domingo, 1 de noviembre de 2015


      Al quedarse sola, Ana paseó muy despacio por la casa curioseándolo todo. Empezó por la sala; era amplia, muy elegante y muy bien combinada pero sin dejar de ser cómoda y funcional, la típica sala que animaba a sentarse y disfrutar de una tarde familiar frente al televisor. Aunque le llamó la atención que no hubiera fotos, ninguna, ni siquiera de su boda. Movió desenfadada los hombros y se adentró en el pasillo curioseando lo que había tras aquellas puertas cerradas. Tras la primera se encontró con un gran baño decorado en verde agua, con ducha y bañera individual como el del dormitorio principal. Los otros dos cuartos eran un dormitorio decorado en azul marino y amarillo con una cama algo mas estrecha que la matrimonial y el otro era usado como cuarto de plancha; aunque por lo vacío y ordenado que se veía, debía usarse muy poco o nada. Luego fue al dormitorio de Mario, corrió el fino estor blanco y tras el ventanal descubrió un balcón. Abrió la puerta corredera y el aire fresco de la calle la asaltó. Se acodó al pasamanos observando distraída a sus pies a las gentes caminar por las aceras. El sol le calentaba el rostro y sonrió con deleite, cerró los ojos disfrutando de aquella suave brisa y de aquel agradable calor en su cuerpo. Al regresar al dormitorio percibió el gran cambio: aquel piso debía llevar tiempo sin ventilar pues tenía el ambiente cargado. Dispuesta, volvió a recorrer la casa abriendo todos los ventanales dejando entrar el sol y el aire fresco de aquella maravillosa tarde. Sonrió dichosa al ver el piso inundado de luz; simplemente con aquello, había cambiado de aspecto considerablemente. Regresó al dormitorio y se detuvo dudosa ante el armario. Le comía la curiosidad por saber como era Claudia y, ya que no había fotos suyas por ningún lado, su ropa le diría algo sobre ella. Abrió decidida las dos puertas al tiempo y sus ojos se abrieron atónitos al descubrir una cantidad asombrosa de ropa toda bien colgada y ordenada. Casi todos eran serios trajes de chaqueta y falda junto a docenas de camisas de todos los colores. Aunque también había elegantes vestidos.  Se les notaba a simple vista que eran muy buenos y caros; dos aún tenían la etiqueta puesta y curioseó el precio, sus ojos se desorbitaron impresionados: ella nunca podría comprarse algo así, ni siquiera parecido, pensó acariciando sus telas finas, delicadas, suaves. Entre ellos había cuatro preciosos que encandilaron a Ana.Curioseó también en su ropa interior, todos eran conjuntos impresionantes de fino encaje y bordados exquisitos; muy provocativos y hermosos. –Con el precio de un conjunto de estos, me compro yo la ropa de un mes– expuso impresionada pero fascinada por tanta belleza y sutileza de las telas que acariciaban dulcemente con las yemas de sus dedos. En el otro cajón de la cómoda descubrió los camisones, bien ordenados, eran todos de satén y raso. Maravillosos y finos– Esta mujer debía ser súper elegante y muy exquisita... ¡y ganar mogollón de pasta!– aclaró para sí impresionada. Cerró despacio el cajón y sonrió con pícara inocencia, si Claudia tenía tan buen gusto en escoger esas finas ropas, no podía fallar en lo que era su debilidad desde niña: los perfumes, pensó animada y se adentro en el baño decorado en negro y blanco. Había dos muebles bajo los dos lavabos individuales a parte del armarito con las puertas de cristal opaco que ocupaba una de las paredes tras la puerta. Las abrió y un agradable olor a lavanda la envolvió. En sus estantes solo había toallas bien dobladas y ordenadas; le pasó dócilmente la mano por encima: eran muy suaves y ese aroma a lavanda