viernes, 7 de marzo de 2014


Irene se arrodilló a su espalda y le acarició los anchos hombros besándolos cariñosa, continuó por el cuello y atrapó su lóbulo, él seguía fumando sin inmutarse; cuando regresaba el cigarro a su boca para darle otra calada, Irene se lo retiró y le dio una profunda calada, él la miró guasón y sonrió encendiéndose otro para él
-¿No lo habías dejado?- indicó sereno
-Sí, pero sabe muy bien uno después de… ya sabes- respondió divertida
-Ya, de echar un polvo; no seas tan remilgada- dijo groseramente, Irene se sintió herida- ¿Quieres una copa?- repuso levantándose
-Aún no he comido- expuso ella, él la miró sorprendido- ¿Tú sí?
 -Sí, en el juzgado- salió del cuarto y regresó con un whisky que le ofreció, ella le pegó un sorbo y se lo devolvió. Lo bebió de un trago, apagó el cigarrillo en el cenicero y se dirigió al baño- Hazte algo en la cocina si quieres, yo me voy a duchar- y se metió dentro. Irene apagó el cigarrillo y se fue a la cocina; rebuscando encontró pan y embutido, se hizo un sándwich acompañándolo con una cerveza. Observó que la cocina, muy moderna y de última generación, también predominaba el negro como en el resto de la casa. Apareció él ya duchado y acabándose de abotonar una camisa tostada en vez de la rosada que llevaba a la mañana, los pantalones desabrochados y la corbata marrón suelta por el cuello.
-¿Nos vamos ya?- preguntó extrañada
-Yo sí, tengo una cita ahora a las dos y media- expuso tranquilo, le quitó la cerveza y le dio un largo trago
-¿Una cita? No tengo conocimiento de ninguna cita- expuso ella desconcertada
-Es privada- comentó devolviéndole el botellín; se hizo hábilmente el nudo de la corbata- ¿Por qué crees que fue tan rápido?- indicó burlón, se metió la camisa en los pantalones y se los abrochó cerrándose el cinturón- Tú quédate lo que quieras, me esperan- añadió y, recogiendo la chaqueta del sofá, salió del apartamento dejándola sola y desconcertada. Ni un beso de despedida le había dado… ¿Cómo podía pasar tan fácilmente de ser amable a ser tan frío? Cuando volvió al despacho no había regresado.
 Rodrigo llegó cuando ya la señora de la cita de las cuatro llevaba casi media hora esperando; le sonrió amable ofreciéndole la mano cordialmente
-Discúlpeme, tuve un asunto personal que resolver y no pensé que me retrasaría tanto- se disculpó ameno, la mujer le sonrió amistosamente- pasemos, haga el favor- y entraron en el despacho. Irene se sintió frustrada, pasara por su lado serenamente sin decirle nada, ni siquiera la mirara. Así pasó la tarde, sin apenas mirarla ni hablarle; no siendo lo justo para pedir algún informe. A las siete, Irene comenzó a recoger aunque él seguía dentro con el cliente de las seis. Rodrigo salió por fin del despacho, pero venía solo; el cliente seguía dentro
-¿Ya te vas a ir, verdad?- indicó muy secamente
-Sí, pero si me necesitas puedo quedarme- expuso servicial
-No es necesario; dame los documentos para la vista de mañana del caso Tarrasa… ¿los tienes listos, verdad?- indagó curioso mirándola fijamente a los ojos, ella asintió entregándoselos y él sonrió satisfecho examinándolos- Muy bien preciosa; ya puedes irte que en casa te esperan- le sonrió entrañable; ella lo miraba desconcertada, no lo entendía por más que lo intentara: así como era frío y distante, al segundo siguiente era cordial y amable. De pronto le guiñó pícaro un ojo antes de cerrar la puerta del despacho que la hizo sonreír dichosa.
Al día siguiente, cuando Irene llegó vio un aviso sobre su mesa: anula todas las citas de hoy. Rodrigo no apareció por el despacho en todo el día. Irene estaba desolada; deseaba verlo, estar con él, o al menos sentirlo cerca aunque fuera él en su oficina y ella en su mesa.
-¿Qué tienes hoy, corazón?- le preguntó esa noche Gonzalo mirándola tan callada y ensimismada mientras cenaban, ella le sonrió cariñosa
-Un día pesado, nada más- respondió amorosa frotándose incómoda la frente, él le sonrió dulcemente -Pues acuéstate, cielo; yo me ocupo de Pati- la besó amoroso en la sien recogiendo los platos de la mesa. Ella no aceptó y le ayudó a recoger, acostó a la niña como todos los días leyéndole su cuento mientras Gonzalo se duchaba y luego se duchó ella. Pero lo hizo despacio, haciendo tiempo para que su marido se durmiera y no arriesgarse a que volviera a hacer preguntas de qué le pasaba.
