lunes, 2 de noviembre de 2015


      Al llegar al apartamento, Ana los esperaba sentada en el sofá hecha un ovillo sujetando con sus brazos sus piernas contra su pecho
–¿Lo habéis cogido?- indagó esperanzada al verlos entrar
–No, estaba claro que se largaría antes de que nosotros llegáramos– contestó serenamente Mario dejando su chaqueta sobre el respaldo del otro sofá– ¿Te encuentras bien?– se interesó amable, ella asintió con la cabeza; él también hizo un movimiento afirmativo con la suya y se dirigió a la cocina –¿Destrozó mucho mi piso?– preguntó inquieta
–No, no te preocupes– respondió Rosa sentándose junto a ella y acariciándole tranquilizadora la rodilla– solo lo revolvió todo en busca de algo
–¿Buscando qué?– exclamó asustada
–Cualquier cosa que le sirviera para dar contigo– respondió Mario regresando junto a ellas trayendo tres cervezas, les ofreció a ellas; Ana negó con la cabeza al tiempo que Rosa recogía la suya– Eso es buena señal, indica que está dando palos de ciego porque no tiene ni idea de dónde buscarte; así que tú tranquila ¿vale? Aquí estás a salvo– aclaró dejando la que Ana denegara sobre la mesita y, sentándose frente a ellas mientras abría su botellín, le dio un largo sorbo
–¿Dónde tienes la pistola que Mario te dio?– se interesó nerviosa Rosa
–Aquí– respondió sacándola de entre los cojines del sofá a su lado y la dirigía peligrosamente en dirección a Mario
 -¡¡Ey, ey, preciosa; nunca apuntes así con ella y mucho menos sin el seguro puesto!!– exclamó sobresaltada Rosa posando rauda su mano sobre la de Ana para bajar el cañón al suelo; Mario rió entretenido– ¡¡Tú ríete inconsciente, ya verás la gracia que te hace si se le dispara!!– él aún rió más jocosamente
–Te digo yo que si me vuela la cabeza, me va a importar a mí mucho después– expresó desenfadado recostándose contra el respaldo del sofá volviendo a beber de la botella de su cerveza
–Ja, ja; que gracioso estás hoy– se burló Rosa frunciendo su respingona nariz y él volvió a carcajearse– mira preciosa, mantén siempre el cañón en dirección al suelo y procura tener el seguro puesto...– y ante la despreocupada mirada de Mario, Rosa le dio unas explicaciones sencillas y básicas de cómo utilizarla, Ana prestaba atención muy concentrada– Y ya me voy que estoy agotada– declaró cansadamente acabándose de un trago su cerveza– Hasta mañana cielito– se despidió de Ana besándola dulcemente en la frente, ella le sonrió cariñosa y Mario la miró encandilado, aquella muchacha era tan dulce y tierna cuando sonreía que hipnotizaba– ¡Y tú descansa, mañana nos espera un día bastante ajetreado!– le habló a Mario palmeándole el hombro mientras se dirigía a la puerta –Hasta mañana, y ten cuidado, pelirroja– le respondió él antes de que cerrara finalmente la puerta; ambos se quedaron callados un buen rato cada uno perdido en sus pensamientos. De pronto Mario suspiró profundamente sacando a Ana de su ensimismamiento, lo miró intrigada descubriendo que su rostro mostraba claros signos de cansancio– Será mejor hacerle caso a la pelirroja e irnos a descansar– indicó amable levantándose de su sofá- si no te importa, me voy a dar una ducha antes de que te acuestes, así mañana no te molestaré y podrás dormir tranquila todo lo que te apetezca –¿Acaso no vas a dormir en tu cuarto?– preguntó curiosa
–No, yo lo haré en el de invitados; mi cama es muy cómoda y tú lo necesitas más que yo
–No Mario, yo dormiré en esa cama pequeña; tú quédate en tu cuarto– expuso rotunda
–No, tú dormirás donde yo digo y no me repliques; yo me duermo en cualquier parte– indicó resuelto –¡No, eso es bien cierto! ¡Si fuiste capaz de dormir en eso que hay en mi casa y llaman sofá!– expresó chistosa y se rieron divertidos.
