jueves, 3 de abril de 2014

El restaurante era íntimo y romántico; con luz tenue y una suave música que sonaba delicadamente, las mesas estaban adornadas con velas olorosas y flores. Ya tenía reservada la mesa en una esquina aún más íntima. Un camarero sonriente y muy discreto les atendía, apareciendo el tiempo justo para cambiarles el plato o servirles más vino desapareciendo seguidamente tan silenciosamente como había aparecido. Todo estaba realmente apetitoso y delicioso; comieron mientras se miraban embobados y fascinados el uno por el otro y se sujetaban la mano tiernamente encima de la mesa o se acariciaban delicadamente la mejilla; solo deseaban acariciarse, precisaban tocarse, necesitaban sentirse. Mientras se sonreían hipnotizados y enamorados. Al acabar el postre, unos deliciosos pastelillos de nata y fresas en forma de corazón que deslumbró a Irene, Rodrigo sintió el pie de Irene acariciándole la pierna y subiéndole provocadoramente por su muslo deteniéndose en su entrepierna. Él la miró extasiado a los ojos mientras ella sonreía pícara. Empezó a friccionarle suave pero muy excitantemente -¿Nos vamos a otro sitio menos… concurrido?- indicó melosa, él sonreía encantado y deleitado por su juego -Aún no…- empezó a hablar pero dio un respingo sobresaltado abriendo los ojos de repente, ella oprimía más fuerte su pie presionándole enérgica- no hemos brindado aún, amor- la contuvo presuroso para que cediera en su opresión, cosa que hizo y él tomó aire alterado -Podemos brindar en otra parte- invitó zalamera con voz melosa continuando su caricia revoltosa con el pie. Pero el camarero se aproximara ya y abría el cava; Rodrigo sonrió divertido por su desazón mientras les servía las copas. -Toma, corazón- le dijo amoroso sacando una cajita rectangular del bolsillo interior de su chaqueta- A ver si te calma un poquito tu impaciencia- bromeó socarrón mirándola dulcemente. Ella recogió la cajita con ojos ilusionados sonriendo entusiasmada. Se quedó maravillada ante la pulsera de oro blanco y esmeraldas que relució ante ella -¡¡Es preciosa, amor!!- expuso fascinada mirándolo amorosa, se sonrieron satisfechos y él se la colocó en la muñeca, se besaron tiernamente en los labios- pues yo te tengo solo una corbata- expuso defraudada entregándole una caja cuadrada -No importa cielo, el mejor regalo ya me lo has dado hace un par de horas- indicó vanidoso abriendo la caja; se sorprendió al encontrarse con el reloj que hacía meses atrás mencionara que le gustaba- ¡Ey, te has acordado! ¿Cómo rayos lo haces mi cielo?- repuso fascinado mirándola entusiasmado, ella le sonreía satisfecha y se volvieron a besar apasionados. Brindaron entusiasmados y él apenas le dio un sorbo dejando su copa ya sobre la mesa- Ahora sí que nos vamos, no puedo esperar más- expuso presuroso llamando al camarero, ella reía gustosa y divertida. La llevó a un motel en las afueras en donde tenía una habitación ya reservada. Irene quedó prendada de la habitación: la cama enorme estaba llena de pétalos de rosas rojas sobre la colcha blanca; una cubitera con cava y hielo, dos copas y un cuenco con fresas les aguardaban sobre la mesa. Ella lo miró prendada y asombrada -Es maravillosa, Rodrigo ¿De dónde sacas estas ideas?- preguntó fascinada, acariciándole la mejilla enternecida -Tú me inspiras- bromeó amoroso. Se besaron ardorosos mientras se desnudaban despacio, acariciándose meticulosos cada pedazo de piel que quedaba descubierto. Ya desnudos, la acostó sobre la cama; se acercó a la mesa y abrió el cava recogiendo el cuenco de fresas. Ante la mirada curiosa de Irene se aproximó nuevamente a la cama. Se subió de rodillas encima y empezó a avanzar dejándola bajo él; se detuvo a la altura de su vientre mirándola penetrantemente malicioso. Ella sonreía embelesada mirándolo intrigada ¿qué se proponía? Pronto obtuvo la respuesta: la roció con el frío líquido entre sus pechos estremeciéndola al sentir el frío cava recorrerle el cuerpo. Él se lo lamió despacio, absorbiendo el cava y ella gemía excitada por la sensación del frío líquido y su boca caliente. Con una fresa sujeta con la boca, jugueteó en su sexo; ella se sentía embargada de deleite, subió lentamente recorriéndola por su cuerpo humedeciéndola en el cava que aún quedaba por su ombligo, y se la introdujo en su boca, se