jueves, 12 de noviembre de 2015


     Apenas habían avanzado por aquel estrecho y oscuro pasillo cuando oyeron gritar a la hermana María el nombre de Ana, se detuvieron mirándose amedrentados y de pronto tres detonaciones sonaron al unísono que los gritos aterrorizados de la hermana María
–¡¡Dios mío, Ana!!– gritó horrorizado Mario y echó a correr por el pasillo esquivando ágil los útiles de teatro que se iba encontrando en el camino. Tenía vista de gato porque ni Rosa podía esquivarlos todos con aquella oscuridad, pero intentaba no distanciarse ni un milímetro de su compañero. Al fin alcanzaron el escenario y se detuvieron impresionados, la imagen que se encontraron no era para nada lo que se esperaban: Ana, muy quieta y sujetando aún la pistola con ambas manos, miraba el cuerpo inerte de Pablo Villa a sus pies mientras la hermana María, ensangrentada y sin casi fuerzas, estaba sentada en el suelo atada a los restos de una silla mirando conmocionada la escena. Rosa corrió a ayudarla al tiempo que Mario tomaba entre sus brazos a Ana– ¡Gracias a Dios que estás bien mi ángel!– expresó oprimiéndola gustoso contra su cuerpo mientras la besaba complacido en la sien, ella lo miró sobrecogida
–¡¡Mario, eres tú!!– exclamó mirándolo aturdida, él posó tierno sus manos en sus mejillas
–Sí mi cielo, claro que soy yo ¿Pero tú estás bien? ¿Te ha hecho daño ese desgraciado?– le preguntó angustiado examinándole nervioso el rostro pero solo tenía un leve golpe sin importancia en la frente
–Pero... no puede ser...– susurró mirándolo incrédula, él la observó intrigado a los ojos sin comprender aquella asombrada mirada con la que ella lo observaba– Él dijo que tú... que tú... y nana también lo dijo...– balbuceó aturdida, él frunció levemente el ceño sin lograr entender qué quería decir; de pronto, Ana dejó caer el arma al suelo y se abrazó impetuosa a su torso provocándole a Mario un dolor intenso que le cortó la respiración al apretarle con aquel gesto la herida; pero a pesar del tremendo dolor que sentía, Mario sonrió dichoso– ¡Gracias a Dios que estás vivo, Mario; él dijo que habías muerto!- exclamó emocionada oprimiéndose aún más a él aumentando aquella presión sobre la herida abierta de Mario que esta vez no pudo evitar exhalar un leve gemido
 –No por mucho tiempo si sigues apretujándome así, cariño mío– bromeó chistoso aunque apenas sin aliento
–¿Qué te sucede? ¿Estás herido?- se preocupó nerviosa mirándolo inquieta, él sonrió tranquilizador –No mi ángel, todo está bien, todo está bien– expresó tomándola nuevamente entre sus brazos oprimiéndola suavemente contra su cuerpo y hundió su cara en su pelo cerrando lo ojos deleitándose en aquel delicioso perfume a manzanas verdes; cuanto había deseado tenerla así entre sus brazos...
–Te lo dije, Mario: que él no iba a poder conmigo, que iba a ganar yo– expresó victoriosa apartándose levemente de él para poderle ver a los ojos
-Lo sé mi ángel, nunca lo dudé- expresó deleitado y se sonrieron dichosos mientras se miraban felices a los ojos. Mario no aguantaba más las ganas de besarla, aquellos jugosos labios lo llamaban a gritos y ya no podía soportarlo- Dios, Ana...- murmuró deseoso mientras poco a poco pero decidido acercó su boca a la de ella...
