miércoles, 28 de octubre de 2015


       Rosa se acercó a la cabecera mientras Mario se detuvo a los pies de la cama, no podía apartar los ojos de aquel rostro tan impresionantemente magullado ¡¡Dios, ese animal se había ensañado con aquella muchacha de manera descomunal!!
–Ana…– le susurró dulcemente Rosa, ella abrió los ojos lentamente como si hasta ese movimiento fuera un sacrificio para ella, impresionaba vérselos inyectados de sangre– Hola cielo, tranquila, ya estás a salvo cariño– le habló tierna mientras le pasaba dulcemente la mano por la frente, el único lugar donde no tenía golpes– Somos de la policía ¿Puedes hablar?– le habló suavemente, ella tragó dolorosamente saliva
–Sí…– murmuró débilmente sujetándose la garganta dolorida, carraspeó suavemente– Creo que sí– repuso algo más alto
–No te esfuerces ¿vale? Tú tranquila– le indicó dulcemente Rosa, la muchacha asintió levemente con la cabeza – ¿Quieres que avisemos a alguien de que estás aquí?– se ofreció amable
–María– repuso emocionada llenándosele los ojos de lágrimas
–¿María qué?– repuso Rosa acariciándole nuevamente la frente a modo de consuelo
–La hermana María, del orfanato de las Hermanas de la caridad– indicó sin poder evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas
–¡¿No jodas que eres monja?!– exclamó con asombro Mario de repente sobresaltando a la muchacha que no se había percatado de su presencia; sus ojos se llenaron de pánico al verlo y se cubrió aterrorizada con la sábana hasta el cuello
 –¡Tranquila preciosa, tranquila; es policía también!– la consoló cariñosa Rosa acariciándola nuevamente en la frente– él es el inspector Navarro; cálmate que ahora estás a salvo, nadie puede hacerte daño ya
–No soy monja, me crié allí; ella es lo más parecido a una madre que tengo– expuso más calmada, pero no apartaba la mirada desconfiada del rostro de Mario mientras él escribía en su libretita negra –Ana, cielo ¿puedes decirnos algo del hombre que te hizo esto?– le preguntó amable Rosa mientras Mario llamaba por su móvil dando indicaciones de que trajeran de inmediato a la tal hermana María del orfanato de la Caridad– ¿lo conocías? ¿Lo habías visto antes?– siguió indagando esperanzada, Ana negó con la cabeza
 –Nunca hablé con él, pero su cara no me era desconocida del todo... creo que me lo he cruzado otras veces por el parque mientras hacia footing– respondió apenas en un susurro
–¿Eso hacías en el parque a esas horas y sola? ¿Corres por él asiduamente?– instó interesada Rosa, ella volvió a negar levemente con la cabeza
–No, yo no hago deporte... creo que es él el que suele hacerlo– aclaró con apenas un hilo de voz, Rosa y Mario se miraron complacidos por aquel interesante dato que ella les había dado; Mario se aproximó más a la cama echándose la mano al bolsillo interior de su chaqueta e inesperadamente para ellos, Ana no pudo evitar soltar un grito de espanto sujetándose crispada al brazo de Rosa mientras miraba aterrorizada a Mario que quedó desconcertado con aquella reacción de la muchacha que inconscientemente debido a aquel gesto de Mario, la imagen del enorme cuchillo volvió a resplandecer de nuevo ante ella– ¡No, no me haga daño, por favor se lo pido!– chilló despavorida con los ojos llenos de pánico, Rosa cobijó cariñosa contra su cuerpo la cabeza de la muchacha
