miércoles, 2 de abril de 2014

Irene llevaba un vestido ceñido en raso tostado marcando su precioso cuerpo que le dejaba también las rodillas al descubierto. Era escotado, sin asas; cubriéndolo un abrigo de fino encaje en el mismo tono sujeto en la cintura con un delicado broche dorado y mangas flojas. El pelo rizado lo llevaba echado a un lado sujeto en el contrario con una orquídea que le provocó una inmensa sonrisa feliz. Unos altísimos tacones le dibujaban sus piernas perfectas. Se quedó mirándola embelesado mientras ella descendía sin apartar sus ojos de él y sin perder aquella preciosa sonrisa -¡¡Estás realmente hermosa, mi vida!!- clamó asombrado sonriéndole dichoso al llegar junto a él, ella sonrió satisfecha besándolo amorosa en los labios. La ceremonia fue corta, Pati y Diego iban de testigos y solo llevaban de invitados a Teresa y su esposo que atendían encantados al pequeño Gonzalo mientras el pequeño Diego, delante de su hermana que lo sujetaba por los hombros, no quería perder detalle de nada ante las miradas divertidas de sus padres. Cuando llegó el momento de ponerse los anillos, Rodrigo sintió una plenitud y una enorme satisfacción al colocárselo a Irene. No podía creerse que ese simple gesto le pudiera hacer sentir tan complacido y orgulloso. Sonreía feliz y ella le correspondió también dichosa. La celebración era en un restaurante elegante donde les prepararon un lugar apartado e íntimo para que estuvieran cómodos. El pequeño Diego quedó prendado de la enorme tarta que su tío se encargara de que no faltara y corrió entusiasmado hacia ella metiéndole decidido el dedo y rebañándole toda la crema de un lado que apuró a meterse en la boca al oír el grito de su madre para detenerlo. Todos rieron divertidos y su tío Diego lo imitó para consolar la ofuscación de su sobrino que le sonrió complacido. -¿No te dije amor que se parecía terriblemente a mi hermano? - indicó entrañable Rodrigo a Irene que sonrió feliz. Fue una comida entrañable y muy entretenida con las bromas y juegos de Diego con su sobrino y Pati. Rodrigo no podía dejar de tocar a Irene, cuando no la sujetaba amoroso por la cintura, le tomaba la mano; tenía necesidad de sentirla en todo momento. Ya entrada la tarde, regresaron a casa despidiendo a su amiga Teresa y a su esposo en la puerta del restaurante. Diego, incansable, corrió al jardín para jugar con el pobre Pluto que había estado solo todo el día, como él decía. Salieron todos al jardín distribuyéndose por los cómodos sofás, Pati acostó a su hermano pequeño en su balancín cerca de ella, se quitó los altos tacones y se sentó en su sofá. Sus padres estaban abrazados sentados en el doble y el tío Diego frente a ella. Se quitó la corbata y la chaqueta, corrió a jugar con el pequeño tirándose en la hierba; el niño y el perro lo asaltaron raudos, Pati se unió al grupo. Se rebozaron en la hierba entre juegos y peleas ante la mirada divertida y entretenida de la pareja. Rodrigo le sujetó amoroso por la nuca y acercó su boca a la de ella, se besaron ardorosos -Te quiero tanto, mi vida- le susurró apasionado; se sentía tan lleno de felicidad, sentía que aquella mujer era suya, le pertenecía y él le pertenecía totalmente a ella. Volvieron a besarse entregados, sensibles y delicados. Deleitándose en recibir el amor que se entregaban con sus bocas -¿Por qué no os vais por ahí? ¡Ir a disfrutar de vuestra noche!- les propuso animado Diego que los observaba sentado en la hierba con el pequeño colgado de su cuello intentando derrumbarlo sobre la hierba; Pati también los miraba arrodillada junto a su tío. -¿Y los niños, Diego?- indicó cariñosa Irene- Gonzalo aún es muy pequeñín- él le sonrió encantado -¡¿Para qué está tío Diego aquí?!- expuso animoso- Además está la princesa que me ayudará con el pequeño- la niña sonrió satisfecha asintiendo con la cabeza animándolos- ¡Ir y divertiros, esta es una noche especial!- ella y Rodrigo se miraron animados, sonrieron dichosos y se levantaron -De acuerdo- expuso entusiasmado Rodrigo sujetando la mano de Irene, ellos les sonrieron felices también por haber aceptado su propuesta -Pero me llamáis a la mínima contrariedad ¿eh?