martes, 21 de abril de 2015


         Observaba la ciudad a través de la ventana del dormitorio. Estaba todo tan calmado y silencioso durante las noches que impresionaba. Solo algunas luces amarillentas iluminaban las calles vacías… Tan vacías como ella… Su vida era tan monótona y aburrida… Siempre era la misma rutina desde hacía ya dos años y se sentía hastiada; hastiada y atrapada en una vida que Jaime dirigía a su antojo sin tenerla en cuenta para nada. Y recordó cuando lo conoció...
 Apenas llevaba trabajando dos meses en aquella aseguradora cuando él entró para interesarse por un seguro de casa. Al verlo entrar, aquel hombre le impactó de sobremanera: tan alto, tan elegante, con aquel andar tan seguro y, sobre todo, tan sumamente atractivo con aquellos maravillosos ojos grises y aquella sonrisa encantadora permanentemente en sus labios. Después de mostrarle varias opciones, por cierto muy torpe y balbuceante porque aquellos preciosos ojos la aturdían de manera increíble; él la invitó resuelto a tomar algo después del trabajo. Sin pensárselo aceptó y, a las seis semanas de estar saliendo, la sorprendió con aquel apartamento y con la noticia de que vivirían juntos partir de entonces sin ni siquiera consultárselo… Y sin saber cómo, estaba inmersa en aquella demoledora rutina y así llevaba ya dos años: del trabajo a casa, de casa al trabajo; los miércoles, cena en casa de los padres de Jaime y, algún que otro sábado, salir a tomar algo con algún amigo suyo o con Clara; a la que por cierto no soportaba, era apabullantemente hermosa y siempre iba perfecta, y ella se sentía insegura y amedrentada a su lado haciéndola estar muy incómoda; y vuelta a empezar… Se sentía como un pequeño navío al que una enorme y avasalladora ola del mar enviaba hacia las inmensas rocas para destrozarlo sin remedio y sin ella poder hacer nada para evitarlo. Miró su anillo de compromiso que relucía en su dedo índice y empezó a darle vueltas inquieta en su dedo recordando la noche anterior… Llegaran a casa de sus padres para cenar con ellos como todos los miércoles. Héctor y Marisa eran una pareja extraordinaria que la habían recibido con los brazos abiertos desde el primer día demostrándole un gran cariño. Ella también les quería muchísimo. Se habían portado con ella como nadie lo había hecho nunca y ella correspondía con todo el cariño que llevaba dentro para unos padres que nunca había tenido. De pronto, al acabar la cena y sin ella esperárselo y mucho menos imaginárselo, Jaime le colocó el anillo en el dedo y, sin esperar su respuesta, anunció a sus padres que se casaban así todo estuviera dispuesto y listo; sin molestarse ni en preguntar su opinión… ¡¡Casarse!! Sí, amaba con pasión a Jaime, lo amaba más que a nada en este mundo pero... ¡¿Casarse?! ¡Dios santo ¿qué locura iba a cometer?! Vale que él era un hombre hecho y derecho que en apenas dos meses más cumpliría los treinta, pero ella… ¡¡Ella solo tenía 22 recién cumplidos, por todos los santos!! ¡¿De verdad que no habría nada más ahí fuera para ella que aquella vida insulsa y vacía?! ¡¿No estaría esperándola algo mejor tras aquellos cristales?! ¡¿Sería incapaz de salir a buscarlo y se conformaría con sentarse y ver pasar su vida esperando la llegada de una boda que no la ilusionaba, a lo mejor un cambio de casa en el que ella seguramente no opinaría y la llegada de unos hijos en los que ella probablemente no decidiría?! ¡¡Mira!! ¡¡A lo mejor hasta tendría un perro...Eso sí Jaime así lo deseaba, claro está!!