Aún se oía correr el agua de la ducha cuando ella entró en el dormitorio. Se quedó mirando indecisa el cajón de los camisones de Claudia; Rosa no le había traído un pijama y no sabía que hacer. Abrió el cajón y les pasó nuevamente las yemas de los dedos por encima notando la suavidad de aquel satén y sus finos encajes; eran preciosos. Mario terminó de ducharse y, abrochándose el cinturón del batín de raso negro que se puso encima del pantalón del pijama, salió del baño encontrándosela ensimismada acariciando suavemente la ropa interior de Claudia
–¿Qué haces?– le preguntó desde la puerta del baño. Ella se sobresaltó al oírlo y, sonrojándose tremendamente, lo miró a los ojos
–Nada– respondió apresurada cerrando rauda el cajón como un niño al que pillas haciendo una trastada, él sonrió divertido y ella también esbozó una sonrisa más relajada– es que Rosa no me trajo con qué dormir… pero no me atrevo a usar estas cosas: son todas tan finas y delicadas...– expuso ruborizándose de nuevo; él volvió a sonreír, realmente era una niña descubriendo un mundo lleno de lujos como el que Claudia habituaba y tan distinto al suyo– ¿Me prestas tú mejor una camiseta vieja?– preguntó más animada
–No que va, coge lo que quieras; total lo voy a tirar todo– repuso serenamente dirigiéndose a la salida del dormitorio, ella lo miró asombrada
–¡¿Cómo que vas a tirarlo?! ¡¿Estás loco?!– exclamó pasmada, él la miró confundido– ¡¿Sabes qué caras son todas estas ropas?! ¡¡Con lo que vale solo uno de estos conjuntos, me visto yo todo un mes!!
–¿Y qué hago, lista? ¿Me los pongo yo?– expresó socarrón, ella sonrió traviesa
–No creo que te quedaran muy bien, la verdad– bromeó burlona y ambos rieron divertidos– pero puedes regalárselos a alguien o donarlos a alguna institución benéfica– propuso animosa
–Pues te los doy para ti: coge todo lo que te guste y apetezca sin reparo ninguno; era una compradora compulsiva así que la mayoría están sin estrenar aún…– la observó de arriba abajo– y si te sirven, claro está; porque tú eres tan chiquita y menudita, y Claudia era mucho más...– volvió a mirarla pícaro de arriba abajo– mucho más exuberante que tú– resolvió sonriendo socarrón
–¡Ey, engaño mucho ¿sabes?!– contestó fastidiada por el comentario y él rió guasón
–¡No creo que engañes tanto!– exclamó picajoso saliendo del cuarto y la miró bonachón antes de cerrar la puerta– Hasta mañana… farsante– se burló guasón cerrándola tras de sí pero ella pudo oír sus carcajadas por el pasillo
–Idiota– masculló fastidiada por sus burlas; decidida, volvió a abrir el cajón y cogió el primer camisón que se encontró– no soy tan poca cosa como supones y lo voy a demostrar– expresó ofendida desnudándose y se lo puso mirándose al espejo de cuerpo entero que había en la habitación. Le quedaba perfecto, bastante largo la verdad ya que se suponía que apenas llegara a medio muslo y a ella le cubría las rodillas, pero del resto impecable– ¿Ves cómo sí engaño y no hay tanta diferencia estúpido?– enfatizó complacida cuando se apreció ante el espejo– no voy a negar que sí era mucho más alta que yo; pero del resto no me superaba, presuntuoso– aclaró vanidosa colocándose bien sus pechos dentro de las copas de encaje y raso rellenándolas a la perfección. Se sonrió una vez más frente al espejo y se metió en la cama. Pero daba vueltas inquieta; no podía dormirse con tanta oscuridad, siempre le había dado miedo pero, desde lo sucedido, la oscuridad la aterrorizaba. Se levantó y abrió la puerta del pasillo, pero apenas entraba claridad; así que abrió la persiana; descubrió un hermoso cielo estrellado y la luna llena brillaba extraordinariamente. Salió al balcón a observarla; las estrellas brillaban como nunca.