–¡Oh Dios nana!– exclamó de repente Ana abriendo amedrentada sus lindos ojos como si la hubiera recordado de pronto y, soltándose de él, corrió a lado de la hermana María dejando a Mario con una desazón tremenda en los labios, una desolada sensación de vacío en sus brazos y una duda terrible en la cabeza que le oprimía el corazón ¿Fue casualidad y se había acordado en aquel maldito instante de la hermana María o había esquivado de manera descarada que la besara? La observó intrigado y no pudo evitar mirarlas conmovido al verlas como se abrazaban con un amor increíble consolándose mutuamente
–Ya está en camino la ambulancia– le habló a su lado Rosa guardándose su teléfono móvil en el bolsillo trasero de su pantalón, él solo asintió con la cabeza sin dejar de ver la bella imagen de madre e hija juntas al fin y, sobre todo, a salvo– ¿Cómo vamos a explicar todo esto, Mario?– preguntó preocupada señalando el cuerpo inerte de Pablo Villa y la pistola de Ana a sus pies
–No hay nada que explicar, Valverde– repuso tajante agachándose a recoger el arma del suelo y, aunque nuevamente un dolor extremo le atravesó el costado, disparó preciso al cadáver de Pablo Villa en medio de los ojos sobresaltando a la hermana María y a Ana que no pudieron evitar soltar un grito estremecido al tiempo que se asían asustadas más fuerte la una a la otra y miraron amedrentadas a Mario
–¿Qué coño has hecho?– se les adelantó en la pregunta Rosa mirándolo atónita
–Tengo pólvora en mi mano y es mi arma… fui yo; no hay nada más que decir ¿entendido?– indicó rotundo quitándose el arma que llevaba en la cartuchera escondiéndola en la parte trasera de su pantalón y guardando la que Ana había usado en la funda de su cintura
–¡Por los clavos de Cristo Mario! ¡¿Le habías dado tu arma reglamentaria a Ana?!– clamó alarmada mirándolo atónita, Ana y la hermana María los observaban inquietas
–Al principio no, pero tras el susto que me dio al llegar a casa cuando ese desgraciado estuvo en la comisaría, decidí cambiársela; lo acabas de ver: es más fácil buscarle una solución factible a mi arma reglamentaria que una excusa creíble a la otra y que Ana no tenga problemas– explicó desenfadado
–¡¡Estás rematadamente loco ¿lo sabías?!! Si el capitán se entera de que le has dado un arma a un civil... ¡¡no, peor!! ¡¡si llegan a enterarse los de asuntos internos simplemente de que andas por ahí sin tu arma reglamentaria: es el final de tu carrera, Mario!!– expresó alarmada mirándolo aterrada; también Ana y la hermana María lo observaban muy preocupadas
 –¡¡Pero nadie de aquí va a decirlo ¿verdad?!! ¡¿o acaso me equivoco Valverde?!– exclamó desafiante y se quedaron mirándose fijamente a los ojos
–Tiene razón el capitán: estás muy jodido de la cabeza y sospecho que lo tuyo ya no tiene arreglo– repuso desarmada moviendo incrédula la cabeza y él rió entretenido
–Pues aclarado ese punto, saca a Ana y a la hermana María de aquí que yo me encargaré del resto– indicó muy pausado tomando aire profundamente al tiempo que hacía un gesto de intenso dolor con el rostro; parecía costarle muchísimo y ella frunció el ceño desconcertada, Mario movió levemente su chaqueta para que solo ella pudiera ver que su herida estaba sangrando nuevamente
–¡Oh Dios, Mario... esa herida está sangrando demasiado!– exclamó sobrecogida
–Creo que se han abierto los puntos y apenas puedo respirar...– murmuró dolorido cerrándose de nuevo la chaqueta para ocultar la herida
–¡¡Tienes que ir al...!! – clamó angustiada mirándolo muy inquieta
 –Cállate– exclamó contundente no dejándola acabar de hablar; Rosa lo miró desconcertada– llévatelas Valverde y, pase lo que pase conmigo a partir de ahora, ni una palabra a Ana ¿entendido?– ordenó rotundo; Rosa lo miró confundida sin llegar a entender lo que quería decir– No quiero que sepa nada de mí ¿estamos? Esto se acabó, Valverde, y a partir de ahora cada uno seguirá su camino, ella a su vida y yo la mía– indicó tajante
–Pero ¿qué estás diciendo Mario? ¿Acaso no piensas decirle que la...?– expuso frunciendo extrañada su ceño
 –No– la interrumpió radical– he dicho que se acabó ¿vale? Aunque me cueste horrores, tengo que alejarme de ella y olvidarla; y ahora por favor lárgate de una vez, no voy a poder aguantar mucho más el tipo y no quiero que ella se entere de que estoy mal herido– remarcó frunciendo su ceño en clara muestra de dolor, ella asintió con la cabeza y obedeció aunque no apartaba sus ojos preocupados de él.