Empezó a llover y observó distraída como las gotas de lluvia mojaban el cristal, aquellas gotas de lluvia parecían las lágrimas que ella deseaba derramar. La noche estaba fría y las calles muy vacías... tal y como ella se sentía en aquellos momentos…
-¿Qué haces ahí mi vida?- la sobresaltó la voz de Jaime, se volvió y descubrió que la observaba semi incorporado desde la cama. Su pelo moreno estaba revuelto y sus ojos grises adormilados la miraban entrecerrados
-Sigue durmiendo cielo, yo no soy capaz- respondió apagadamente
-¿Pero te encuentras mal mi amor?- indagó inquieto
 -No, solo que no puedo dormir; nada más… duérmete tú
-Anda, ven aquí mi cielo o cogerás frío- ordenó cariñoso golpeando suavemente el colchón a su lado. Ella tomó aire profundamente y obedeció desganada, se acostó a su lado y él la rodeó con sus brazos aprisionándola contra él. Era lo que le faltaba ahora, sentirse prisionera en su propia cama, pensó angustiada. Pero reconoció que no estaba siendo justa con él. Era ella la que se sentía atrapada en su monótono mundo y no hacía nada ni por cambiarlo ni por detenerlo, Jaime no tenía culpa de nada de lo que le estaba pasando. Al contrario, era tierno, amoroso e intentaba hacerla feliz por todos los medios posibles demostrándole que la amaba con pasión; él no tenía culpa ninguna de que ella siempre callara y se dejara arrastrar en sus decisiones sin hacerle ver que no le gustaba que hiciera las cosas tan impulsivo y sin contar con su opinión... era ella la única culpable de estar encerrada en una vida que no le satisfacía, incómoda con todo lo que la rodeaba y no hacer nada por cambiarla. Su respiración pausada de haberse dormido de nuevo le rozaba el pelo irritándola aún más. Se escabulló de nuevo y se fue al salón. Se enroscó en la manta y se acostó en el sofá. Algo tenía que hacer para poder salir de aquel desasosiego y no era precisamente quedarse de brazos cruzados lamentándose. Así no lograría salir de aquella monotonía melancólica y lo peor es que acabaría arrastrándole a él a su indolencia. Tenía 22 años y toda una maravillosa vida por delante para sentirse ya tan ahogada y frustrada como una mujer mayor cansada de su larga existencia. Amaba con locura a Jaime, lo amaba con pasión, pero eso no era suficiente para ella; sentía un gran vacío dentro, le faltaba algo que la llenara a ella y a su vida plenamente. Quería sentirse distinta, quería encontrar algo que hiciera que su vida tuviera sentido al menos, sentirse útil y no como una muñeca de trapo que Jaime manejaba y guiaba a su antojo... Lo pensó nuevamente, la solución era marcharse, huir de allí, intentar encontrar eso que la llenara por completo; pero de nuevo aquella opresión en su pecho apareció... Sí, quería irse pero... ¿Sería capaz de hacerlo abandonándolo a él, marcharse dejando atrás a su amado Jaime?
-Ey amor, son horas mi vida- la despertó la voz cálida y amorosa de Jaime como todas las mañanas con un dulce beso en los labios, ella abrió los ojos remolonamente encontrándoselo ya vestido para irse a trabajar- Cielo ¿Cómo has dormido en el sofá? Te acabarás poniendo mala, ya lo verás- ella movió los hombros despreocupada y él le sonrió dulcemente- eres como una niña...- le murmuró tierno besándola de nuevo en los labios- Venga, arriba, debes prepararte o llegarás tarde- ordenó paternal marchándose a la cocina; ella se quedó mirándolo ¿podría dejarlo todo atrás y marcharse? La idea cada vez cogía más fuerza en su mente. No podía arriesgar toda su vida por él, le quería mucho, muchísimo, pero no era suficiente para ella; sentía que no podría alejarse de él pero tampoco podía quedarse.
Se fue a trabajar, sus ojeras cada día eran más profundas y oscuras.
-Que mala cara, chica- le dijo su compañera de oficina
-No duermo bien últimamente- le contestó de mala gana sentándose ante su mesa, su compañera sonrió pícara
-¿No estarás embarazada?- soltó guasona y a Lucía se le estremeció el cuerpo entero
-Era lo que me faltaba- murmuró hastiada- ¿Hay algo nuevo, Helena?
-Un siniestro del señor Gutiérrez... Viene hacia acá para arreglar los papeles.
-Ese hombre tampoco debe andar bien últimamente, es el segundo en tres meses- expresó compasiva y ambas sonrieron amenas- ¿Y el jefe?
-¡Uy, ese! ¡Aún es demasiado temprano, Lucía!- aclaró chistosa y volvieron a reírse- ¿Tienes preparado el presupuesto de la señora García? Llamó ayer después de irte, pasará por aquí al mediodía
-Sí, está listo.
