lunes, 19 de octubre de 2015


      Sentado al borde de su mesa observaba ensimismado la pizarra blanca ante él donde estaban sujetas tres fotografías de tres preciosas mujeres rubias de entre 20 y 30 años que sonreían alegres a la vida; junto a cada una de ellas, estaba otra de la misma muchacha pero casi irreconocibles: golpeadas, sangrantes y con los ojos vidriosos. Suspirando profundamente observó la que sostenía en su mano y, cansadamente, se levantó y se acercó a la pizarra sujetando las dos fotografías de una cuarta víctima junto a las demás quedándose desolado mirándolas. Ya iban cuatro asesinatos brutales en apenas cuatro meses y no tenía nada para empezar a desgranar aquella masacre...
 –¡Ah, aún sigues aquí!– lo sacó de su ensimismamiento la voz de su compañera, una linda pelirroja muy pecosa, ante la puerta de su despacho; él la miró y sonrió levemente– ¿Qué? ¿Hoy no piensas irte a casa o qué?– expuso serena, él suspiró profundamente
–Sí, ya me voy– respondió desganado recogiendo del respaldo de su silla al otro lado de la mesa su cazadora
–¿Sabes qué por mucho que te quedes mirándolas no encontrarás nada más, verdad?– expuso apagadamente
 –Sí, lo sé– murmuró apesadumbrado poniéndosela y se aproximó a ella para irse, su compañera lo miraba preocupada
–¿Problemas en casa de nuevo?– se interesó cariñosa cuando llegó a su lado, él esbozó una leve sonrisa apagada
 –¿Y tú qué? ¿No piensas irte a casa?– le preguntó ameno evitando contestarle y ella también le sonrió
–Fui a autopsias a recoger los resultados de la última víctima y ya me voy– también contestó sacudiendo levemente la carpeta amarilla que traía en la mano, él la miró entrecerrando desconfiado los ojos
–¿Acaso ahora hay que ir a buscarlos? ¿No los mandan arriba como siempre?– expuso suspicaz aunque sonrió pícaro y ella le sacó burlona la lengua, ambos se rieron– ten cuidado fierecilla, si se enteran los jefes tendrás problemas; me voy, si hay alguna novedad no dudes en llamarme– expuso besándola tierno en la frente y se encaminó hacia los ascensores
–¡Ey, Mario!– lo llamó cuando ya entraba en el ascensor, él posó su mano deteniendo el cierre de las puertas y movió la cabeza indicándole que hablara– ¿No quieres leerlo antes de irte?- indicó batiendo nuevamente la carpeta amarilla en el aire
 –¿Dice algo que no sepamos ya? ¿Ésta acaso no fue brutalmente golpeada, estrangulada con un pañuelo probablemente de seda y violada reiteradamente con algo contundente que bien pudiera ser el mango del cuchillo de caza con el que después las acribilla por todo el cuerpo? ¿O el asesino de esta vez sí dejó alguna huella o algún tipo de rastro o han encontrado restos de alguna sustancia que pueda ayudarnos a dar con él?– expresó fastidiado, ella se mordió incómoda el labio inferior sin responderle– ¿No verdad? Pues entonces puede esperar a mañana– resolvió desganado y soltó las puertas del ascensor para que se cerraran.
–Buenas noches Bruno– saludó ameno al pasar junto al portero de su edificio sentado tras su mostrador
–Buenas noches señor Nava…– respondía educado pero Mario se detuvo de pronto y la mirada ofendida que le clavó lo calló al instante– buenas noches Mario– reparó sonriendo amistoso y él le correspondió satisfecho continuando su camino a los ascensores.