besaron afanosos mientras masticaban la fresa. Luego, Rodrigo bebió un sorbo de cava de la botella y se la dio a beber de su boca besándose nuevamente ansiosos. Aquel juego la estaba excitando enormemente. Siguieron con él, combinándolo de vez en cuando, con otra ducha de cava por su cuerpo que él volvía a succionar ávido lamiéndole la piel mientras ella ya jadeaba ambiciosa a los roces excitantes de sus labios y su lengua. Se dedicó a llevarla al máximo placer entre juegos, caricias y su buen hacer entre sus piernas con su habilidosa boca. Irene se sacudió enérgica gritando placentera cuando un intenso orgasmo la dominó. El la observaba satisfecho y sonreía gozoso y presuntuoso. Regresó a su boca y la besó apasionado- Me encanta verte gozar así, amor mío- le murmuró sobre los labios, ella sonrió placentera mientras respiraba fatigada. La volvió a besar- Ven, tengo una sorpresa- indicó levantándose, ella lo observó intrigada -¿Más sorpresas? ¿Y tiene qué ser ahora? Acabemos antes ¿no?- protestó contrariada y él sonrió divertido al tiempo que se retiraba recogiendo el cuenco de fresas y el cava y se dirigió hacia la puerta del baño- ¡¡Rodri!!- instó impaciente -No seas ansiosa gatita, ven y trae las copas- avisó desapareciendo tras ella mientras seguía sonriendo pícaro; Irene lo siguió llevando las copas de sobre la mesa. Un jacuzzi ya preparado les esperaba, el baño olía maravillosamente a rosas y lilas. Rodrigo ya estaba metido en él, le sonrió gozoso -¿Vienes?- la invitó mirándola sugerentemente, ella sonrió encantada y se metió en la bañera. El agua caliente, con ese perfume encantador que les envolvía proveniente de las sales la hizo sentir muy relajada. Rodrigo le sirvió una copa de cava y se lo entregó, ella bebió sedienta; él solo le dio un pequeño sorbo dejándola en el bordillo de la bañera. Le sujetó la mano y la atrajo a él rodeándola con sus brazos, le retiró la copa de su mano dejándola junto a la suya; se besaron pausados, deleitándose en saborearse, Rodrigo acariciaba apacible su espalda mientras la apresaba contra él; ella rodeaba su cuello con sus brazos totalmente dominada por el amor de aquel hombre. La sentó sobre él penetrándola despacio, gimieron gustosos mientras seguían embelesados en sus respectivas bocas. Ensamblados ya, no se movieron; se quedaron quietos mientras seguían encandilados en aquellas entregadas y deliciosas bocas. Irene recorrió embriagada su rostro, su cuello, su hombro musculoso, recorría con sus manos acariciadoras sus brazos fuertes, su espalda vigorosa. Atrapó su lóbulo y jugueteó con él, lo oía suspirar jadeante mientras la apresaba más fuerte contra él deseoso -Ve despacio amor, me tienes bastante apurado- le murmuró ambicioso -Te quiero- le susurró apasionada y con toda el alma en su oído, él tomó aire conmovido e impresionado por su inmensa sinceridad -La has cagado, cielo- repuso alterado y comenzó a moverle presuroso las caderas; la guiaba furioso mientras la arremetía rabiosamente mordiéndole levemente el hombro. Ella se aferraba exaltada a los de él. Gemían ansiosos, acuciosos de llegar al gran poder que sentían repletarse en su interior y desbordó tremendamente por fin, llenándolos de una grandeza superior e impresionante que los hizo clamar intensamente para expulsar toda aquella fuerza descomunal que los invadió expandiéndose por todo su cuerpo- ¡Dios, Dios!- anhelaba Rodrigo mientras la sujetaba con fuerza por los hombros contra su miembro como si quisiera embutirse todo él en su interior. Ella se asía con ímpetu a su cuello como si una fuerza invisible la quisiera arrancar de su lado y se negaba a soltarlo rabiosamente. Se fueron calmando sus jadeos y sus galopantes corazones se fueron controlando poco a poco. El cogió amoroso entre sus manos su rostro mirándola a los ojos que brillaban felices y radiantes de igual manera que los de él- Me vuelves loco, mi vida; hacer el amor contigo es sorprendentemente distinto cada vez- le expuso asombrado- ¡Te amo tanto! -Espero que pienses lo mismo cuando este viejita y arrugada- bromeó sonriendo dichosa, él también sonrió gozoso -Te quiero tanto que estaré encantado de tenerte a mi lado e ir viendo hacerte viejita conmigo- se besaron amorosos, complacidos- Además, eres tan preciosa que seguro que las arrugas te quedarán perfectas- bromeó tierno jugueteando con sus labios y se rieron divertidos. Retozaron en el baño tibio, relajante y perfumado; se deleitaron retozones dándose de comer las fresas uno al otro, se mordían las bocas o los dedos juguetones entre risas alegres, caricias amenas y besos radiantes. Llegó la hora de regresar a casa; se vestían sin dejar de jugar entre caricias y bromas. Él la atrapó en una de esas y la tiró sobre la cama a su lado, ella reía feliz mientras él le acariciaba tierno el rostro y la besaba amoroso en los labios -Si no fuera por lo niños, nos podríamos quedar un poco más… ¿Llamamos a Diego amor?