martes, 22 de julio de 2014

Caminó lentamente entre las gentes que apuraban sus pasos o detenían presurosos un taxi dirigiéndose felices a sus casas después de un duro día de trabajo… él nunca había salido del suyo con aquella cara de felicidad ni nunca tuvo esa prisa por llegar a su piso, pensó apesadumbrado. Pero reconoció que sí hubo una época en la que él también salía feliz e ilusionado del trabajo ansioso por llegar a su casa: durante aquellos hermosos y felices tres años que compartió su vida con Alicia. Recordó como subía anheloso aquellas escaleras de aquel viejo edificio sin ascensor esperanzado de encontrarla ya arriba; de cómo ella aparecía para recibirlo así oía sus llaves en la cerradura sonriendo con aquella hermosa sonrisa que iluminaba el apartamento y corría a sus brazos feliz besándolo con pasión. Sin darse cuenta, caminaba distraídamente ya por las calles mucho más vacías con una amplia y feliz sonrisa en su rostro acabando frente al restaurante de Mamma Lucía, el pequeño restaurante preferido de Ali. Se detuvo a observarlo desde la acera de enfrente con sus manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y sonrió melancólico. Seguía igual, seguía teniendo aquellas cubiertas pintadas con la bandera italiana sobre sus dos ventanales con aún aquellas cortinas de cuadros rojos y blancos a media ventana que ocultaban a los clientes de las miradas indiscretas de los transeúntes Cruzó la calle y entró decidido haciendo sonar la dulce campanilla de la puerta cuyo dulce sonido volvió a hacerle sonreír, llevándose otra grata sorpresa: dentro también seguía igual, no había cambiado nada. Se sentó en una de las mesas del fondo, más concretamente, en la de la esquina derecha: la que ellos ocupaban siempre; y observó a la clientela. Unos eran familias alegres pasando una velada feliz, otras eran parejitas que se miraban enamorados mientras comían amenos…
-Buenas noches señor, bienvenido- le dijo amablemente la camarera entregándole la carta; él sonrió animado
-Tráigame un pedazo de pastel de limón y un capuchino, gracias- indicó cordial devolviéndole la carta sin abrirla
-Claro señor, ahora mismo.
Saboreó con placer su pedazo de tarta, era tan exquisita como la recordaba, y se deleitó con su capuchino de fantástica y abundante suave espuma. Su mente voló irremediablemente al pasado de nuevo… Alicia sentada frente a él, se comía gustosa su plato de tallarines a la carbonara mientras hablaban entusiasmados y se sonreían felices
-¿Sabes cielo? Hoy la doctora Martínez me ofreció asistir a una operación de apendicitis- decía entusiasmada
-¿Asistir nada más? ¿No te dejó hurgar en las tripas del pobre paciente?- bromeó ameno
-¡Idiota, sabes que aún no puedo!- se rieron alegres-¡Pero me dejó suturar la incisión y me dio la enhorabuena por mi fantástica sutura!
