sábado, 25 de abril de 2015


     Habían pasado ya dos semanas desde aquella llamada que no se volvió a repetir. Clara observaba intrigada como Jaime otra vez esperaba ansioso que su teléfono sonara y, cuando así ocurría, como lo recogía raudo examinando con un brillo esperanzado en la mirada la pantalla, pero su rostro volvía a quedarse desconsolado al comprobar que la llamada era de alguien conocido. Y lo más sospechoso es que, cuando preguntaba, él esquivaba descaradamente contestarle irritándola terriblemente: seguía esperando con desesperación una llamada de esa estúpida niñata y eso la fastidiaba tremendamente ¿es qué nunca pensaba pasar página y olvidarla?
Clara lo animó a apuntarse con ella a un gimnasio. Al principio iba de mala gana pero pronto se empezó a sentir mucho mejor, la adrenalina que quemaba frenético en aquellas máquinas de ejercicios le ayudaba a descansar por las noches. También se volcó en el trabajo para mantenerse ocupado y no pensar; y, al estar tan centrado en la nueva corporación, aquellas ansias por contestar el teléfono poco a poco se fueron apagando. La corporación empezó a despegar dando buenos frutos y la empresa comenzó a crecer a pasos agigantados gracias al perseverante trabajo y buen olfato de Jaime en las asociaciones. Pronto iban a dar un gran paso que significaría ya su expansión por todo el país.
 Mientras, el embarazo fue mejorando para Lucía; ya no se sentía tan mareada ni vomitaba a todas horas, aunque las nauseas matutinas no se pasaban con nada. La doctora Sánchez le dijo que a partir del tercer mes cederían, así que quedaban solo dos semanas más de sufrimiento y las cosas se pondrían aún mejor. Esther, tan tierna y cariñosa como siempre, estaba atenta a cualquier necesidad que tuviera y la cuidaba con un cariño y un esmero digno de la mejor hermana mayor. Además, con un entusiasmo tremendo, le regaló toda la ropita de Iris de cuando naciera emocionando muchísimo a Lucía que la guardó con gran ilusión. Nunca volvió a insistirle en llamar a Jaime, cosa que Lucía agradeció inmensamente; aunque nunca llegó a enterarse de que el motivo era porque se había asustado terriblemente con la reacción de Carlos; si él, que era siempre tan compresivo y pacífico, había reaccionado así... ¿qué no haría Jaime siendo, cómo Lucía había dicho, tan arrebatado cuando se enfadaba? No, mejor dejarlo todo como estaba; ya llegaría el momento de decírselo... a lo mejor, algún día.
 -Hoy tienes peor cara que nunca mi niña ¿te encuentras bien?- se interesó Esther cuando Lucía se sentó cansadamente junto a ella en el banco del parque cuando regresó de trabajar- ¡¿Has comido Lucy?! ¡¡Seguro que no has comido nada y así no te vas a recuperar de esa anemia, chiquilla!!- regañó al instante muy maternal y tierna
-Sí que comí; comí un filete con ensalada y dos piezas de fruta en la cafetería, no te pongas pesada- protestó suavemente aunque la miró agradecida por su desvelo
-¿Entonces mi ángel?- instó preocupada
-Es que estoy muy cansada Esther; cada día me cuesta más levantarme de la cama y después estoy todo el día con un agotamiento que no es normal- explicó sin fuerzas, Esther le sonrió comprensiva -Es natural mi niña, más con la anemia tan terrible que tienes- aclaró cariñosa tomando tierna la mano de Lucía entre las de ella- mira cielito ¿por qué no te apuntas a una academia y te sacas el título de enfermera? Del dinero ni te preocupes que nosotros te ayudaremos a pagarla; seguir en la cafetería sería una locura cielito: cada vez te será más complicado estar tantas horas de pie pues el cansancio irá en aumento así tu barriguita vaya creciendo y no te digo nada después con el bebé... además mi niña, van a venirte muchos gastos, cada vez más, y con ese sueldo que tienes no vas a poder salir adelante; ya ahora para pagar el alquiler y comer todo el mes se te está haciendo cuesta arriba...