 El apartamento estaba completamente a oscuras y silencioso: Claudia aún no había regresado. Resoplando cansadamente, Mario encendió la luz de la entrada y, al tiempo que cerraba la puerta de la calle, dejó las llaves en el fino cenicero de diseño que había sobre el mueble recibidor. Entró en la sala mientras se quitaba la cazadora que dejó sobre el respaldo del sofá y se encaminó a la cocina. Muy moderna, muy chic como todo el apartamento, pero muy fría y sin vida; más parecía un piso de exposición que un hogar, pensó abatido. Cogió un botellín de agua del frigorífico y se encaminó despacio al dormitorio al tiempo que iba bebiendo del botellín. Se retiró la funda de su pistola del cinturón dejándola sobre la mesilla de noche y se dispuso a retirarse los zapatos sentado al borde de la cama cuando oyó la puerta de la calle y el fino taconear de Claudia por el pasillo acercándose
–Hola cielo ¿has llegado hace mucho?– lo saludó alegre, pero él solo observó la docena de bolsas de grandes firmas que traía en las manos– he tenido un día agotador, no puedo más de los pies– exclamó desenfadada dejando las bolsas sobre el diván que había en el dormitorio al tiempo que se descalzaba
–Ya veo, debió ser realmente agotador– expuso fastidiado encaminándose a la puerta del baño que había en el dormitorio mientras se quitaba el jersey de lana dejando su musculoso torso desnudo
–No empieces como todas las malditas noches ¿vale?– reclamó irritada mirándolo ofendida
–¿Cómo quieres que no empiece Claudia?– le replicó enfadado volteándose y lanzando furioso su jersey sobre la cama mientras la miraba indignado– No solo llegas cada noche más tarde a casa sino que cada vez más cargada de bolsas
 –¡¡A mí no me reclames a qué hora llego que seguro tú también acabas de hacerlo!!– le increpó rotunda quitándose su caro chaquetón de fina y elegante piel que dejó también sobre el butacón
–Yo acabo de salir de comisaría y tú cierras el bufete a las cuatro; pero últimamente no llegas a casa hasta pasadas las diez de la noche Claudia ¿puede saberse dónde te metes?– le reclamó encrespado –Sabes que me gusta relajarme al salir de los juzgados y mi relax es ir de compras ¿pasa algo?
–Tú no vas de compras, tú aniquilas las tarjetas día sí y día también solamente en tonterías y cosas inútiles que nunca te pones– amonestó molesto
–Ya te tengo dicho mil veces que es mi dinero, yo me lo gano y me lo gasto en lo que me da la gana y tú no tienes por qué meterte– lo enfrentó arrogante
–Y cómo es tu dinero tienes derecho a lapidarlo de esta manera inconsciente solo en tonterías ¿no?– reclamó irritado y ella lo miró furiosa– ¡¿A qué viene comprarte tantos zapatos y ropa carísima que nunca usas?!
–¡¡Sí los uso Mario!!– reclamó rabiosa mirándolo encendida
–¡¿Cuándo Claudia?! Porque yo siempre te veo llevar esos trajes de chaqueta y zapatos negros…– indicó señalándola de arriba abajo
–¡¡Cuándo me da la gana; y si me acompañaras más a las recepciones con mis amigos a las que siempre te niegas a asistir lo verías!!– le recriminó altanera lastimándolo terriblemente
–No me niego Claudia, estoy trabajando; yo no tengo el día libre a partir de las cuatro como vosotros los fiscales o los abogados– expuso dolido y ella le lanzó una mirada de menosprecio que lo ofendió tremendamente– Ya está bien Claudia, ya sé que solo soy un simple inspector de policía comparado a usted “toda una ayudante del fiscal” pero no soy idiota ni quieras hacérmelo ser Claudia…– exclamó rabioso por aquella ofensiva mirada y abrió déspota uno de los cajones de la cómoda, rebuscó entre la fina lencería de Claudia y sacó un delicado picardías que allí guardaba ella– Así que me vas a decir ahora mismo cuando es que usas tú esto ¿También “en las recepciones de tus amiguitos”?– le reprochó irritado mostrándole el picardías frente a su cara
–Deja eso dónde estaba Mario ¿Qué haces espiando mis cajones?– ordenó tajante pero él hizo caso omiso y lo tiró sobre la cama sacando otra pieza de lencería del cajón
–¿O este corpiño tan sexy? ¡¡Mira aquí hay otro!! ¡¡Ah, este aún no lo has estrenado porque tiene puesta la etiqueta!! A ver lo que vale este pedazo minúsculo de tela…– exclamó pero ella se lo arrancó violenta de las manos
–¡¡Basta Mario, ya está bien!!– gritó rotunda y él la miró dolido a los ojos
–¿Qué está pasando Claudia? Solo quiero saber qué es lo que está ocurriendo con nuestro matrimonio– expuso abatido mirándola con gran tristeza en la mirada
 –Nada, no está pasando nada; solo eres un paranoico que te fijas bien poco en lo que me pongo– le reprochó hiriente y se encerró en el baño sin dar más explicaciones. Mario apretó rabioso sus mandíbulas hasta hacer rechinar sus dientes
 –Mal sabes tú que ese es justo el problema: que me fijo demasiado en lo que tienes y en lo que te pones– murmuró afligido y, recogiendo de nuevo su jersey de sobre la cama poniéndoselo camino de la puerta de la calle, salió del apartamento dando un portazo.