 -¡Mira tú, ya tengo toda una doctora que me zurza los calcetines!- bromeó de nuevo
 -¡No seas bobo!- protestó melosa metiéndose otro bocado de pasta en la boca quedándole restos de la blanca salsa en la comisura de su hermosa boca
-Mucha doctora pero ya te has vuelto a manchar mi niña- repuso cariñoso tomando su servilleta y sujetándole el mentón para aproximarla a él, pero ella se relamió con la punta de su lengua buscando la salsa; Vega sonrió alegre al verla realizar aquel gesto tan inocente pero sumamente provocador que le encandilaba
 -¿Ya está?- indagó curiosa, él seguía sonriendo dichoso
-No mi dulce melocotón, ven- ella se aproximó a él y la besó apasionado; ella respondió ávida y codiciosa, se entregaron a un beso ardiente e inmensamente intenso- ahora sí mi vida- le murmuró satisfecho mirándola ambicioso, los negros ojos de ella también estaban encendidos y ardientes
-¿Nos vamos a casa Vega?- le susurró zalameramente ansiosa, él sonrió complacido pagó la cuenta y se fueron presurosos al piso corriendo por las calles tomados amorosos de la mano mientras reían felices…
 -¿Desea algo más señor?- le interrumpió en sus bellos recuerdos la muchacha, él le sonrió amable
-No gracias, estaba todo buenísimo como bien recordaba; tráigame la cuenta por favor- la muchacha le sonrió agradecida
Al salir del restaurante se percató de que empezara a caer una fina y persistente llovizna, sonrió de nuevo nostálgico; hasta aquella llovizna tan clásica de su tierra había extrañado en esos años fuera. Se levantó el cuello del abrigo nuevamente para abrigarse pero regresó sin apurar el paso, siguió con su lento y parsimonioso paseo con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. Aunque estaba ya en su tierra, se sentía como en Sidney; indiscutiblemente igual: solo, muy solo, tremendamente solo… Con esa sensación de no pertenecer a ninguna parte, a ningún sitio. Ya no era de allí: reconocía las calles, algunos locales, pero no se sentía en casa; igual a como le sucedía en Australia, no sentía su piso como su casa, como su hogar… era solo un lugar a donde regresar al salir del trabajo. Al abrir la puerta de su suite se detuvo sin entrar en el umbral y la observó detenidamente, aquella sensación que lo embargó era exactamente igual que con su apartamento en Sidney, bien podía ser mismamente el mismo lugar: solitaria, indiferente y tremendamente fría.
-¿Le sucede algo señor?- le habló inquieto el ascensorista al ver que no entraba en su cuarto
 -¿Qué?- indagó desubicado mirándolo confundido
-¿Si le ocurre algo a la suite señor? ¿Llamo a recepción?
-No, no se preocupe; todo está bien gracias... Me quedé traspuesto pensando, debe ser el cansancio del largo viaje, nada más; muchas gracias- respondió mostrando una sonrisa amable
-Vale, que descanse luego señor
-Gracias de nuevo- entró en la suite y cerró la puerta tras de sí. Sacudió enérgico el abrigo para sacudirle el agua de la fina lluvia y lo dejó en el perchero de la entrada. También se retiró los zapatos empapados dejándolos allí. Descalzo por la mullida moqueta se dirigió a su cuarto, se desnudó completamente y se puso los bermudas negros de algodón y la camiseta gris que usaba siempre para dormir y regresó a la sala. Se sirvió una botellita de whisky del mueble bar y enchufó la guitarra, bebió un sorbo del whisky y empezó a entonar despacio: “Smoke on the water”. Pero pronto tocaba a todo gas y con una precisión increíble “Rock you like a hurricane” poniendo toda su energía en ello.
Se despertó ya entrada la tarde, eran las cinco. El día había cambiado totalmente, muy normal también allí: tanto podía brillar el sol como ponerse a llover; y hoy tocaba que el sol brillaba en todo su esplendor. Tras darse una ducha y vestirse unos vaqueros y un jersey de hilo fino, se calzó unas deportivas negras y, salió de la habitación tras recoger su chaqueta de piel negra colgándosela despreocupadamente del hombro por un dedo
-Buenas- saludó ameno al portero que le sonrió agradado
-Buenas, señor ¿hoy sí desea un taxi?