–Mario...– lo llamó Ana al observar que él se quedaba atrás, le sonrió cariñoso
–Ve con Rosa cielo, yo tengo que esperar al capitán para explicar todo esto– repuso despreocupado y las tres mujeres desaparecieron por el oscuro pasillo– ¡¡Oh Dios!!– clamó tremendamente dolorido sujetándose el costado así las perdió de vista al tiempo que, extenuado por el enorme esfuerzo de mantenerse en pie ante Ana y que volvía a faltarle angustiosamente la respiración, cayó vencido de rodillas sobre las tablas del escenario. Sintió su mano empapada y la examinó, Rosa tenía razón, aquello sangraba tan abundantemente que su mano estaba completamente cubierta de sangre.
 –¡¡Por todos los demonios Mario!! ¡¡Que vengan los sanitarios, de prisa!!– oyó exclamar sobresaltado al capitán y sintió su cálida mano posándose amistosa en su hombro– tranquilo hijo, aguanta; ya vienen en tu ayuda– le escuchó hablar en tono paternal y ya no se enteró de nada más.
Percibía una suave claridad a través de sus ojos cerrados. Intentó abrirlos pero le costaba horrores, se sentía tan cansado que parecía hasta pesarle los párpados...
–¡Ey colega, bienvenido de nuevo!– sonó animada en casi un murmullo la voz de su compañera acariciándole dulcemente la mejilla, él le sonrió amodorrado y al fin logró abrir los ojos; el lindo y pecoso rostro de Rosa apareció a su lado mirándolo con gran cariño– ¿Cómo te encuentras cielo? – preguntó cariñosa acariciándole suavemente la mejilla
–Extenuado como si hubiera corrido tres maratones seguidos– expresó quejumbroso cerrando de nuevo los ojos, ella sonrió divertida
–Jódete por terco, a punto estuviste de perder el pulmón mamón- le recriminó duramente aunque su voz sonó más tierna de lo que hubiera querido, él rió divertido
–¿Y Ana?– se interesó impaciente enderezándose levemente pero se dejó caer de nuevo sobre la cama exhalando un gemido al tiempo que se echó dolorido la mano al costado herido; aunque no solo eso le dolía, sentía todo el cuerpo molido
–Estate quieto y tranquilo que como te he prometido no sabe nada; relájate y no hagas esfuerzos– le indicó posando cariñosa su mano en su hombro desnudo
–¿Y la hermana María? ¿Cómo se encuentra?– se interesó inquieto
-Ambas están bien; aunque las heridas que ese animal le produjo eran profundas, no le alcanzó ninguna vena mortal y está recuperándose en casa de Ana; eso sí, puede que le quede una ligera cojera– explicó serena
–Ese desgraciado sabía bien lo que quería: quería hacerla hablar, no acabar con ella– murmuró convencido, Rosa asintió con la cabeza conforme con aquella deducción– ¿Y sabe ya Ana que Anabel es su madre?
–Sí, aunque le dolió tremendamente y le costó horrores llegar a entenderlo, esa muchachita tiene un corazón de oro y ya la perdonó– Mario sonrió enternecido
–La quiere demasiado para no perdonarla– indicó tierno cerrando sus ojos
–Yo creo que más bien se alegró de saberlo pues pienso que siempre soñó con ello– expresó conmovida, él abrió los ojos mirándola sin comprender– la hermana María siempre la protegió y cuidó demostrándole tanto amor que creo que en el fondo soñaba con que ella fuera su madre, como así ocurrió al final- explicó convencida, se sonrieron satisfechos y Mario volvió a cerrar los ojos– ¿Te duele algo? ¿Te encuentras mal? ¿Quieres que avise al médico?– se preocupó Rosa
–No, solo estoy cansado; muy cansado– expresó agotado sin abrirlos
–Entonces descansa un poco más compañero– expuso dulcemente y lo besó cariñosa en la frente– porque seguro que el capitán no tardará en llegar; siempre viene a primera hora de la mañana y luego antes de irse a casa para saber de ti; hoy se llevará una gran alegría cuando vea que ya te has despertado– comentó complacida de ello, él abrió los ojos mirándola desconcertado al oírla
–¿Cuánto tiempo llevo aquí?– indagó sorprendido
–Con hoy, ocho días– declaró preocupada, él abrió atónito sus ojos– tras volverte a operar, tuvieron que ponerte respiración asistida para no forzar el pulmón; te pasaste tres pueblos amigo mío, no lo perdiste de milagro– le aclaró abatida; pero sonrió animada de nuevo y lo besó otra vez en la frente– pero eso ya pasó y ahora descansa tranquilo; yo voy a aprovechar para irme a tomar un café– resolvió cariñosa recolocándole servicial la sábana sobre su pecho y se encaminó a la puerta de la habitación –Valverde...– la llamó antes de que se fuera, ella se volvió a mirarlo– ¿Coló?– expresó temeroso, ella sonrió tranquilizadora
–Sí energúmeno con suerte, tanto asuntos internos como el capitán se tragaron el cuentito de que tú abatiste a ese desgraciado– contestó chistosa y ambos rieron cómplices– ahora intenta descansar ¿vale?
