jueves, 29 de octubre de 2015


      –Ese desgraciado no hizo más que reírse de mí en todo momento, Rosa; y se carcajeó a gusto cuando me dijo...– se calló al llamarle la atención el gesto de dolor que el rostro magullado de Ana mostraba en aquel instante al tiempo que se echaba una mano al vientre acariciándoselo suavemente por encima de la sábana
–¿Cuándo te dijo qué, Mario?– instó impaciente Rosa por su repentino silencio, él volvió a mirar a su compañera a los ojos
 –Que estuvo a mi lado y que ni cuenta me di– aclaró frotándose irritado la frente, su compañera frunció el ceño también muy confundida por aquella información– pero por más que lo pienso y me estrujo los sesos intentando descubrir dónde y cuándo pudo haber pasado eso, no logro averiguarlo– siguió hablando confundido y los dos compañeros se miraron a los ojos quedándose pensativos intentando recordar en qué momento pudo haber ocurrido aquello. De nuevo un gesto extraño de Ana a través de la cristalera volvió a llamar su atención, su rostro mostraba más dolorosa angustia y su mano frotaba con más energía su vientre
–¿Qué te pasa mi ángel?– escuchó la preocupada voz de la hermana María apagada a través del cristal –Empieza a doler nana– se quejó dolorida Ana, Mario entrecerró sus ojos observándola fijamente –Natural, has pasado por un trance muy duro y una operación sumamente complicada cielo mío; anda, recuéstate e intenta dormir mi niña– le habló tierna la monja besándola amorosa en la frente y ayudó a Ana a recostarse de nuevo en la cama
–Pues chico, como no fuera cuando subimos en el ascensor... no encuentro otro lugar– expresó Rosa desconcertada tras un rato esforzándose en recordar dónde aquel hombre pudo estar junto a ellos y no darse cuenta de su presencia, pero Mario no contestó, seguía inmerso dentro de la habitación acristalada con el ceño muy fruncido mirando fijamente a Ana que cada vez daba más muestras de estarle aumentado las molestias
–¿Te bajo más la cama mi chiquita? – le preguntó servicial la monja ya echando la mano al mando de la cama
–No nana, dijo la doctora Urquijo que debo estar en esta posición para drenar bien– explicó ya con la voz entrecortada del dolor
–¡¡Mario!! ¡¿Me estás escuchando?!
–¡¡Que sí joder, y ya lo sé: no hay otro lugar!!– exclamó sobresaltado por el brusco reclamo de su compañera que lo miró desconcertada por su fijación dentro de la habitación, ella también observó curiosa a Ana recostada sobre la cama que empezaba a moverse inquieta dando claras muestras de que un dolor intenso la estaba agobiando
–¿Te duele mucho mi ángel? – preguntó mortificada la monja acariciándole compasiva la mejilla de Ana que solo exhaló un breve gemido mientras seguía frotándose muy inquieta el vientre
 –“¿Cuánto dolor puede llegar a aguantar un ser humano, Navarro?” – musitó Navarro entrecerrando sus ojos mientras seguía observando fijamente a Ana
–¿Cómo dices?– preguntó Rosa mirándolo intrigada, no comprendía su pregunta
–“El juego a comenzado... ¡¡ya!!” – repitió en casi un susurro sin apartar sus ojos de aquella pobre muchacha, Rosa lo miró ahora sí descolocada de todo, no entendía nada de lo que estaba diciendo su compañero; de pronto Mario abrió sus ojos de par en par– ¡¡¡Maldito hijo dela gran puta!!!– clamó sobrecogidamente alertado y corrió presuroso dentro del cuarto acristalado ante la mirada atónita de su compañera que instintivamente pero sin entender aún nada, lo siguió rauda
–¿Qué pasa inspector?– expresó sobresaltada la hermana María por aquella entrada tan precipitada de ambos policías observando confundida como él revisaba muy nervioso las bolsas de suero conectadas al brazo de Ana que también lo miraba sin comprender
 –¡¡Desgraciado mal nacido!! ¡¡Rosa, ve a buscar a la doctora Urquijo; corre, apúrate joder!!- chilló espantado al tiempo que presionaba acelerado el botón de llamada a las enfermeras, ella obedeció rápidamente– ¡¡Joder ¿dónde están metidas estas gilipollas?!!– expresó alterado al no recibir contestación a sus llamadas; Ana, muy inquieta por la alteración de Mario, sujetó nerviosa la mano de la monja