–Ey tranquila, pequeña; ya estás a salvo y nadie te va a hacer daño cielo, te doy mi palabra– le indicó conmovida; Mario quitó muy despacio para no volver a asustarla la foto del sospechoso de su bolsillo –¿Puedes decirnos si era este hombre?– indicó Mario mostrándosela, ella la miró dubitativa y asintió rotunda abriendo aterrorizada sus ojos; él se la apartó de delante para evitarle más inquietud con la visión del hombre que le había hecho todo aquello– Ahora: ¿podrías explicarnos que pasó?– indagó interesado, ella lo miró sobrecogida y, temerosa de tener que recordar de nuevo todo aquel horror, se sujetó más fuerte a la cintura de Rosa rompiendo a llorar angustiada
–Tranquila, cielo; si no puedes no te preocupes; lo dejaremos para otro momento– intermedió cariñosa Rosa acariciándole dulcemente la cabeza contra su estómago
–¡¡Valverde ¿qué estás diciendo? Necesitamos que hable!!– le increpó molesto Mario, su compañera lo miró irritada
–¿Qué coño te pasa? ¡¡Eres un insensible!! ¡¡Mírala por Dios bendito: está aterrorizada!! ¡Si no puede hablar de ello aún, no vas a obligarla!– le bramó ella enfadada, aquella represalia de su compañera lo exasperó tremendamente
–¡¡Mira Valverde, te estás pasando...!!– exclamó fuertemente irritado
–Se me acercó ofreciéndose amable a acompañarme...– lo interrumpió Ana con apenas un murmullo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas aplacando la explosión de mal genio de Mario
–¿No te atacó de pronto? ¿Te habló antes?– se interesó curiosa Rosa, ella asintió con un leve movimiento de cabeza
–Parecía tan amable...– sollozó angustiada– de pronto se enfureció terriblemente... ¡¡no sé por qué, yo no dije nada, no hice nada, pero se volvió loco!!– explicó sobrecogida mirando al rostro de Rosa con verdadero terror en los ojos– entonces me arrastró entre los setos por el pelo y me tiró al suelo donde empezó a golpearme fuertemente… y de pronto... lo vi– tragó sobrecogida saliva– ¡¡era enorme, enorme!!– clamó angustiada y lloró atormentada
–¿¿El qué era enorme Ana?? ¿¿El cuchillo??– instó acelerado Mario, Ana asintió con la cabeza echándose la mano al pecho en busca de su cadenita que siempre le daba fuerzas y serenidad
–¡¡Oh Dios santo, la he perdido!! ¡No puede ser, no puedo perderla!!– se alteró tremendamente buscándola afanosa sobre su pecho
–¿Qué has perdido preciosa?– se interesó Rosa
–Mi cadenita; no puedo perderla... tengo que ir a buscarla, tengo que encontrarla...– habló alterada intentando levantarse pero ambos la sujetaron suave pero contundentemente de los brazos prohibiéndoselo
–No puedes moverte aún muchacha, estate quieta y tranquila– indicó amable Mario pero ella estaba fuera de sí
–¡¡No puedo perderla, mi cadenita no...!!– seguía exponiendo entre lágrimas de angustiosa desolación –Te han quitado todas tus cosas cuando entraste en quirófano, a lo mejor están entre tus pertenencias; tranquilízate, te prometo que nosotros te la encontraremos– intentó calmarla Rosa y pareció funcionar porque la muchacha la miró esperanzada.
 –¿De verdad lo harán?– instó esperanzada y Rosa le sonrió tranquilizadora, la muchacha pareció serenarse.
