sábado, 31 de octubre de 2015


    –¡Por todo los santos señor Mario ¿Le ha ocurrido algo?!– exclamó impresionado Bruno apresurándose a abrir la puerta del edificio al ver a Mario sacar a Ana en brazos de su coche aparcado delante del portal
–Todo está bien Bruno, gracias; hablamos después– respondió amable sin detener su paso apurado hacia los ascensores– ah, va a venir mi compañera Rosa: una muchacha pelirroja de grandes ojos verdes, déjala subir ¿sí?– le anunció antes mientras entraba ya en el ascensor
–Claro, sin problemas señor Navarro; no se preocupe– respondió servicial cuando las puertas del ascensor ya se cerraban La llevó a su dormitorio y la recostó en la cama cubriéndola con el edredón de plumas
–¿Estás cómoda?– se interesó tierno, ella asintió con un leve gesto de cabeza– ¿Quieres que te traiga algo?– ella negó con la cabeza– ¿Ni una tila para calmarte?
–Una tila sí estaría bien– indicó más calmada mostrando una leve sonrisa; él le correspondió ameno –Vale, eso está hecho– se agachó y le tomó tiernamente su cabeza entre sus manos, ella se encogió temerosa pero no se apartó; él, prevenido por el gesto pero decidido a no echarse atrás, le posó los labios igualmente en el pelo sin soltarla; ella sonrió agradada por aquel tierno gesto por su parte –Ahora te la traigo– le murmuró cariñoso saliendo del cuarto. Ana se recostó contra el ancho cabecero y cerró los ojos intentando serenarse ya que todo su cuerpo aun temblaba del terror que había pasado, pero los abrió al instante: solo con apenas cerrarlos, los ojos fríos y cínicos de aquel hombre abordaban su cabeza. Decidió centrarse en el cuarto; paseó su mirada por la estancia en un intento de centrarse en ella y poder borrar toda aquella angustia de dentro. Era grande y decorado con un aire oriental con bonitos cuadros de papel de arroz en las paredes que mostraban hermosos paisajes de montañas y cascadas; también los había en madera con pequeñas inscripciones japonesas rodeadas de flores talladas en ellas. Los muebles de madera negra eran regios y de estilo muy moderno, la madera brillaba bajo la tenue luz de los led del cuarto que era las únicas lámparas de la habitación. La cama estaba casi a ras del suelo, sobre una base de madera negra que sobresalía a su alrededor. Unas mesillas a su altura, una cómoda y un armario empotrado de cuatro puertas correderas a los pies de la cama, era el resto del mobiliario. Era un dormitorio sencillo pero muy acogedor y sobre todo elegante. El regresó con dos tazones, le entregó a ella su tila que recogió mostrando una bonita sonrisa agradecida y él se sentó a los pies de la cama saboreando su café. –¿Qué tal te encuentras?– le preguntó cariñoso, ella sonrió cordial
–Mejor, gracias– repuso apagadamente– Bonita habitación– reveló amable dándole un sorbo a su tila
–Es solo una habitación– contestó sereno moviendo despreocupado los hombros
–Pero está decorada con muy buen gusto y se la ve confortable y acogedora– repuso entrañable
 –De eso se encargó Claudia; de esto y del resto de la casa a decir verdad…– indicó bajando sus ojos a su tazón de café y su rostro se ensombreció de pronto, recordar a su esposa le abatía aún demasiado concluyó conmovida Ana; al instante, él volvió a levantar los ojos hacía ella y le sonrió dulcemente aunque no pudo ocultar el gran dolor que sentía de su mirada– No se puede decir que la ayudara gran cosa en la decoración del piso– resolvió más desenfadado
–Pero seguro que tú has elegido el televisor; uno enorme para ver los partidos con los amigotes ¿a qué sí?– resolvió chistosa mirándolo dulcemente reprochadora y señalándolo con el dedo índice provocando que él riera divertido