Mientras, Jaime ya estaba en su oficina también. Vio a través de la cristalera como su compañera Clara se acercaba a su despacho, era una pelirroja imponente de cuerpo delgado y melena ondulada con unos ojos verdes preciosos que parecían de gatito meloso aunque con un brillo de los que previenen que puede sacar las uñas en cualquier momento.
-Jimmy, el jefe quiere vernos- aclaró resuelta sonriéndole desde la puerta
 -¿Para qué?- preguntó intrigado
-Creo que nos quiere hablar del giro que le quiere dar a la empresa- explicó aunque no muy segura, se quedó mirándolo brevemente y se decidió a entrar cerrando la puerta tras ella, se sentó frente a él- ¿tú… qué vas a hacer Jaime?- indagó interesada, él la miró indeciso- ¿vas a aceptar su proposición y asociarte con él?
-Aún no lo sé… Intenté comentárselo a Lucía pero ayer no tenía un buen día… de nuevo- añadió desolado
-¿Qué tiene? ¿No le gustó el anillo o no le emocionó la idea de casarse?
 -Sí, el anillo le gustó y la noticia pareció impactarla pero... No sé Clara, está muy extraña últimamente; la veo apagada, desganada, y desde hace días no duerme bien… se nota que algo le preocupa aunque no quiera decirlo
-¿Y le has preguntado? Porque a veces hay cosas que nos preocupan y nos agobian mucho y hablándolo acabamos reconociendo que es una tontería realmente.
-No, no quiero agobiarla aún más con mis preguntas… Seguro que es algo de su trabajo y pronto se pasará- dedujo resuelto y se puso en pie dirigiéndose a la puerta- ¿vamos a ver qué quiere Pedro? -Vamos- se levantó rápida y ágil, con movimientos raudos como una gata pero Jaime no abrió la puerta y se miraron a los ojos
-¿Y tú? ¿Te asociarás?
 -Tampoco lo tengo muy claro… Haré lo que tú hagas, tienes buen ojo para los negocios- aclaró decidida
-¡Menuda responsabilidad me echas encima!- expresó incómodo y se rieron animados saliendo de la oficina
Lucía estaba hablando por teléfono cuando entró sonriendo su jefe ya bien entrada las once. Pasó por delante de ellas saludándolas alegre y se metió en su despacho. Lucía acabó la conversación y se dirigió al despacho de su jefe llamando en el cristal de la puerta
-¡Pasa Lucía!- la invitó desnfadado y ella obedeció- ¿Qué ocurre?- le preguntó sin perder la sonrisa ni un momento
-Tengo que hablar con usted
-Claro, siéntate ¿pasa algo?- se interesó cordial señalándole la silla frente a él
 -No es del trabajo- le sonrió brevemente- Es personal... Me voy señor Castro- anunció decidida y él la miró descolocado
-¿Cómo que te vas? ¿A dónde?- interrogó atónito
-Quiero darle un giro a mi vida y dejo el trabajo
 -¡Pero Lucía…! ¿Tienes algún problema? ¡Podemos solucionar lo que sea!- aclaró decidido, ella le sonrió agradecida
-No, señor, no tengo ningún problema en mi puesto; Soy yo… Quiero cambiar de trabajo, esto me agobia y estoy cansada
-¿Podemos arreglarlo con unas vacaciones?- propuso alentado, se percibía que no quería perderla
-No señor, quiero irme de aquí… Necesito alejarme de todo- se miraron intensamente, al final él suspiró rendido
-Bueno… Está bien ¿Y cuándo quieres irte?
-Cuanto antes; si puede ser en una semana que no sea en dos
-¡Caray! Es mucho apuro ¿no?
-No hay mucho trabajo en estos momentos; Helena se encargará muy bien de todo hasta que llegue una nueva que ocupe mi sitio
 -¿Estás segura?
 -Sí, Helena es muy competente… Es más, si me lo permite decírselo, ella podría ocupar perfectamente mi puesto y buscar una nueva secretaría.