–¡¡Oh Dios santo mi niña!!– exclamó sobrecogida una monja muy joven entrando en aquel instante en la habitación, llegaba acompañada de un policía de uniforme que movió la cabeza en forma de saludo a Mario quedándose en la puerta sin entrar
–Nana María– expresó Ana mostrándole sus brazos abiertos rompiendo a llorar como una niña, la monja se apresuró a su encuentro y la tomó con gran ternura contra su pecho
–Oh por favor, mi niña ¿qué le han hecho a tu preciosa carita de ángel cielo mío? ¿Quién pudo hacerte mal a ti si eres un ángel de nuestro Señor?– sollozaba con gran amor mientras la estrechaba entre sus brazos acunándola suavemente con una ternura impresionante, se percibía tanto amor en sus palabras y gestos que conmovía
–Nana María, tus palabras y tus brazos me ayudaron a sobrevivir; tú me recogiste en tu regazo como cuando era niña y me calmaste hasta que ese hombre se detuvo– sollozaba también con gran cariño aferrándose a ella con pasión
–Pobrecilla mi ángel, ya todo pasó mi preciosa niña; ya estoy aquí y no te dejaré sola– expresó maternal besándola con extrema ternura en la cabeza mientras seguía acunándola. Era inmensamente impresionante el cariño que se transmitían y Mario y Rosa se miraron incómodos por presenciar aquel instante tan íntimo y lleno de cariño entre ambas. Una enfermera morena entró a revisar los sueros de Ana. Cambió uno que estaba aún a medio terminar y volvió a salir sin mediar palabra. A Rosa le llamó la atención que llevara puesta una mascarilla ya que nadie allí la llevaban... pero sería protocolo del hospital supuso sin darle más importancia; también le pareció extraño su comportamiento: parecía intentar esquivar las miradas de todos, intentar pasar lo más desapercibida posible... probablemente también se sentiría incómoda por irrumpir aquel momento entre ambas mujeres, resolvió desenfadada sin tampoco ponerle más interés a ello...
–Perdí mi cadena nana... la perdí...– sollozó Ana con voz entre cortada de la desolación y a Mario se le inundó el corazón de ternura pues le recordó a una pequeña niña llena de inocencia y tristeza por su juguete roto
–Eso es lo de menos mi niña, lo importante es que estás viva y te pondrás bien; la cadenita puede comprarse otra– expresó despreocupada la hermana María besándola consoladora en la cabeza
–Pero no es lo mismo nana, no es lo mismo... sabes lo mucho que significa para mí...– siguió sollozando hundiendo aquel rostro mal formado por los golpes contra el pecho de la joven monja y a Mario se le oprimió el corazón de tristeza por el disgusto de aquella tierna muchachita humedeciéndosele los ojos conmovido. Gracias al cielo, su teléfono móvil empezó a sonar y él pudo reponerse de aquel mal trago examinando la pantalla; pero lo que veía no podía ser, era imposible... su rostro se descompuso al instante y observó a su compañera con los ojos desorbitados que lo miró descolocada
–¿Qué te ocurre Navarro?– curioseó ella al verlo tan perturbado
–No... no puede ser... esto... es... imposible...– balbuceó desubicado sin poder reaccionar, Ana y la hermana María también lo miraron intrigadas
–¿Qué rayos te pasa? ¿Quién te llama para que te pongas así?– instó su compañera mirándolo aún más confusa al notarlo tan impresionado por una simple llamada de teléfono
–Rosa es... Claudia– anunció estremecido mirándola con ojos llenos de pasmo
–Pero ¿¿qué estás diciendo hombre?? ¿¿Te has vuelto loco o qué??– exclamó Rosa sin dar crédito a lo que acababa de escuchar y sujetándole rauda la muñeca acercándosela para ver mejor la pantalla, la observó intrigada descubriendo el nombre de Claudia parpadeando en la pantalla verdosa– ¿Será posible? ¿A qué graciosillo se le ocurre hacer semejante estupidez?– repuso sorprendida y ambos se quedaron mirándose turbados unos segundos– ¿Qué? ¿Acaso no piensas responder para saber quién es el estúpido que hace tal tropelía?– expuso irritadamente ofendida por tal falta de tacto del que llamaba y él reaccionó al fin descolgando su teléfono; al instante una sonora carcajada llena de burla sonó a través del auricular pudiendo ser escuchada por todos los de la habitación
–¡¡Ay Navarrito, tenías que ver la cara que has puesto!! Tranquilo hombre, que no es tu “adorada Claudia” que te llama del más allá– expresó guasón el interlocutor mientras seguía carcajeándose divertido
 –¿Quién coño eres, gilipollas?– explotó enfurecido por sus burlas Mario; la hermana María le lanzó una mirada reprochadora al escucharle aquellas palabras mal sonantes y él apretó los labios avergonzado
–¿Acaso no reconoces mi voz? ¡Que desilusión Navarro; para ser un inspector con tantos méritos pensé que tendría más retentiva!– siguió jactándose sin dejar de reírse sarcástico. Pasado aquel instante de sobrecogimiento al ver el nombre de Claudia en la pantalla de su móvil, Mario reconoció al momento aquella voz: era él, Pablo Villa.