enamoraba. Cerró de nuevo las puertas y curioseó en los muebles debajo de los lavabos. En el de la izquierda había útiles masculinos: crema de afeitar, brochas de afeitado, maquinillas desechables, una eléctrica... varios bálsamos para después del afeitado, algunos desodorantes, también distintos perfumes. Se sentó en el suelo y empezó a olerlos curiosa: unos olían fortísimo, otros eran muy agradables y reconoció finalmente el perfume de Mario, ese olor tan rico y atrayente al que siempre olía… era un bálsamo blanquecino para después del afeitado. Sonriendo satisfecha por su descubrimiento, siguió inspeccionando. Había en el estante de debajo dos neceseres; uno estaba bastante lleno y lo abrió intrigada descubriendo medicamentos: aspirinas, tiritas, gasas, antihistamínicos, crema antiinflamatoria...– ¡¡Hombre, cepillos de dientes sin estrenar!!– exclamó complacida cogiendo uno. Volvió a dejar en su sitio aquel neceser y recogió el otro; tenía de todo un poco, preparado para salir de viaje– un hombre algo desordenado pero siempre preparado para cualquier eventualidad– expuso resuelta dejándolo todo como lo había encontrado. Se movió levemente posicionándose delante del mueble de la derecha y solo abrir las puertas, descubrió otro mundo diferente al perteneciente a Mario: todos aquellos perfumes y colonias estaban tan bien dispuestos que impresionaba; aquella mujer debía ser una fanática del orden, concluyó Ana. Comenzó a olisquearlas; iba de un perfume a otro sin poder decidirse, eran todas frescas, ricas y agradables; aunque había uno especial que olía extremadamente encantador: a manzanas verdes y frescas. En el estante inferior había tres maletines de viaje y un neceser, curioseó en el primero: productos de maquillaje todos de grandes marcas, y tantos que hasta le fue complicado volver a cerrar la cremallera. El otro maletín tenía toda clase de productos de higiene íntima también de todas las marcas, tamaños y modelos; y en el neceser había medicamentos. Descubrió pastillas anticonceptivas: tres cajas a parte de las ya empezadas– ¡Caray, las compraba por docenas!– repuso burlona– Tenía muy claro que no quería niños por ahora– indicó amena dejándolas en su lugar. Muchas pastillas para el dolor de cabeza y otros medicamentos varios. Lo dejó de nuevo todo en su lugar y se arrodilló para poder curiosear en los cajones superiores: en el primero había distintos tipos de cepillos para el pelo y peines, más grandes, más pequeños; redondos, cuadrados; de cerdas muy duras, otros demasiado suaves… ¡Un peine para pelo rizado! Lo recogió animada y se asomó al espejo peinándose con él. Sus rizos tomaron otra forma, más ahuecados y sueltos caían en bonita cascada rubia. Lo puso de nuevo en su sitio. En el segundo cajón había un secador y dos cajas de madera tallada: en una había todo lo necesario para la manicura, acompañado de varios colores de lacas de uñas y en la otra más productos de maquillaje, los que usaba diariamente; supuso Ana y recogió uno de los lapices labiales de un bonito color fresa y se pintó con él sus labios. Se estremeció al aparecer Mario bajo el dintel de la puerta– ¡¡Uy, me has asustado; no te oí llegar!!– exclamó sobrecogida y él sonrió tiernamente conmovido
–¿Qué haces para estar tan entretenida?– le preguntó divertido fijándose en sus labios rosados recién pintados; tenía una boca muy bien dibujada y los labios finos y carnosos
–Curiosear– respondió sincera moviendo los hombros despreocupadamente, él volvió a sonreír entretenido