Al día siguiente Irene ya estaba en la oficina cuando Rodrigo llegó, sonrió dichosa al verlo
-Hola preciosa- la saludó cordial sonriéndole con aquella sonrisa que la encandilaba mientras se dirigía a su despacho- La mañana está de vértigo, tráeme todo lo necesario que tengo que echarla en el juzgado- comentó entrando ya. Ella recogió todos los expedientes que ya tenía preparados sobre su mesa y lo siguió. Él estaba sentado a su escritorio recogiendo unos papeles y metiéndolos en su maletín
-¿No vas a venir hoy a la tarde tampoco?- preguntó apesadumbrada, él la miró y sonrió socarrón, le hizo un gesto con la mano para que se acercara y ella obedeció, sujetándola por la cintura la acostó sobre sus piernas besándola ardoroso; Irene se entregó deleitada
-Sí, tenemos trabajo- expuso zalamero- pero si quieres, podemos vernos a la una en donde ya sabes- ella sonrió deseosa pues él acariciaba su muslo por la parte interna levantándole la falda negra que llevaba puesta
-De acuerdo, a la una- repuso entusiasmada
Así fue, a la una y diez entraba en el portal del edificio de Rodrigo. Fue otra sesión de sexo increíble, Rodrigo sabía cómo llevarla al verdadero éxtasis.
Pasaron las semanas entre encuentros en el piso de Rodrigo a la hora de comer con un sexo extremo, impaciente, enfurecido y enloquecedor que la llevaba al éxtasis total; y las noches con su esposo: dulce, tierno, amoroso, comedido… pero que desde hacía días no la llenaba completamente dejándola insatisfecha. Así que empezó a dar excusas todas las noches evitando a Gonzalo.
Aquel sábado apareciera un día hermoso, tomaba café en la cocina observando por la ventana a Gonzalo enseñándole a andar en la bicicleta a Pati con gran paciencia. Pero en su mente, el rostro de Rodrigo no se borraba. Eran dos hombres completamente diferentes: Gonzalo era tierno, cariñoso y familiar; pensando en la estabilidad de la familia e intentando agradar a Pati y a ella, se notaba que se sentía a gusto complaciéndolas a las dos. Sin embargo Rodrigo era independiente, apasionado y temperamental, tomaba lo que quería cuando quería sin pensar en nada ni en nadie ¿Cómo podía gustarle tanto estar con él? Pero reconocía penosamente que lo prefería a Gonzalo. Aún la noche anterior lo evitara de nuevo. No podía estar con Rodrigo haciéndola sentir cosas indescriptibles y por la noche con Gonzalo que, aunque se esforzaba al máximo, no la dejaba plenamente satisfecha como con Rodrigo. No era lo mismo ni por asomo. Recogió su paquete de tabaco escondido en el bolso y se fue a la parte delantera de la casa. Encendió un cigarrillo sentándose en los escalones. Tenía que ponerle fin a aquello, era una tortura para ella y Gonzalo no se merecía lo que le estaba haciendo. Era tan dulce, cariñoso y comprensible que, hasta en sus negativas al sexo, se conformaba con la simple excusa de un dolor de cabeza o que estaba cansada y se volcaba en reconfortarla con caricias amorosas, abrazos dulces y besos cariñosos, haciéndola sentir más ruin aún y asquerosamente sucia y sobre todo egoísta.
Pero Gonzalo no era idiota, sabía que algo le pasaba. Irene no era la misma desde hacía muchas semanas: huía disimuladamente de sus besos y sus caricias que ya no recibía deleitada como antes aunque intentaba disimularlo; los fines de semana estaba distraída y nunca le apetecía hacer nada juntos; regresándole aquel brillo entusiasmado a sus ojos así llegaba el lunes. Sus rechazos le dolían terriblemente aunque intentaba disimular. Sus duchas se habían vuelto interminables esperando que él se durmiera y su satisfacción al creerlo dormido le lastimaba, sus continuos dolores de cabeza, su cambio de vestuario… había otro hombre y suponía muy bien quien era: su “fantástico” jefe Rodrigo, al que últimamente no hacía más que nombrar sin darse cuenta… Estaba perdiendo a la mujer que más amaba en este mundo y no podía soportar la idea.
Aquel miércoles, Irene estaba deseando que llegara la una para salir al encuentro de Rodrigo. Había estado otra vez todo el día en el juzgado y casi no se habían visto provocándole una desazón y unas ganas inmensas de estar entre sus brazos. Cual fue su sorpresa cuando apareció inesperadamente Gonzalo en su despacho con un ramo de flores sonriéndole feliz
 -¿Qué haces aquí?- le preguntó sorprendida mientras le entregaba el ramo y la besaba dulcemente en los labios
-Estaba en el centro y me vine a comer contigo ¿no es tu hora de comer?- expuso animado sin perder aquella sonrisa llena de felicidad, ella le sonrió intentando parecer encantada aunque se sentía realmente desolada
-Sí, ahora mismo- repuso cariñosa
-Pues vamos, he reservado mesa en el Latyos- ella volvió a sonreírle, era su restaurante favorito: Gonzalo nuevamente se deshacía por complacerla; se fueron a comer no sin antes poner las flores en agua sobre la mesa de su despacho.