–Hijo de la gran pu...– masculló entre dientes pero su mirada volvió a encontrarse con la de la joven monja y se calló al instante– ¡Hombre: pero si eres Carlos Méndez!– respondió socarrón al interlocutor, Rosa lo miró con los ojos abiertos de par en par al escucharlo mientras él oía su risa burlona a través del teléfono- ¿O debo llamarte por tu verdadero nombre: Pablo Villa?– de pronto dejó de reírse, parecía sorprendido que ya supieran su auténtica identidad y ahora fue Mario quien rió jocoso– ¿Qué pasa, Pablo? ¿Te sorprende que sepa tu auténtica identidad?
–La verdad es que no– contestó tajante– te lo puse demasiado fácil actuando del mismo modo para no llegar a esa conclusión– se chuleó, aquello fastidió a Mario
–¿Qué quieres desgraciado?– instó irritado y volvió a oír su risa burlona
–¡Es increíble que aún esté viva ¿verdad?! ¡Tiene aguante la puñetera desgraciada! No podía creerlo cuando lo leí esta mañana en los periódicos, tenía que ver y comprobar con mis propios ojos que era cierto...– expuso entre sorprendido y asqueado
–¡Está aquí Valverde; este desgraciado está aquí!– anunció alarmado Mario cubriendo el auricular de su teléfono para que él no le oyera y ambos salieron al pasillo al instante desenfundando sus armas– tú vete por ese pasillo, yo revisaré este– le indicó a Rosa señalando el pasillo de la derecha que ella corrió a revisar atenta a cada rostro que se cruzaba e inspeccionando cada habitación– que nadie entre en este cuarto hasta que yo regrese ¿me oyes? ¡Absolutamente nadie! ¡Ni a Dios así se te presentara delante ¿me has entendido?!– le ordenó rotundo al policía que aguardaba a la puerta del cuarto de Ana y él asintió con la cabeza
–¿Sabes qué tienes una compañera la mar de bonita? Sería un bonito trofeo para mi colección– seguía hablando por teléfono Pablo Villa mientras Mario recorría atento y ansioso el pasillo de la izquierda –No es de tu tipo gilipollas– le contestó mordaz y él soltó una sonora carcajada; Mario puso atención al teléfono, a ver si percibía algo que lo guiara hacia donde se escondía pero no se oía nada, ni murmullos, ni voces, ni ningún tipo de ruido reconocible, como si estuviera en un lugar hermético… ¡El ascensor! Pensó de repente y se dirigió hacia ellos
–Tampoco lo era tu dulce Claudia y ya ves– respondió mordaz hiriendo terriblemente a Mario que guardó silencio. Uno de los ascensores bajaba, él se dirigió presuroso a las escaleras de urgencia bajándolas de tres en tres– ¡Uy, lo siento Mario! ¿Eso te ha dolido?– preguntó sardónico
–¡Te voy a atrapar, maldito hijo de puta!– le gritó enfurecido– ¡Y tras un ratito a solas conmigo, sabrás lo que es el dolor cabrón de mierda!– él volvió a carcajearse con ganas
–¡¡Uy que miedo me das; me estás acojonando y todo Navarrito!!– se burló mordaz entre sarcásticas risotadas– ¿Y cómo piensas cogerme si acabo de estar a tu lado y tú ni enteraste, estúpido engreído?– expresó petulante irritando aún más a Mario
–¡¡Desgraciado mal nacido!! ¡¡Da la cara, cabrón!! ¡¡Tú y yo frente a frente, a ver quien es más hombre!!– expresó enfurecido pero él volvió a reírse a carcajadas
–¡Pobrecilla… tan dulce e inocente! ¡¡Que pena de muchacha, tenías que ver que rostro más hermoso tenía!!– se burló con voz asqueada, con repugnancia– ¡¡La muy perra quería embaucarme otra vez con su cara de ángel y su voz angelical!! ¡¿Puedes creerte que regresó siendo virgen de nuevo la muy desgraciada?! ¡¡Pero aunque casi lo consiguen, no lograron embaucarme con sus triquiñuelas; a mí no, conmigo no pueden!!– bramó desquiciado