–Sí, algo así– expuso evitando de nuevo su mirada, no quería seguir con aquella conversación, recordar a Claudia le dolía aún enormemente y Ana se dio cuenta. Se quedaron callados, él estaba abstraído, en otro lugar, con la vista perdida en su tazón de café mientras ella lo observaba detenidamente. Tenía un perfil hermoso, la nariz recta y fina, algo larga, pero le quedaba bien con el mentón severo y firme haciendo un rostro muy masculino y atractivo. Los labios finos formaban una boca perfecta. Su cabello castaño oscuro bien cortado y algo desmarañado, le daba un toque juvenil, como de niño rebelde… Ella no pudo evitar sonreír tierna mientras le daba otro sorbo a su tila caliente. De pronto sonó un timbre en algún lugar de la casa sobresaltando tremendamente a Ana que dio un respingo sobre la cama al tiempo que sujetaba fuertemente el tazón mientras recogía instintivamente sus piernas contra su pecho; él la observó y sonrió tranquilizador– Tranquila, solo es el telefonillo del portero… seguro que ya llegó Rosa pero Bruno no la deja subir hasta asegurarse– explicó amable y ella sonrió más calmada viéndolo irse del cuarto. Al poco rato los oyó acercarse al dormitorio; procuraban hablar en voz muy baja, pero ella podía oírlos igualmente
–Al pobre Ben lo cogió de improviso completamente– decía Rosa con gran dolor en la voz– al parecer lo atrajo hasta el portal donde debía estar esperándolo y allí lo cosió a puñaladas, pero Ben regresó como pudo al piso para proteger a Ana ya que la sangre de la pared es suya y logró disparar dos veces su arma dándole a ese desgraciado al menos una vez pues la sangre junto a la puerta del apartamento de Ana es del mismo grupo sanguíneo que nuestro hombre– explicó orgullosa de su compañero caído
–Hay que vigilar médicos que trabajen de estrangis Valverde, si está herido puede que acuda a alguno de ellos ya que no puede aparecer en un hospital con una herida de bala sin que den la voz de alarma– avisó esperanzado
–Lo sé y ya me he encargado de ello, tranquilo; Expósito y Méndez están ocupándose– aclaró resuelta y se sonrieron cómplices entrando en el dormitorio; Rosa le dedicó una dulce y amistosa sonrisa a Ana que le correspondió agradada por su llegada– Hola preciosa ¿cómo te encuentras? –Bien, mucho mejor; gracias– respondió desenfadada y ambas volvieron a sonreírse complacidas; Ana apretó momentáneamente los labios mientras sus ojos se humedecían de lágrimas– fue por mi culpa... – susurró apagadamente temblándole conmocionada el mentón, ellos la miraron intrigados por sus palabras– se oyó un estruendo terrible en la escalera como si alguien hubiera caído por ellas, yo quise salir a ver qué pasaba ya que en el piso de arriba vive un ancianito solo... pero Ben no me lo permitió y fue él mismo... – su voz se quebró acongojada– pobre Ben, está muerto por mi culpa...– añadió apagadamente y unas lágrimas escaparon de sus ojos humedeciéndole las mejillas, Mario se cruzó una mirada interesada con Rosa
 –Ese estruendo debió ser la maceta rota en el portal; así lo atrajo hasta allí– indicó Rosa y Mario asintió con la cabeza conforme con aquella conclusión, Ana levantó la cabeza y los miró más resuelta –Llevaba uniforme de policía… su visera era lo único que lograba ver cuando miré por la mirilla hasta que por fin levantó la cabeza y vi sus ojos– respondió serena aunque sus manos temblaron haciendo bailar el líquido en su tazón al recordar aquel rostro terrible que tanto terror le daba. –¡¡Joder; el muy desgraciado piensa en todo; sabía que no le abrirías la puerta a un desconocido!!– repuso fastidiado Mario– Valverde, hay que investigar las tiendas de alquiler y venta de disfraces; en alguna parte tuvo que hacerse con él
–Me pondré a ello de inmediato, no te preocupes– expuso obediente y volvió a sonreírle a Ana– te he traído algo de ropa y tus medicinas– aclaró mostrándole una bolsa plástica que dejó a los pies de la cama donde hacía unos instantes estaba sentado Mario; Ana se lo agradeció con otra sonrisa– Bueno…– repuso cansadamente Rosa metiéndose las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros– será mejor que me vaya y me ponga cuanto antes a averiguar eso– repuso pasando una visual inconsciente al dormitorio rápidamente– ¡Oye tío ¿sabes que nunca había estado en tu casa?! ¡es muy mona, colega; y la tienes de lujo!- expresó gustosamente complacida dándole un suave codazo en el brazo de Mario
