viernes, 25 de abril de 2014

Bruno observaba encandilado a Beatriz durante las clases de biología y ciencias marinas. Eran en los únicos momentos en los que podía deleitarse a gusto en hacerlo ya que eran las únicas clases en las que coincidían y, gracias a su posición dos filas más atrás que ella, podía permitírselo sin llamar la atención. Luego, apenas podía mirarla de refilón en el comedor o paseando por el campus, pues para entonces, ya estaba siempre acompañada de Roberto, su pareja desde hacía un par de años. Para él, era la muchacha más bonita del campus sin lugar a dudas. Le encantaría acariciar aquella melena castaña, casi rubia, que brillaba espectacularmente bajo los rayos de sol que entraban por las ventanas del aula y comprobar si era tan sedosa como parecía. Le hechizaba su pequeña nariz perfecta, tan afilada y recta que parecía haber sido tallada por la mano de un escultor; y aquel gesto distraído de mordisquear su bolígrafo con aquella preciosa boca de labios delicados y carnosos mientras no perdía detalle de las diapositivas con aquellos grandes ojos negros de largas pestañas espesas. En su disimulada observación se percató de que parecía preocupada por algo y estaba algo ojerosa desde hacía unos días. Pero ella para nada estaba atenta a las explicaciones del maestro. Las diapositivas pasaban lentamente sobre la pantalla blanca e intentaba concentrarse en ellas pero su cabeza no paraba de darle vueltas a aquello… ¿Cómo podía haber cometido aquel error tan garrafal? ¿Cómo había sido tan estúpida y haberlo permitido? Pensaba ofuscada e inquieta; no podía creerse que hubiera caído así, que hubiera confiado de aquella manera tan boba en Roberto cuando sabía de sobra que, cuando se calentaba, ya no había manera de detenerlo… -Anda cielo, te prometo que me contengo; pero déjame sentirme dentro tuya un ratito sin esa incómoda goma- le susurraba persuasor y anhelante al oído cuando ella ya lo sentía dentro suya poderoso y ardiente. Se veía que él disfrutaba y estaba gozando plenamente, pero ella no podía relajarse y no estaba disfrutando; saberlo sin protección la tenía tensa y muy nerviosa. Llegó el momento cumbre para él, sus poderosas arremetidas se aceleraron y gemía de placer intentando alcanzar el clímax -¡¡Para Rober, detente!!- gritó angustiada pero era tarde, él descargó todo su poderío sin clemencia dentro de ella mientras de sus adentros salían gemidos de complacencia absoluta- ¡¿Qué has hecho imbécil?! -Tranquila mujer, por una vez no va a pasar nada- exclamó despreocupado dejándose caer agotado junto a ella sobre la cama y, encendiendo un cigarrillo, se quedó la mar de relajado y tranquilo sin parecer importarle en absoluto su malestar “Por una vez no va a pasar nada” se repitió enfadada ¿y ahora qué? ¡Ahora a fastidiarse ella sin poder dormir por las noches porque tenía un retraso de una semana! Porque él seguía despreocupado y pasota repitiéndole que no fuera tan obsesiva, que por una vez no iba ya a quedar preñada… Se frotó nerviosa la frente ¿Realmente estaría siendo tremendista y solo sería un simple retraso? quería despejar esa preocupación de su mente y poder atender a la explicación del maestro; pero era imposible… e inútil; porque si lo que sospechaba era cierto, tendría que dejar la universidad ¡¡Oh Dios!! ¡¡Dejar los estudios!! Solo pensarlo, una gran desesperación caía sobre ella aprisionándole el corazón y no la dejaba respirar ¡Dejar la universidad! ¡Allá se iban a la basura todos sus sueños! ¡Se iba su gran ilusión de ser una gran bióloga marina como siempre había deseado! Tomó aire profundamente, parecía que le costaba respirar. Notó que la observaban. Sin apenas