jueves, 22 de octubre de 2015


     Aquel día urgencias estaba colapsado, para ser un martes, parecía sábado de madrugada. Sabrina estaba agotada y se derrumbó exhausta en un sillón de la sala de enfermeras
–Qué día más terrible ¿qué sucederá hoy? ¿Luna nueva, locura colectiva…?– habló bromeando su compañera, ella sonrió divertida– ¿Vamos a comer algo antes de que entre otra oleada de pacientes?– invitó alegre
 –Será mejor, parece que tendremos un respiro y podemos aprovecharlo– respondió levantándose del sofá y se dirigieron a la cafetería.
 Hablaban alegres y distraídas mientras esperaban ser servidas sin poner atención al televisor. Sabrina observó a un hombre que entraba en ese momento en la cafetería, su cara le sonaba mucho. Él pidió un café en la barra y se sentó dos mesas más atrás de su compañera frente a ella, la miró y le sonrió ameno, también él parecía conocerla… Algún familiar de algún paciente, pensó despreocupada y sin darle más importancia siguió conversando con su compañera
 –Otra vez el dichoso comunicado, parecen desesperados– indicó fastidiado el camarero que les traía la comida
–¿Qué comunicado?– indicó Sabrina
–Ese– dijo señalando  con la cabeza el televisor– Que toda mujer rubia entre 25 y 30 años que ayer recibiera un ramo de rosas anónimas se ponga en contacto con la policía… parece ser algo muy importante– Sabrina se quedó mirando intrigada el televisor frunciendo desconcertada el ceño
–¿Te ocurre algo?– le preguntó su compañera al observar su rostro
–Yo recibí un ramo de rosas ayer…– indicó sobrecogida mirando inquieta a su amiga
–¡Bah! Serán de Braulio que tuvo por una vez un gesto romántico– le contestó tranquilamente ella comenzando a comer
–¡Sí, sobretodo de Braulio! ¿No lo conoces o qué?– se burló socarrona Sabrina, Marta rió divertida– además es extraño porque no llevaban tarjeta y no tengo ni idea de quién pudo ser– aclaró nerviosa –Pues llama, preciosa– la alentó el camarero, ella lo miró cohibida– Nada pierdes y, una chica más rubia que tú, es difícil de encontrar– la observación del muchacho la alarmó aún más
–¡¡No la asustes, Héctor!!– increpó su amiga Marta al camarero
–Mira, por probar no pierdo nada– expuso decidida y cogió su móvil llamando al número que aparecía en el rótulo rojo del televisor; apenas a un par de repiques del teléfono, sonó la voz de una mujer
 –Comisaría de policía ¿en qué puedo ayudarle?
–Hola buenas tardes, llamo por el aviso de las flores, ayer yo recibí un ramo sin tarjeta
 –Un momentito por favor, no cuelgue– le contestó la mujer y ella obedeció; después de cinco minutos escuchando una musiquilla molesta que se repetía una y otra vez ya se estaba desesperando –¡Cuelga, no ha de ser nada!– le animó su amiga, ella parecía dispuesta a hacerlo cuando alguien tomó la llamada
–¿Oiga? Disculpe la espera pero estamos saturados de llamadas y queremos darle a todas la importancia que merece su ayuda– se disculpó amable esta vez la voz de hombre, tenía una voz fuerte pero agradable– ¿Dice que ayer recibió un ramo sin tarjeta, verdad? ¿Y nadie conocido pudo habérselas mandado? ¿Un novio, un amigo, un familiar?
 –Sí, ayer tarde las recibí y no, nadie que yo conozca me las ha enviado; ya lo pregunté
 –¿Y podría describirme qué tipo de rosas son?
 –Pues rosas, rosas preciosas de un amarillo muy fino pero simples rosas– contestó despreocupada, el policía guardó silencio un momento
 –¿Está diciendo que... son rosas de té?– indicó interesado
 –Puede, no lo sé, no las conozco– respondió calmadamente
–¿Podría detallarlas mejor, por favor?
–Pues…– dudó levemente– son muy bonitas, de un amarillo fuerte casi naranja con suaves toques rojos en los bordes
–Un momento por favor… no cuelgue– repuso el hombre de pronto algo inquieto y regresó la insoportable musiquilla, aunque esta vez no la tuvieron esperando tanto tiempo
–Hola, buenas; soy la subinspectora Valverde– sonó en seguida la voz de otra chica– Disculpe la espera ¿Dice que recibió ayer por la tarde un ramo de rosas de té, verdad? ¿Salvajes?