–Rosa...– volvió a llamarla impaciente cuando ya desaparecía en el pasillo
–¿Qué quieres ahora pesado?– expresó chistosa asomándose por la puerta, él se mordió dudoso el labio inferior
–Nada, déjalo– resolvió sin atreverse a preguntar; ella lo miró entristecida
–¿Eres idiota, lo sabes? Sí, Ana me pregunta todos los días por ti y ya se me están acabando las excusas de por qué no vas nunca a verlas; la vas a perder por imbécil pero allá tú– él sonrió melancólico– ¿quiere saber algo más el señor o puedo irme de una vez a tomar ese café?– preguntó chistosa, Mario rió divertido
–Tráeme a mí uno, porfa– bromeó acomodándose de nuevo para al fin dormirse.
 –Lo que te voy a traer es un rayo para que te parta ese cabezón de melón que tienes– expresó graciosa y se rieron divertidos.
Gracias a su fuerte constitución, se iba recuperando asombrosamente bien para complacencia de los médicos y pronto lo dejaron regresar a casa. Bruno lo recibió entusiasmado de verlo por fin de regreso y tan recuperado. Pero al abrir su piso, se quedó parado en el recibidor observando entristecido el apartamento y una congoja le oprimió el corazón. Estaba tan oscuro, vacío y frío de nuevo; ya no le asaltó ese olor delicioso que últimamente había al abrir la puerta y, sobre todo, Ana no corría entusiasmada a recibirlo y eso le produjo un dolor tremendo
–¿Qué pasa?– indagó curiosa Rosa después de un rato también parada a su lado observando desconcertada el piso como él hacía, pero ella no veía nada fuera de lugar
–Nada– resolvió esquivo y al fin se adentró en la sala, ella movió desconcertada los hombros y dejó la bolsa con la ropa de Mario sobre el sofá. Él se había vuelto a quedar pensativo con cara entristecida mirando el pasillo que llevaba a su cuarto; sentía el piso tan frío y vacío... más que nunca.
–¿Estás seguro que estarás bien aquí tú solo cielo? ¿Por qué no te vienes a pasar unos días a mi apartamento? Hasta que estés completamente restablecido– le propuso animada
–No quiero Rosa, gracias pero estoy bien– denegó amable
–O si lo prefieres me quedo yo, un par de días nada más...– insistió esperanzada
 –Que no; de verdad estoy bien– remarcó decidido recogiendo su bolsa y llevándola al dormitorio. Miraba la cama mientras dejaba su bolsa a lo pies, aún podía ver a Ana sonriéndole metida en ella... era increíble como la extrañaba, como cada rincón le recordaba a ella, como toda la casa se había impregnado de su aroma, su calor y de su presencia en menos de dos meses, mucho más que de Claudia en casi siete años... hasta él mismo, reconoció apesadumbrado. Decidido, abrió el armario y empezó a quitar toda la ropa de Claudia dejándola sobre la cama
–Pero... ¿Qué haces?– preguntó asombrada Rosa desde el umbral de la puerta mirándolo atónita
–Sacar de en medio todas las cosas de Claudia que ya va siendo hora– respondió rotundo, ella apretó los labios mirándolo decaída
–Mario...– murmuró conmovida pero se calló, él la miró a los ojos
–¿Qué?– exclamó sereno animándola a hablar
–Quedé en pasar hoy por casa de Ana ¿por qué no vienes conmigo y dejas eso para mañana? Ana siempre me pregunta por ti y ya empieza a preocuparse por tu desaparición; ademas, para hacer eso tienes mucho tiempo ya que aún no podrás regresar al trabajo en una larga temporada y así te mantendrás ocupado en algo...– lo animó sonriéndole esperanzada