necesidad de investigar mucho, se volvió levemente y se encontró de nuevo con aquellos bonitos ojos grises de Bruno que la observaban otra vez y volvía a sonreírle dulcemente mostrando aquella linda sonrisa que poseía al verse descubierto. Se lo encontraba tantas veces observándola abstraído durante las clases de biología que ya no le extrañaba. Se le veía un muchacho vergonzoso, poco decidido, pero agradable y tierno; llevaban coincidiendo dos años en las mismas aulas de biología y ciencias marinas y apenas se habían cruzado un par de breves saludos; aunque él siempre la miraba de esa forma tan especial. No era una mirada insolente ni atrevida, sino dulce y tenía un brillo especial que parecía acariciarla tiernamente haciéndola sentir muy bien y calmada. Se sonrieron amistosos e intentó volver a concentrarse en la explicación del profesor. Aquella mañana, aparcó su moto en un pequeño hueco del amplio aunque concurrido aparcamiento del campus. Descendió tranquilamente de ella asegurándola con el estribo, cuando los acalorados gritos de una fuerte discusión apagados ligeramente por las ventanillas cerradas de un coche llegaron hasta él al quitarse el casco. Examinó curioso los coches que lo rodeaban y descubrió a Beatriz discutir acaloradamente con Roberto dentro de su coche apenas a tres plazas de distancia. Los observó disimuladamente mientras se entretenía en quitarse los guantes muy lentamente -No seas histérica y cálmate ¿quieres? Este no es lugar ni momento de hablar de esto- le recriminó desairado -¿Y cuándo Rober si desde hace días no hay manera de hablar contigo? Pareces rehuirme y esto tenemos que hablarlo cuanto antes… -No hay nada más que hablar Bea, ya te he dicho cuál es mi decisión y no me volveré atrás por mucho que insistas -¡Eres un desgraciado! ¡Un cínico sinvergüenza!- le reprochó llorosa y muy alterada -¡Y tú muy estúpida si sigues adelante con ello!- le contestó muy despreciativamente mirándola desafiante- ¡Si quieres arruinar tu vida, allá tú; pero ni pienses que yo lo vaya a hacer con la mía! ¡Ni pienses que vaya a cargar con esta mierda porque a ti te dé la gana y mucho menos abandonar mis estudios y perder la oportunidad de ser un gran abogado! -¡¿Esta mierda Roberto?!- exclamó incrédula mirándolo atónita- Creo que en algo sí tienes muchísima razón: soy muy estúpida, pero por estar contigo- indicó herida mientras abría la puerta del coche descendiendo de él; lo miró esperanzada antes de cerrar la puertezuela del vehículo- ¿Realmente es tú última palabra? -¡¡Sí!!- bramó furioso- tendrás todo mi apoyo y mi ayuda económica si decides hacerme caso, sino… ¡¡allá tú!! Pero te aviso que no me volverás a ver el pelo… ¡¡Ah!! Y ni se te ocurra llamarme para nada, me importa bien poco lo que ocurra con “esa mierda”- remarcó cínicamente mirándola resolutivo -Espero que así sea, porque me das asco Roberto- resolvió decidida y cerró de un portazo el coche pasando como un cohete por el lado de Bruno. Iba tan furiosa, apesadumbrada y desmoralizada, que ni se fijó en él. En cambio, él pudo observar que llevaba los ojos enrojecidos de llorar, estaba muy pálida y unas profundas ojeras marcaban su rostro debajo de sus lindos ojos negros. Sintió un remolino de emociones en su interior: preocupación por ella, pero al mismo tiempo una emoción y una alegría inmensa; es cierto que se la veía mal… Pero al tiempo una gran esperanza estalló en su corazón, aquello que acaba de presenciar ¿sería lo que se suponía? ¿Acababa de romper con el imbécil de Roberto por fin? Sin darse cuenta, sonreía entusiasmado mientras se dirigía al aula de biología. Pero la alegría le duró poco, ella no asistió a clases ni comió