo amable sonriéndole amistosa -Una cerveza por favor- contestó sin mirarla encendiendo un cigarrillo -Marchando una cerveza- repitió divertida y se alejó hacia la barra, volvió de inmediato y se la colocó en la mesa delante de él. Miguel la miró y se sorprendió, aquel rostro le sonaba -¿Nos conocemos?- le preguntó intrigado y ella sonrió divertida -Hace mucho que no se lleva esa forma de ligar, amigo… ¡Tienes que renovarte!- bromeó y se alejó de nuevo hacia la barra. Miguel la observaba curioso, estaba seguro que la conocía pero no se acordaba de qué. A la tercera cerveza ya se olvidó del asunto. El pub estaba abarrotado ahora. Pero entre la música, el ruido de la gente y el espeso humo se le embotara más rápido la cabeza y ya no pensaba en nada.

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