–¿Qué haces ahí?– preguntó inquieto Mario tras ella
–Observando las estrellas que esta noche brillan muchísimo– expuso calmadamente sonriéndole cordial– ¿Has visto lo redonda y grande que está la luna? Está preciosa– expresó maravillada, él sonrió desconcertado y también la observó, sí que estaba enorme y su brillo fascinaba; se quedaron ambos mirándola extasiados, en silencio. Al cabo de un rato, Ana lo observó a él; solo llevaba el pantalón del pijama y mostraba su torso desnudo. Su piel morena relucía bajo la luz de la luna; tenía unos brazos y pecho musculosos y velludos, pero sin llegar a ser excesivamente peludos; su vientre no tenía ni pizca de grasa percibiéndosele unos abdominales extraordinarios. Mario suspiró profundamente saliendo de su ensoñación y sus miradas se encontraron– ¿Y tú? ¿Tampoco puedes dormir?– preguntó despreocupada
–Estaba quedándome dormido, pero te oí abrir la persiana y pensé…
–¿Qué me iba a suicidar?– lo interrumpió burlona
–¡¡No, claro que no!! ¡¡Creí que te encontrabas mal!!– aclaraba sobrecogido por su comentario, pero la risa jocosa de ella le hizo entender que bromeaba; él también rió entretenido– serás boba– expresó tierno pellizcándole suavemente la mejilla, Ana sintió un escalofrío a su dulce contacto que no llegó a comprender; no era temor o repulsa, al contrario, fue algo sumamente placentero; él apreció su leve estremecimiento– ¡Estás cogiendo frío, eres peor que una niña!– regañó paternal sujetándola suavemente del brazo entrándola en el cuarto. Ana volvió a sentir otro delicioso escalofrío al contacto de su mano en su brazo y él volvió a notarlo– ¿Lo ves? Aún te vas a poner mala; diablo de chiquilla– protestó inquieto. Ella lo miró confundida. Quería decirle que no sentía frío, que aquellos escalofríos no eran ni parecidos a los del frío; pero no sabría explicar ni cómo eran, ni cómo le hacían sentir, ni por qué... así que prefirió no decir nada
–No cierres la persiana por favor– exclamó muy inquieta al verle hacer ademán de bajar la persiana; él la miró confundido y sus ojos se encontraron con aquel lindo rostro atemorizado comprendiendo que le tenía miedo a la oscuridad, sonrió dulcemente y obedeció corriendo solo las cortinas. Se dirigió hacia la puerta y sus ojos sin querer se le escabulleron hacia el cuerpo de Ana metiéndose en la cama dejándolo boquiabierto; rellenaba completamente el camisón de Claudia quedándole perfecto ¡¡Pues sí que engañaba aquella muchacha tan menudita!! pensó desconcertado moviendo incrédulo su cabeza y se dirigió a su cuarto– No cierres tampoco la puerta ¿vale?– pidió amedrentada y él volvió a sonreír enternecido
–Vale... y ahora a dormir ¿eh? hasta mañana– expresó paternal dirigiéndose a su dormitorio
–Hasta mañana– contestó agradada ofreciéndole una de aquellas bonitas sonrisas desde la cama, él se la devolvió antes de entrar en su cuarto.
 Un leve crujido de la madera del suelo lo despertó al instante y le pareció ver una sombra cruzar el pasillo. Saltó de inmediato de la cama al tiempo que recogía su arma de sobre la mesita y corrió a la puerta del cuarto pegando su espalda a la pared para cubrirse y poder controlar la sala. Con la ayuda de la luz de la luna que entraba por la ventana, pudo ver como la sombra se movía por la estancia. Con mucho cuidado de no hacer ruido y procurando no ser visto, se encaminó hacia la cocina empuñando firmemente su pistola.