–Es una casa y está pagada… ¿qué más se puede pedir?– repuso desenfadado moviendo levemente los hombros
–¡¿Una casa dice?! – exclamó guasona Rosa mirando a Ana y ambas se sonrieron divertidas– Esto es un pisazo chaval, y te aseguro que comparado al cuchitril donde yo vivo, puede considerarse un palacio– explicó rotunda
–A veces un poco de orden y algo de limpieza ayuda mucho a mejorar el aspecto del piso ¿sabías?– expresó burlón Mario recordando las palabras de su compañera cuando le hablara de su sucio y revuelto apartamento; Rosa le echó la lengua fastidiada por su comentario y los tres rieron amenos, luego besó tierna la frente de Ana
–Tú quédate tranquilita y descansa que ahora está el súper poli contigo– le habló cariñosa y se volvieron a sonreír divertidas; Rosa se enderezó y miró a Mario a los ojos– Volveré a la noche y a ver si ya averigüé algo importante; ah, y por favor avisa a ese Bulldog de ahí abajo que me deje pasar: me tuvo más de un cuarto de hora dándole todo tipo de explicaciones antes de llamarte para permitirme subir– protestó fastidiada, él sonrió complacido
 –Ya le había avisado que venías pero cómo serán tus pintas para no dejarte entrar– se burló él entrañable
 –¡Muy gracioso hombre, pero que muy gracioso!– expresó haciendo un gesto asqueado con la boca provocando que él y Ana se rieran explayados, se despidió con la mano de Ana antes de desaparecer acompañada de Mario por el pasillo de nuevo.
Ana se levantó de la cama, la moqueta era tan mullida y suave que le hacía cosquillas en los pies y no pudo evitar reírse infantilmente; examinó la ropa que le trajo Rosa: solo dos vaqueros y tres camisetas. Escogió uno de los vaqueros junto a una camiseta azul celeste y ropa interior que escondió presurosa a su espalda sonrojándose tremendamente al encontrarse a Mario en la puerta observándola, él sonrió divertido
–Estuve casado ¿recuerdas? no me asusto al ver ropa interior femenina– indicó socarrón
–Sí, pero eso no tiene nada que ver con que mires la mía– repuso molesta y él volvió a sonreírse entretenido– ¿Puedo darme una ducha? Necesito asearme
–Por supuesto; allí está el baño– indicó la puerta que había  junto a la coqueta en el mismo dormitorio– debajo del lavabo tienes cosas de Claudia que puedes usar si quieres– indicó amable- y en el armarito de detrás de la puerta tienes toallas limpias; también está su albornoz aún colgado de la puerta por si deseas utilizarlo– añadió desenfadado, Ana le miró apesadumbrada
–¿No te has deshecho aún de sus cosas?– preguntó cariñosa, él la miró turbado
–Aún no tuve tiempo– indicó evasivo, ella seguía mirándolo inquisitiva– O no tuve valor de hacerlo, si es lo que prefieres oír– aclaró definitivo y ella sonrió dulcemente metiéndose en el baño.
No tardó en regresar al dormitorio, salió ya vestida y él se fijó que llevaba el pelo mojado, los rizos caían en cascada sobre sus hombros
–Hay un secador por si quieres usarlo– le indicó entrañable
 –No, gracias; si seco con secador estos rizos se encrespan y parezco una loca de triple cabeza– bromeó chistosa y ambos se rieron divertidos
–Estas dos puertas son de Claudia– comentó señalando dos de las puertas del armario contiguas– puedes colocar tu ropa ahí; aunque Rosa no te trajo gran cosa… pero no te preocupes, puedes usar lo que quieras de ella; no me afecta tanto como crees– le comentó sereno sonriéndole relajado, ella le correspondió– esos cuatro cajones superiores de la coqueta eran también suyos; lo mismo, hazte sitio y usa lo que necesites…– añadió despreocupado y se volvió hacía la puerta del dormitorio para irse– ¿Tienes hambre? Puedo hacerte una tortilla de jamón, de espárragos o unos huevos revueltos– le propuso amistoso, ella rió divertida desconcertándolo
