domingo, 10 de noviembre de 2013

Se duchó y durmió un par de horas levantándose aún más animado de lo que lo había estado en todo el día. Abrió las cortinas de su cuarto y descubrió que ya la noche había caído, observó las calles por donde los transeúntes pasaban tranquilamente con paso sereno saludándose unos a otros con animosidad. Sonrió de nuevo. Aquel lugar transmitía una tranquilidad y un bienestar que desconcertaba. Aquel bienestar y serenidad que Emma le transmitía cuando llegaba a casa y lo recibía amorosa y apasionada echándose dichosa a sus brazos… -Este lugar se te parece vida mía- murmuró dulcemente y el dolor de su pecho se incrementó, sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente- ¿qué voy a hacer sin ti a mi lado ángel mío? Me siento tan perdido…- sollozó desvalido y lloró de nuevo Quiso huir de aquella terrible soledad que lo invadió y salió a la calle. Recorrió los bares, pero la multitud y la algarabía de sus charlas amenas, lo agobiaba más aún y, así se tomaba una par de cervezas, cambiaba de local. Al cabo de unas cuantas cervezas más, aquel dolor del pecho pareció amortiguarse y empezó a sentirse mejor disfrutando de la noche. Amanecía cuando, a paso vacilante debido a la extrema cantidad de alcohol ingerida, regresó al hotel. Le costó subir las escaleras a su cuarto, menos mal que no había nadie en recepción que lo viera llegar en aquel maltrecho estado, pensó aturdido. Se sentía muy mareado y la cabeza completamente embotada… Estaba borracho, su primera borrachera desde que abandonara la universidad, rió divertido… ¿cómo una ciudad tan pequeña podía albergar tantos bares? Se preguntó atónito tirándose al fin sobre su cama donde se quedó profundamente dormido no despertando hasta bien entrada la tarde. Cuando despertó, se sentía horrible por la resaca pero extrañamente bien, más apaciguado. Aquel horrible vacío que sentía por dentro parecía haberse amansado por el fuerte dolor de cabeza que sufría. Un cambio extraño de padecer pero… el dolor de cabeza se podía pasar con analgésicos y el otro era insufrible estando sereno… Y aquel día se repitió toda la semana. Todas las noches bebía hasta casi perder la conciencia, regresaba casi amaneciendo al hotel y dormía hasta bien entrada la tarde. Pero los domingos, los bares cerraban demasiado temprano para él. Aún no quería regresar a su habitación de hotel dónde no podría evitar pensar en Emma y sentir aquel horrible vació que lo desolaba. En el último garito que había a casi la salida de la ciudad, se compró una botella de whisky y se internó en el bosque de las afueras dando un paseo. La oscuridad de la noche lo rodeaba y solo se escuchaba el dulce ronroneo de las ramas batiéndose por el viento. Era tan relajante… paseó entre la arboleda bebiendo de la botella hasta que el murmullo de las olas batiéndose contra las rocas llegó a él. La curiosidad lo llevó a internarse entre unas altas malezas que le costó atravesar encontrándose de pronto con un profundo acantilado a sus pies en donde, al fondo, las olas chocaban briosas contra altas rocas puntiagudas. Se sentó al borde del barranco observando aquel precioso paisaje mientras seguía bebiendo de su botella de whisky. Miraba embelesado el profundo vacío a sus pies… profundo y vacío como su alma... pensó amargamente. Pero con aquel hermoso final de espumosas olas abrazándose enérgicas a las rocas, como acariciándolas, como si no quisieran soltarse de ellas… ¿Y si su final fuera así también? ¿Si tras ese profundo abismo que padecía estuviera Emma esperándolo? ¿Para acabar abrazándose enérgicos y no soltarse nunca más? -Sería tan fácil…- murmuró animado- apenas un paso y… estaría para siempre contigo de nuevo amor mío… -Me lo prometiste Miguel- resonó la dulce voz de Emma sobresaltándolo -¡¿Emma?!- nombró sobrecogido examinando esperanzado a su alrededor- ¡¿Emma, mi vida, eres tú?!- exclamó anhelante levantándose y la buscó desesperado con la vista sin hallar a nadie -Me lo prometiste- apenas sonó un leve murmullo al tiempo que una ráfaga de viento lo envolvió estremeciéndolo -¡¡Emma!!- chilló angustiado- ¡¡No te vayas mi ángel!! ¡¡No me dejes solo amor mío!!- sollozó afligido y, dejándose caer de rodillas sobre la hierba de espaldas al acantilado, lloró inmensamente y sin consuelo. Cuando despertó, había amanecido ya. Estaba aterido de frío y la ropa húmeda del rocío. Recordó lo que había sucedido la noche anterior y buscó de nuevo impaciente alguna señal de Emma a su alrededor -¡¡Emma!!