- avisó Irene a Pati que se acercara para besarlos y despedirlos igual que su cuñado y ella asintió tranquila. Cuando ya estaban en el coche, Pati les acercó una bolsa de viaje que tenía preparada con cuatro cosas para pasar la noche fuera. Su madre la miró sorprendida y ella le sonrió dichosa. Fueron a bailar. Bailaban adheridos el uno en el otro, se abrazaban tanto que parecía quererse fundir allí mismo en un solo cuerpo mientras se besaban incansables. Parecía que todo a su alrededor desapareciera para ellos, solo estaban ellos dos en la pista. Rodrigo resbaló sus manos hasta sus glúteos y la aprisionó contra él anheloso -¡Rodrigo, no estamos solos!- le recordó ella abochornada llevándole rauda las manos de vuelta a su cintura mientras él sonreía socarrón -¿Seguimos el baile en otro sitio?- le propuso provocativamente al oído con voz melosa, ella sintió como se le erizaba la piel de la nuca provocándole un estremecimiento gustoso que le recorrió el cuerpo. Asintió resuelta y presurosa. Ya en la habitación del hotel, Rodrigo comenzó a besarla nuevamente deseoso mientras le retiraba el abrigo de encaje. Ella le correspondía agradada y anhelosa también. La besó por el hombro desnudo muy despacio mientras la oprimía contra su entrepierna friccionándose sugerentemente contra ella, sabía como enloquecerla muy bien; ya estaba apremiante, tremendamente encendida y deseosa. Pero él siguió con su calma y lentitud, retirándole el vestido despacio. Debajo no llevaba nada más que una erótica tanga y las medias a medio muslo, él sonrió gustoso al verla; la contempló apetitoso mientras recorría con sus manos su cuerpo desnudo con una tierna y delicada caricia. Además de las manos, pasó a recorrerle el cuerpo con su boca, ella gemía complacida a cada toque de su lengua en su piel ardorosa y acuciosa de su roce. Fue una entrega exquisita, se sentían entusiasmados en hacerse gozar y se deleitaron gratamente en satisfacerse uno al otro. Se sentían plenamente amados y complacidos, cada caricia, beso o mimo estaba cargado de erotismo amoroso que los satisfacía enormemente. Llegaron a la cúspide del placer, Rodrigo apuró sus embistes presurosos por el intrépido final que se abalanzaba sobre ellos llevándolos a un inmenso, delicioso y encantador final. El éxtasis que los embargó los dejó embelesados y plácidamente conformes. Entre tanta felicidad y dicha, los días pasaban veloces y apenas sin darse cuenta. Empezó a recibir todos los jueves una orquídea de nuevo sin tarjeta, aunque ya no la necesitaba pues sabía muy bien de quien era y recibirla la hacía inmensamente feliz. Durante la semana, seguía llamándola a menudo “solo para oír su voz” le declaraba apasionado o, estando en los pasillos del juzgado con su cliente esperando su turno para entrar, recibía un mensaje en su teléfono en donde le decía: “Cada día estás más hermosa”; entonces lo buscaba rauda con la mirada porque sabía que estaba cerca descubriéndolo en el mismo pasillo atendiendo también a sus clientes; él le guiñaba pícaro un ojo y se sonreían encandilados. Luego regresaban a casa así salían del trabajo deseosos de verse de nuevo y, el que llegaba primero, recibía al otro con un entusiasmo maravilloso que aún los enamoraba más. Atendían a los niños y los ayudaban en sus tareas escolares, sobre todo Rodrigo en el que Irene descubrió una paciencia infinita con Diego que nunca quería hacerlas; se le veía feliz y completamente volcado en los pequeños. Y después de acostados los niños, la pasión y entrega en su dormitorio era siempre espectacular, no se apagaba un ápice y, cada noche, se hacían vibrar hasta puntos insospechados. Irene, sentada ante su escritorio repasando unos informes, miró feliz el calendario frente a ella sobre la mesa: al día siguiente ya sería su aniversario de bodas. Una traviesa idea le cruzó la cabeza que le hizo sonreír maliciosa -Tere- le indicó a su amiga sonriendo feliz saliendo a la puerta de su despacho- Para mañana no me tengas citas- la mujer le sonrió encandilada, también recordaba que era su aniversario. -Ya lo he hecho, tranquila- respondió satisfecha y ambas se sonrieron alegres. Al día siguiente apareció en el despacho de Rodrigo sin avisar. Su secretaría le sonrió agradada de verla -¿Está ocupado, Sandra?