en el comedor del campus… Se fue a casa desolado, aunque era normal ¿no? Si acababa de romper con su novio después de más de dos años, era muy lógico que no tuviera muchas ganas ni humor para asistir a clases. Seguro que mañana ya regresaría, pensó más animado. Pero no apareció tampoco al día siguiente, ni al siguiente… Y se empezó a preocupar seriamente ¿estaría enferma? No podía atender a las explicaciones, su cabeza solo pensaba en Beatriz y si estaría muy mal; eso le atormentaba día tras día. Si pudiera saber qué le pasaba, si pudiera confirmar que había roto con Roberto, si pudiera averiguar dónde vivía… ¿Qué, estúpido? ¿Acaso ibas a hacer algo, inútil? si eres un vergonzoso cobarde y no fuiste capaz de hablarle en dos años ¿serías capaz de aparecer ante su puerta acaso? Se recriminaba duramente a sí mismo hundiéndose más en su desesperación. Observaba desalentado su asiento vacío echándola terriblemente de menos, un día más parecía que no iba a venir… -¿Sabes ya lo de Beatriz, Bruno?- le habló Selena sentada junto a él sacándolo de sus pensamientos, su corazón empezó a latir frenético -No ¿acaso le pasó algo?- se interesó animado, al fin iba a saber de ella… -Abandonó la universidad, no volverá nunca más- un negro vacío le inundó el corazón al oírla y un inmenso nudo se le aferró en la garganta -Pero ¡¿Cómo?! ¡¿A mitad de curso?! ¡¿Por qué?!- interrogó ansioso mirando incrédulo a su compañera que movió indiferente los hombros. -No lo sé, no quiso decírmelo; solo puedo decirte que llevaba unos días desaparecida, creo que había vuelto a casa con sus padres… De pronto apareció ayer y, sin decir nada, recogió todas sus cosas de su cuarto, vació su taquilla, entregó la renuncia en secretaría y la vino a recoger su padre… Ella no regresó nunca más. No podía dejar de llorar mientras recogía sus cosas en su habitación de la residencia de estudiantes ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Había destruido su vida por alguien que no valía la pena. No podía sacarse de la cabeza la cínica cara de Roberto mientras le decía que tenía que abortar; así, tan tranquilamente, como quien dice que se iba a por tabaco. El pagaría todos los gastos que hicieran falta pero que no esperara nada de él si seguía adelante con el embarazo ¿cómo podía ser tan cruel y despiadado? Era verdad que ella tampoco deseaba tener un hijo en eses momentos y con 22 años, pero ¡¿abortar?! ¡¡No, ella no podía hacerlo!! En tutoría le ofrecieron acabar el curso, ya estaban a la mitad y era una lástima abandonar así; pero ella reconoció que no valía la pena, no podría seguir estudiando teniendo un bebé a su cargo y era mejor ponerse a buscar trabajo y no perder el tiempo en una carrera que no podría terminar. Lloró nuevamente desconsolada ¡allá se iba su sueño y su gran ilusión por ser bióloga! ¡Su vida se había ido al garete por un cuarto de hora de pasión estúpida y sin sentido! ¡Y ni eso! Porque fuera la vez que menos había disfrutado. Llegó su padre con el coche para recogerla y regresó a casa. Sus padres la acogieron con el amor de siempre, aunque no se libró de los fuertes reproches y de las broncas por ser una irresponsable al destruir así su vida. Las cosas empezaron a calmarse así que su tripa comenzaba a aparecer. Consiguió trabajo a tiempo parcial en una cafetería, para sus gastos le llegaba y podría empezar a comprarle cosas al bebé; aunque sus padres, ya más tranquilos e ilusionados con la llegada de su primer nieto, le compraban lo más necesario. Su hermana Bárbara, tres años menor que ella, estaba también ilusionada con la llegada de su sobrinito y la ayudaba muchísimo en las tareas que siempre se habían repartido en