–Pero ¡¿qué está ocurriendo inspector? Nos está asustando!– exclamó amedrentada la joven monja pero él no contestó y comenzó a cerrar todo lo rápido que podía el paso de las vías hacia el brazo de Ana
–Nana... – expresó sobrecogida de miedo Ana al verle hacer aquello apretando aún más la mano de la hermana María
–¡¿Qué hace?! ¡¿Se ha vuelto loco?!– clamó asustada ella tirándole de la manga de la chaqueta a Mario intentando detenerlo
–Déjeme hermana, algo está mal, lo sé...– expresó sin parar de cerrar las vías, la monja y Ana se miraron sin comprender
–¡¿Qué rayos cree que está haciendo?! ¡¡Deje eso inmediatamente!!– exclamó alterada la doctora al descubrirlo a través de los cristales
–No doctora, hay que parar esto; no sé decirle pero sospecho que uno de estos medicamentos no es el correcto– explicó muy nervioso Mario, la doctora revisó las etiquetas de las botellas y abrió pasmada los ojos
–¡¡Oh por Dios santo ¿quién ha hecho esta salvajada!! ¡¡Susana rápido, prepara 3 miligramos de morfina!! ¡¡YA!!– clamó sobrecogida retirando rápidamente los sueros ante la mirada sobrecogidamente perpleja de la hermana María, Ana y Rosa mientras la enfermera ya obedecía al instante a la doctora preparando una jeringuilla de la cajonera metálica que había en una esquina de la habitación
–Pero ¿qué ocurre?– preguntó angustiosamente asustada Ana aferrándose fuertemente a la mano que aún sostenía de la hermana María
–¿Estaba en lo cierto, verdad?– instó muy interesado Mario al mismo tiempo que Ana
 –Sí, no sé por qué han hecho semejante barbaridad pero le han retirado el calmante que le estaba administrando y a cambio le han puesto un anticoagulante; podría haberse desangrado– explicó ya inyectándole el líquido transparente de la jeringa que la enfermera preparara en el otro brazo de Ana– ¿sabe si fue hace mucho?– se interesó nerviosa mirando inquieta a Mario a los ojos
–Puede que fuera hace más o menos un cuarto de hora– respondió él manteniéndole intensamente la mirada
–Bueno, gracias a Dios no fue hace mucho pequeña; el anticoagulante no tuvo tiempo de surtir efecto y con esta dosis de morfina será suficiente para calmar los dolores– suspiró aliviada retirando de nuevo la jeringa del brazo de la pobre muchacha– ¿Qué ha ocurrido Susana? ¿Quién se atrevió a desobedecer mis indicaciones y cometió selejante atrocidad?– le reclamó duramente a la enfermera que la observaba cohibida moviendo la cabeza sin comprender tampoco qué había pasado
 –No fue nadie del personal doctora, ese desgraciado se ha colado aquí dentro vestido de enfermera sin que nos percatáramos y le ha cambiado la medicación; quería verla sufrir– explicó Mario provocando que las cuatro mujeres lo miraran boquiabiertas
–¡¡¿¿QUÉ??!!– clamó presa del terror Ana mirándolo sumamente angustiada, él la miró pesaroso– ¡¡Ustedes me habían dicho que estaba a salvo!! ¡¡Que aquí no podría acercarse a mí!!– les reprochó aterrada a Mario y a Rosa sin poder contener las lágrimas de pánico aferrándose muy asustada a la hermana María que la cobijó amorosa contra su pecho también mirando angustiada a Mario y a Rosa –Lo sé y lo lamento muchísimo pero eso no volverá a ocurrir, le doy mi palabra– expuso vergonzosamente arrepentido Mario pero tanto la muchacha como la monja lo miraban desconfiadas sin creer ya en sus palabras– le juro que no volverá a ocurrir– remarco tajante ante aquellas miradas reprochadoras y se volvió hacia la doctora– Quiero que escoja a dos enfermeras de cada turno de su máxima confianza y me pase sus nombres; estarán siempre, día y noche, dos policías en la puerta y a no ser usted o ellas, nadie entrará aquí ¡¡Nadie ¿me entiende? Absolutamente nadie más!!– aclaró definitivo y ella asintió conforme con la cabeza.