 –Vale– repuso desenfadado y ambos se sonrieron amenos– ¿sabes? te queda bien ese color en los labios– indicó agradado desapareciendo en el dormitorio, ella sonrió complacida y se volvió a examinar coqueta en el espejo, Mario tenía razón, realmente le quedaba bien. Cerró las puertas y lo siguió, ya estaba en la cocina colocando la compra– Va a venir Rosa a la noche, me dijo que tenía que traerte algunas cosas íntimas que puedes necesitar y será mejor que las compre ella– explicó amable –No es necesario, tu esposa tiene de todo– contestó desenfadada, él la miró sorprendido y ella le sonrió con aquella bella y cautivadora sonrisa que encandilaba a Mario– Ya te dije que estuve curioseando y lo hice a conciencia, tuve mucho tiempo– indicó tranquilamente sin reparo ninguno sentándose en un taburete frente a él; Mario sonrió divertido, era como una niña curiosa e inocente –¿En… todo, todo?– preguntó socarrón mirándola pícaro
–Sí, en todo– respondió honestamente sin percatarse de su ironía– Tienes perfumes muy agradables, no sé porque solo usas after shave– él sonrió enternecido, era realmente una niña inocente sin maldad alguna, de ahí que se avergonzara tanto cuando la descubrió con sus braguitas en la mano
–Voy a lo primero que está más a mano– respondió ameno
–Esa es otra, tú eres un desastre chico, lo tienes todo desordenado; sin embargo Claudia lo tiene perfecto…– comentó sincera– ¡¡Esa mujer era una obsesa del orden, caray!!– exclamó asombrada y él rió jocoso
–Éramos la noche y el día ¿no?– bromeó él cordial– Seguro que no puedes creerte que estuviéramos juntos
–No sé por qué iba a pensar eso, podíais ser como el ying y el yang; las cosas opuestas no tienen porque repelerse siempre, a veces se complementan– expuso convencida y él volvió a esbozar una tierna sonrisa– Si viene Rosa podemos hacer una rica cena para recibirla ¿Qué te parece? Así también irás aprendiendo algo– repuso entusiasmada bajándose de repente del taburete y acercándose a él, recogió un par de uvas de la bolsa y se metió rápida una en la boca al tiempo que le dio la otra a él que recogió con sus labios mientras la observaba desconcertado; verdaderamente era una niña grande, no tenía malicia alguna y tenía arrojos de chiquilla inocente ilusionándose con poco.
Uno junto al otro pasaron el resto de la tarde entretenidos preparando la cena. A Mario lo puso a hacer la masa de las crêpes, él acataba todas sus indicaciones sin rechistar mientras una sonrisa permanente se instaló en su rostro sin darse cuenta. Se sentía cómodo con su dicharachera conversación. Lo mantenía evadido de problemas y recuerdos con su charla despreocupada de anécdotas divertidas que le habían sucedido durante sus clases en el club de ancianos. Ella lo observaba atenta aunque simulaba estar distraída, su ceño siempre levemente fruncido estaba en aquel momento relajado, no dejaba de sonreír mostrando una linda sonrisa y en sus ojos comenzaba a apreciarse un brillo alegre que hacían destacar aquellas vetas verdosas haciéndolos mucho más bonitos. Parecía tan sereno y despreocupado en aquel momento que la animaba a continuar. A las ocho y media tenían la cena preparada y Rosa no tardó en llegar
–¡¡Uhmm, huele divino!!– expuso entrando en el piso– ¿Puedo comer algo? ¡Estoy famélica!
–Todo lo que quieras, es para ti– respondió desenfadado Mario siguiéndola a la cocina, ella lo miró sorprendida– Ana preparó la cena expresamente pensando en ti– aclaró resuelto y Rosa sonrió agradecida
–Esta chica es un ángel– expuso entrando en la cocina
–¡Hola Rosa!– la saludó animada con una enorme y sincera sonrisa que, aunque no quisieras, no tenías más remedio que corresponder contagiada de su optimismo y alegría; era asombroso su ánimo y su serenidad tan poco tiempo después de haber pasado por todo lo que pasó.