la casa no dejándola esforzarse demasiado. -Deja cielo, lo hago yo; tú ya trabajas bastante en esa cafetería- le decía cariñosa ofreciéndose desinteresada a realizar sus tareas. Aunque estaba rodeada de mucho cariño y se sentía arropada por su maravillosa familia, por las noches, lloraba apesadumbrada sola en su cama por haber sido tan idiota y dejarse llevar por alguien que amara tan profundamente y no se merecía nada de ella. El parto fue bien, su madre nunca la dejara ni un momento sujetándole su mano amorosa mientras la intentaba animar dulcemente. Era una niña preciosa, las dos lloraron felices cuando por fin pudieron ver su linda carita, sostenerla entre sus brazos y acariciar a aquella preciosidad. Su madre lloraba entusiasmada; pero ella, aunque sentía una alegría inmensa de tener al fin a su ratita en brazos, no podía dejar de sentirse apesadumbrada, a pesar de haber estado tan rodeada y apoyada por todos ellos, notó muchísimo la falta de Roberto a su lado sintiendo una gran soledad en su corazón. Nunca más volvió a verlo ni a saber de él. Se aproximaban las Navidades; en dos meses más Sarah cumpliría un añito y era una niña preciosa alegre y cariñosa que era la locura de todos en la casa. Beatriz acababa de bañarla y la vestía mientras la hacía reír sobre su cama, la pequeña le dedicaba aquellas risas hermosas que acompañaba siempre con aquellos bellos ojitos negros grandes alegres y vivarachos; cuando llamaron al timbre -¡Bárbara, abre tú por favor; yo aún no acabé con Sarita!- le dijo cariñosa a su hermana mientras seguía jugando con su preciosa pequeña -Betty son unos policías que quieren hablar contigo- le expuso asustada su hermana apareciendo en la puerta de su cuarto; ella la miró desconcertada pero, de pronto, un terror horrible la embargó: ¡sus padres habían salido a realizar las últimas compras de navidad a la ciudad y aún no habían regresado! -Quédate con Sarah, cielo; vuelvo en seguida- le pidió entrañable a su hermana, la besó dulcemente en el pelo cuando pasó por su lado dirigiéndose a la sala. Allí, de pie, muy serios y con las viseras en la mano, le esperaban dos policías que la miraron apesadumbrados. Solo con sus miradas ya lo decían todo y una gran presión se le formó sobre el pecho impidiéndole respirar -¿Es usted la hija mayor de Pedro y Sarah Santamaría?- le preguntó uno de ellos con voz abatida. Ella solo pudo abrir atemorizada sus ojos y rompió a llorar desesperadamente, no le hacía falta saber más: a sus padres les había ocurrido algo, algo horrible para traer el recado la policía, algo espeluznante que no quería ni pensarlo… Después del velatorio y del entierro de sus padres, estaban las dos sentadas ante la mesa de la cocina intentando ponerle rumbo a sus vidas. Sujetas de las manos ninguna decía nada; ahora estaban solas, solo se tenían la una a la otra y tendrían que salir adelante apoyándose mutuamente. -¿Qué vamos a hacer, Betty?- sollozó angustiada su hermana- ¿Qué va a ser de nosotras hermanita? -No te preocupes, cielo; saldremos adelante, ya lo verás- la intentaba consolar acariciándole amorosa sus manos entre las de ella -Sin papá, sin mamá… sin dinero, tu sueldo no nos dará para mucho- exponía acongojada mirándola aterrada -Encontraré otro, ya verás- le acarició dulcemente la mejilla mientras intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora -¡Tendré que dejar los estudios, Betty!- comentó estremecida -¡¡No, eso nunca; cielo!!