- le preguntó interesada -No, me prohibió terminantemente ya hace días coger citas para hoy pues dice tener algo muy importante; solo está repasando unos papeles pero está a punto de irse- expuso serena, Irene sonrió encantada, también recordara la fecha y tenía algo preparado- ¿Lo aviso? -No, voy a entrar a darle una sorpresa- ella le sonrió divertida, sonó el interfono. La mujer lo oprimió -Sandra, tráeme el anexo dos de esta tutoría y puedes irte; tienes el resto del día libre- dijo Rodrigo educado -Ahora mismo Rodrigo- respondió ella sin decir nada más sonriéndose cómplice con Irene. -Trae, se lo llevo yo- indicó ella animadamente- Ahora vete ¡¡te dio el día libre!!- la mujer le sonrió agradada y recogió su bolso Irene entró en el despacho de Rodrigo que trabajaba abstraído en los papeles de su mesa sin prestar atención a quien entraba, le pasó el seguro despacio a la puerta. Aquella expectación que tenía siempre en la mirada al entrar ella cuando trabajaban juntos había desaparecido y eso complació a Irene que se aproximó a él entregándole la carpeta; la recogió maquinalmente, seguía sin prestarle atención -Gracias, ya puedes irte; hasta mañana- musitó despreocupado sin levantar ni siquiera la mirada -¿De verdad no necesita nada más, señor Velasco?- le dijo con voz melosa, él levantó la vista mirándola sorprendido al oír su voz y sonrió feliz al verla -¿Qué haces aquí, amor? ¡Me chafaste la sorpresa! ¡Te iba a ir a recoger yo a ti!- expuso desconsolado aunque la miraba encandilado; ella sonrió satisfecha -Creí que te gustaría mi sorpresa… pero si no es así, me voy y te espero en mi despacho- repuso mimosa poniendo pucheros juguetona ante su abatimiento, él sonrió complacido y sus ojos brillaban satisfechos -¡Claro que sí cielo! ¡No digas tonterías!- la intentó sujetar por la cintura para atraerla y abrazarla, pero ella se retiró ligeramente de su alcance evitándolo, él la miró sorprendido- ¿Qué te pasa?- indagó sorprendido -Espera, que la sorpresa no es esta- expuso zalamera, Rodrigo la observó intrigado mientras ella se desabrochaba el nudo del cinturón del abrigo negro que llevaba puesto- ¡Es esta!- exclamó abriéndoselo y mostrando su cuerpo desnudo con solo un sugerente, tentador y provocativo conjunto de sujetador y culotte negro de encaje. El abrió estupefacto los ojos al verla, se reclinó en su sillón para tener una mejor paronámica de la imagen mientras una sonrisa gozosa se dibujó en su rostro. Sus ojos brillaban deseosos examinándola de arriba abajo- Recordé que un día me dijiste que sería un puntazo que viniera a trabajar así… pues aquí me tienes- repuso seductora acercándose a él mientras dejaba resbalar el abrigo por sus hombros hasta el suelo, él seguía observándola sin decir nada; solo aquella sonrisa dichosa y sus ojos encandilados le decían a Irene que estaba encantado. Se sentó sobre la mesa apoyando los pies en ambos reposabrazos de su sillón quedando frente a él en posición atrevida, descarada y muy provocativa- ¿Prefieres esta sorpresa o me voy y espero la tuya?- él rió encandilado; no podía apartar los ojos de su hermosa esposa, estaba hipnotizado y seducido. Ella se deshizo de uno de sus altos zapatos de tacón y empezó a acariciarle despacio el pecho con el pie, lo enroscó juguetona en su corbata y volvió a acariciarle el pecho bajando descarada a su entrepierna y se la acarició provocativamente presionando suavemente- ¿Vas a quedarte ahí mirando o vas a hacer algo con mi regalo?- sonrió gustoso, se sentía embelesado y muy excitado. Aquella caricia incitante lo estaba enloqueciendo. Rápidamente se quitó la corbata poniéndose en pie, la besó presuroso por el cuello, el hombro y atrapó su boca besándola impetuoso, arrebatado. Ella se entregaba fogosa, sus manos le desabrochaban la camisa diligente y acariciaron su cuerpo desnudo provocándole una gran sensación gustosa que le hizo suspirar profundamente. Ya se dirigían ávidas a su cinturón y a su cremallera del pantalón. Atrapó en sus suaves manos su miembro, lo acarició rauda haciéndolo gemir placentero -¿Por qué no te vienes a trabajar conmigo aquí, amor?