-De acuerdo, te haré caso- la volvió a mirar fijamente- ¿Estás completamente segura de lo qué vas a hacer?- ella afirmó con la cabeza- Está bien, tendré tus papeles listos cuanto antes
-Muchas gracias- ella se levantó de la silla dirigiéndose a la puerta
-¿Sabes qué perderé una buena corredora de seguros, verdad?- ella le sonrió agradecida y volvió a su puesto mientras él la observaba triste a través de los cristales de su oficina.
 A la una, puntual como todos los días, le sonó el móvil. Ya esbozó una sonrisa amena antes de descolgar
-Hola mi amor ¿cómo te va el día?- la voz de Jaime la acariciaba como siempre con aquel tono dulce y amoroso
-El mío bien ¿el tuyo?
-No muy bien… Llevo mucho tiempo sin verte- protestó mimoso y sonrieron divertidos
-Bueno, ya queda menos; a las ocho ya nos vemos
-¡No me deprimas, amor! ¡Qué aún quedan siete horas!
-Piensa en que te estaré esperando con ansia- le contestó amorosa, lo oyó reír dichoso
-Te quiero Lucía- expresó lleno de amor, ella sonrió feliz
-Y yo a ti- colgaron. Lucía estuvo sonriendo un buen rato durante el día. Aquellas breves llamadas diarias le alegraban el corazón, aunque la hundían más en su desesperación por la decisión que había tomado.
Cuando llegó a casa, volvió a sentir aquella sensación de opresión, de estar atrapada sin salida.
 En esos altibajos pasó la semana; estaba tan ensimismada en sus preocupaciones que no se daba cuenta de que Jaime la observaba preocupado pero no se atrevía a preguntarle pues temía terriblemente su respuesta; temía que su amor se estuviera apagando, temía que estuviera perdiéndola, temía que lo abandonara... pero sobre todo, temía que su gran amor hubiera conocido a otro... no, mejor no presionarla, ella hablaría cuando lo viera preciso.
Él y Clara comían en silencio en la terraza de la cafetería que había debajo de las oficinas. Jaime, ensimismado y pensativo, masticaba desganadamente su sándwich vegetal mientras en su cabeza seguía dándole vueltas al tema de su amada Lucía; no podía borrar de su mente su rostro cada día más triste y apagado aunque ella hacía esfuerzos titánicos por disimular; él quería seguir convenciéndose de que no pasaba nada entre ellos, que solo eran problemas en su trabajo y pronto se pasarían... pero ya no le funcionaba; llevaba semanas muy desganada, como apática, y ya últimamente ponía demasiadas escusas para no hacer el amor… y con la de anoche ya eran seis días seguidos y eso no era buena señal, nada buena...
 Mientras, Clara lo observaba fijamente; sentía mucho dolor al saber que él estaba sufriendo porque las cosas le iban mal con Lucía... pero al mismo tiempo no podía evitar sentir felicidad; amaba desde hacía años a aquel atractivo moreno de hermosos ojos grises y rostro varonil, y saber que aquella relación podía romperse, le daban esperanzas
-¿Siguen los nubarrones en tu pequeño gran paraíso?- expuso mirándolo cariñosa sacándolo de sus pensamientos; él asintió con la cabeza levemente- ¿Y has intentado hablar con ella?- negó pausadamente- ¿Por qué no te decides y le preguntas Jimmy?