-¿Tú crees?- expresó dudosa mirándola indecisa
-¡No lo creo Lucy, lo sé; no puedes ni imaginarte lo que gastan estas criaturitas con lo chiquitas que son! Y yo haré todo lo posible para buscarte un sitio en el hospital; venga, anímate- la alentó animosa, Lucía se lo pensó unos segundos y le sonrió decidida. A la semana siguiente, empezó a estudiar enfermería. Con el gran apoyo y ternura de Esther, el cariño inmensurable de Carlos y cada día más animada con su curso de enfermería, iban pasando los días y Lucía engordaba feliz aunque sufría grandes altibajos, sobre todo cuando pasaban cosas notorias como por ejemplo las primeras patadas del bebé. Sintió una alegría inmensa al notarlo por primera vez... pero al mismo tiempo una terrible pena y melancolía la asaltó no pudiendo evitar las lágrimas por no estar Jaime a su lado disfrutando de aquel momento tan hermoso y maravilloso que su pequeño le ofrecía.
 Pasados seis meses desde aquella misteriosa llamada, Jaime resolvió una mañana, rotundo y totalmente decidido, dejar el pasado atrás de una vez. Seguir esperando por algo que nunca iba a ocurrir era ya estúpido y enfermizo. Así que llamó al investigador que seguía buscándola cancelando sus servicios, cambió su número de teléfono por si se le ocurría volver a llamar, ya estaba bien de jugar con él, y dejó aquel piso que tantos bellos recuerdos le traía a la memoría mortificándolo terriblemente y regresó a vivir con sus padres. Clara, al verlo tan resuelto a cambiar por fin su vida, volvió a retomar decidida la lucha por enamorarlo; sabía que le iba a ser complicado, siempre lo había sido pues a pesar de todos sus esfuerzos durante tantos años, él nunca la había visto como mujer sino como una simple compañera; pero mucho más ahora con la sombra de Lucía empañándole la mirada porque, aunque intentaba superarlo y disimularlo, parecía que para sus ojos el resto de mujeres habían desaparecido desde que aquella estúpida niñata se había ido. Pero no se dio por vencida y poco a poco fue enredando su telaraña sobre él invitándolo a salir a cenar de vez en cuando, o a tomar algo a algún pub un sábado por la noche, o ofreciéndose al instante a acompañarlo cuando aparecía algún compromiso de la empresa. Aunque Jaime nunca dio muestras de ello, se percató de sus intenciones al instante y sabía que sería algo inútil por su parte como lo había sido todos aquellos años atrás; y, como también todos aquellos años atrás, hizo como si no se diera cuenta de nada. Pero la verdad es que tenía que reconocer que salir le sentaba bien y se divertían mucho juntos, así que esta vez se dejó enredar sin dar pie a algo más profundo que una buena amistad y poco a poco aquellas salidas esporádicas a cenar y bailar empezaron a repetirse más asiduamente
 -¿Vas a salir hoy de nuevo cielito?- preguntó su madre al verlo entrar en la sala aquel sábado por la noche recién duchado y bien vestido pero informal
 -Sí ¿por qué?- expresó desenfadado aunque la miró prevenido; sabía a dónde quería llegar, nunca le había gustado Clara y seguía sin gustarle; para ella, cómo Lucía, no había mejor mujer en el mundo... -Por nada- resolvió moviendo despreocupada los hombros- Con... Clara otra vez ¿no?- instó cómo no queriéndole dar importancia aunque su voz sonó reprochadora
-Sí, con Clara ¿tienes algún problema con eso mamá?- bramó irritado enfrentándola con una mirada airosa, su madre apretó incómoda los labios indicando que estaba en desacuerdo con aquellas salidas- pues vete acostúmbrate ¿me oyes? porque voy a seguir saliendo con ella te guste o no- remarcó rotundo y se dirigió a paso decidido hacia la puerta de la calle; pero antes de cruzarla, se volvió para mirar a su madre a los ojos- ¡¡Y olvídate de una puta vez de Lucía porque no pienso volver con ella ¿entendido?!!- clamó furioso y se fue de la casa dando un tremendo portazo. Su madre se quedó cabizbaja no pudiendo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas
 -No aprendes cielo, y así llevas los disgustos que te llevas- habló conmovido su esposo Héctor pasándole cariñoso el brazo por los hombros
-Está cometiendo un error Héctor, un grave error; lo estoy viendo irse sin remedio hacia un terrible abismo que lo hará sufrir aún más de lo que ya lo está haciendo y no me deja ayudarlo a abrir los ojos- sollozó afligida, su esposo la abrazó conmovido contra su pecho; él también miraba lo mismo que su esposa, pero sabía que sería inútil hacerlo entender, así que mejor, que él mismo diera con la cabeza contra la pared.