–¡¡Pon inmediatamente las manos donde yo las vea!!– exclamó apareciendo de pronto en la puerta apuntando decidido al intruso al tiempo que se oía el chasquido de cargar su arma. El grito de sobresalto de Ana junto al estallido del vaso haciéndose añicos contra el suelo lo hizo reaccionar– ¡¡Joder, Ana ¿Qué coño haces aquí?!!– exclamó alarmado retirando rápidamente la pistola que apuntaba a Ana y echándose nervioso las manos a la cabeza 
–Tenía sed– comentó inocente mirándolo desubicada
–¿Qué?– exclamó atónito por aquella inesperada respuesta
–Que tenía sed– repitió serenamente, él la miró boquiabierto ante su serenidad; no parecía haberse asustado
–¿Y por qué andas a oscuras? ¡¡A punto estuve de volarte la cabeza chiquilla!! – increpó sobrecogido imaginándose lo que podía haber sucedido
–No quería despertarte– resolvió tranquilamente desconcertándolo de nuevo– ¡Hala! ¡Has hecho que rompa el vaso, so bobo!– exclamó agachándose para recoger los pedazos; él no salía de su asombro –Deja eso, anda; era lo único que me faltaba: que te cortaras y tener que salir corriendo contigo a urgencias– reaccionó acercándose a ella– ven aquí, trastillo...– expresó paternal como si le hablara a una niña cogiéndola en brazos, ella se dejó llevar sin poner resistencia y se la llevó al dormitorio. La dejó en la cama, la cobijó con el edredón y se fue al baño regresando al instante con un vaso de agua que dejó sobre la mesilla de noche– ahí tienes agua por si te da más sed, y ahora te vas a dormir de una vez o al final sí acabaré esposándote a la cama– avisó amenazante, ella lo miraba inocente como una niña pequeña, y no pudo más que sonreír tierno
–Mario– lo llamó cuando alcanzaba ya el pasillo
–¿Qué?– respondió volviéndose para mirarla
–No cierres las puertas ¿vale?– indicó y Mario sonrió de nuevo
–Vale– expresó comprensivo y se encamino a su cuarto
–Mario...– volvió a llamarlo antes de que desapareciera dentro de su dormitorio
–¿Queee?– arrastró ya fastidiado de tanto reclamo
–Hasta mañana– repuso sonriéndole dulcemente; él no pudo evitar sonreír nuevamente
–Hasta mañana– respondió y entró en su cuarto
 –Mario...– volvió a llamarlo presurosa así desapareció de su visión
–¿Qué Ana? ¿Qué quieres ahora? Me vas a dar la noche ¿verdad?– protestó molesto apareciendo de nuevo en la puerta, ella lo miró retraída, como si no se atreviera a hablar después de su brusca protesta; él tomó aire profundamente intentando serenarse– ¿Qué te sucede pequeña?– habló más comedido
–¿Podrías quedarte a mi lado hasta que me duerma... por favor?– suplicó mirándolo amedrentada, él quedó descolocado ante aquella petición pero su linda carita mirándolo suplicante lo conmovió tremendamente; aunque tenía reacciones que parecía estar serena, estaba aún muy aterrorizada por todo lo que había pasado. Tomó de nuevo aire profundamente
 –Está bien– murmuró regresando al cuarto y ella sonrió complacida– pero tienes que prometerme que te estarás calladita y me dejarás descansar– expresó rotundo, ella asintió con la cabeza y él se recostó a su lado por encima del edredón. Ana se pegó a él acomodándose gustosa y cerró los ojos. Mario sonrió tierno observándola unos segundos y apagó las luces. Entre la luz de la luna entrando a través de las cortinas que iluminaban el cuarto y con Mario junto a ella, al fin se sintió segura y se durmió tranquilamente.
La alarma de su reloj de pulsera lo despertó. La apagó presuroso para no despertar a Ana y, resoplando fastidiado, intentó frotarse el rostro para espabilarse pero su brazo izquierdo estaba atrapado bajo la cabeza de Ana. Entonces fue cuando se percató que ella estaba abrazada a su cuerpo durmiendo plácidamente sobre su pecho y él, que inconscientemente se había metido también bajo el edredón, la sostenía entre sus brazos. La observó y sonrió enternecido al verle su rostro tan sereno y tranquilo mostrando una leve sonrisa como si estuviera soñando algo hermoso. Tenía un rostro precioso, una faz angelical que, rodeada con aquellos rizos rubios, recordaban a esos querubines de los cuadros. Sonrió embelesado y la besó dulcemente en la frente escabulléndose con mucho cuidado para no despertarla. Al estar ya fuera de la cama, sus ojos descubrieron la pistola que le había dado a Ana sobre la mesilla, la recogió y se fue a su cuarto. Tras vestirse unos vaqueros y mientras se ponía la camiseta, se encaminó a la cocina para preparar el desayuno.