–Necesitas ayuda profesional, estás muy mal de la cabeza– le reprochó Mario sin detener su apresurado descenso por las escaleras de incendios
 –¡¡No estoy loco imbécil!! ¡¡Sé muy bien lo que estoy haciendo!!– gritó ofendido y Mario sonrió satisfecho, lo estaba sacando de quicio
–No, que va, tú no estás loco; estás como una verdadera chota, para encerrarte y tirar la llave– siguió provocándolo y percibió como su respiración se volvía apremiante, lo estaba enfureciendo y eso le satisfacía enormemente– no eres la mano de Dios ni nada que se le parezca, simplemente eres un vulgar asesino de mierda que te retorcerás en el infierno por estos asesinatos injustos; esas mujeres eran buenas y Dios a quien va a castigar es a ti
–¡¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo pobre ignorante estúpido!!– se mofó volviendo a reírse burlón, Mario comenzó a escuchar el ruido del tráfico a través del teléfono: estaba ya en la calle; no le había dado tiempo a llegar para detener su huida y se sintió frustrado, pero aún así no detuvo su bajada, apenas quedaban dos plantas y aún podía atraparlo
–Pues aclarámelo tú ya que yo soy un ignorante– intentó seguir haciéndolo hablar para demorar su escapada
–¡¡Eran todas unas putas que se merecían eso y más!! ¡¡Unos engendros del diablo que ofendían a Dios con sus malos actos y yo les di su merecido!!– gritó enfurecido, Mario sonrió victorioso –¿Todas putas? ¡¡Pero si tú mismo acabas de decir que Ana era virgen!! ¿te das cuenta cómo estás como una puta cabra? Ese Dios tuyo no te va a perdonar jamás lo que has hecho– siguió increpándole para enfadarlo más
–¡¡Ella es la peor de todas, es especial ¿aún no te has dado cuenta?!!– bramó furiosamente indignado –¿Qué pasa Pablo? ¿Ella es tan especial que a ti, al ser tan poco hombre, no se te levantaba sino la golpeabas antes?– se burló sarcástico mientras se reía cínico
–¡¡Maldito capullo hijo de puta!! ¡¡Soy tan hombre cómo tú imbécil!!– chilló fuera de sí, estaba realmente ofendido y furioso y eso satisfizo enormemente a Mario
 –No, de eso nada colega; si fueras como yo un verdadero hombre, tu novia Camila no tendría necesidad de buscar en otro lo que tú no le dabas y no te pondría los cuernos como te los puso– le increpó hiriente, pero para su sorpresa él volvió a soltar una carcajada explayada
–Si vamos a eso, al parecer tampoco tú tenías muy satisfecha a tu adorada Claudia ¿no? ¿O sino dime por qué iba tan asiduamente al motel Riviera? Y no era a ti precisamente a quien veía acompañándola ¿eh?– expuso mordaz, Mario sintió como la sangre le hervía de rabia con aquella noticia– y te aclaro que yo sí soy lo suficientemente hombre, pregúntale a mi dulce Ana si no lo crees… ¿Sabes Mario? Fui el primer hombre en sus dos vidas ¿no es hermoso? La palomita me estaba esperando ¡qué tierno! Dime Navarrito ¿Fuiste tú también el primero de nuestra preciosa Claudia o ya se follaba a su jefe el fiscal cuando apareciste en su vida?– se burló cínicamente y de pronto demasiado calmado de nuevo, se sorprendió Mario ¿acaso se drogaría o estaría tomando algún tipo de medicación? Habría que investigar por ahí...– ¿Sabes Navarrito? Estoy pensando que realmente es maravilloso que esa muñequita lograra sobrevivir, se me pone dura solo de recordar el dulce sabor y la tersura de su inocente y virginal piel, será un auténtico placer volver a saborearla antes de mandarla al infierno... ¡¡Uhmm!!– se saboreó gustoso incrementando la rabia de Mario