Aquella madrugada, Lucía se despertó al sentir humedad en sus sábanas y con una fuerte presión en el bajo vientre y los riñones. Había roto aguas y el parto era inminente. Llamó muy asustada a la puerta de Esther y ambos acudieron de inmediato pues ya estaban alerta desde hacía días, aunque aún le faltaba una semana para acabar el tiempo, sabían que el primer parto siempre podía adelantarse como así ocurrió. Carlos intentó tranquilizarla todo lo que pudo pues estaba muy nerviosa mientras Esther recogió la bolsa que Lucía tenía preparada desde hacía semanas y se la llevó al hospital quedando Carlos con la pequeña Iris. Dio a luz a un niño precioso en un parto relativamente fácil pero tremendamente triste para ella; pues, aunque Esther y la doctora Sánchez la acompañaron en todo momento dándole ánimos y muestras enormes de cariño, sintió terriblemente la falta de Jaime a su lado en aquel momento; mucho más que nunca. Aún lloró más desconsoladamente así tuvo a su pequeño entre sus brazos, era la mujer más feliz y dichosa del mundo pero, al mismo tiempo, se sentía tremendamente sola.
-Héctor, mi pequeño Héctor- expresó llena de amor sin poder dejar de llorar acariciándole aquel abundante pelo negro que poseía igual al de su padre
 -¿Héctor?- repitió descolocada Esther mirándola pasmada- pero cielito ¿no ibas a ponerle Jaime?- indagó intrigada, ella le sonrió tierna
 -Héctor es su abuelo, Esther; el padre de Jaime y también lo más parecido que yo tuve a un padre... le quiero muchísimo y al ver a mi chiquitín, su rostro me vino al momento a la cabeza; no, mi chiquitín se llamará Héctor- explicó resuelta y dichosa y ambas sonrieron complacidas.
Cuando regresó a casa, entre Carlos y Esther le habían comprado la cuna y algunos detalles más que le faltaban a la habitación que había estado preparando para su pequeño poco a poco y con gran trabajo
 -¡Que preciosidad de chiquitín, Dios! ¡Sí parece un muñeco de lo lindo y perfecto que es! ¡Tiene una cara de pillo que sospecho me va a traer loco y si no ya lo veréis!- exclamó encandilado Carlos acunando al pequeño dulcemente entre sus brazos mientras ellas lo observaban riéndose enternecidas sentadas en el sofá- ¿Y el trabajo en la cafetería, cielito? Ahora sí que te será complicado
 -Lo dejé ya; para dentro de dos semanas tengo los exámenes y quiero centrarme bien en ello… Además, si no apruebo, buscaré otra cosa, necesito más sueldo ahora con Héctor.
-¡¡Claro que aprobarás cielito!! Además, tienes que hacerlo porque el hospital están contratando más ATS y no puedes dejar escapar esta oportunidad… ¿Te imaginas estar trabajando juntas, hermanita?- expresó alegre Esther y ambas se rieron ilusionadamente esperanzadas.
Lucía aprobó y entró a trabajar en el hospital con la ayuda de Esther y el apoyo inesperado del doctor Martínez. Se descubrió a sí misma como una enfermera eficaz, cariñosa con los pacientes y siempre atenta a cualquier necesidad o contratiempo. Tanto médicos como pacientes la apreciaban cada día más y acudían a ella sin reticencias siendo siempre resueltos sus problemas con una eficacia impecable. Sin esperárselo había encontrado lo que tanto anduviera buscando: sentirse útil y ayudar a los demás. Siguió estudiando y al final acabó con el título de enfermería. Al cabo de dos años se dio cuenta que, entre su precioso pequeño que crecía sano y feliz y cada día se parecía más a su padre, y su trabajo en el que se sentía plenamente realizada, aquel vacío que siempre había sentido en sus adentros había sido por fin ocupado... pena que ahora fuera en su corazón donde sentía un vacío tremendo al faltarle Jaime a su lado; pero su pequeño la recompensaba con creces.