–No– respondió tajante y siguió vaciando el armario
–¿Por qué Mario? ¿Por qué no quieres ir a verla?– insistió confundida
–Porque no– remarcó rotundo
–¡¡Eres un tozudo idiota!! ¿No te das cuenta de que estás dejando escapar la oportunidad de ser feliz? ¿por qué no vas a verla y le dices todo lo que sientes por ella de una puñetera vez? ¡¡El caso está cerrado Mario, ya nada se interpone entre vosotros!!– aclaró contundente
–¡¡He dicho que no Rosa, no insistas!!– clamó ya perdiendo la paciencia por su insistencia
–¡¡Sabes muy bien que a mí el: “no, porque no” nunca me ha servido para hacerlo ahora; dame un explicación lógica para entenderlo porque yo no la encuentro!!– reprochó irritada
–¡¡No, porque no puedo ¿vale?!!– exclamó lanzando con furia uno de los trajes de Claudia sobre la cama y la miró con gran dolor en los ojos– ¿Es que no lo comprendes? Estoy loco por ella, Rosa; no puedo verla ni estar cerca de ella sin desear desesperadamente tomarla entre mis brazos y sentir su cuerpo pegado al mío, de atrapar esos labios deliciosos que me atraen terriblemente y besar su dulce boca hasta saciarme de placer... y ella aún no está preparada para algo así, ha pasado por un trance muy duro que no olvidará y del que le costará recuperarse y no necesita precisamente que yo la asuste con uno de mis arrebatos porque no creo que pueda contenerme si la veo delante; o que la agobie diciéndole lo que siento sabiendo de sobra que no está preparada para escucharlo y menos aún para corresponderme; sería como obligarla a hacer algo que no quiere ¿lo comprendes ahora?– explicó angustiado, ella lo miró conmovida
–Lo siento, no había caído en eso...– murmuró arrepentida por su insistencia, él movió derrotado la cabeza y siguió vaciando el armario– ¿Y qué vas a hacer? Porque tarde o temprano ella te buscará y no se detendrá hasta que le des una explicación a este inesperado alejamiento tuyo– él se quedó quieto con la mirada perdida dentro del armario
–¿Aún sigues en contacto con ese tío de la agencia de viajes?– expuso al cabo de unos segundos de silencio
–Por supuesto, me consigue unas escapadas maravillosas de fin de semana a cambio solo de un buen revolcón y no pienso soltarlo así como así– indicó chistosa, él la miró sorprendido
–¿Y entonces Lois el forense? ¿Acaso no había algo entre vosotros?– expresó confundido, ella sonrió pícara
–¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Mientras uno no sepa del otro...– aclaró desenfadada y él rió divertido
–Pues dile a ese amigo tuyo que me consiga un billete para Miami cuanto antes– resolvió animado, ella abrió atónita sus lindos ojos verde esmeralda
–¡¿Miami?! ¡¿Y qué coño vas a pintar tú en Miami?!– exclamó incrédula
–Tomar el sol, recuperarme por completo y sobre todo conocer a la única familia que tengo que ya va siendo hora– aclaró decidido siguiendo con el desalojo del armario algo más alegre con la resolución que tomara
–¡¿Tienes familia?! ¡¿Y en Miami?!– exclamó boquiabierta mirándolo pasmada, él rió entretenido– ¡¡Tío ¿sabes que, en casi ocho años que llevamos juntos, estoy viendo que no sé nada de ti?! ¡¡Joder, ni a tu casa entrara aún!!– expuso atónita y él soltó una sonora carcajada.
Tres días después, Rosa llamaba a la puerta de Ana después del trabajo.