-Ya veo que hoy tampoco vendrás a comer con nosotras, pero te perdono porque vas con un chico muy guapo- bromeó amena Teresa al encontrárselos saliendo del despacho de Irene; a Irene la sangre se le heló pero Gonzalo sonrió animado al comentario de su amiga y siguieron camino hacia los ascensores sin perder aquella sonrisa complacida. Aunque por dentro estaba destrozado, así que se encontraba con su amante durante la hora de comer…
Mientras se dirigían al restaurante, ella solo pensaba en que Rodrigo la esperaba y no tuviera oportunidad de avisarlo. Se sentaron en su mesa y el camarero, atento, les trajo las cartas
-Ve pidiendo cielo, yo tengo que hacer una llamada- comentó a su esposo que la miró tierno pero notó una sombra en sus ojos que la inquietó. Llamó a Rodrigo desde la entrada del restaurante
-Dime preciosa- le contestó él serenamente
-No puedo ir, apareció Gonzalo de sorpresa para invitarme a comer- explicó pesarosa y entristecida -Vale, nos vemos en el despacho entonces- contestó tranquilamente, ella quedó confundida
-¿No te importa?- expresó molesta
-¿Acaso me tiene que importar? ya tendremos mañana para desahogarnos- hablaba reposado, imperturbable. Ella le colgó turbada ¿cómo podía ser tan frío? ¡¡Desahogarnos!! ¡¡Menuda palabra había escogido!! Ni amarnos, ni querernos… ¡Desahogarnos! Regresó a la mesa irritada
-¿Qué tienes corazón?- indagó curioso su esposo al verla tan crispada sujetándole amoroso la mano -¡Nada, mi jefe me sulfura!- expuso enfurecida
-Ah, has llamado a tu jefe- murmuró receloso, ella lo miró inquieta observándolo meticulosamente, parecía abatido
-¿Qué te ocurre, cielo?- expuso preocupada por su rostro serio y apesadumbrado de pronto y él la miró fijamente
-Siento que te estoy perdiendo, Irene- expuso impaciente y desolado mientras le acariciaba amoroso su mano- Si decidí venir a comer contigo es por eso, amor- ella se sintió destrozada, por más que había intentado disimular, él notara su distanciamiento y sufría por su culpa- ¿Qué pasa vida mía? ¿No eres feliz?
-¡¿Por qué dices eso?!- replicó desconcertada
-Te veo y te conozco, Irene; no eres la misma, estás pensativa, cabizbaja, desganada… Y el fin de semana es peor, estás esquiva y últimamente de mal genio; sin mencionar que has vuelto a fumar aunque intentes esconderlo con caramelos mentolados- la miró intensamente, inquisitivo, le apretó la mano cariñoso- ¿Pasa algo cielo? ¿Hay algún problema?
-No, no pasa nada- intentó parecer sincera mientras le sonreía amorosa; el camarero trajo el pedido y ella vio una vía de escape para acabar la conversación- Comamos, tengo que regresar a la oficina- expuso intentando retirar su mano de la de él, le quemaba como una llama ardiente, pero él no se la soltó y ella le miró dulcemente- No pasa nada Gonzalo, de verdad; solo llevo un par de semanas algo extraña que me tiene alterada pero se me pasará- él siguió mirándola fijamente a los ojos
-Pero ya pasa mucho de un par de semanas- aclaró contundente ¡¿Tanto?! Se alteró ella y lo miró sorprendida a los ojos pero él no dijo nada más, soltó al fin su mano y comenzaron a comer. Regresaron al bufete, Gonzalo la llevaba amorosamente por los hombros y la besó profundamente entregado, mostrándole cuanto la amaba al llegar a la entrada. Irene se sintió dichosa y feliz; en un simple beso sabía demostrarle todo lo que la amaba y podía percibir que era mucho. Ella le correspondió, también lo amaba, de eso no había lugar a dudas y así se lo entregó. Gonzalo le acarició tierno la mejilla mirándola con gran pasión a los ojos, ella aún lo amaba, no estaba todo perdido, podía lucharla y recuperarla. Se sintió algo más animado.
 -Te quiero, mi vida; no lo olvides nunca- expuso conmovido, a ella se le llenaron los ojos de lágrimas
-También yo a ti Gonzalo- contestó sincera, él sonrió amargamente y se alejó. Irene se quedó observándolo mientras se alejaba. Él sabía que había otro hombre pero no había querido decirlo, estaba convencida. Se acabó, no volvería a estar con Rodrigo; estaba decidido, no podía seguir haciendo sufrir a un hombre tan maravilloso como era Gonzalo y que realmente la amaba, no se “desahogaba” solamente. Subió decidida y resuelta a acabar con todo allí y ahora, se sentó a su mesa y examinó las citas de la tarde, solo había una y a las seis; seguro que no volvería hasta esa hora más o menos pues no tenía pendientes hoy. Miró intrigada el calendario de su mesa recordando el comentario de Gonzalo y lo que descubrió la sorprendió… ¡¡Dios santo!! ¡¡Eran ya dos meses los que llevaba encontrándose con Rodrigo!!
Intentó centrarse en su trabajo y revisó los últimos documentos que le había entregado antes de irse al juzgado aquella mañana, faltaba uno. Entró en el despacho de Rodrigo y se dirigió hacia la mesa.

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