–¿Hay algo más en tu dieta que no sea huevo?– bromeó burlona, él también sonrió entretenido
–Sí: verduras, pescado, carne… de todo; pero eso sí: no esperes que lo prepare yo– respondió desenvuelto y se rieron entrañables
–Creo que te vendría bien acompañarme al club de ancianos de mi barrio– comentó animada
–¡¿Me ves tan viejo ya?!– exclamó socarrón y ella soltó una hermosa carcajada, era mucho más bonita cuando reía y su risa contagiosa sonaba melodiosa
–¡No, hombre! Doy clases de cocina allí– indicó amistosa
–¡Ah; así que estás aprendiendo a cocinar con las abuelitas ¿eh?!- se burló dulcemente sin darle a entender que todo aquello lo sabía ya
–¡¡No!!– clamó entre alegres carcajadas, él sonrió entrañable observando complacido aquel rostro tan hermoso cuando reía así de despreocupado y alegre– Yo les doy clases a ellos; estoy estudiando hostelería y restauración y tres días a la semana doy clases en el club de ancianos; pero también va gente joven– aclaró desenfadada y él esbozó una tierna sonrisa amena– Si quieres puedo enseñarte algunos platos fáciles para salir del paso sin problema– propuso dispuesta, Mario la miró encandilado y, haciendo una leve reverencia, le mostró el camino hacia el pasillo
–Teniendo toda una cocinera en la casa, yo no pinto nada en ese lugar tan desconocido para mí– bromeó chistoso, se volvieron a reír entretenidos y ella le obedeció.
El pasillo era amplio pero corto, pasaron junto a tres puertas cerradas y desembocaron en un amplio salón comedor muy bien amueblado, con elegancia y buen gusto; un arco lo separaba del pequeño recibidor de la casa y a la derecha estaba una amplia cocina a la que no le faltaba ningún detalle. Aunque Ana sí notó que le faltaba calor de hogar, todo estaba tan impoluto y nuevo que mostraba qie la habían usado muy poco y últimamente nada
–A ver que podemos hacer...– expuso animada abriendo el doble frigorífico encontrándolo vacío, solo había un cartón de leche, unas cervezas, huevos y naranjas. Se volvió y miró a los ojos de Mario que se había quedado apoyado con su hombro en el dintel de la puerta de la cocina– ¿Sabes qué para cocinar lo primero e imprescindible es tener ingredientes, verdad?– expresó reprochadora y él sonrió pícaro
–Hay huevos– indicó socarrón moviendo desentendido las cejas y se rieron al unísono. Ella empezó a examinar el resto de muebles de la cocina mientras él se sentaba en uno de los taburetes tras la amplia barra, se acodó en ella y apoyó su mentón en la mano derecha observándola entretenido como sacaba del mueble de provisiones un bote de zanahoria rallada, unas aceitunas y atún en conserva.
–Creo que algo podremos hacer con todo esto– repuso resuelta recogiendo también un paquete de pasta y se dispuso a cocinar; él la observaba sin perder detalle pero su mirada quedó atrapada de nuevo y como le ocurría muchas veces en aquella intrigante “I” colgada de su fino cuello
–¿Quieres avisarle de que estás bien? Aunque naturalmente no permitiré que le digas en dónde te encuentras– expuso de pronto, ella lo miró confundida sin entender qué quería decir– Hablo del chico al que supongo debe pertenecer esa “I” que llevas al cuello y puede estar preocupado por tu desaparición– aclaró desenfadado, ella instintivamente volvió a acariciar las iniciales y sonrió dulcemente
–No pertenece a ningún chico, no hay nadie en mi vida– aclaró despreocupada pero sus lindos ojos grises tomaron un tono entristecido– y a quien pertenece esta “I”... siempre está a mi lado y sabe que estoy bien– añadió en apenas un murmullo besando suavemente la inicial
–¿Y eso?– preguntó intrigado frunciendo su ceño por aquella extraña respuesta
–Pertenecía a mi hermana gemela Isabel que murió cuando tenía siete años– aclaró tomando aire profundamente