–Por mi vida que no te volverás acercar a ella desgraciado– exclamó lleno de furia recibiendo como respuesta otra sonora carcajada
–¿De verdad Navarrito? ¿Realmente crees que podrás evitarlo?– se burló socarrón– Pues he de decirte que me agrada la idea, no sabes cómo me divierte verte dar palos de ciego en mi búsqueda cuando yo apenas estoy a unos metros de ti; ni te imaginas cómo me reí cuando te vi llegar a casa de Camila ¡¡Dios, eres tan previsible...!! Por cierto ¿te gustó el detalle que te dejé en la lavadora? Siento que solo sea sangre de las víctimas en unas ropas la mar de comunes, pero como comprenderás no iba a dejarte algo que pudieras relacionar conmigo
–Ahora ya no tienes escapatoria, esta muchacha te ha reconocido maldito bastardo
–Pues ahí está lo divertido de este nuevo juego que te propongo Navarro– se carcajeó de nuevo, pero parecía hablar como confuso: definitivamente tomaba alguna clase de medicación, resolvió Mario– ¡Voy a ir a por Ana, Navarro! ¡Será mía de nuevo, y esta vez la gozaré con calma antes de acabar con ella para que no pueda testificar!– chasqueó la lengua– Pero he ahí el quid de la cuestión: ¿Podrás proteger a Ana esta vez o serás un inútil de nuevo y fallarás como con la pobre Sabrina? Su vida ahora está en tus manos, Navarrito y el tiempo corre: tic tac, tic tac...– se burló socarrón– tengo una curiosidad, Navarrito: ¿cuánto dolor puede llegar a soportar un ser humano, Navarro? ¿Tú lo sabes?– guardó silencio esperando una respuesta pero Mario no contestó nada– Parece que tú tampoco; bueno, tranquilo, pronto lo averiguaremos porque el juego a comenzado... ¡¡YA!!– exclamó y cortó la comunicación dejando a Mario perplejo por aquel último comentario sin lógica
–¿Lograste pillarlo?– preguntó esperanzada Rosa al verlo venir por el pasillo regresando a la habitación de Ana
–¿Tú qué crees Valverde? ¡¡Que pregunta estúpida joder!!– le reprochó fastidiado, ella apretó incómoda sus labios al comprender que realmente fuera una pregunta innecesaria; Mario miró muy serio a su compañero que guardaba la puerta de la habitación de Ana– Pérez: pide refuerzos a la central, que manden una patrulla completa, quiero este pasillo más vigilado que la sede del Banco Nacional y que dos hombres estén plantados ante esta puerta las 24 horas del día no permitiendo la entrada a nadie que no esté autorizado ¿entendido?– le habló rotundo al policía de la puerta que asintió con la cabeza
–Sí señor, ahora mismo me pongo con ello– repuso obedeciendo al instante sus órdenes, Rosa observaba extrañada su rostro contraído por la furia y realmente serio, parecía muy preocupado por algo
–¿Qué pasa Mario? ¿Qué te ha dicho ese capullo para que estés así?– preguntó inquieta
 –Va a venir a por ella, Rosa; me desafió a ver si podré mantenerla con vida o la dejaré morir como a Sabrina– explicó fastidiado y abatido observando a Ana a través de la cristalera que seguía cobijándose amorosa contra el pecho de la hermana María que la acunaba suavemente y con una ternura inmensa entre sus brazos.
–Valiente hijo de puta– murmuró fastidiada su compañera también mirando dentro de la habitación acristalada

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