- propuso pícaro, ella sonrió encandilada -No, porque somos unos padres perfectos y muy amorosos y vamos a seguir celebrando nuestro aniversario con ellos, como debe ser- contestó presumida y lo besó candorosa en los labios- además, no podemos defraudarlos; estuvieron toda la semana cuchicheando con tu hermano Diego y te apuesto que han preparado algo- él sonrió encandilado retirándose para acabar de calzarse; ella también se levantó sentándose en la cama y examinó la habitación- ¿Cómo has encontrado este sitio tan bonito?- preguntó curiosa y entusiasmada, le gustaba aquel lugar -Tiene muchos años, cielo- respondió despreocupadamente atándose los cordones de los zapatos- solía venir aquí a menudo…- Irene le tapó la boca presurosa, él la miró sorprendido y ella frunció su nariz disgustada; Rodrigo rió conmovido, la sujetó por la cintura arrastrándola sobre él mientras se acostaba sobre la cama besándola en los labios apasionado- A ver, mi encantadora celosilla… ¿Para qué preguntas si no te va a gustar la respuesta?- inquirió tierno y ella sonrió suavemente, él la besó cariñoso en los labios- Pues mira, mi ángel, pasaba por aquí de casualidad y lo vi- la miró chispeante- ¿Te gusta más así?- ella sonrió presumida -Sí, mucho mejor- expuso satisfecha riéndose entrañable pero él la miró serio acariciándole tierno la mejilla -No me gusta mentirte amor mío, ni aunque sea así, de broma; eso es nuestro pasado y no debe afectarnos ¿de acuerdo? Te amo mi gatita, solo y únicamente a ti, olvida el resto ¿vale?- ella le sonrió deleitada besándolo amorosa en los labios Al llegar a casa, los niños acompañados de tío Diego los esperaban felices. El salón decorado con globos rojos y blancos y una pancarta colgada en el recibidor decía: “Feliz aniversario, papis” -¡¡Sorpresa!!- los recibieron gritando dichosos, ellos rieron divertidos y regocijados mientras Pati y el pequeño Diego corrían entusiasmados a abrazarlos y besarlos cariñosos ante la mirada entusiasmada de tío Diego con Gonzalo en brazos -Hemos hecho nosotros la cena- les expuso orgulloso el pequeño; Irene abrió los ojos simulando sorpresa mientras sonreían amenos -Calentarla en el microondas no es cocinar, enano- repuso cariñosa Pati -¡¡Deja de llamarme así Pati!! ¡¡Yo ya no soy el enano caray, lo es Gonzo!!- protestó molesto y su padre lo tomó en brazos -Claro que sí mi rey, esta Pati es un bichito al que le encanta enrabietarte- expresó tierno besándolo amoroso en las mejillas satisfaciendo al pequeño y provocando una sonrisa divertida en Pati -¡Ven mami, arriba tienes tu regalo!- repuso Pati emocionada mirando satisfecha a su padre que le sonrió encantado -¿Más regalos?- indicó sorprendida mirando a Rodrigo, él le guiñó el ojo pícaro. Pati la arrastró al piso superior sujeta por la mano. En su dormitorio, sobre el cabezal, estaba colocada la fotografía de Gonzalo quedando la de Pati algo más elevada y en medio de ellos- ¡Oh, ya estáis los tres!- expresó emocionada observándolos tan sonrientes y mirándola con aquellos bellos ojos que los tres tenían: Diego y Gonzalo, grandes y negros como el azabache, en contraste con los dulces, grandes y aceitunados de Pati- ¡Estáis perfectos!- besó amorosa a su hija en la sien y ella abarcó a su madre cariñosa por la cintura- Están maravillosos, gracias mi amor - agradeció a Rodrigo besándolo dulcemente en los labios cuando regresaron al salón, él le sonrió agradado- Entonces, tendré que darte yo el mío ya- expuso guasona, él la miró intrigado e Irene miró a su cuñado- ¿Me lo has traído cuñado?- le preguntó amena, él rió encantado -¡Claro que sí, cuñadita! ¿Cuándo te he fallado?