 -No, me apetece caminar de nuevo pero gracias- aclaró animado sonriéndole y él le devolvió la sonrisa
-De acuerdo señor, si me permite puedo recomendarle el museo, están con una exposición maravillosa de Rubens
-Gracias pero hace un día demasiado hermoso para encerrarse ¿no cree? Seguro que mañana tocará un día más propicio de museo- se volvieron a sonreír- Me voy mejor a pasear por los jardines de la finca de la condesa… ¿siguen abiertos al público verdad?- indagó inquieto
-Sí señor, todo el año; desde las diez de la mañana a las ocho de la tarde
-Genial, pues vámonos para allá- se rieron animados
-A su disposición señor
-Vega por favor- le dijo amistoso mostrándole la mano
-Pues Manolo entonces- respondió estrechándole amistoso la mano
-Bien Manolo, nos vemos
Paseó tranquilamente por aquellos cuidados jardines. Aunque estaban hermosos, en primavera eran más bellos que en invierno. Se internó en el bonito paseo que había entre las altas cañas de bambú y se sentó en uno de los bancos. Estiró sus largas piernas metiéndose las manos en los bolsillos de sus vaqueros recostándose contra el respaldo del banco y cerró los ojos deleitándose con el suave silbido que el viento provocaba en las cañas y como ellas se entrechocaban y crujían de una forma muy característica que a él le encantaba. Había acudido muchas veces allí a estudiar cuando estaba en la universidad, era un sitio tranquilo y muy apacible, con una serenidad envolvente que te desplazaba a otro mundo; parecía como si todo y todos se hubieran evaporado y solo quedaras tú en el mundo. Recordó que a Alicia sin embargo le provocaba inquietud aquel lugar, sentir aquella soledad la atemorizaba terriblemente; nunca le gustaba estar sola, tenía un miedo pavoroso a quedarse sola…
-Mi dulce, cándida y miedosa pequeña- murmuró conmovido, así le decía abrazándola tierno acunándola entre sus brazos mientras la consolaba de aquella desazón que le invadía en aquel lugar… Y él la había dejado sola hacía siete años, completa y terriblemente abandonada… Suspiró profundamente, no quería recordar más, no quería volver a hundirse en aquella tristeza, hoy no: brillaba el sol.
 Se acercó a la playa y paseó tranquilamente por la orilla del mar. Aquello estaba sentándole realmente bien. La suave brisa le rozaba el rostro, el olor del mar le encantaba y el suave murmullo de las olas lo acariciaban serenándole tremendamente.
-Ayer le oí tocar, señor; lo hace realmente bien ¿pertenece a algún grupo o algo así?- le dijo animado el ascensorista
-Gracias… pero no, solo lo hago por divertimento y porque me desestresa muchísimo
-Ah… pues hay un garito en la catorce que permiten tocar a quien lo desee; algún día podía acercarse y deleitarnos con su buena música- se sonrieron amenos
-Gracias pero nunca toqué delante de nadie como para hacerlo delante de público- se bajó del ascensor ya en su planta
-Pues piénselo, realmente lo hace muy bien; y si le acoplamos una buena batería, quedaría perfecto- lo animó amistoso moviendo las manos como si tocara los platillos y él le sonrió agradecido.
Aquella mañana apareciera de nuevo cubierta y tremendamente fría. Así que se decidió por el museo por fin. Lo recorrió calmosamente deleitándose con los hermosos cuadros de mujeres orondas con las que Rubens parecía tener obsesión. Comió en Mamma Lucia y, como no parecía que se fuera a decidir a llover, caminó sin rumbo por las calles. Se sentía bien, cobijado con un gordo y suave jersey de lana en crudo de cuello alto y unos pantalones de pinzas negros bajo su chaqueta de cuero negra y con las manos eternamente metidas en los bolsillos delanteros, se dejó llevar sin dirección y sin prestar atención hacia donde se dirigía. De pronto se detuvo asombrosamente sorprendido. Observó la calle ante él sin podérselo creer: sus pies le habían llevado a su antiguo barrio, a donde había vivido con Alicia, a donde realmente había sido muy feliz. Seguía igual, como si los años no hubieran pasado por allí, y los recuerdos lo asaltaron de nuevo
-¡Me encanta este barrio Vega! ¡Me tiene enamorada!- le decía Alicia dando pequeños brincos entusiasmada sujeta a su brazo mientras él solo podía sonreír feliz andando por esa misma acera hacía diez años- ¡Mira mi cielo, fíjate, todos los edificios iguales de no más de cuatro plantas; no esas enormes moles de cemento y cristal del centro! Con sus escaleritas delanteras de piedra…- expuso con voz melosa mirándolo mimosa y él rió animado; la recogió entre sus brazos y se besaron apasionados. Vega esbozó una enternecida sonrisa recordando aquel momento, parecía aún estar viéndose caminando por aquella misma acera con Alicia ceñida a su cintura mientras él la rodeaba completamente enamorado por los hombros, llenos de ilusión y felicidad. Llenos de entusiasmo y miles de sueños. Iban a alquilar juntos su primera vivienda; ya no andarían a esconderse en la residencia de uno o en la del otro, huyendo de los inspectores de dormitorios: se iban a vivir juntos por fin.