-Tengo miedo- murmuró pesaroso pegándole un leve mordisco a su bocadillo y ella lo miró incrédula con sus ojos muy abiertos
 -¡¿Miedo tú?! ¡¿El gran Ventura?! ¡¿El increíble Jaime Ventura que nos asombra a todos?! ¡¿El que se lanza a por todas sin temer a nada?! ¡¿El que perder millones con un mal procedimiento no lo amilana, tiene miedo a hablar con una chica?! ¡¿Con su chica?! ¡¿Estás de broma verdad?!- expuso entre chistosa y sorprendida
-No Clara, estoy hablando muy en serio- respondió apesadumbrado y ella apretó preocupada sus labios, realmente parecía muy desolado- me aterra tanto que me diga que el motivo de su cambio no es por motivos de trabajo sino entre nosotros; que esté arrepentida de lo nuestro; que pueda estar pensando en irse o…- la miró aterrado a los ojos- que ya no me ama... me muero si eso lograra a pasar algún día Clara: la amo tanto… tanto...- expuso afligido dejando desganado el sándwich en su plato y, apartándolo asqueado. Clara sintió una rabia terrible al oírlo, odiaba con todo su ser a aquella estúpida muchachita con cara de no romper un plato desde que apareciera en la vida de Jaime, le tenía unos celos rabiosos; esa estúpida en apenas dos semanas se había ganado el corazón de su amado Jaime cuando ella llevaba más de tres años haciendo una lucha inmensa para llamar su atención sin resultado
-Es solo una niñata de 22 años que no sabe lo que quiere y eso no sería ninguna novedad- escupió inclemente sin pensar, la cara de dolor que Jaime puso al escuchar sus palabras la hizo sentirse mal, él la amaba de verdad; le sonrió tierna dedicándole una sonrisa tranquilizadora- ¡Ey, tranquilo, que no estaba hablando en serio! no me hagas caso cielo; sabes que a veces digo estupideces sin pensar y esta ha sido otra de ellas... si a Lucía se le ve que te quiere muchísimo cariño mío- expuso tierna tomándole cariñosa la mano
 -¿Tú lo crees así Clara?- expresó mirándola esperanzado a los ojos
 -Claro que sí corazón, ella te quiere tanto como tú a ella cielo mío; no te comas la cabeza por uno de mis comentarios estúpidos- se sonrieron amenos.
Aquella tarde regresó a casa mucho más animada, su jefe le comunicara que sus papeles estarían listos al día siguiente y eso la reanimó; se aproximaba el fin, podría irse de allí de una vez. Pero aquel agobio regresó al llegar al piso. Tomó aire profundamente repetidas veces para intentar serenarse. -Tranquila Lucy, esto pronto se acabará- se animó resuelta y logró aplacar un poco aquella ansiedad. Se dispuso a preparar una cena romántica; preparó el plato favorito de Jaime y arregló una bella mesa con velas y un bonito centro de flores. Se duchó y se preparó a conciencia, quería ponerse y sentirse lo más guapa posible para él. Jaime llegó a las ocho como siempre y, por primera vez en todas esas semanas, Lucía descubrió su rostro cansado, sus pronunciadas ojeras y su mirada preocupada. Se había aflojado la corbata y se quitara la chaqueta de su traje negro llevándola desganado del brazo con el que sujetaba el maletín. Pero, como siempre pasaba, a pesar de sus muestras de pesadumbre y cansancio, aquellos preciosos ojos grises se iluminaron al verla y sonrió feliz y enamorado
 -Hola mi vida- la saludó dichoso besándola dulcemente en los labios dejando sus cosas encima del sofá
 -¿Te ocurre algo Jaime? Tienes mala cara- expuso inquieta y él le volvió a sonreír dulcemente
-Vaya, parece que por fin vuelvo a ser visible para ti- murmuró dolido y ella se sintió conmovida ¿cuánto tiempo llevaba sin preocuparse por él o sus cosas? ¡Por todos los demonios, si ni recordaba cuando fuera la última vez que le había preguntado simplemente cómo le habían ido el día en la oficina!
 -¡Oh Dios! Perdóname Jaime; lo lamento mucho...- comenzó a disculparse pesarosa
 -¡Ey, mi reinita bella; no pasa nada, tranquila!- expuso presuroso tomándola entre sus brazos oprimiéndola cariñoso contra su pecho- perdóname tú a mí, cielo; no era mi intención ni estoy reprochándote nada, vida mía; no sé por qué hice ese estúpido comentario, estoy algo alterado ya que tengo que tomar una decisión importante referente a la empresa y las pagué contigo sin querer, perdóname- comentó tierno besándola dulcemente en la sien, se fijó en la mesa preparada al detalle- ¡¡caray mi reinita!! ¿Y todo esto? Menudo esmero en ponerte preciosa y en arreglar la mesa ¿Acaso olvidé algo? ¿Celebramos alguna cosa y se me ha pasado?- indagó curioso y ella le sonrío divertida -¿Olvidarte tú de algo? ¡Imposible!- aseguró rotunda, ambos rieron alegres- No es por nada especial, solo quería demostrarte cuanto te quiero- declaró mirándolo amorosa y él esbozó una dichosa y complacida sonrisa
 -Y yo a ti mi vida, no lo dudes nunca, nunca- remarcó absoluto oprimiéndola dulcemente contra su cuerpo, ella lo miró enamorada y se besaron deliciosamente complacidos.

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