 En aquellos dos años la empresa de Jaime había despegado de manera espectacular y ya habían abierto varias sucursales por todo el país. Él aún se volcó más ilusionado en el trabajo viajando de continuo llevando muy atento los negocios que cada vez iban más viento en popa. Parecía que no existía nada mas para él que la empresa. Pero por mucho que se esforzara en intentar olvidar a Lucía, aún soñaba todas las noches que ella regresaba a su lado. A veces la estaba esperando en el andén de la estación y la veía bajarse realmente preciosa del tren, otras aparecía inesperadamente en la puerta de su casa ofreciéndole una de aquellas sonrisas suyas que lo enloquecían, o se la encontraba de casualidad caminando por las calles de la ciudad, siempre hermosa y maravillosa… pero, fuera como fuese el encuentro, era un reencuentro maravilloso donde se amaban apasionados entregándose ese gran amor que aún conservaban y ya se quedaban juntos para el resto de sus vidas... Al despertarse, una enorme desolación lo asaltaba al descubrir que solo fuera un sueño, muy bello y placentero, pero simplemente eso: un sueño; y Lucía ni estaba a su lado ni mucho menos entre sus brazos regresando aquel vacío desgarrador a su corazón.
 Clara en aquellos años había intentado varias veces llegar a algo más con él pero siempre fue rechazada, aunque eso sí, siempre muy tierno y educado para no lastimarla
-Cielo, somos compañeros, muy buenos amigos y nos llevamos de maravilla ¿por qué estropearlo queriendo ir más allá? Esperemos a ver qué pasa ¿sí? No forcemos las cosas- denegaba muy cariñoso su propuesta mientras le regalaba una dulce caricia en su mejilla que hacía que le ardiera la piel... pero ella sabía que aquel rechazo era porque, en el fondo, él seguía esperando a la estúpida de Lucía y ella más odio le cogía a aquella niñata insulsa y poca cosa que tanto daño aún le estaba provocando a pesar de haber desaparecido de su vida para siempre
 Al cabo de cinco años, las cosas habían dado un giro tremendo en la empresa y el dinero entraba a espuertas. Aunque él seguía trabajando sin descanso y viajando continuamente por todo el país pues enfrascarse en el trabajo lo hacían estar entretenido y no recordar tanto a Lucía; tampoco dejó el gimnasio, descubrió que el llegar extenuado a casa o al hotel después de una buena sesión de pesas, no le permitía tener aquellos sueños inquietantes donde Lucía regresaba a su lado. Desde hacía un par de meses se había planteado rendirse a los encantos de Clara ¿Y por qué no? Ella llevaba mucho tiempo tras él demostrándole que lo amaba con creces y nunca le había fallado como amiga ¿por qué no probar como pareja? Solo era cuestión de intentarlo… Así que empezó a devolverle sus caricias amorosas, sus besos apasionados… pero cuando Clara se encendía e imploraba más con su cuerpo ardiente rozándose deseoso contra el suyo, en su mente aparecía el bello rostro de su Lucía y le era muy difícil corresponderle. Jaime cerraba con desesperación los ojos intentando borrar su imagen y dejarse llevar por el momento sin pensar en nada más y hacer todo lo posible por complacer los deseos de Clara, pero le era imposible. Sin ser ofensivo y lo más amable posible, se apartaba de ella y acababa con aquel mal momento que estaba pasando. Pero aquella noche, ella se adelantó a su rechazo y, rauda y habilidosa, le desabrochó la cremallera del pantalón y acarició terriblemente provocadora su pene que reaccionó al instante tras tantos años de abstinencia; y ya, cegado de deseo y sin poder pensar en nada ni en nadie, se entregaron desquiciadamente avariciosos y tremendamente necesitados... Al finalizar, Jaime, aunque se sentía totalmente complacido y muy satisfecho, sintió un tremendo vacío en su interior comprendiendo que solo había sido eso para él: un desahogo sexual; satisfactorio y realmente ardiente, pero únicamente un desahogo. Además, aquella noche irremediablemente volvió a soñar que Lucía regresaba a su lado y se entregaron tan pletóricos de amor, con tanta pasión y fue tan extraordinariamente real que cuando despertó, a pesar de su pantalón del pijama manchado de semen, se sintió mucho más satisfecho y totalmente colmado de placer que cuando lo hiciera con Clara.