Buscó el portal: el 204. Se detuvo ante las escaleras y observó el edificio. Seguía también igual… ¿aún viviría ella allí? Cruzó por su mente la pregunta dándole un respingo el corazón mientras comenzaba a latirle frenético; pero el letrero en la ventana del bajo lo sacó de dudas: “se alquila el ático. Razón aquí.” ¿Qué pasaría si le echaba un vistazo? Un pequeño vistazo para recordar viejos tiempos felices… Nada, no pasaría nada, se decía animado
-Hola ¿deseabas algo?- le decía una mujer regordeta delante de él que lo miraba amable mientras le sonreía amistosa con su puerta abierta dentro del portal. Estaba desconcertado: había entrado y llamado a la puerta de la buena mujer sin haberse dado ni cuenta
-Hola, he visto el cártel y me gustaría echarle un vistazo a ese ático ¿tendría algún inconveniente?- le comentó cordial
-Claro que no hay problema; lo único que tendrás que subir solo, estoy esperando una llamada muy importante y sea que deje la casa para que suene el teléfono ¿te molesta?
 -No, para nada; no se preocupe- se sonrieron amistosos y la mujer le entregó la llave
-No hay ascensor, tendrás que subir…- le indicaba amable pero él ya subía raudo de dos en dos los escalones como hacía antaño buscando llegar cuanto antes junto a su amada Alicia. Cruzó el último largo descansillo del edificio que era una planta vacía de viviendas donde una larga cristalera daba luz al ático y se apresuró a alcanzar los cinco escalones para llegar a la puerta de la buhardilla pero se frenó de golpe. Una pequeña jugaba con muñecas sentada en las escaleras e iba tan apresurado que casi le pasa por encima
-Hola- le dijo ella mostrándole una abierta sonrisa sin inmutarse
 -Hola ¿qué haces aquí?- le preguntó sorprendidamente extrañado
 -Jugar- contestó tranquilamente desubicándolo, pasó junto a ella e intentó abrir la puerta del ático- ¿Vas a venir a vivir para aquí?- le preguntó curiosa- hace mucho que esa casa está vacía
 -¿Mucho? ¿Cuánto?- indagó interesado por si Alicia fuera la última en irse, entonces se percató de que su aroma a melocotones frescos aún se percibía en el ambiente como él recordaba ¿o era su mente la que le estaba jugando una mala pasada?
-Mucho, desde que empezó el nuevo curso- respondió tranquilamente regresando a jugar con su muñeca
-Si mal no recuerdo, empieza en septiembre; entonces solo hace dos meses que quedó vacío- aclaró desconcertado y la niña lo miró sonriéndole de nuevo con una sonrisa abierta y dulce
-¡Lo que yo he dicho: mucho!- repuso satisfecha y él rió divertido- vivía la señora Adela, pero cuando se murió su marido, se la llevaron a un sitio mejor donde estará mejor cuidada; me lo explicó mi mamá
-Ah- repuso él abriendo la puerta al fin
-Pero no le dejaron llevar a su gatito ¿sabías?- siguió contándole la niña
 -Vaya… ¿Y ahora lo tienes tú en tu casa?
-No que va, la abuela le tiene alergia… anda por ahí- respondió despreocupada, Vega volvió a reírse animado. Se oyó la puerta de la calle y la niña metió la cabeza entre los barrotes vigilando quien llegaba- mi mami, me voy- indicó presurosa recogiendo su muñeca y sus vestiditos; se sujetó al pasamano con su pequeña mano y le dedicó una dulce y agradable sonrisa antes de comenzar a descender las escaleras- Chao
Bajó las escaleras dejándolo desconcertado mirándola. Volvió a sonreír ameno y entró en el apartamento. Al entrar te encontrabas ya en el amplio salón que era casi todo el apartamento. La cristalera del tejado sobre la zona del salón desde donde se divisaba un cielo estrellado en las noches despejadas, seguía igual. Solo entrar, Vega sintió algo extraño que le hizo tomar aire profundamente mientras esbozaba una sonrisa dichosa; lo invadió un descanso, una paz y una alegría interna que hacía años no sentía y comprendió lo que ocurría: se sentía en casa, al fin encontrara su lugar… aquel era lo único que él conociera como su hogar. Recorrió el apartamento despacio. Estaba amueblado de otra manera, más seria y formal que como ellos la tenían pero eso no importaba. Aquella era su sala desde donde, entrelazados amorosos después de amarse intensamente sobre la alfombra, se reponían observando deleitados las estrellas sobre sus cabezas; su pequeña cocina separada de la sala por una pequeña isla de ladrillo rojo donde cocinaban enredando siempre juguetones… aquel era, definitivamente, su hogar.