–Eres increíble, cielo– no pudo evitar expresar mientras movía la cabeza desconcertada, ella no comprendió su comentario pero ni se molestó en preguntar
–Llegas a tiempo para la cena ¿Tienes hambre?– repuso acabando de colocar el pan fresco en la panera sobre la mesa
–¿Hambre? Estoy famélica corazón; hoy apenas pude pegarle un par de mordiscos a un bocadillo vegetal– expuso animada
–Pues hala entonces; sentaos a la mesa que esto enfría
Entre bromas y risas cenaron hambrientos; todo estaba muy bueno y comían ávidos. Las crêpes rellenas del postre fueron un éxito y Rosa no podía creer que las hubiera hecho el patoso de Mario.
Se peleaban juguetones los dos compañeros ante la mirada divertida y las risas de Ana cuando a Mario le sonó el teléfono en su bolsillo. Su rostro se puso tenso de repente al comprobar la pantalla verdosa del móvil
–Aquí lo está, como suponía que haría– expresó satisfecho a Rosa que cogió rauda su teléfono del bolsillo trasero de su pantalón llamando a la central
–Charlie, aquí está la llamada que esperábamos ¿está todo listo? Perfecto, no la pierdas, a ver si logras averiguar desde donde llama– habló esperanzada con su interlocutor y, con un gesto de cabeza, le indicó a Mario que ya podía contestar
–Mantente muy callada oigas lo que oigas ¿estamos?– le previno Mario a Ana que los miraba desconcertada sin comprender qué estaba pasando, ella asintió con la cabeza y Mario descolgó –¡¿Dónde te la has llevado maldito hijo de puta?!– le increpó enfadado y Mario oyó el estruendo de algo que se rompía a través del teléfono
–¿Acaso creías que iba a dejártelo tan fácil como con Sabrina? Me conoces poco si piensas eso; metí la pata permitiendo que se quedara en su piso, pero no cometo tres veces el mismo error; de esta vez no te será tan sencillo acercarte a ella, imbécil– se burló cínicamente
–¡Eso ya lo veremos Navarrito!– exclamó lleno de furia mientras se oían golpes a través del teléfono como si estuviera lanzando cosas contra el suelo– Te crees muy listo pero no podrás esconderla de mí mucho tiempo; daré con ella, sabes que lo haré; solo estás retrasando lo inevitable– amenazó contundente
–Valverde, que lo mantenga en línea lo máximo posible; no sé dónde rayos se ha metido pero me falta un repetidor y no logro triangular la maldita llamada...– avisó nervioso Charlie y Rosa movió su dedo índice horizontalmente ante Mario dibujando círculos en el aire indicándole que continuara hablando –No me creo muy listo, pero algo más que tú, sí– se burló jocoso Mario– además ¿de qué te sorprendes? el juego lo has propuesto tú, no yo ¿recuerdas? Yo la intento proteger y tú das con ella ¿a qué viene que te cabrees ahora?
 –Voy a encontrarla Navarro, tarde o temprano acabaré dando con ella y tu estupidez solo hará que sufra aún más; cuanto más tarde en hayarla, más me deleitaré en prolongar su agonía y disfrutaré viéndola retorcerse de dolor... y le estaré recordando a cada instante que todo ese sufrimiento es gracias a ti, para que regrese al infierno llevándote en su memoria– amenazó deleitado con la idea –Para eso tienes que dar con ella primero y ten muy presente que esta vez seré yo quien esté esperándote a su lado– le contestó rotundo. No hubo ningún tipo de contestación, silencio total, Mario frunció el ceño desconcertado y de pronto, lo oyó reír cínicamente
–Perfecto, ya está ¿ves qué fácil me ha sido? Pronto nos veremos las caras, Navarrito; mas pronto de lo que crees– aclaró lleno de complacencia sin dejar de reírse y colgó
–¿Qué cojones...?– expuso completamente perplejo mirando turbado su teléfono, no comprendía lo que acababa de suceder
–¿Qué tienes, Charlie?– indagó alentada Rosa poniendo su teléfono en manos libres
–Poca cosa… lo siento; debe estar en una zona con poca cobertura a pesar de estar en el centro de la ciudad ya que no pude precisar el punto exacto, solo que está en cualquier parte entre la 5º, la calle Elíseo y el parque Central– contestó abatido Charlie
–¡Maldito hijo de puta, siempre tiene una suerte desesperante!– murmuró derrotado Mario
–Lo siento Navarro...– expresó apesadumbrado Charlie
–Está bien Charlie, hiciste lo que has podido, no te preocupes; tendremos más suerte para la próxima vez– animó serena Rosa a su compañero y se dispuso a cortar la comunicación
–¡Espera Valverde!– la llamó presuroso Charlie antes de que colgara
–¿Qué pasa?