Pasaron dos semanas y a Ana la trasladaron al fin a una habitación; estar en aquel cubículo acristalado a la vista de cualquiera que pasaba le daba mucha vergüenza ademas de un miedo atroz. Mario era el primero en llegar cada mañana bien temprano para controlar a los dos policías que le tocaban el turno de vigilancia y de noche, aunque fuera ya algo tarde, era la última visita del día.
Ana se iba recuperando, los negruzcos golpes de su rostro ya se dispersaban aunque aún le quedaban unos cardenales violáceos que poco a poco también iban disolviéndose y Mario pudo descubrir que aquel desgraciado tenía razón y Ana era realmente una muchacha muy hermosa, también le había bajado la inflamación del labio quedando solo unos cortes en ellos que le molestaban para hablar y mucho más para sonreír pero ya mostraba una bonita boca sensual de finos labios. Pero lo que más le llamaba la atención y tenía muy intrigado a Mario era como, muy a menudo e inconscientemente, buscaba la cadenita que había perdido quedándose totalmente desolada al no hallarla sobre su pecho. Aquella noche, antes de hacer su visita diaria al hospital, bajó a los laboratorios de la comisaria
–Lois ¿has acabado de analizar las pertenencias de la víctima?– preguntó entrando en el laboratorio, el muchacho, que observaba por el microscopio de espaldas a la puerta, se volvió hacia él
–Sí y no encontré nada más de lo que ya indiqué en el informe ¿por qué?– respondió servicial
–¿No habrá entre ellas una cadena de oro, verdad?– se interesó esperanzado
–Pues sí la hay ¿por qué?– preguntó curioso
–¡Genial!- exclamó complacido, Lois lo miró desconcertado– ¿Dónde las tienes?
–Ahí debajo– señaló un mueble de puertas blancas junto a él; Mario se dirigió allí y sacó la caja; Lois lo observaba como rebuscaba afanoso entre las bolsas de pruebas
–¡Aquí está!– exclamó satisfecho al descubrir una fina cadena de oro con dos iniciales colgadas. Las revisó curioso descubriendo que eran una “A” y una “I” con unos pequeños diamantes engarzados entre las filigranas de oro– ¿las vas a necesitar o puedo devolvérselas ya? Al parecer significan mucho para la víctima y le gustaría recuperarlas cuanto antes
–Pues puedes llevárselas si te place; como te dije, yo con eso acabé– repuso moviendo desentendido los hombros y Mario le sonrió complacido.