–Mire señorita, sí recibí flores, sí son rosas y sí, puede que sean de té pero ¿salvajes? ¡Yo qué sé!– indicó incómoda ya, se empezaba a arrepentir de haber llamado– Creo que fue una estupidez haber llamado, tengo que volver al trabajo…
–¡¡Espere, por favor no cuelgue!! Tenga un poquito de paciencia se lo ruego– le atajó la muchacha muy amable aunque parecía alterada– me refiero a si tienen espinas
–Pues sí las llevan, lo sé bien porque me pinché con una de ellas al recoger el ramo– indicó mirándose el dedo corazón de la mano izquierda que aún le dolía por ello; la policía guardó silencio –Señorita, por favor, una cosa más y ya acabo: ¿cuántas son?– preguntó y Sabrina percibió que estaba muy interesada en su respuesta
–Ah, pues eso me sorprendió ¿sabe usted? Porque no es media o una docena como suele ser habitual en ese tipo de flores, sino que son diez, solo diez– expuso calmadamente
 –¡¡Señorita, por favor no cuelgue; ni se le ocurra colgar por Dios se lo pido!!– le gritó nerviosa la policía sobresaltándola y seguidamente Sabrina escuchó como aquella mujer daba un potente silbido– ¡¡Ey Navarro, la tenemos!! ¡¡Esta al teléfono la mujer que recibió el ramo!!– la oyó gritar y acto seguido un gran alboroto se percibió por el auricular de gente gritando y moviéndose presurosa; Sabrina no pudo evitar asustarse aun más debido a aquel tremendo revuelo que se formara tras sus palabras y saltaba su atemorizada mirada de su amiga al camarero que la observaban intrigados –¿Qué te dicen?– preguntó curioso el muchacho
 –Nada, y no sé que pasa pero se oye un caos terrible tras mis explicaciones– expuso inquieta, sus manos temblaban nerviosas; el muchacho posó consolador su mano en su hombro
–Señorita… ¿sigue ahí verdad?– sonó impaciente de esta vez la fuerte voz de otro hombre por el teléfono, pero se oía como con interferencias; la habían pasado con un móvil y el nuevo policía se oía muy alterado, como si estuviera caminando a paso muy apresurado reconoció de inmediato
–Sí, pero ¿Qué ocurre? Me están asustando– indicó estremecida
–No se inquiete, todo está bajo control y ya vamos a su encuentro; no se preocupe– la intentó tranquilizar él pero aquellas palabras aún inquietaron más a Sabrina
–¿Cómo qué todo bajo control? ¿Qué rayos pasa?– exclamó con voz aterrorizada abriendo presa del pánico sus ojos, su compañera Marta y el camarero la miraban pasmados sin tampoco comprender nada
–Por favor le pido mantenga la calma ¿Cuál es su nombre?
–Sabrina, Sabrina Hurtado– respondió apenas con un hilo de voz
–Muy bien Sabrina; yo soy el inspector Navarro ¿dónde está?– le preguntó al tiempo que se oía como se cerraba la puerta de un vehículo
–En la cafetería del hospital comarcal, soy enfermera de urgencias
–¡¡Al hospital comarcal Rosa, apúrate!!– lo oyó hablar apresuradamente y el sonido de una sirena comenzó a escucharse a través del auricular– Sabrina, por favor no se mueva de ahí, estamos llegando ¿de acuerdo?
 –Vale– susurró apenas mientras pensaba que aquella era una recomendación inútil, estaba tan asustada que no podría moverse ni aunque quisiera
–¿Me ha escuchado? Por favor no se le ocurra moverse de ahí y mucho menos quedarse sola ¿Me está entendiendo?
–Sí le escucho… pero…– balbuceó cada vez más aterrorizada ¿qué rayos estaba pasando?