- le expuso rotunda tomándola tierna entre sus brazos acariciándole dulcemente el pelo- Tú irás a la universidad y quitarás tu carrera, eso te lo prometo cielo; somos fuertes siempre juntas amorcito- su hermana parecía más serena Unos meses después, el trabajo no aparecía y el dinero que ganaba en la cafetería no daba para mucho; se vio obligada a coger de los ahorros de sus padres aunque no quería, ese dinero era para los estudios de Bárbara como le había prometido. Sentada ante la mesa de la cocina rodeada de facturas y recibos que parecían multiplicarse cada día más, pensaba en alguna solución. Su hermana llegó de las clases -Hola ¿qué haces?- le preguntó animosa mirándola tan ensimismada ante tanta factura mientras cogía una manzana del frutero -Echando cuentas, cielo- le expuso cansadamente mientras se frotaba la frente angustiada, ella le sonrió tristemente -Por muchas vueltas que les des y por mucho que las estudies, no van a cambiar Betty; el dinero no nos llega- le repuso amorosa, Beatriz le sonrió apesadumbrada- Betty, no seas terca, yo puedo buscar un empleo también a tiempo parcial… -¡¡No!!- le increpó rotunda- Tú estudiarás y sacarás la carrera de arquitectura como deseas- la miró fijamente a los ojos y su hermana la miró intrigada- Estuve pensando en una cosa…- empezó a hablar serenamente, Bárbara la animó a hablar moviendo sus finas y perfectas cejas sobre aquellos bonitos ojos oscuros- ¿Qué te parece mudarnos a la ciudad?- le propuso inquieta, su hermana la miró confundida- Allí tengo más oportunidades de encontrar trabajo que en este pueblo y, total, tú pronto te tendrás que mudar allí por la universidad -¿Y la casa, Betty? Si así no podemos afrontar los gastos, peor será pagando un alquiler en la ciudad más los gastos de esta casa cerrada- le expuso entrañable, ella la miró apesadumbrada -Es que… pensaba en venderla corazón- explicó apenada, su hermana la miró sobrecogida unos instantes pero en seguida mordió la manzana al tiempo que su mirada cambiaba a brillosa, le sonrió animadamente -¡Está bien!- Repuso resuelta sonriendo tierna- Total, solo es una casa ¿no? ¿Y de qué nos vale una casa si nos morimos de hambre?- bromeó divertida y se rieron entrañables. Bárbara la abrazó cariñosa por el cuello- ¡Somos fuertes siempre juntas! ¡Saldremos adelante!- la alentó animosamente Habían encontrado un piso de dos habitaciones barato en un edificio antiguo en la parte vieja de la ciudad. Habían vendido muy bien la casa y podrían ir tirando hasta que apareciera un trabajo. Ella dormía en el mismo cuarto que su pequeña dejándole el cuarto más grande a Bárbara para que estuviera cómoda y pudiera estudiar tranquilamente. Aunque pateaba las calles desde la mañana temprano hasta la hora de comer, no encontraba un trabajo con un sueldo decente para vivir las tres de él. Todos eran parecidos: horas eternas por poco dinero. El trabajar duro y muchas horas no le importaba, pero si al poco sueldo le tendría que añadir una canguro o una guardería para Sarita no quedaba nada. Gracias a la señora Martina, la portera, había conseguido dos pisos para limpiar por las mañanas mientras no encontraba otra cosa. La amable y dulce mujer le quedaba con Sarah mientras ella iba a trabajar. Por las noches, trabajaba de camarera en un club de striptease, no le gustaba… pero había que salir adelante. Lo que más mal llevaba era cuando algunos clientes se confundían de local e intentaban manosearla, pero pronto aparecía el buenazo de León que los ponía a raya o los echaba del local; estaba totalmente prohibido tocar a las bailarinas y las camareras. Había entrabado buena amistad con todas ellas y con el pedazo de pan de León, al que querían todas mucho pues se hacía querer de lo buenazo que era a pesar de que parecía un armario cuatro puertas. Tenía tanto músculo y era tan grande como bueno

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