 Cuando llegó al hospital, Ana ya dormía; la hermana María lo recibió con una sonrisa dulce y amable como siempre
–Se acaba de dormir, lo estuvo esperando pero le venció el cansancio– le indicó amena la monja y él observó enternecido a la muchacha, ciertamente era muy bonita a pesar de aquellos moratones y así dormida, con su melena rizada rubia bordeándole aquel dulce rostro, parecía tan inocente y angelical que solo provocaba unas ganas tremendas de cuidarla y protegerla
–¿Cómo se encontró hoy, hermana?– se interesó educado
 –Bien, aunque le cuesta mucho aún moverse sola dice que quiere irse; la doctora le prometió darle el alta pronto si promete cuidarse y reposar– le contestó alegre desviando su mirada hacia Ana– Dios me la protege siempre– añadió dulcemente acariciando con gran ternura aquel lindo y aniñado rostro –¡Ya veo cómo la protege ese Dios suyo!– repuso desdeñosamente asqueado Mario y la monja lo miró desconcertada
–Hijo… ¿No cree en Dios?– preguntó intrigada la hermana María
–No– respondió rotundo mirándola sulfurado– Si realmente existiera no permitiría estas cosas– expresó conteniendo su desprecio por respeto a la monja aunque no lo pudo disimular de su mirada –Hijo: Dios nos pone pruebas que pueden parecernos muy duras, pero siempre nos protege... – expuso con dulzura
–¡¡ ¿Pruebas hermana?!!– gritó enfurecido interrumpiéndola mientras señalaba a Ana dormida sobre su cama, ella lo miró cohibida por sus ojos cargados de pronto de gran rabia y odio– ¡¡Esto es una putada hermana, no una prueba!!– increpó alterado; la sujetó por el brazo acercándola a él para evitar que Ana pudiera oírle por si acaso despertaba; la hermana María lo miraba atemorizada a los ojos, su rabia contenida ya no tenía límites– ¿Está enterada qué ese animal la destrozó por dentro? ¿Qué nunca podrá tener hijos y a saber si podrá alguna vez disfrutar de una relación plena? Y todo ¿por qué, hermana María? Solo porque a un loco desquiciado le ha dado la gana de destrozarle la vida a esta pobre muchacha para su deleite…– expresó mirándola fijamente a los ojos, ella pudo notar que, además de aquella tremenda rabia que desprendían, había un gran dolor en ellos– ¿Eso es una prueba hermana, o una salvajada?– le indicó sarcástico, ella lo miró enternecida
–No le tengo en cuenta sus palabras porque sé que habla así porque está muy dolido y lo comprendo hijo…– indicó con suave dulzura y comprensión, él la miró desconcertado por aquella inmensa dulzura de su voz a pesar de todo lo que le había expuesto– su compañera Rosa nos ha contado lo que le ocurrió a su esposa… lo lamento mucho
–No solo es eso hermana; usted no tiene ni idea de las cosas que tengo que ver todos los días en mi trabajo… – expuso asqueado, ella lo miró conmovida– Si ese Dios suyo existiera realmente, sería un gran hijo de puta si permitiera tantas cosas malas que me encuentro diariamente- aclaró decidido –¡Por Dios, hijo; no blasfemes!– le regañó pasmada María persignándose piadosa– Yo también veo cosas horribles en el orfanato pero no es Dios quien nos lo envía...
–¡¡Claro hermana, ya estamos con lo de siempre: las cosas buenas son obra de Dios y las malas nos las envía el diablo ¿no?!!– exclamó mordaz mostrando una sonrisa sarcástica– Que fácilmente le buscan la excusa a ese Dios suyo...– declaró con desprecio, ella suspiró profundamente
–Mi niña Ana es una luchadora, no sabe por todo lo que ha pasado ya… Dios proveerá, hijo; sé que proveerá– repuso calmadamente mientras sonreía tiernamente, él movía impreciso la cabeza y la miraba perplejo: ¿cómo podía creer aún en esas cosas viendo lo que le habían hecho a la pobre Ana y queriéndola como demostraba quererla? ¡¡Aquello era incomprensible para él!!
–Estoy de acuerdo con el inspector Navarro, nana– indicó de pronto rotunda Ana sorprendiéndolos a los dos
–Hija…– intentó convencerla la hermana acercándosele pero ella levantó la mano deteniéndola en su explicación
–¿No cree qué ya está bien por todo lo que llevo pasado para ponerme su Dios “más pruebas” hermana María?– preguntó dolida y sus lindos ojos grises se llenaron de lágrimas conmoviendo a ambos que no supieron qué decir
 –Ana, te tengo una sorpresa– habló animado Mario intentando sacarle aquella tristeza que le había asaltado, ella lo miró intrigada– mira lo que he encontrado- expresó extendiendo su mano ante ella y abrió su puño dejando caer la cadena que bailó ante sus ojos enganchada en uno de sus dedos
–¡¡Mi cadenita!!– exclamó alegre recogiéndola y mostró una hermosa sonrisa que encandiló a Mario– gracias, mil gracias inspector; no sabe cuanto significa para mí– le agradeció profundamente mientras se la colocaba al cuello y empezó a acariciar dulcemente las iniciales con sus dedos
–No hay de qué pequeña– respondió tierno y ambos se sonrieron complacidos mientras se quedaron mirándose a los ojos. Aquella muchachita era tan dulce, le provocaba tanta ternura...