–¡¡A la derecha Valverde, métete por ese callejón que acortaremos camino!! ¡¡Y quita esa puta sirena de los cojones que no me deja oír lo que me dice la mujer, joder!!– lo oyó gritar nervioso
–¿Qué te dicen? ¿Qué pasa Sabrina?– se interesó inquieta Marta al ver cada vez más llena de pánico la cara de su compañera
 –Que no se me ocurra moverme de aquí que ahora vienen y que sobre todo no me quede sola– contestó aturdida mirando a sus acompañantes que se entrecruzaron una mirada asombrada sin tampoco comprender absolutamente nada
 Por las cristaleras de la cafetería vieron llegar un todo terreno negro a gran velocidad con las inconfundibles luces azules y rojas parpadeando en el morro que frenó ruidosamente ante la misma puerta de la cafetería y como descendían de él rápidamente una mujer pelirroja y un hombre atractivo de corpulento cuerpo que hablaba por el móvil
–Sabrina ¿está en la cafetería aún, verdad?– se interesó con voz apresurada el hombre del teléfono –Sí– respondió y al instante los grandes ojos castaños de aquel hombre que llegara en el todo terreno se clavaron en ella al tiempo que cerraba su móvil y se dirigió directamente a su encuentro siendo seguido por la bonita pelirroja
–¿Sabrina, verdad?– preguntó al llegar a su lado aunque fue más una aseveración que una pregunta y Sabrina comprobó que era la voz del teléfono; asintió con la cabeza, no podía responder, estaba aterrada– Estese tranquila, soy el inspector de homicidios Mario Navarro y ella la subinspectora Rosa Valverde- indicó amistoso enseñando su placa
–¿Homicidios? ¿Qué está ocurriendo?– se alertó nerviosa Marta abriendo atónita sus ojos
–Nada de lo que deban preocuparse, todo está controlado– le contestó amistosa sonriendo dulcemente la pelirroja– Por favor ¿Podrían dejarnos hablar a solas con Sabrina?- preguntó amable aunque más bien sonó a orden. Marta y Héctor se miraron inquietos un segundo pero obedecieron y se retiraron hacia la barra dejando sola a Sabrina con aquellos dos policías que se sentaron al otro lado de la mesa frente a ella
–Estese tranquila que todo está en orden ¿de acuerdo?– habló Mario con voz dulcemente tranquilizadora mientras mostraba una atractiva y calmada sonrisa que logró su objetivo, Sabrina asintió con la cabeza algo más relajada al tiempo que lo miraba directamente a los ojos; aquel hombre tenía unos ojos preciosos color miel con toques verdosos– Díganos Sabrina ¿cuándo recibió las flores?– indagó interesado mientras quitaba una pequeña libretita de pastas negras del interior de su cazadora
–Ayer por la tarde; debían ser sobre las seis porque acababa de llegar a casa– respondió algo más serena y Mario lo apuntó en su libreta
–¿Las recogió usted misma?– interrogó Rosa mirándola intensamente a los ojos muy interesada por su respuesta
 –Sí claro, como les digo acababa de llegar a casa y aún estaba sola porque mi esposo no llega hasta las ocho...– Sabrina observó extrañada como ambos policías se entrecruzaban una mirada entre sorprendida e incrédula
–¿Estaba sola?– insistió desconfiado Mario, Sabrina asintió con rotundidad moviendo la cabeza– ¿Y podría describirnos quién se las entregó?– inquirió frunciendo levemente el ceño
–Pues un repartidor– respondió moviendo desenfadada los hombros, ellos se volvieron a mirar desconcertados
 –¿Está segura que era un repartidor?– insistió nervioso Mario, ella se mordió el labio inferior mientras recordaba un instante aquel momento y asintió con la cabeza
-Sí, por supuesto… era un repartidor con su típico uniforme azul y visera– respondió contundentemente segura
 –¿Se fijó si llevaba algún logo en la chaqueta? ¿O algún nombre en la visera?- preguntó esperanzada Rosa, Sabrina volvió a morderse en labio intentando recordar aquel detalle
–No, lo siento...– respondió finalmente mirándolos abatida– sí que llevaba un logo bordado en rojo en la chaqueta pero no le presté atención…– siguió hablando mientras recordaba que le había llamado más la atención aquellos ojos negros y su sonrisa amable… De pronto abrió desmesuradamente sus ojos y esquivó el ancho cuerpo de Mario para poder ver a aquel hombre sentado frente a ella hacía unos segundos, pero ya se había ido
–¿Qué ocurre Sabrina?– preguntó intrigado Mario al verla realizar aquel gesto
 –¡¡El repartidor!!– exclamó con asombro señalando la mesa de detrás de Mario– ¡¡Era él, por eso se me hizo una cara conocida!! ¡¡Estaba sentado ahí mismo hace apenas un momento!!– explicó nerviosa; ambos se levantaron rápidamente echando ya sus manos a sus armas y se volvieron hacía el lugar que ella indicaba descubriendo que la mesa estaba vacía.