 Pero no desistió en su empeño. Quería intentarlo, deseaba con todas sus fuerzas rehacer su vida, dejar por fin el tortuoso recuerdo de Lucía atrás, y Clara era la mejor opción para conseguirlo. Intentó varias veces hacerle realmente el amor, entregarse en cuerpo y alma a Clara, pero le resultó imposible. Siempre le quedaba esa sensación de vacío de haberse solo desahogado. Un día probó a cerrar los ojos e imaginarse que estaba con Lucía en vez de con Clara, que aquellos gemidos de placer eran de su amada y al fin logró disfrutar plenamente y que ella también quedara totalmente satisfecha. Aunque al abrirlos de nuevo y ver que era Clara y no Lucía quien estaba bajo su cuerpo sudorosa y sonriendo feliz, aquella sensación que sentía antes fue sustituida por un molesto sinsabor de haberla vuelto a utilizar pero esta vez aún más deshonestamente. También empezó a invitarla junto a sus padres a comer los domingos por ahí y pasaban juntos una tarde agradable. Poco a poco fueron conociéndola y acabó por fin cayéndoles bien… pero a pesar de sus esfuerzos por ser amable y atenta, no era Lucía y nunca lo sería; y eso Jaime también lo sabía muy bien. Nunca llegaron enterarse de lo que realmente ocurriera con Lucía, para ellos solo habían roto de manera amistosa; cosa que su madre nunca le perdonó pues aquella muchachita dulce y cariñosa les había ganado el corazón de manera increíble y ella no perdía ocasión de reprochárselo; últimamente, desde que pasaban los domingo juntos, su madre al llegar a casa soltaba un profundo suspiro mientras susurraba:“No es mala chica, pero por muchos aires que se dé, no le llega ni a la suela de los zapatos a nuestra Luci ¡ella era tan linda y dulce...!” hiriéndolo terriblemente.
 -Lo de Lucía se acabó mamá; olvídala de una puñetera vez ¿quieres?- remarcó categórico aquella noche, su madre se sonrojó avergonzada y él se sintió mal por desairarla así, pero necesitaba hacérselo comprender- ahora es Clara la que está en mi vida mamá, por favor entiéndelo; además… estoy pensando seriamente en empezar una relación formal con ella- murmuró muy parsimonioso; sus padres se miraron desconcertados
-Eso no te lo crees ni tú- le reprochó tajante su madre y se fue del salón sin darle opciones a rebatirla. Mientras, Lucía había conseguido un buen puesto en la planta de traumatología nuevamente con la inesperada y desinteresada ayuda del doctor Martínez. Las cosas cada vez iban mejor y Héctor crecía hermoso y cada vez su parecido a Jaime era más impactante; tanto que ella pasaba muchas noches observándolo mientras dormía en su camita, recordando al gran y único amor de su vida... ¿Qué habría sido de él en todos aquellos años? ¿La habría olvidado totalmente o aún la recordaría alguna vez aunque fuera solo para odiarla? ¿Se habría casado? Probablemente, era muy atractivo y buen partido para dejarlo escapar y aquella gata de Clara le tenía el ojo echado desde hacía años... ¿ya tendría hijos? A lo mejor Héctor tenía hermanitos pero le ocurriría como a ella y nunca lo sabría o nunca los llegaría a conocer... Y entonces lloraba desolada sintiéndose tremendamente boba y estúpida por dejar escapar aquel gran amor que él siempre le había entregado a manos llenas sin pedir nada a cambio. Y referente a Héctor, tenía que arreglar aquella situación; si algo le llegara a suceder a ella, no podía permitir que su pequeño quedara desvalido criándose en un orfanato como había sucedido con ella… él tenía que saber que tenía un papá y su papá tenía que saber que tenía un hijo, u otro más… pero entonces un escalofrío le recorría el cuerpo ¿y si al enterarse, Jaime intentaba quitarle a la luz de sus ojos, a su ilusión de vivir, a su pequeño gran amor? Los niños mientras son pequeños se los dan a sus madres pero… ¿Y si Jaime ya tenía una familia estable y el juez decidía que él podía darle mejor estabilidad familiar que ella? No, aún no podía decírselo, mejor esperar un poco más… resolvía estremeciéndose de nuevo y se marchaba del cuarto de Héctor dejándolo dormir tranquilo

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