–Lo siento mucho– expuso Mario abatido por aquella declaración, ella esbozó una dulce sonrisa compasiva
–Tranquilo, no pasa nada; ya pasó hace muchos años y lo he superado– repuso más animada y continuó cocinando– las llevábamos puestas cuando nos recogieron del torno: ella una “I” y yo la “A”; es lo único que tenemos de nuestra madre, por eso esta cadena significa tanto para mí– explicó resuelta sin dejar de cortar hábilmente las aceitunas en pequeños trocitos
–Comprendo– expresó Mario y ella volvió a sonreírle dulcemente encandilándolo, su rostro y sus bellos ojos grises parecían iluminarse cuando sonreía así– ¿Y de qué murió?– se interesó curioso
 –El orfanato sufrió una epidemia de meningitis y ella también se contagió como docenas de huérfanos; a pesar de que nana María quería sacarme de su lado a toda costa, yo no me separé de ella ni un minuto hasta que murió entre mis brazos... otro “milagrito de nuestro Señor” que yo no acabara también contagiada, como dice nana María– expuso con sorna mirándolo a los ojos y ambos se sonrieron amenos– lo que para ella son “milagros” para mí son una maldición– murmuró tortuosa añadiéndole las aceitunas bien picadas de la tabla a la pasta ya cocida y colocada en una ensaladera –Me parece increíble que no creas en Dios cuando has sido criada entre monjas– expuso desconcertado, ella volvió a mirarle a los ojos y él descubrió que se habían oscurecido de dolor y tristeza
–¿Y cómo puedes creer en Él después de que una madre desalmada te deje tirada con apenas cinco días de vida? ¿Cuándo con solo siete años te deja sola en este mundo arrebatándote de tu lado a la única familia que tienes? ¿Cuándo te hace sufrir al ver cómo llegaban matrimonios a adoptar niños y tú nunca eres la elegida? Es que ni me miraban siquiera... parecía que no existiera... aquello me hacía sentir despreciada, la niña más fea del mundo, y lloré muchas noches por ello– declaró con gran dolor en la voz; aquello conmovió tremendamente a Mario, cuanto había sufrido ya aquella criatura siendo aún tan joven– ¡Y... Vôila, ensalada de pasta con aún!– exclamó de pronto volviéndole la alegría a la voz mostrando la ensaladera con la comida preparada, se sonrieron alegres– Ahora calentaremos el pan pues debe ser de antes de la guerra- bromeó dándole suaves golpecitos con su dedo índice a la bolsa de pan endurecido que en su revisión por los muebles de la cocina había encontrado en uno de los cajones; Mario rió divertido moviendo desconcertado su cabeza, aquella muchacha era increíble, no perdía el buen humor aunque las cosas le fueran terribles.
Entre los dos colocaron los servicios en la mesa redonda de cristal que había en la cocina. Ana comprobó que Claudia debía ser una mujer especial: muy ordenada, elegante y distinguida; la vajilla era delicada, de fina porcelana; los cubiertos también muy refinados; las copas de exquisito cristal tenían un tallado sencillo y elegante. Pero, lo que más le llamó la atención, eran los pequeños detalles que Mario colocaba rutinariamente sobre la mesa y parecía no apreciarlos: los finos mantelitos individuales de hilo egipcio igual a las servilletas; los bajo platos de plata pulida igual que los posa vasos y la panera... Ana se dio cuenta que Mario miraba intrigado como observaba la mesa mientras abría una botella de vino tinto
–¿Ocurre algo? ¿Falta algo en la mesa?- indagó extrañado
–No, está perfecta– le contestó sonriéndole tímida, él entrecerró los ojos sin comprender porque entonces la miraba tan concentrada– estaba apreciando las finas cosas que usas para comer a diario; en mi casa no puedo permitirme el lujo de tenerlas pero, si así fuera, las usaría solo en ocasiones muy especiales– indicó con un naturalidad pasmosa y él rió entretenido
–Las compró…
–Ya: Claudia– le interrumpió despreocupada y él volvió a sonreír– ¿A qué se dedicaba?