- expuso anhelante con voz agravada por el deseo mientras recorría su escote con su lengua quitándole hábil el sujetador- Podríamos repetir esto muchas veces más- añadió desposeyéndola de sus braguitas, ella sonrió dichosa -Tú céntrate en apagar este fuego ahora y ya hablaremos de eso después- respondió jadeante acariciándole su nuca guiándolo a sus pechos con los que él jugó hábilmente excitándola muchísimo. Rodrigo continuó su recorrido por su cuerpo hasta atrapar su sexo, ella gimió placida. Seguía tan hábil como siempre y pronto ella se estremecía del placer que le proporcionara. Regresó a su cuello recorriendo su piel y la penetró bruscamente de pronto, ella gimió embelesada. Sus bocas se devoraban ambiciosas mientras sus frenéticos embistes cargados de pasión los llevó rápidamente a un orgasmo furioso, delirante; como aquellos de antes y que tan bien recordaban. Pero, esta vez, Rodrigo no se alejó raudo de su lado dejándola con ese sentimiento de desánimo que la embargaba en aquellas ocasiones; se consagró en besarla tiernamente entregándose enamorados y satisfechos mientras sus manos les recorrían sus cuerpos deleitándose complacidos. -Me encantó tú sorpresa, amor- le susurró meloso al oído mientras jugaba con su lóbulo, ella sonreía gustosa- Yo solo te iba a llevar flores e invitarte a comer -También me gusta tu idea ¿vamos ahora?- le contestó animadamente a su oído jugando ella con el lóbulo de él también. Se retiró levemente, lo justo para recorrer sus ojos por su cuerpo desnudo, sonrió socarrón mirándola a los ojos, tenía una chispa burlona en ellos -¿Así?- le preguntó irónico, ella le sonrió embaucadora -¿Tendría algo de malo?- inquirió descarada apoyando sus manos en el escritorio y reclinándose para mostrar aún mejor su cuerpo. El abría los ojos pasmado al oírla -¿No serás capaz?- preguntó ofuscado y ella soltó una alegre y sonora carcajada al verle aquel rostro de estupor -¡¡Tengo el vestido en el bolso, bobo!!- indicó divertida abrazándose a su cuello besándolo amorosa, él rió recreado -¡Me habías asustado! ¡Pensé que perdieras toda la compostura de repente!- resopló para apaciguarse de la ofuscación que acababa de pasar abrazándola y oprimiéndola vigoroso contra sí, ella se reía fresca y completamente jubilosa- ¡¡Mi gatita, cuando quieres, muy traviesa me eres!!- expuso satisfecho, la miró apasionado y la besó ardoroso- Prométeme que no me cambiarás nunca, mi vida- solicitó esperanzado, ella le sonrió placentera y se besaron dulcemente deleitados. Se empezaron a vestir, Irene se colocaba un vestido negro que solamente se cruzaba atándose en una lazada a su espalda quedándole un escote pronunciado y muy provocador y la falda se abría mostrando el muslo que atraía la mirada agradada de Rodrigo. La observó intrigado, no se colocara ni el sujetador ni las bragas; las recogió, abrió su último cajón del escritorio y, mirándolo tentadora, los soltó dentro desde lo alto -Para que te acuerdes de mí- comentó socarrona cerrando el cajón con el pie mientras se sonreían divertidos -Nunca me olvido de ti, amor- indicó sincero y apasionado. Se volvieron a besar embelesados. Al entrar en el coche de Rodrigo, el vestido se abrió dejando sus tersos muslos al aire. Él los miró fascinado y se los acarició delicadamente subiendo hasta su sexo que acarició suavemente -No sé si llevarte a comer o directamente a un hotel- expuso impetuoso mirándola encantado, ella sonrió complacida -Ahora a comer… Después ya veremos- contestó pícara -¿Estás segura?- le preguntó meloso y comenzó a acariciar provocador su clítoris; ella se mordió el labio inferior gustosa soltando un gemido placentero apretando sus muslos y atrapando su mano entre ellos, lo miró deseosa pero él rió divertido retirando su mano de pronto y arrancó el coche- Sí, primero iremos a comer- aclaró definitivo y tranquilamente guío el coche por el garaje hacia la calle. Irene se quedó desconcertada, se cruzaron sus miradas y se rieron radiantes. Rodrigo detuvo el coche en doble fila no muy lejos de su bufete, Irene lo miró intrigada -Tengo que recoger el encargo- le expuso y se apeó rápido entrando en la floristería. Salió veloz, llevaba un gran ramo de rosas rojas que se lo entregó así entró en el coche besándola amoroso en los labios -Feliz aniversario, mi vida- le dijo apasionado, ella le sonrió feliz observando aquella preciosidad: eran más de dos docenas, y en el medio, tres rosas blancas destacaban entre el rojo pasión de las que la rodeaban. Las olió gustosa -¡Son preciosas, cielo!- lo besó en los labios agradecida- Pero ¿estas blancas? -Son el amor de nuestros tres retoños; el resto es todo mi amor por ti… aunque creo que aún me quedé corto con esas dos docenas y media- explicó animoso, ella sonrió complacida y se volvieron a besar embelesados.

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