–¡¡Manténganse en sus sitios por favor, somos policías; que nadie se mueva!!– elevó la voz Rosa mostrando en alto su placa a todos los presentes mientras Mario miró inquieto a Sabrina
 –¿Lo ve Sabrina? ¿Es alguno de los que están aquí?– indagó esperanzado, Sabrina recorrió rostro por rostro con la mirada y negó con la cabeza– ¿Alguien se ha fijado cuándo o a dónde ha ido el cliente que estaba aquí sentado?– interrogó a voz en grito mirando interesado a todos
–Se ha ido ya hace un rato, un poco antes de que llegaran– contestó servicial uno de los camareros tras la barra
–¡¡Mierda Mario, unos segundos y lo teníamos!!– expuso furiosa Rosa golpeando la mesa con su puño provocando que Sabrina pegara un respingo sobresaltada
–Calma, aún no está todo perdido– repuso animado acercándose a la mesa antes ocupada por el extraño enfundando su arma nuevamente– ¿Este cliente tomó algo?– siguió preguntándole interesado al camarero
 –Sí, lo de siempre: café solo doble sin azúcar; y como ya sé lo que me va a preguntar a continuación ya le contestó que no: no tengo la taza de su café pues nunca espera a que pasen a recoger la loza; él mismo la devuelve siempre y ya está en el lavavajillas– explicó descorazonado el camarero adelantándose a las preguntas de Mario
–¿Cómo que lo mismo de siempre? ¿Es que acaso viene a menudo por aquí?– preguntó Mario sumamente interesado
–Pues sí, lleva una temporada que viene siempre, aunque no a la misma hora; unas veces viene a la hora de comer, otras por la tarde– le indicó el camarero
–¿Tiene algo en particular? ¿Una marca, un tatuaje, una cicatriz?– se interesó impaciente, el camarero negó tajante con la cabeza– Entonces ¿por qué le llamó tanto la atención? ¡Por aquí pasa mucha gente!– expresó desconcertado mirándolo con desconfianza
–Pues porque el tipo es muy raro, la verdad; siempre llega solo y sobre la misma hora: por el mediodía ahí a la una y por la tarde sobre las cinco... y hace siempre lo mismo: pide su doble café solo sin azúcar, se sienta en esa mesa siempre y se lo toma despacio sin hablar con nadie, después devuelve el mismo la taza y se va como llegó, sin dar una palabra a nadie
–Por un casual... ¿no se habrá fijado si coinciden sus llegadas cuándo la señorita Sabrina está en la cafetería, verdad?– se interesó esperanzado, el muchacho se quedó pensando unos segundos y abrió atónito sus ojos
 –¡Oiga, pues sí! Ahora que lo menciona es así: siempre está aquí Sabrina cuando llega él ¿qué casualidad, no?– contestó animadamente, Mario esbozó una leve sonrisa sarcástica
–Sí, mucha casualidad– expresó mordaz y se volvió hacia su compañera– El muy desgraciado, desde el momento en que las elige, parece que no las pierde de vista Valverde; de ahí que sepa cada uno de sus movimientos– le comentó en un susurro a Rosa para que Sabrina no lo escuchara
 –Eso ya lo suponíamos, y también queda demostrado que es importante el día ya que ayer la tenía sola en casa y a su merced pero no le hizo nada esperando al día de hoy- añadió resuelta, Mario asintió con la cabeza; su compañera lo miró a los jos con preocupación- pero... ¿y ahora qué Mario?– murmuró inquieta– No solo le hemos jodido el plan sino que probablemente nos haya visto llegar– expresó desconfiada
–Calma, lo importante es que hemos salvado a su siguiente víctima; esperemos a ver qué hace él ahora– repuso esperanzado
 –¿Y si decide ir a por otra, Mario? El capitán nos abre en canal– expuso inquieta, Mario se quedó mirándola fijamente a los ojos unos segundos tras lo cual negó rotundo con la cabeza
–No, no es su forma de proceder: sabemos que disfruta teniéndolas controladas antes y no va a variar en sus costumbres por este contratiempo– aseveró con rotundidad y se volvió hacía los clientes de la cafetería– Por favor, salgan de aquí despacio y que nadie toque esta mesa– les ordenó rotundo y la gente obedeció aunque no podían evitar mirar a Sabrina llenos de curiosidad y muy confundidos. Pronto llegó el resto del equipo
–¿Qué tenemos, Navarro?– le preguntó una morena con cara de pocos amigos que cargaba un cuadrado maletín de acero
–Ese tipo estuvo sentado en esta mesa; quiero que quites las huellas y de todos los camareros– le indicó él, ella le miró molesta
–¡¿Estás loco?! ¡¡Esto es una cafetería de hospital Navarro!! ¡¡Habrá miles de ellas en esa mesa!!– se burló sarcástica, Mario la miró desafiante