- llamó esperanzado examinando cada sombra que se movía pero sin resultado, eran los árboles. Solo encontró la botella de whisky vacía a su lado que recogió y la miró fijamente- Me estoy volviendo loco, y la culpa es tuya- expresó irritado y la tiró con desdén al fondo del barranco alcanzando las duras rocas haciéndose añicos- No puedo seguir así- se dijo decidido. Regresó al hotel y, después de una ducha bien caliente para quitarse el intenso frío que le había calado hasta los huesos, se dirigió a la inmobiliaria que había leído en el cártel de la casita junto a la playa. La alquiló sin pensárselo ante la sorpresa de la mujer que lo atendía. -¿Así? ¿Sin verla por dentro ni nada?- indagó atónita -Sí, lo que he visto me basta ¿está habitable no? -Sí claro, está perfecta… puede que necesite algunos arreglillos pues lleva desabitada una temporada pero… -No me importa, yo mismo los realizaré- remarcó decidido -Está bien- murmuró desconcertada y empezó a cumplimentar los documentos necesarios- Aquí tiene, las llaves de su casa; bienvenido a Santa Marta- le sonrió feliz -Gracias- sonrió complacido recogiendo el pequeño llavero con las dos llaves. Con aquel simple gesto, se sintió muy bien, satisfecho de sí mismo. Recogió sus cosas del hotel, pagó la cuenta y se fue a su nuevo hogar. Dejó la moto en el bordillo de la carretera y la volvió a observar agradado desde la acera. El gran ventanal a su izquierda con sus visillos blancos y el tejadillo de plaqueta negra sostenido por dos columnas de oscura madera sobre la puerta principal formando un pequeño porche. Entró en la casa descubriendo tras la puerta de madera maciza con cristales biselados a los lados para que entrara algo de luz pero manteniendo la intimidad de la casa, fue con la salita que había entrevisto por los visillos del ventanal frontal. Tiró la mochila sobre el sofá y cruzó el arco que la comunicaba con el resto de la casa. Se encontró con un gran espacio donde una alegre salita lo reinaba todo. Sus cómodos sofás estaban situados frente a la puerta ventanal que daba a la terraza. Lo primero que hizo fue descorrer las pesadas y gruesas cortinas y abrió las puertas correderas dejando entrar la agradable luz del sol, el fabuloso murmullo del mar y la bella estampa que desde allí se divisaba. Aquel gran cielo azul salpicado de enormes y compactas nubes blancas, y el inmenso mar rompiendo sus encrespadas olas frente a él. -Realmente hermoso- murmuró complacido al sentir la suave brisa en su rostro y tomó aire profundamente aspirando el agradable olor a mar. Se volvió y siguió observando su nueva vivienda. A su derecha se encontraba la cocina, pequeña pero completamente amueblada en la que no faltaba ni un solo detalle, separada de la salita por una pequeña barra. Y a su izquierda, tres puertas abiertas, en las que Miguel, descubrió dos dormitorios bastante amplios a ambos lados del baño también amueblado con todo detalle. Recogió su mochila y se metió en uno de los cuartos, en el que su gran ventana también daba a la parte trasera de la casa y desde la cama podía observarse aquella hermosa vista. Vació la mochila sobre el desnudo colchón y abrió el armario, tenía perchas colgadas, hizo una mueca de aceptación al verlas y colgó la poca ropa que poseía: un par de vaqueros y cuatro camisetas junto a dos jerseys. Guardó las cuatro piezas de ropa interior en uno de los cajones del mismo armario y cerró las puertas. De uno de los bolsillos exteriores de su mochila sacó su cepillo del pelo; el de dientes y el desodorante, que por cierto, estaba agotándose recordó sacudiéndolo levemente; y los llevó al baño -Mi nueva casa- se dijo complacido colocándolos en la estantería blanca que había debajo del espejo sobre el lavamanos, sonrió animado y se observó al espejo- Necesitas un corte de pelo y arreglarte la barba para seguir sintiéndote bien- se murmuró ameno y examinó mejor su ondulada melena negra salpicada de canas en las sienes que apenas rozaba sus hombros- O tal vez el pelo no… me gusta así Hizo una compra aceptable en el supermercado: algo de comida, productos de aseo y, sobretodo, cervezas -Si desea se la llevamos a casa- le ofreció amable la cajera -No gracias, creo que puedo- expuso metiéndolo todo en la mochila y se la cargó a la espalda regresando a la casa. Después de ordenarlo todo en su lugar, salió a la terraza, se acostó en una hamaca con un pack de cervezas y allí se dejó estar el resto del tiempo. Disfrutando del atardecer, del inmenso silencio solo roto por el oleaje y la agradable brisa marina.

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