–Marta está haciendo aspavientos como si quisiera hablar contigo, parece que tiene algo... un momento que te la paso...
–Valverde ¿estás con Navarro?– se oyó la voz nerviosa de otra compañera
–Sí aquí lo está ¿por?– respondió al tiempo que ella y Mario se miraban intrigados
–Acaban de pasarme un aviso de un altercado en la calle Victoria; al parecer se oyen fuertes golpes en el 4 B del portal 21 como si alguien lo estuviera destrozando
–Eso está dentro del radio, jefe...– aclaró más animado Charlie
–¡¡Ese es mi piso!!– chilló espantada Ana al tiempo, Mario y Rosa se miraron unos segundos a los ojos
–¡Es él y está en el piso de Ana!– exclamaron al unísono y se pusieron presurosos en pie saliendo de la cocina y recogiendo sus chaquetas del respaldo del sofá; Ana los siguió mirándolos aterrorizada –Ana, no te muevas de aquí ¿me oyes? Aquí estás segura, la puerta es de seguridad y estamos en un séptimo piso: no tiene forma de entrar; además Bruno no permitirá que nadie pase del portal, lo tengo ya avisado– le habló acelerado mientras seguía a Rosa hacia la puerta de la calle
–Algo parecido dijiste de Ben– expresó casi en un murmullo, su voz sonó tan apagada y al tiempo tan aterrada que él se detuvo y la miró conmovido. Ana lo observaba fijamente a los ojos, estática frente a él; Mario se agachó y sacó una pistola de su tobillo que llevaba escondida bajo la pernera de su pantalón
–¿Sabes usarla?– le preguntó al tiempo que le sujetaba la muñeca y puso el arma en su mano, ella negó con la cabeza sin apartar su mirada asombrada del revólver que mantenía sobre su palma; él le quitó con un leve movimiento de su dedo pulgar el seguro– Es fácil: apretas el gatillo y ya está; sin contemplaciones Ana: vacía el cargador si es preciso antes de que se te acerque demasiado y pueda quitártela– explicó cerrándole suavemente sus finos dedos alrededor la pistola
–¡¿Te has vuelto loco o que cojones te pasa?!– increpó pasmada Rosa e intentó retirarle el arma de la mano de Ana que seguía mirándola anonadada, Mario le sujetó fuertemente la muñeca deteniéndola. Los dos compañeros se miraron a los ojos desafiantes– ¡¡En un momento de confusión puede dispararte a ti, Mario!!