 Cuando se adentró en el dormitorio, aunque no se parecía en nada al que ellos tenían pues se basaba únicamente de un grueso doble somier en el suelo y ahora era un dormitorio completo de madera de caoba; los recuerdos más dolorosos le asaltaron de nuevo. Ella reptaba sobre su pecho desnudo depositando ardientes besos con su boca provocándolo terriblemente hasta llegar a sus labios y empezó a jugar con ellos
 -No desperdiciemos nuestra última noche discutiendo cielito- le susurró melosa y se besaron ardientemente apasionados aunque en sus bocas tenían cierto sabor a agrio pesar, aquello tan bonito y lleno de amor que vivieran en esos tres años, se acabaría tras esa noche. Se hicieron el amor como nunca habían imaginado poderse donar el uno al otro. Aunque siempre sus entregas fueran completamente complacientes y deliciosamente encantadoras pues ambos sabían cómo llevarse hasta lo máximo del placer; aquella noche no solo se entregaron, se traspasaron completamente el uno al otro todo ese amor que se sentían de manera enteramente pasional y ardiente. Fue una demostración de sentimientos absolutamente desprendida como si cada uno quisiera que el otro se quedara con algo dentro muy suyo, muy íntimo; una huella que nadie nunca, jamás, pudiera borrar de sus cuerpos ni de sus mentes. Una descarga definitivamente desprendida y decidida a marcarles para siempre. Vega sintió como aún se le erizaba la piel y su cuerpo se estremecía al recordar aquella pasión total con la que Alicia se le entregara aquella noche. Se volvió y se quedó inmóvil mirando la puerta de la calle. Como un espejismo, allí estaban de nuevo ellos dos con las maletas de él junto a la puerta mientras se besaban con una pasión extrema de despedida
-Por Dios te lo pido, vente conmigo Ali; no me abandones amor mío, te quiero Ali, te quiero tanto vida mía- le suplicó angustiado tomando su dulce rostro entre sus manos mientras ella lloraba silenciosamente mirándolo con aquellos hermosos ojos tan tristes y apagados
-No me digas eso Vega- le rogó afligida posando sus manos sobre las de él- no soy yo quien te abandona mi amor, eres tú quien ha decidido irse; yo no tengo elección, tú sí… puedes aceptar ese puesto en Madrid, puedes venir los fines de semana y cuando a ti no te sea posible, bajaré yo a verte… no tenemos por qué romper esto definitivamente mi amor- expuso esperanzada
-Sabes que el amor a distancia no es para mí Ali; no me fío, no creo que en eso- explicó rotundo
-Lo siento… has decidido jugártela al otro lado del mundo sin tener seguridad de si saldrá bien o mal… no esperes que abandone mi vida y te siga Vega, me costó mucho llegar hasta aquí y lo sabes; yo no tengo más oportunidades que ésta, tú sí puedes elegir mi amor
-Ese puesto en Madrid no tiene futuro Ali; Sidney sí- le reclamó dolido
 -Tú mismo Vega- musitó desolada
Se miraron fijamente a los ojos y ambos vieron que sus decisiones estaban tomadas y ninguno iba a cambiarla. Él se volvió, recogió sus maletas y se detuvo unos instantes en el umbral de la puerta como si recapacitara en lo de irse
-¡No te vayas estúpido! ¡No la dejes imbécil! ¡¡ Lo que vas a buscar, no vale la pena comparado con lo que estás dejando atrás!!- chilló angustiado mientras rompía a llorar desconsolado, pero su reflejo siguió adelante cerrando la puerta tras de sí. Desamparado, se derrumbó de rodillas en el suelo y lloró como nunca hubiera imaginado podría hacerlo un ser humano.

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