Al llegar al portal se encontró con Bruno fumándose un cigarrillo tras las puertas de cristal en la calle. Al verlo hizo amago de tirarlo nervioso
 –Tranquilo, sigue fumando que a mí no me molestas– le habló amistoso sacándose el tabaco y encendió también uno. Charlaron animados de temas diferentes durante tres cigarrillos más y al final, más relajado, regresó al apartamento.
Claudia ya dormía profundamente en su lado derecho de la cama. Se duchó y, desnudo como siempre dormía, se deslizó con cuidado para no despertarla a su lado en la cama.
Sonaba la alarma del despertador…
–¡Mierda!– oyó mascullar fastidiado a Mario a su lado al tiempo que lo apagaba rápidamente de un manotazo hundiendo de nuevo su cara en la almohada gruñendo algo inteligible. Claudia sonrió divertida y comenzó a besarle amorosa la espalda fornida y desnuda, él soltaba leves gemidos gustosos al roce tierno de sus labios
 –Venga, vago; hay que levantarse– indicó cariñosa, él abrió sus grandes ojos castaños y le sonrió dichoso. La atrapó bajo su cuerpo comenzando a besarla ardiente en el escote bajando a sus pechos– ¡No juegues, Mario! ¡Llegaré tarde y tengo un juicio a las nueve!– protestó agradada por las dulces caricias de sus labios
 –Cinco minutos solamente, me los debes– pidió excitado jugueteando con su lengua en sus pechos mientras sus manos acariciaban ansioso su cuerpo
–No serán solo cinco y acabaré retrasándome– expuso ya derrotada a sus cálidos y excitantes mimos– además ¿por qué te lo debo?– expuso extrañada y él la miró a los ojos
–Por la bronca de ayer, no quisiste esperarme despierta y así no vamos a encargar nunca ese bebé– expuso zalamero besándola ardiente en el cuello de nuevo, pero se detuvo mirándola fijamente a los ojos otra vez– ¿Ya has pedido vez al médico cielo? Sabes que quiero ir contigo y debes avisarme con tiempo– repuso amoroso
 –Aún no; no tuve tiempo– replicó esquiva, él la miró ofuscado
–¿No tuviste tiempo de hacer una llamada telefónica?– amonestó fastidiado
–¡¡No, no lo tuve!! Mira, no empieces de nuevo ¿vale? Cuando no es por una cosa es por otra siempre acabas desquiciándome y es demasiado temprano para discutir otra vez– resolvió empujándolo decidida retirándolo de encima de ella y levantándose de la cama, él se recostó sobre la almohada resoplando irritado por aquel nuevo desaire de ella, iban tres en aquella semana; la miró mientras se vestía la fina bata de seda sobre el camisón que llevaba puesto… muy bonito por cierto, pero no era ni por asomo como aquel picardías tan sexy que guardaba, los que usaba últimamente para dormir nunca lo eran– además, no hay tanta prisa ¿no? Ya me quedaré embarazada– resolvió despreocupada caminando hacia el baño
 –Pero llevamos intentándolo ya casi dos meses y nada, y eso no es normal– expuso descolocado, ella lo miró a los ojos
–Bueno, tampoco es tanto; mi cuerpo aún debe estar asimilando tantos años de píldoras anticonceptivas, esperemos un poco ¿no?– expresó serenamente y se volvió a encerrar en el baño. Cuando regresó al cuarto, Mario ya tenía puestos unos vaqueros aunque llevaba al descubierto su torso musculoso y se ataba los cordones de sus zapatos sentado al borde de la cama
–¿Has acabado en el baño? Con tu manía de encerrarte casi no tengo tiempo de afeitarme– indicó fastidiado
–No es mi problema que no quieras usar el otro baño– resolvió intolerante pero él no contestó y se metió en el baño– ¿Sabes más o menos a qué hora regresarás esta noche?– le preguntó serena comenzando a vestirse su traje chaqueta negro de finas rayas verticales grises
–No lo sé, andamos muy liados con este nuevo caso que nos trae de cabeza– respondió preocupado mientras se pasaba raudo la maquinilla eléctrica por el mentón–¿Por qué?