–Mario ¿estuviste ayer con Ana?– le preguntó Rosa la semana siguiente cuando revisaban unos expedientes en la mesa del despacho de Mario
 –Sí, y esta mañana como todos los días ¿por?– contestó sin dejar de leer el informe que sostenía en su mano
–¿Y no te contó que le dan el alta pasado mañana? – expuso y él levantó la vista del folio mirando confundido a su compañera
 –Pues no– expuso serio frunciendo su ceño al no entender por qué Ana le había ocultado aquella información
 –Ah, seguramente la doctora aún no se lo habría dicho a ella– resolvió desenfadada Rosa, él movió la cabeza reconociendo que probablemente tuviera razón– la doctora Urquijo me lo comentó ayer por si queríamos preparar algo para su vigilancia
–Naturalmente que sí ¿Y ya te has encargado de ello?– se interesó más sereno
–Pues aún no… estuve liada con esto, Mario; querías estos informes de las víctimas cuanto antes– repuso cohibida mirándolo amedrentada, él le sonrió amable
–Tranquila; al contrario, aún mejor ya que prefiero ocuparme personalmente de ello– resolvió complacido y regresó su interés a los dossieres de sobre la mesa– Rosa, aquí falta el informe de la 6º víctima– indicó desconcertado revolviendo los informes, Rosa lo miró desubicada
 –La 6º víctima es... Claudia, Mario– comentó retraída mirándolo sin comprender su interés
–¿Y?– expresó mirándola fijamente a los ojos
–Pero Mario... es mejor dejar ese, sabemos de sobra que ella no...– intentó evitar mostrárselo –¿Dónde está el informe de Claudia, Valverde?– la interrumpió autoritario, ella tomó aire profundamente
–En mi mesa, señor– murmuró apagadamente mirándolo respetuosa como un superior se merece
 –¿Y a qué estás esperando para traérmelo?– expresó rotundo; ella volvió a tomar una bocanada de aire y fue a recogerla; pero al regresar lo miró compungida sin entregárselo
–Déjalo Mario, por favor; no lo leas...
–Trae he dicho, Valverde– exclamó tajante extendiendo su mano, Rosa se lo pensó aún unos segundos antes de dejárselo con mucha parsimonia sobre la palma de su mano. Mario suspiró profundamente antes de abrirlo; siempre había sospechado que Claudia lo engañaba, que tenía un amante, pero ahora iba a enterarse realmente y eso le dolía terriblemente aunque disimuló ante su compañera y lo leyó con decisión. Como muy bien le dijera aquel maldito bastardo, Claudia era una cliente frecuente del motel Riviera; se veía allí desde hacía casi año y medio con su jefe: el fiscal general Gabriel Castro.
–Entonces, todo es cierto...– murmuró así acabó de leer, Rosa lo miraba conmovida pero él se sorprendió al percibir que no sentía rabia ni tristeza por lo que se había enterado sino como una extraña sensación de satisfacción por saber l fin la verdad
 –Lo siento Mario, lo siento mucho– expresó abatida, él la miró con frialdad
–¿Qué sientes Valverde? ¿Qué seamos unos auténticos ineptos y no nos enteramos hasta ahora que todas las víctimas escondían algo? ¡¡Joder, esto es vergonzoso coño!!– expresó fastidiado recostándose derrotado en su sillón al tiempo que soltaba desdeñoso el informe de Claudia sobre el resto de expedientes– Hasta la mosquita muerta de la estudiante hacía “trabajitos extras”con los profesores para aumentar su nota y toda la facultad lo sabía menos nosotros ¡¡vergonzoso Valverde, auténticamente vergonzoso!! Cuando se entere el capitán nos va a linchar– expresó abatido
 –Sí, metimos la pata, cierto; pero la cuestión Mario es...