–Buenos días– lo saludó animada apareciendo en la cocina cuando él aún preparaba los zumos, sonrió encandilado; aquella muchacha con su alegría le provocaba sonreír en cuanto aparecía ante él –Buenos días ¿has dormido bien?
–Dormí de miedo; tenías razón en que tu cama es muy cómoda, hacía tiempo que no dormía así– repuso animosa, subiéndose a uno de los taburetes de la barra, él le pasó un vaso de zumo– gracias... – añadió amorosa, él le sonrió agradado
–Un sueño feliz, supongo… era lo que se advertía en tu rostro– repuso cariñoso bebiendo de su vaso de zumo, Ana le sonrió dichosa
–Sí,mucho: soñé por primera vez en mucho tiempo con mi hermana; éramos niñas de nuevo y jugábamos entre los árboles del bosque que hay detrás del orfanato... Nos encantaba jugar al escondite entre aquellos enormes árboles– contó melancólica y guardó silencio recreándose en el recuerdo de su hermana, de pronto levantó sus lindos ojos mirando curiosa a Mario– ¿Tienes familia? –Solo un hermano; se llama Carlos– indicó amable– aunque hace mucho que no sé de él– aclaró apesadumbrado
–¿Por qué?– preguntó desconcertada
–Nunca estuvimos muy unidos; pero después de fallecer mis padres, él se fue a vivir a Miami y perdimos completamente el contacto– expuso cambiándole el vaso de zumo vacío por un tazón de café
 –Aunque mi hermana se fuera lejos, la iría a visitar… o la invitaría a venir– añadió con reproche
–Lo invité a mi boda pero no pudo venir; tiene tres niños pequeños y el viaje se hacía duro para ellos– repuso calmoso, ella movió la cabeza convencida
–Pues deberías ir tú y retomar el contacto– indicó rotunda– un hermano es algo muy especial y no sabes cuanto lo necesitas hasta que lo pierdes– él la observó conmovido, su dulce rostro se había ensombrecido
–Puede que lo haga después de acabar todo esto– expuso y ella le sonrió feliz contagiándole su alegría– me merezco un buen descanso y me deben unas vacaciones; además no conozco aún a mis sobrinos– aclaró más decidido
–Pues hazlo, verás cómo te sientes mucho mejor al volver a estar a su lado rodeado de tu familia– enfatizó animosa y él sonrió ameno aunque nada convencido; Ana se acabó su café y, bajándose del taburete, lo dejó en el fregadero– me voy a duchar ¿necesitas tú el baño?– se interesó amable, él negó con la cabeza y ella se fue al dormitorio
Después de darse una ducha, abrió el cajón para coger el peine y se quedó mirando indecisa durante un rato la cajita de pinturas… hoy le apetecía maquillarse sin saber por qué, tenía necesidad de verse bonita; así que se decidió y se maquilló suavemente como siempre le había gustado: sin remarcar mucho, que casi no se notara. Dio un paso atrás comprobando el resultado en el espejo y se sorprendió a sí misma
 –¡Caray, pues sí que te ves bien, Ana! ¿Cuánto tiempo hace que no te maquillabas?– se preguntó intrigada y se sonrió a sí misma complacida– ahora necesitas unos toques de perfume para redondear este magnífico trabajo– expresó resuelta cogiendo el perfume que había descubierto el día anterior que olía a manzanas verdes y acabó de vestirse. Se echó un último vistazo al espejo antes de salir de la habitación, se sonrió satisfecha, y regresó a la cocina. Se encontró a Mario sentado en el sofá de la sala hablando por teléfono; él la repasó de arriba abajo mirándola sorprendido y se dedicaron una dulce sonrisa
 –Bueno; sigue investigando por ahí, puede que nos lleve a algún lado– comentó por el teléfono y cortó la comunicación sin dejar de mirarla y de sonreír– Estás muy bonita ¿qué te has hecho?– indagó encantador, ella se sintió muy bien y sonrió complacida