–Yo tengo una reunión importante y tampoco sé cuando llegaré, puede que me retrase– repuso despreocupada, él la miró fastidiado a través del espejo del baño
–¿Otra?– expuso irónico
–¡Sí, otra! ¡¿También le vas a buscar puntilla a eso Mario?!– respondió mirándolo desafiante, él no dijo nada; tomó aire profundamente acabándose de afeitar y, después de recoger y guardar la maquinilla en su cajón del baño, se dirigió a la puerta del dormitorio
–Iré a preparar el desayuno ¿tortilla o huevos revueltos?– indicó muy pausadamente
 –Solo café y una tostada integral para mí– contestó sin mirarlo revisando dentro del bolso y él salió del cuarto
Mario estaba en su despacho de la comisaría, sentado en su sillón con las manos cruzadas detrás de su cabeza, se balanceaba inconscientemente examinando de nuevo la pizarra blanca frente a él
–Ya te dije ayer que por mucho que las mires y las remires no encontrarás nada– le comentó su compañera entregándole un tazón de café; él la miró intensamente
–Algo tiene que haber y se nos escapa, Rosa– indicó esperanzado, ella se sentó en el borde de la mesa examinando también las fotos
–Lo único que sacamos en claro es que siempre son rubias, jóvenes y muy bonitas…– expuso sorbiendo de su café
–Y que es cada 23 de mes– añadió él desolado
–La hora de la muerte es muy aproximada en los cuatro casos: entre las ocho y ocho y diez de la noche– comentó centrada en el tablón
–Sin embargo…- repuso levantándose y acercándose a la pizarra– en el caso de la segunda muchacha, desapareció el día anterior ya…– señalando su fotografía en el panel
–Y tenía una maleta hecha con muy pocas cosas… como para un viaje de fin de semana– acabó su frase su compañera
–¡Exacto!- repuso mirando a su compañera a los ojos– Pero no la mató hasta el día siguiente ¿por qué? Pues porque ese día significa algo, no le vale ni el 22 y ni el 24: tiene que ser el día 23 y sobre las ocho de la tarde… Pero esta muchacha iba a salir de la ciudad y… ¡él lo sabía! Las elige, las controla, sabe sus pasos…– volvió a clavar su mirada en el tablón
 –Tiene un mes para hacerlo Mario, en ese tiempo puede llegar a enterarse hasta de cuando le bajan la regla solo con rebuscar un poco en la basura– repuso desalentada bebiendo nuevamente del café
–Sí Rosa… pero ¿cómo puede espiarlas durante un mes sin levantar sospecha? ¿Cómo ninguna de las cuatro se dio cuenta de que alguien las vigilaba tan de cerca?
–¿Piensas en un conocido?– expuso ella sin mucha convicción
–¿De las cuatro?– repuso extrañado– No, eran completamente distintas; no frecuentaban ni los mismos ambientes ni los mismos círculos sociales, no se conocían entre ellas ni apareció ninguna amistad que coincidiera en algún caso… Además vivían en puntos muy diferentes de la ciudad– expuso acercándose a la pizarra– la víctima número uno, vivía en el centro mismo…- habló clavando una chincheta roja en el plano de la ciudad- la número dos, en el suburbio que hay al oeste…– en este caso clavó una chincheta azul– la tercera en la zona elegante cerca del puerto marítimo– le destinó una verde– y la cuarta en una residencia de estudiantes en la zona norte– remató clavando la chincheta negra- completamente diferentes y ninguna puede decirse que vivía cerca de la otra…– murmuró dando unos pasos atrás para examinar bien el plano con las chinchetas clavadas– es que... ¡¡Ni siquiera siguen algún patrón joder!!– exclamó fastidiado observando que las chinchetas no mostraban ninguna forma, dibujo o seguían algún recorrido específico
–Pues solo nos queda volver a internet– indicó su compañera
–Eso quedó descartado tras la segunda víctima, Rosa– repuso molesto mirándola irritado– esa muchachita no usaba ningún tipo de red social, ni blogs, ni chats– regresó su mirada al tablón frunciendo el ceño– ¿Cómo y por qué las escoges capullo? Si no se parecen en nada… la primera era una muchacha de 27 años, secretaría de inmobiliaria…
–Que resultó estar liada con su jefe– añadió su compañera