- le entregó el sobre que estaba sobre una esquina de la mesa del comedor donde se habían esmerado a colocarlo todo muy bien para la cena. Se lo entregó a Rodrigo. Dejó al pequeño Diego en el suelo y miró intrigado a Irene y luego de nuevo al sobre -Ábrelo, a ver si te gusta- indicó nerviosa Irene, los niños miraban el sobre y a su padre expectantes. Rodrigo lo abrió sacando unas escrituras de él -¿Qué es esto, amor?- preguntó examinándolos intrigado -El divorcio hermano, sé que es una putada pero las cosas son así: se viene conmigo- bromeó Diego y él le clavó una mirada fulminante que provocó la risa de todos, sus ojos se abrieron sorprendidos al ir leyéndolo -¡¡Has montado nuestro propio bufete!!- indicó mirándola fascinado, ella le sonreía satisfecha -¿Qué hacemos trabajando para otros cuándo somos los mejores abogados de la ciudad?- expuso vanidosa y se besaron complacidos El despacho estaba en el entresuelo de una de las últimas edificaciones más céntrica de la ciudad. Una brillante placa dorada en el portal indicaba el bufete de los abogados Velasco y Salvatierra. Rodrigo sonrió dichoso al verlo Era una estancia grande enmoquetada de negro, elegante y moderna. Saliendo del ascensor, ya se encontraba la salita recibidor; con sofás de piel blanca estratégicamente colocados alrededor de una mesita de café redonda y grande de cristal. Las mesas de las secretarías estaban frente a la puerta de entrada. Tras ellas, las dobles puertas de sus despachos, a ambos lados de la habitación; quedando las secretarias en medio de ellas -¡¿Vamos a estar tan lejos el uno del otro?!- protestó Rodrigo el día que fueron a verlo, ella le sonrió guasona mostrándole que, dentro de cada despacho, había una puerta que comunicaba a una salita privada y muy íntima entre ambos donde había un gran mueble repleto de libros de derecho y consulta frente a unos cómodos sofás para relajarse… ¡Y algo más! Añadiera pícara Irene provocándole una risa maliciosa en Rodrigo. Rodrigo ocupó su cómodo sillón de piel negra tras su gran mesa aún vacía. Le pasaba gustoso las yemas de los dedos por encima. -Otra mesa que tenemos que estrenar, cielo- expuso socarrón elevando las cejas malicioso, ella rió divertida y le guiñó sugerente un ojo. -¿Quieres que sea ahora?- expuso pícara elevando despacio y muy insinuante su falda; él soltó una carcajada explayada recostándose en su sillón mirándola derrotado y ambos rieron felices. Habían pasado otros tres años. Se habían ganado una gran reputación como abogados combativos entrando en el grupo de bufetes importantes de la ciudad. Los clientes eran de todas clases sociales y estilos; a las personas con problemas monetarios, les hacían un precio especial extendiendo su fama y su cartera de clientes iba en aumento. Pero los que traían dinero a manos llenas eran las empresas a las que sacaban de apuros excepcionalmente. Teresa y Sandra seguían siendo sus secretarías, estaban encantadas con sus jefes: atentos, familiares y amigos de sus amigos. El investigador que trabajaba con Irene, Cabanillas, un negro alto y fuerte, maduro y atractivo, era una fiera indagando en casos turbios sacándolos más de una vez de algún apuro en casos donde parecía tener las manos atadas. Aquella noche de sábado estaban invitados a una cena de gala en homenaje a uno de sus colegas que se jubilaba e Irene se preparaba en su dormitorio mientras oía la algarabía de sus hijos en el cuarto de Gonzalo jugando divertidos con su padre como todas las noches. Sonrió complacida al verse al espejo. Aquel largo vestido negro ceñido a su cuerpo que seguía manteniendo perfecto le quedaba de ensueño y su escote en corazón revelaba sugerentemente sus hermosos pechos como a Rodrigo le encantaba que llevara. Seguía gustándole verla vestida provocativa y ella procuraba satisfacerle. Se aproximó más al espejo para colocarse los pendientes y se observó detenidamente sonriendo satisfecha, a sus cuarenta y siete años y pese a que algunas minúsculas arrugas empezaban a dibujarse en su frente, en el contorno de los ojos y la comisura de los labios, se encontraba realmente hermosa. Buscó ansiosa sus zapatos en el armario pero no los dio encontrado. -¡¡Pati caray; nunca dejas las cosas donde las coges!!- exclamó fastidiada y salió del dormitorio descalza en dirección al cuarto de su hija.

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