–Ducharme y lavarme los dientes, ayer a la tarde te cogí uno de los cepillos que tienes en tu neceser– contestó socarrona mostrando su dentadura perfecta y muy blanca, él rió divertido por aquel gesto infantil– No, en serio, me maquillé un poco con las pinturas de tu esposa ¿te importa?– expresó cohibida por haberlas usado sin permiso
–Ya te dije que no, coge lo que quieras o necesites; al final todo eso acabará en el fondo de la basura– respondió tranquilo levantándose del sofá y recogió su chaqueta– Voy a salir, tengo que hacer algunas diligencias pero no tardaré en regresar; ni se te ocurra salir del piso, si necesitas algo llamas a Bruno, el teléfono que hay en la cocina comunica directamente con la portería y él se encargará de todo– avisó colocándose la chaqueta
–Lo siento pero necesito ir a la facultad para recoger algunos apuntes y...– empezó a exponer –¡¡Olvídalo Ana!!– la interrumpió rotundo, ella lo miró sobrecogida por aquella tajante negativa– No vas a salir de aquí y mucho menos aparecer por la facultad, estoy seguro que ya sabe que estudias allí y estará esperándote
–¿No voy a poder salir nada? ¿Nunca?– murmuró abatida conmoviéndolo
–No, lo siento– expresó más amable acariciándole dulcemente la mejilla con su pulgar; asombrosamente, ella no se apartó esquiva como solía hacer cuando suponía algún roce con él; aquello complació a Mario
–Pero ¿ni a dar un paseo? Aunque sea a ese parque de ahí enfrente, Mario... ¡¡Con Bruno!! ¡¡O con una docena de compañeros tuyos sí así lo prefieres!!– propuso mirándolo persuasiva, él sentía verdadera lástima por ella pero no iba a jugársela
–No, lo lamento pero no; no voy a arriesgarme a que te vea por casualidad y se entere de dónde te escondes
–Pero Mario, por favor, compréndelo: tras el ingreso en el hospital y mi recuperación, llevo tanto tiempo encerrada que me estoy enmoheciendo– insistió tercamente
–¡¡He dicho que no, Ana; y basta ya!!– exclamó tajante mirándola fastidiado por tanta súplica, ella apretó desolada sus labios y sus ojos se inundaron de lágrimas provocando que Mario se sintiera aún peor; volvió a acariciarle tiernamente la mejilla– perdóname cielo, no era mi intención gritarte así; lo siento– se disculpó arrepentido, ella sonrió dulcemente
–No pasa nada, tranquilo; me lo merecí, como siempre me dice nana María: no aprendo y a veces me pongo muy pesada cuando quiero algo– expuso animosa, él sonrió tierno
–¿También la desquiciabas a ella?– bromeó burlón
–¡No, nunca! ¡Siempre tuvo una paciencia infinita con nosotras dos! Nos lo perdonaba todo, hiciéramos lo que hiciéramos... Pero no se puede decir lo mismo del resto de las monjas– explicó resuelta y ambos rieron distendidos
–Mira, ahora tengo que irme, pero te prometo que hablaremos sobre ello a mi vuelta y buscaré alguna forma de llevarte a dar un paseo sin peligro ¿de acuerdo?– ella lo miró más animada y, sonriéndole, asintió con la cabeza
–Mañana es sábado ¿Podríamos ir a ver a los niños?– propuso esperanzada
–¿Qué niños?– expresó frunciendo descolocado su ceño
–Los del orfanato, Mario ¿cuáles van a ser? Es que llevo tanto tiempo sin verlos... los hecho mucho de menos, y seguro que ellos a mí también– explicó melancólica, él sonrió enternecido y no pudo resistirse a besarla dulcemente en la frente; tampoco lo esquivó
–Lo hablamos cuando regrese ¿de acuerdo? Pero ahora obedéceme y no salgas ¿vale?– ella volvió a asentir con la cabeza– eso no me vale Ana: prométemelo– insistió desconfiado
–Prometido– aseveró haciéndose una cruz con su dedo índice sobre su corazón, Mario rió divertido al verle hacer aquel gesto infantil como le ocurriera el día anterior a Benjamín; volvió a besarla tierno en la frente y salió del piso.

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