–Pero su marido no estaba enterado de ello y quedó descartado, además estaba fuera de la ciudad…– explicó desairado– La segunda trabajaba en el comercio de sus padres, una joven de 22 años, normal, trabajadora y con novio desde hacía dos años con el que se iban a ir a pasar el fin de semana ya que él venía de permiso; la tercera de 23, una pobre descarriada niña rica de vida nocturna y descontrolada que dormía donde le parecía sin pisar su piso en días… y la cuarta era una joven de solo 20 añitos que vivía en una residencia de chicas, sin novio ni acompañante conocido… Maldito hijo puta ¿Dónde las contactas? Y sobre todo ¿qué coño le has visto tú en común a estas cuatro muchachas de vidas completamente distintas que yo no logro ver?– susurró concentrándose de nuevo en las fotografías de las cuatro muchachas
–Que son rubias, jóvenes y muy bonitas ¿acaso has visto que un trastornado necesite algo más?– resolvió su compañera él sonrió divertido– Las elige al azar Mario… tiene todo un mes: va por la calle, la ve, la escoge y la vigila durante ese tiempo…– pero Mario no contestó, observaba con los ojos entrecerrados la pizarra– Puede ser ¿eh? No es tan alocado pensarlo– insistió ante su silencio pero él parecía subyugado por las fotografías mirando intensamente la de la muchacha número 2 sin pestañear
 –¿Qué es esto Rosa?– indicó señalando una esquina de la fotografía
–Un ramo de flores ¿acaso nunca viste uno o qué?– bromeó burlona
–¡¡Exacto: flores!!– exclamó resuelto y retiró de un tirón la foto del imán sujetapapeles regresando tras su mesa y empezó a rebuscar en todas las carpetas que había sobre ella; su compañera lo miraba desconcertada– ¿Y esto Rosa? ¿Qué es?– dijo mostrándole una de las fotos del caso número uno –También un ramo de rosas jefe– expuso completamente confundida
–¿Y aquí? ¿Qué ves aquí Valverde? ¿Sobre la mesa de café?– expresó cada vez más eufórico, ella lo miraba turbada
–Un ramo de flores…– murmuró empezando a comprender a donde quería llegar Mario
–Flores simplemente no Valverde: rosas, rosas amarillas con toques naranjas… mira: todas tienen un ramo igual en su casa ¿demasiada casualidad, no?– alegó dejando las fotografías una junto a la otra sobre la mesa
–Vale, sé por dónde quieres ir jefe, pero piensa un poco antes de lanzarte: la gente compra flores para adornar sus pisos, o se las regalan sus novios… o sus amantes– expresó señalándole la fotografía de la esposa infiel
–De acuerdo; pero… ¿todas tenían el mismo gusto para comprarlas iguales? Y fíjate en la de la cuarta víctima ¿qué hace una muchachita sin novio ni “amigos íntimos” con un ramo de rosas amarillas aún atado con un lazo rojo? Eso es un regalo Rosa, nadie compra rosas atadas con un gran lazo rojo– se quedaron mirándose a los ojos unos segundos y su compañera empezó a revisarlas más detenidamente
–Espera, algo no cuadra… déjame esa lupa que guardas en el cajón– le indicó decidida Rosa y él obedeció pasándole una pequeña lupa con la que ella observó más detenidamente las fotografías una a una– diez… diez… diez… y diez– levantó la cabeza y volvieron a verse a los ojos– todas son un ramo de diez rosas Mario y nadie suele comprarlas así: una docena, media, puede… ¿pero diez y justamente las cuatro?– indicó más decidida con la idea de su jefe, él sonrió satisfecho
–Esto ya no es una casualidad, esto es una pista que se nos escapaba Valverde: ¡¡Le envía diez rosas amarillas a cada víctima!!– se levantó de su sillón recogiendo raudo su chaqueta del respaldo– Vamos, tenemos que regresar a esos pisos y recuperar de inmediato esos ramos– indicó rotundo saliendo ya por la puerta del despacho
–Pero Mario ¡¡de los primeros olvídate: ya hace 4 meses del primer asesinato, tío; y el último debe estar hecho una mierda!!– expuso desganada Rosa pero aún así lo siguió obediente recogiendo también su chaqueta al pasar por su mesa sin detener el paso.
 –Algo habrá en el piso que nos ayude Valverde, ahora tenemos una pista de lo qué debemos buscar; vamos– indicó esperanzado colocándose la chaqueta sobre la camiseta negra que llevaba puesta esperando ya el ascensor.

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