–¡¡Solo me interesa una!! ¡¡Da con ella, Barreiro!!– bramó enfurecido, ella chasqueó molestamente la lengua pero se puso acto seguido a realizar su trabajo
 –Mario…– expuso Rosa posando suavemente su mano en el brazo de Mario, él la miró intrigado– No tenemos nada con que cotejarlas ¿cómo vas a saber cuál es la que buscas?– aclaró preocupada –No lo sabes aún Valverde, está por examinar el ramo que Sabrina recibió ayer– repuso mirando esperanzado a su compañera que movió levemente las cejas al tiempo que se mordía el interior de su mejilla derecha indicando poca convicción en sus esperanzas– Ten fe Valverde ¿Algo nos tendrá que salir bien tras todo este esfuerzo, no?– añadió animoso y se acercaron a la enfermera que seguía aún sentada en su mesa y muy nerviosa
–Por favor Sabrina, acompáñenos– le indicó amablemente Mario sujetándola suavemente del brazo indicándole que se levantara
 –¿A dónde?– interrogó confundida aunque obedeciendo al instante
–A comisaría, debemos hacerle algunas preguntas más– repuso ya dirigiéndose hacía la salida de la cafetería sin soltarle el brazo
–Pero, necesito avisar a mi marido…– indicó ella nerviosa aunque dejándose llevar hasta el coche policial en que ambos llegaran
–No se preocupe, le llamaremos desde la central– le contestó resuelta Rosa sonriéndole tranquilizadoramente amistosa y la mujer se metió sin decir nada más en la parte trasera del todo terreno cuya portezuela Mario sostenía abierta para que se acomodara dentro
Sabrina ya estaba aturdida y muy cansada de contestar las mismas preguntas que ellos dos repetían una y otra vez y que ella intentaba contestar pero no se quedaban conformes provocándole un fuerte dolor de cabeza. Intentó ayudar todo lo que pudo con el retrato robot, al final aquella caricatura que el dibujante le mostraba se le parecía algo pero ya no estaba segura de nada. Braulio, su esposo y que había llegado hacía rato, no se movió de su lado mientras le sujetaba amoroso la mano y se la acariciaba suavemente intentando darle ánimos e infundirle serenidad
–Vamos a ver, Sabrina… intentémoslo de nuevo ¿ok?– insistió una vez más Mario sentado junto a ella al borde de la mesa apoyando uno de sus pies en el suelo– dígame qué lugares suele frecuentar más habitualmente y a ver si recuerda haber contactado con alguien desconocido últimamente; alguien que se le ofreciera amablemente a llevar su compra hasta el coche o algo así– preguntó insistente
-¡¡Oh por Dios bendito, inspector!! ¡¿Otra vez?!– increpó ella molesta masajeándose fastidiada sus doloridas sienes con sus dedos– ¡¿Qué le parece mi trabajo por ejemplo?! ¡¡Allí estoy en contacto con gente desconocida a todo momento!! ¡¡Por favor inspector Navarro, por más que insista no puedo decirle nada más; lo siento!!– clamó derrotada y él suspiró profundamente comprendiendo que tenía razón; ella le miró fijamente a aquellos grandes ojos color miel veteados en aquel hermoso verde agrisado– ¡¿Me quieren explicar de una vez de qué va todo esto?! ¡¡Si lo llego a saber no llamo!! – exclamó irritadamente arrepentida
 –¡¡Perfecto, y ahora lo más seguro es que estuviera acostada sobre una de las mesas de la morgue ¿qué le parece?!!– le gritó Mario sin tacto ninguno levantándose impetuoso de la mesa; Sabrina y su esposo se estremecieron al oírlo y se oprimieron muy nerviosos las manos
–Pero... ¡¿Qué coño está diciendo?!– exclamó impresionado Braulio mirándolo presa del pánico a la cara
–Mario joder, te has pasando siete pueblos– le recriminó contundentemente Rosa que se situara arrimada a la puerta del despacho acercándose a él; Mario la miró furioso por su toque de atención– comprende que está cansada, hombre; déjala descansar un rato ¿vale?- le recomendó cariñosa –¡También yo estoy cansado Valverde; muy cansado! ¡Pero algo en limpio tenemos que sacar de todo este trabajo que hemos invertido en buscarla a ella ¿no crees?!– bramó irritado tirando fastidiado su libreta de pastas negras sobre la mesa provocando que la pobre Sabrina diera un respingo de sobresalto en su silla, Rosa esbozó una tierna sonrisa comprensiva y posó su mano en el brazo de Mario oprimiéndoselo suavemente
–Anda, ve a tu despacho y cálmate un poco ¿vale? Yo me ocupo de Sabrina y su esposo ¿de acuerdo?– le recomendó con paciente cariño, Mario la miró fastidiado pero finalmente salió del despacho cerrando la puerta con un potente portazo tras él

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