–La cuestión es ¿cómo cojones ese gilipollas está enterado de todo esto?– la interrumpió mirándola fijamente, Rosa asintió con la cabeza indicando que era lo que ella también estaba pensando– tiene que haber alguna otra conexión entre ese energúmeno y las víctimas, de todo esto no se entera uno por mucho que las siga o por muy estricto que realice ese seguimiento; hay algo más y debemos encontrarlo, que lo investiguen a fondo Valverde– expresó levantándose de su sillón y recogiendo su chaqueta del respaldo
 –¿A dónde vas?– preguntó desconcertada al verlo decidido a irse
–A preparar lo de la protección de Ana; no tenemos mucho tiempo para tenerlo todo listo si le dan el alta pasado mañana– indicó saliendo de su despacho, pero se volvió y asomó la cabeza por la puerta– ¡Ah Valverde! Y que investiguen de inmediato todos los pasos de Ana, seguro que esa “monjita” también tiene algo que esconde– anunció decidido y se fue sin esperar respuesta
–Hola inspector, hoy viene mas temprano que nunca– lo recibió animada Ana con una de aquellas bonitas sonrisas
–¿Ya sabes que te dan el alta pasado mañana, verdad?– expuso contundente sin responder a su saludo; ella apartó su mirada
–Sí, me lo dijo ayer la doctora Urquijo– respondió comedida acariciando nerviosa las iniciales colgadas sobre su pecho
–¿Y por qué demonios no me lo dijiste Ana?– reprochó mirándola desconfiado, ella se irguió en la cama mirando decidida hacia Mario
–Porque no quiero ir a una de esas casas de las que habló la doctora ni faltar a mi trabajo y mucho menos a la facultad; no quiero que mi vida cambie en nada– habló contundente– yo regresaré a mi apartamento como si nada de esto hubiera pasado y la hermana María al orfanato– indicó resuelta –¿Te has vuelto loca o qué rayos te pasa? Eso ni lo pienses muchachita– exclamó asombrado mirándola atónito
–¿Por qué? Yo estoy bien y tú dijiste que...– hablaba resuelta, pero se percató de la mirada asustada de Mario y aquello la alertó– tú dijiste que ese hombre no me volverá a atacar... ¿acaso no es así?– indagó desconfiada
–¿La verdad?– expuso mirándola fijamente a los ojos, detectó en su mirada el terror que la abordaba esperando su respuesta y prefirió callar– No lo sé Ana, pero no me voy a arriesgar hasta que esté detenido; así que te mantendré bajo custodia el tiempo que sea necesario– aquella primera impresión de pánico volvió a desaparecer de sus lindos ojos grises.
–Ni estarás sola: yo iré contigo hasta que estés totalmente recuperada– añadió rotunda la hermana María; ella saltó su mirada varias veces de uno al otro sin decir nada examinando sus miradas tajantemente decididas sobre ella; tomó aire profundamente
–Está bien– suspiró finalmente recostándose de nuevo en los almohadones– De acuerdo; usted nana María me acompañara hasta que esté recuperada de todo y acepto la vigilancia policial... pero de mi casa no me sacará nadie y no hay vuelta de hoja ¿estamos?– resolvió contundente cruzando sus brazos sobre su pecho, Mario iba a denegar aquella propuesta pero ella le clavó una mirada desafiante que ambos se mantuvieron unos segundos; al final, Mario suspiró profundamente
–Está bien, por ahora te pondré solo vigilancia en tu casa... pero así tenga la mínima sospecha de algo, aunque sea solo una tonta casualidad, te saco de allí cagando leches... ¡¡Y tampoco tiene vuelta de hoja ¿estamos?!!– aclaró tajante, ella volvió a mantenerle desafiante la mirada unos segundos, pero finalmente aceptó con la cabeza y se sonrieron divertidamente amistosos: ambos eran igual de tercos y tenaces.

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