–Era ayudante del fiscal– expuso serenamente moviendo hábil el sacacorchos pues el corcho parecía querer resistirse en salir; Ana apreció sus enérgicos músculos en los brazos, también se fijó en el ancho y fuerte pecho contra el que apoyaba la botella
 –¡Caray; una buena combinación!– expresó sorprendida–Tú los pillas y ella los encierra – resolvió y se sonrieron amenos
–Y era muy dura, por cierto...– aclaró retirando finalmente el corcho– ¡Ajá! ¡Quería hacerse el duro pero gané yo!– bromeó cordial
–Con esos brazos, seguro que no se te puede resistir nada– repuso amable y él le sonrió sentándose a la mesa frente a ella
 –Sí, la cocina: para eso soy un completo negado– comentó afable sirviéndole un poco de vino en su copa
 –Eso es porque lo has intentado poco; la cocina no tiene misterio ninguno, solo necesita tres cosas: por supuesto ingredientes…– nombró burlona mientras le servíasu plato y él soltó una sonora carcajada– paciencia y mucho cariño
–Me faltan de las tres cosas– repuso serio de repente, ella lo miró a los ojos entregándole el plato y él dibujó una leve sonrisa en su rostro, tenía unos ojos castaños con pequeñas vetas verdosas muy bonitos– Aunque una de ellas es fácil de conseguir– indicó volviendo a ser agradable– Tengo entendido que hay unos lugares donde se compran cosas de esas que tú usas para hacer de esto tan…– probó la ensalada y abrió los ojos sorprendido– ¡Ey, está muy bueno!– indicó asombrado y ella rió divertida
–¿Acaso lo dudabas?– le reprochó amena y se rieron cómplices– Iremos a la compra esta tarde, también es importante aprender a escoger buenos alimentos, frescos y sanos.
–¡¿Iremos?!– indicó sarcástico elevando una ceja–de eso nada: iré yo; tú te quedarás aquí quietecita– aclaró rotundo, Ana lo miró desafiante
–¿De verdad supones que voy a estar aquí encerrada hasta que lo atrapéis?– exclamó socarrona, él frunció su ceño– Sí me asusté mucho hoy, lo reconozco, pero pienso seguir con mi vida como ya te dije en el hospital– aclaró decidida
–Eso no te lo crees ni tú– exclamó tajante
–Pues me tendrás que atar a la pata de la mesa porque yo el lunes regreso a la academia y no pienso…– Ana enmudeció cuando, de pronto, Mario dejó sobre la mesa y ante sus ojos unas esposas que sacó de la parte trasera de su pantalón; asombrada, saltaba su mirada impresionada de los grilletes a los ojos de Mario
–¿Decías algo?– repuso despreocupado y continuó comiendo sin dar más explicaciones; ella también siguió comiendo sin replicar nada más– ¿Nunca intentaste encontrar a tu madre?– preguntó curioso al cabo de un rato, ella lo miró apagadamente
–Claro que sí; pero no tengo manera de seguirle la pista… como ya te conté, el orfanato posee un torno donde se dejan a los bebés sin tener que dar ningún tipo de explicación– repuso apenada
–Lo sé– expuso mirándola conmovido y ella le sonrió dulcemente– Pero, por ejemplo, siguiéndole la pista a la cadena: se la ve muy buena y valiosa, la talla es muy fina: tuvo que hacerla un buen orfebre y, no soy un entendido, pero diría que las piedrecitas que lleva incrustadas son diamantes; puede haber algún tipo de registro o algo así...– indicó acercándose un poco para examinarlas más de cerca, ella las acarició muy cariñosamente
–No sé de dónde pudo haberla sacado mi madre; tras muchas preguntas que nadie quiso responder, logré que la hermana Lourdes me contara que, cuando nos encontraron, estábamos bien cuidadas y muy limpias pero nuestras ropas eran sencillas y pobres; así que mi madre no puede ser gente de bien– comentó tranquilamente, él la miró a los ojos; tenía unos ojos preciosos, de un gris oscuro tan bello y sereno que provocaba hundirte en ellos como en las frescas aguas de un mar profundo... realmente todo su rostro era precioso...– ¿Qué me estás mirando tan fijamente?– preguntó intrigada sacándolo de aquel maravilloso pero perturbador ensueño en el que había caído
–Nada– respondió precipitado y, azorado por no saber qué más decir, carraspeó nervioso moviéndose incómodo en su silla– tengo que salir un momento, Ana; pero no te inquietes que regreso en seguida– aclaró amable levantándose de la mesa y llevándose su plato y su copa al lavaplatos que había a lado del fregadero intentando huir de aquellos ojos que tanto le turbaban
–Pues no te olvides de hacer algo de compra ya que poco puedo hacer con lo que queda si vas a querer cenar– replicó desenfadada también recogiendo su plato tranquilamente sin percatarse de lo que había ocurrido y él la miró sin poder evitar sonreír de nuevo con ternura, era tan dulce e inocente que ni cuenta se daba de lo que podía llegar a provocar sin pretenderlo.

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