–¡Hola Rosa!– la saludó alegre Anabel al abrir besándola cariñosa en las mejillas
–¡¡Caray hermana!!– exclamó pasmada mirando atónita que se había quitado los hábitos y, con su pelo rubio descubierto y aquellos vaqueros, aún parecía más joven y era aún más bonita de lo que ya antes se podía percibir; el parecido de su hija Ana con ella ahora sí era claro. Anabel le sonrió coqueta– está preciosa hermana, no me esperaba esta sorpresa
–Al fin llegó el consentimiento del arzobispado y pude colgar los hábitos– explicó feliz y se sonrieron complacidas– Pero pasa cielo, hacía días que no nos visitabas
–Estuve algo liada con un nuevo caso y...– la mirada fija de Anabel clavada en sus ojos la calló
–¿Cómo está Mario, Rosa?– preguntó directa, muy seria y preocupada, tomándola desprevenida; Rosa parpadeó sin saber que responder
–Bien; terco e insoportable como siempre, pero bien– respondió moviendo despreocupada sus hombros pero la mirada de Anabel seguía mirándola muy inquieta
–¿Bien, bien... o simplemente bien?– remarcó preocupada, Rosa se mordió incómoda el labio inferior– por favor Rosa, hoy estamos solas ya que Ana aún no llegó de sus clases en el club de ancianos al ser jueves y quiero que me digas la verdad; a mí no me engañas, recuerda que yo estaba presente cuando ese mal nacido lo acribilló a cuchilladas dejándolo sobre el asfalto tirado y muy mal herido; la verdad es que no podía creérmelo cuándo lo vi aparecer tan entero a las pocas horas en aquel teatro, pero aquella palidez de su rostro y aquellas profundas ojeras me indicaban que nada estaba bien ¿dónde está Rosa? ¿Qué le ha ocurrido?– le preguntó muy intranquila, Rosa tomó aire profundamente
–Ahora ya está bien hermana, no se preocupe– respondió amena cerrando tras ella la puerta de la calle– pero estuvo ingresado hasta hace solo un par de días; estuvo muy mal, no le voy a mentir, tuvieron que operarlo de urgencia y lo tuvieron entubado más de una semana porque a punto estuvo de perder el pulmón... pero ya se ha recuperado y está en casa
–Gracias a Dios– murmuró más tranquila, pero volvió a mirarla crítica– ¿Y por qué callaste, Rosa? ¿Por qué no nos dijiste nada de que estaba tan mal?– reprobó dolida
-Es que él me lo prohibió, hermana; se lo juro que fue lo que más me recalcó en aquel teatro: que pasara lo que pasara con él, no le dijera nada a Ana– se defendió apesadumbrada, Anabel sonrió enternecida
–Pobrecillo, pensando en Ana antes que en él mismo... la quiere con locura– expresó cariñosa y Rosa la miró boquiabierta al escuchar aquello provocando que Anabel se riera divertida– ¡Rosa, yo era monja pero no idiota ni mucho menos ciega; se ve a leguas que Mario ama a mi hija!– aclaró resuelta y Rosa sonrió amena – y por lo que parece, la conoce también muy bien: no quería que mi niña se sintiera culpable de lo ocurrido, ya que mi pobre niña siempre se sentiría responsable por salir él mal parado– expresó conmovida y ambas sonrieron conformes– ¿Te quedas a cenar con nosotras verdad?– resolvió animada encaminándose hacía la cocina
–Eso ni se pregunta– repuso desenfadada Rosa siguiéndola y ambas se rieron alegres
–Y si ya está recuperado y bien como dices ¿Por qué no ha vuelto a visitarnos?– indagó intrigada al poco rato mientras removía la salsa de la sartén que tenía al fuego
–Porque es un caso perdido– murmuró desolada, Anabel la miró intrigada y Rosa le ofreció una sonrisa cordial suspirando profundamente– Porque está ocupado con los preparativos de su viaje, pero les manda siempre saludos y besos– aclaró amable
–¡Ah ¿Se va de viaje?!– se asombró la mujer mirándola desconcertada
–Sí, este sábado; se va…– explicaba cuando el suave golpe de la puerta cerrándose la interrumpió
–¡Mami, traigo un invitado a cenar!– anunció alegremente Ana
–Pues ya tenemos a dos cielito– respondió despreocupada Anabel aunque mirando curiosa hacia la puerta de la cocina como Rosa también hacía; Ana apareció en la cocina sonriendo alegre acompañada de un guapo muchacho de más o menos su edad, muy moreno y atractivo de grandes ojos castaños.

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