–Prefiero recibir un balazo de ella a que ese bastardo se le acerque a menos de dos metros– indicó rotundo y decidido, Rosa movió la cabeza ofuscada
–¡Piensa un poco joder! ¡Si se hiere ella o se enteran en la central que le has dado un arma, será el final de tu carrera terco estúpido!– aseveró preocupada pero él movió indiferente los hombros
–¿Es que no te das cuenta que si algo le ocurre a ella mi carrera ya está acabada porque nunca me lo perdonaría?– aclaró resuelto y ambos se quedaron mirándose unos segundos fijamente a los ojos– ¿o acaso tú sí podrías superarlo?– añadió mordaz, Rosa apretó sus labios sin atreverse a contestar pues él tenía toda la razón– y Ana es lo suficientemente lista como para no dispararse a sí misma, así que este es el menor de los males– resolvió desenfadado y salió del piso dejándolas a ambas pasmadas; Ana aún mirando el arma en su mano y Rosa desalentada observando la puerta de la calle por donde había desaparecido Mario. Asomó la cabeza por el quicio de la puerta– ¡¡Espabila Valverde, no se va a quedar allí esperando a que lleguemos!!– clamó autoritario y ella reaccionó al fin
–Loco no, estás como una puta chota; pero siempre tienes razón y no sabes lo que jode– masculló moviendo la cabeza derrotada, Ana la miró inquieta y Rosa posó su mano en la de ella dirigiendo el cañón de la pistola al suelo– Ten muchísimo cuidado ¿vale? Aunque el gatillo parece estar rígido, se disparan solas– previno cariñosa y ella asintió decidida con la cabeza
–¡¡Valverde ¿a qué coño estás esperando?!!– volvió a gritar impaciente Mario desde el rellano
–¡Que ya voy leñe! ¡Pesado de tío!– contestó fastidiada Rosa, besó tiernamente la frente de Ana y salió del piso cerrando la puerta tras ella.
 La puerta del piso de Ana estaba abierta de par en par y el precinto roto. Entraron alertas y con sus armas preparadas pero allí ya no había nadie
–Estaba visto que ya no estaría aquí, no es tan estúpido– murmuró sereno Mario enfundando su arma y observando el destrozo que había provocado en el piso: loza rota, cajones abiertos y revueltos, estanterías vacías y libros tirados por el suelo…
–¿Por qué rayos ha destrozado así todo?– expresó atónita observando todo aquel desorden mientras guardaba también su arma
–Estaba buscando– expuso acuclillándose y empezó a revisar algunos de aquellos papeles tirados por el suelo
–¿Buscando qué?– preguntó desconcertada
–Cualquier cosa que le valga para dar con Ana, Valverde; que a veces pareces novata joder– replicó fastidiado, ella hizo una mueca asqueada con la boca por aquella regañina de su compañero– está desesperado y cualquier cosa puede servir: un número de teléfono, la dirección de un amigo, o...– exponía despreocupado pero se calló y se centró en leer el papel que tenía delante; lo recogió y miró fastidiado a Rosa– O por ejemplo: el lugar dónde Ana estudia…– añadió mostrándole los documentos de admisión en la facultad de hostelería
–Maldito hijo de puta que suerte tiene siempre– murmuró asqueada
–Y nosotros siempre vamos dos pasos detrás suyo siguiéndolo como estúpidos corderitos al matadero– declaró fastidiado– ¿Cómo no se nos ocurrió que volvería por aquí? ¡Si caía de cajón, joder!– explotó cabreado tirando con furia el papel al suelo. Llegó el resto del equipo y se pusieron a recoger huellas
–Vámonos Mario, aquí ya no hacemos nada– indicó amable Rosa palmeándole suavemente en el hombro– Te invito a una cerveza
–Vale, pero la tomamos en mi casa; Ana está sola y probablemente muy asustada- declaró preocupado, su compañera se quedó mirándolo a los ojos fijamente– ¿Qué?– exclamó intrigado ante aquella mirada
–¿Eres consciente de qué te meterás en un lío muy gordo cuando se enteren arriba de que la tienes en tu casa, verdad?– comentó, él se pasó la lengua por los labios y terminó mordiéndose levemente el labio inferior; lo sabía, lo sabía muy bien, pero no iba a permitir que ese desgraciado se le acercara de nuevo– Llevémosla a una casa protegida, Mario– propuso alentadora
–¿Quieres esa cerveza o no?– expuso saliendo del piso sin contestarle; ella resopló derrotada –¡Genial hombre, cometes dos disparates seguidos y la noche aún acaba de empezar ¿cuál será la siguiente barbaridad que se te ocurrirá?!– protestó preocupada por su compañero y lo siguió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario