viernes, 6 de noviembre de 2015


     –¡¡Aquí está!!– anunció Rosa sacándola de debajo de la mesa; él se la quitó de las manos
–¿Qué fue lo que encontraste? ¿Qué pudo servirte y alegrarte tanto maldito desgraciado?– murmuraba nervioso revisando interesado hoja por hoja; hasta que llegó a la última página escrita y descubrió los restos que quedaran de haber sido arrancada una de malas maneras. Mario se puso en pie y, cogiendo un lápiz, sombreó la página siguiente. Ante él quedó descubierto el nombre de la hermana María y la dirección del orfanato que había apuntado en el hospital cuando Ana les dijo a quien llamar
 –Santo Dios, Mario– exclamó sobrecogida Rosa mirando angustiada a su compañero
–¡¡Maldita sea mi estampa!! ¡¡Nunca apunto nada y tuve que anotar esta tontería, joder!!– bramó él enfurecido lanzando la libreta contra la pared
–¿Qué es Navarro? ¿Qué ha descubierto ese desgraciado?– se interesó inquieto el capitán acercándose a ellos
–La dirección del orfanato y el nombre de la hermana María, capitán; solo con eso puede hacer salir a Ana de su escondite– expuso inquieta Rosa y ambos se quedaron mirando atribulados a Mario
–¡Maldita sea! ¡¿Cómo puedo ser tan estúpido?!– exclamó derrotado Mario echándose angustiado las manos a la cabeza
–Ni tú ni nadie podía imaginarse que tuviera los santos cojones de meterse aquí, hijo– indicó comprensivo el capitán posando amable su mano en el hombro de Mario, pero aquello no parecía tranquilizarlo y seguía mesándose afligido los cabellos– No te preocupes, ahora mismo le pondremos vigilancia a esa monja; rodearemos el orfanato entero si es preciso… pero no pierdas los estribos Navarro, no ahora que estamos tan cerca– siguió hablando esperanzado; Mario lo miró incisivo
–¿Cerca de qué, capitán? ¡¡No tenemos una puta mierda; él siempre nos lleva años luz de ventaja!!– exclamó asqueado y su voz sonó tremendamente dolida y derrotada; el capitán tomó aire profundamente
–Algún día tendrá que acabársele la suerte, Mario; y allí estaremos nosotros para aprovechar ese momento, no desesperes hijo–habló comedido y ambos se quedaron mirándose a los ojos– Anda, ve con esa muchacha a dónde rayos la tengas escondida y no la dejes ni un minuto sola; aunque inmediatamente montaré todo el dispositivo necesario para proteger a esa monja, él puede aprovechar cualquier instante para contactar con ella y dar con nuestra protegida– explicó y siguió mirando fijamente a los ojos de Mario– ¿Esa tal hermana María... sí sabe dónde la escondes?– preguntó temeroso de la respuesta, Mario negó con la cabeza
–Absolutamente nadie sabe dónde está a no ser Valverde y yo– respondió más calmado
–Perfecto; al final tengo que reconocer que has tenido una gran idea, como siempre, y no sabes como me jode– bromeó chistoso y todos rieron más relajados.
Rosa aparcó ante el portal del piso de Mario, habían regresado sin cruzarse ni una sola palabra durante el trayecto.
 –¿Dónde te vas a alojar mientras revisan tu piso? Puedes quedarte aquí con nosotros si quieres; Ana estará encantada de tenerte en casa, se alegra mucho cada vez que vienes– aclaró amistoso Mario cuando ella detuvo el coche
–Gracias pero ya avisé a mis padres que pasaré la noche allí; aunque pienso regresar a mi casa mañana mismo– aclaró osada y decidida; Mario la miró a los ojos orgulloso de su valiente resolución
 –Pues ten mucho cuidado ¿vale pelirroja? ahora sabe dónde vives y no se lo pensará dos veces si cree que puede sacar algo de ti– expuso cariñoso posando tierno su mano en la mejilla de Rosa que le sonrió serena
–Tranquilo que lo tendré– resolvió sin dejar de sonreír y él abrió la puerta para salir– Mario...– lo llamó antes de que se apeara y él la volvió a mirar a los ojos– Ten cuidado tú también ¿vale? Y no refiero a ese capullo– expresó prevenida, él frunció desconcertado el ceño sin comprender a qué podía referirse si no era a Pablo Villa– me he dado cuenta como tu rostro cambia y tus ojos brillan cuando miras a Ana; no olvides tu lugar y metas la pata compañero, está en juego tu carrera– lo avisó preocupada
–¡¡No seas imbécil, Valverde!! claro que sé muy bien cual es mi lugar y no me olvido de lo que está en juego– protestó muy molesto; pero no exactamente por aquel reclamo de su compañera, sino por no haber sido más cuidadoso y ella haber percibido lo que empezaba a sentir por Ana. Hizo intención de bajarse del coche para huir de aquella conversación pero Rosa le sujetó del brazo deteniéndolo –¿Y entonces a qué vino aquel beso Mario?– le reprochó duramente, él la miró confuso
–¿Qué beso? ¿De qué hablas?– repitió desubicado
–El que le diste en los labios; no te hagas ahora el inocente– replicó mirándolo fijamente a los ojos, él le mantuvo la mirada
–No seas estúpida, ni me acuerdo de habérselo dado, Rosa; debió ser un acto reflejo solo para tranquilizarla– se defendió rotundo dando un fuerte tirón con su brazo para soltarse de su sujeción y se bajó del coche
–Pues procura no tener más “actos reflejos” de ese tipo ¿vale?– recriminó sarcástica y él la miró irritado a los ojos
–Vete a la mierda– expresó fastidiado cerrando de un portazo la puerta del vehículo y se dirigió hacia su portal sin volverse aunque Rosa no arrancó, se quedó mirándolo preocupada como entraba en el portal y hablaba con Bruno– ¿Todo bien por aquí?– se interesó procurando parecer calmado; Rosa lo había desquiciado con sus intuiciones... ¿o tan mal había disimulado que ya no habían sido solamente intuiciones?
–Sí, por aquí estuvo todo tranquilo ¿y a usted cómo le fue?– le preguntó cordial
–Como el culo; ese capullo se me volvió a escapar– masculló fastidiado, Bruno lo miró compasivo
 –Para la próxima tendrá más suerte, ya lo verá– lo animó jovial, Mario lo miró a los ojos ¿tendría otra oportunidad antes de que ese desgraciado lograra llegar hasta Ana?
–Sí, la próxima vez– prefirió contestar y, sonriéndose amistosos, Mario se dirigió al ascensor.
De regreso a su piso, se encontró con todo apagado, el apartamento estaba completamente a oscuras.
–Soy yo, Ana; tranquila– avisó encendiendo la luz del recibidor pero ella no contestó– ¡¿Ana?! ¿Dónde estás, preciosa?– preguntó entrando en el piso; con la luz del recibidor comprobó que los platos de la cena seguían sobre la mesita del salón. Ana nunca dejaría todo aquello así, sin recoger– ¡¡Ana, soy yo: Mario ¿dónde estás?!!– volvió a repetir más inquieto pero tampoco hubo contestación; alertado, desabrochó el cierre de la cartuchera de su revólver en su cintura dejando su mano sobre su revolver preparado para desenfundar rápidamente si fuera necesario– ¡¡Ana: respóndeme ¿dónde estás? ¿Estás bien?!!– indagó impaciente recorriendo el pequeño pasillo– Soy yo cielo, Mario– repitió encendiendo la luz del dormitorio y se la encontró sentada en el suelo sujetando firmemente el arma con las dos manos y apuntándole directamente al pecho– ¡¡Ey, ey, preciosa, soy yo: Mario!!– indicó sobrecogido levantando prevenido sus manos en dirección al revolver que ella sostenía en dirección a él
–Lo sé, no soy sorda y te estoy viendo perfectamente– indicó socarrona bajando el arma al fin
–¡¡Cojones Ana ¿y no sabes contestar?!!– reclamó irritado por el susto que acabara de llevar inútilmente
–Tenía que asegurarme que eras tú; como bien dijiste: es muy listo y tiene mil recursos– expuso desenvuelta, él resopló derrotado
–Trae anda; no sé yo si hice muy bien dándotela– bromeó retirándole el arma de la mano posándola sobre la mesilla, ella sonrió divertida
–¿No te disparé, no?– expuso chistosa y ambos rieron cómplices al tiempo que Ana intentó levantarse, pero un fuerte pinchazo en su bajo vientre la asaltó haciéndola sentarse de nuevo en el suelo resoplando dolorida y se acarició suavemente la zona
–¿Te ocurre algo?– preguntó alertado Mario al verla realizar aquel gesto; ella negó con la cabeza e hizo otro intento pero esta vez más despacio y sujetándose a la mesilla para ayudarse y al fin logró levantarse; pero al enderezarse, otro pinchazo mucho más fuerte e intenso le atravesó por dentro obligándola a doblarse sobre sí misma y no pudo evitar soltar un gemido de dolor al tiempo que se sujetaba de nuevo el vientre con ambas manos– ¡¿Qué te ocurre cielo?!– exclamó alarmado Mario al oírla quejarse de aquella manera mientras ya la sujetaba amoroso por la cintura para evitar que pudiera desplomarse; dulcemente le levantó el rostro por el mentón para poder verle a los ojos– ¿Qué tienes ángel mío?– instó preocupado mirándola inquieto a los ojos, ella le sonrió tranquilizadora
–Nada, tranquilo; es solo un pequeño dolor de estar tanto tiempo ahí sentada sin moverme– respondió aún entre resoplidos
–¿Estás segura? Te has quedado blanca como el papel, mi chiquita ¿No será mejor ir al hospital y asegurarnos de que realmente no es nada?– preguntó inquieto posando dulcemente su mano en la mejilla de Ana
–De verdad que no es necesario; ayúdame a recostarme y verás como pronto se pasa– propuso sin dejar de mostrar aquella dulce sonrisa, él la llevó delicadamente hasta la cama y la ayudó a recostarse; Ana estiró muy despacio las piernas, las tenía entumecidas debido a tenerlas recogidas tanto tiempo contra su pecho, y el dolor se volvió algo más intenso cortándole el aliento– ¡Dios, ese estúpido debió desencajarme todo por dentro!– expresó dolorida, Mario la miraba conmovido sintiéndose un auténtico inútil sin saber qué hacer para calmarle aquel malestar– Por favor ¿Podrías traerme las pastillas azules que tengo en la cocina?
–Claro, por supuesto; ahora mismo las traigo– respondió servicial y se dirigió rápidamente a la puerta, pero se volvió a mirarla– ¿Seguro que no será mejor ir al hospital y que te revisen? Fue una operación muy complicada por la que has pasado, cielo; y hoy has abusado teniendo a la pequeña Andrea en brazos...– insistió inquieto, ella negó con la cabeza y él resopló derrotado– está bien, terca; ahora mismo regreso con ellas– repuso no muy convencido y se fue a la cocina regresando al instante con el tubo de pastillas y un vaso de agua. Ana se tomó dos juntas ante la mirada inquieta de Mario
 –Tranquilo, se pasará pronto– expresó tranquilizadora pero él seguía mirándola preocupado; Ana le tomó cariñosa la mano entre las suyas– no va a poder conmigo, Mario; me ha dejado inútil pero no vencida; me recuperaré y ganaré yo, ya lo verás– indicó decidida y rotunda, pero notó que sus ojos se le llenaban de lágrimas
–No te ha dejado inútil cielo, nunca digas eso– aclaró rotundo sentándose a su lado al borde de la cama– estéril puede ser, pero eso aún hay que comprobarlo, los médicos no están seguros y aún hay que hacer pruebas así te recuperes del todo...– la animó con entusiasmo acariciándole tiernamente las mejillas con el revés de sus dedos; ella sonrió cariñosa y lo besó en la mejilla– ¿Y esto?– preguntó descolocado
–Por ser tan bueno y paciente conmigo– expresó con gran cariño, él sonrió y también la besó dulcemente en la mejilla; ella lo miró intrigada
–Por ser tan cariñosa y comprensiva conmigo– resolvió chistoso y ambos se rieron divertidos– ¿qué tal te encuentras?– se interesó tierno
–Mejor ¿ves cómo ya va pasando?– respondió más calmada, él sonrió complacido por ello
–Pues entonces a descansar; mañana será otro día– expresó Mario levantándose del borde de la cama y la besó cariñoso en la frente al tiempo que la arropaba con el edredón; Ana sonrió agradada
Los gritos angustiosos de Ana lo despertaron sobresaltado. Saltó de inmediato de la cama y corrió a su encuentro. Ana se revolvía frenética en la cama y gritaba aterrada fruto de lo que parecía una horrible pesadilla
–¡Ey, Ana; despierta, solo es un sueño cielo!– le habló cariñoso acariciándole tierno la mejilla intentando despertarla pero parecía inútil; seguía luchando y chillando angustiada intentando desasirse de algo terrible que la sujetaba; él la tomó entre sus brazos– ¡Despierta cielo, solo es un sueño corazón! ¡Estoy aquí mi vida, estás a salvo; despierta mi ángel!– expresó cariñoso mientras la acunaba tiernamente entre sus brazos
–¡¡Mario!!– gritó angustiada despertándose al fin y se aferró a él con desesperación– ¡Oh Mario, está aquí! ¡Está aquí!
–No mi ángel, solo era un sueño, tranquila; no está aquí ni permitiré jamás que vuelva a acercársete si quiera– habló contundente acariciándole el pelo mientras la oprimía tranquilizador contra su pecho, ella seguía sujeta a él con ansia
–Mario… ¿y si lo consigue? ¿Y si averigua dónde estoy? ¿Y si logra llegar hasta mí?– lloraba angustiada
–Ana... – nombró retirándola levemente para poder mirarla a los ojos y tomó su dulce rostro entre sus manos acariciándole las mejillas muy dulcemente– Nunca ¿me oyes? Nunca lo permitiré; antes tendrá que pasar por encima de mi cadáver– habló con rotunda decisión, ella abrió aterrada lo ojos
–No digas eso por Dios bendito, no vuelvas a decirlo– expresó sobrecogida abrazándose angustiada a él de nuevo, Mario sonrió amoroso ante aquella muestra de cariño y la besó tiernamente en la frente
–Está bien cielo, no volveré a decirlo y nada nos ocurrirá ni a ti ni a mí– aclaró enternecido
–¿Lo prometes?– preguntó mirándolo más calmada
–Te lo prometo– expresó besándola de nuevo en la frente– ahora descansa cielo, que ya ves que estás a salvo– expuso arropándola con el edredón
–¡No te vayas Mario!– imploró atemorizada sujetándolo fuertemente del brazo al ver que se retiraba de su lado– Quédate conmigo… Por favor– sollozó mortificada, él sonrió conmovido
–Claro preciosa, descansa tranquila que aquí me quedaré toda la noche– contestó sereno sentándose al borde de la cama, ella lo miró confundida
–¿Y piensas hacerlo ahí sentado?– indicó desconcertada– Cogerás frío; anda, ven, acuéstate a mí lado– dijo inocente retirando las sábanas, Mario tragó inquieto saliva pero no se movió– ¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?– instó confundida
–No creo que sea buena idea Ana– replicó nervioso
–¿Y por qué no?– preguntó cándida, Mario la miró atónito ¿de verdad aún lo preguntaba?– Anda, no seas bobo; métete en la cama o no podré dormirme– aclaró desenfadada palmeando el colchón a su lado; pero él siguió sin moverse mirándola reticente– ¡Venga ¿a qué esperas? Acabaremos cogiendo frío los dos, verás!– reclamó desenfadada, él tomó aire profundamente y se deslizó entre las sábanas. Ella de inmediato se abrazó a él recostando gustosa su cabeza sobre su pecho, a Mario su corazón se le aceleró al instante de que aquel dulce perfume a manzanas verdes le inundó completamente el olfato y el agradable calor que la mano de Ana, apoyada suavemente en su costado desnudo, le provocaba; cerró los ojos intentando controlarse pero ella aún amoldó más su tibio cuerpo al de Mario– Uhmm, mejor así, muchísimo mejor– susurró complacida y Mario resopló agobiado por aquel mayor acercamiento y se mantuvo inmóvil, sin apenas atreverse a respirar, concentrado en intentar mantener la calma y controlar su cuerpo que reaccionaba peligrosamente a aquella excitante situación que Ana estaba provocando inocentemente. Pero le estaba costando horrores y el cálido aliento de Ana al respirar sobre su pecho desnudo no ayudaba precisamente, empezaba a sospechar que iba a ser para él una noche muy, muy larga si no lograba dormirse cuanto antes...
Se despertó lentamente debido a la gran claridad que había en el cuarto y sonrió complacido. Había dormido de miedo, hacía mucho tiempo que no había dormido de aquella manera tan relajada y se sentía realmente descansado y muy bien. Sin dejar de sonreír, apretujó gustoso el tibio y agradable cuerpo de Ana que sostenía entre sus brazos a forma de desperezamiento aspirando profundamente su delicioso olor a manzanas verdes y aún sonrió más complaciente besándola amoroso en la cabeza que ella seguía teniendo sobre su pecho. De pronto cayó en la cuenta del íntimo gesto que había realizado inconscientemente y la miró retraído, pero Ana seguía durmiendo sin haberse enterado de nada y sonreía dulcemente. La observó entre sus brazos, estaba admirable con aquella leve sonrisa dibujada en sus labios. Tenía una boca preciosa y muy sugestiva, sus labios eran carnosos y realmente tentadores. Sin poder contenerse, los acarició suavemente y muy despacio con su dedo índice, eran tan suaves y delicados, tan malditamente atrayentes y parecían tan jugosos y sabrosos... que un deseo incontrolable de saborearlos lo asaltó y su corazón empezó a latir descontrolado. Ana suspiró gustosa a aquel leve contacto e inconscientemente se los humedeció rozando con su lengua el dedo de Mario. El cuerpo de Mario se excitó al instante e incontroladamente a aquel breve roce de la húmeda y cálida lengua de Ana en su dedo y su miembro reaccionó endureciéndose de manera extraordinaria. Saltó de la cama presuroso y se encerró dentro del baño. Se refrescó la cara y la nuca intentando aplacar aquella excitación tan tremenda que sufría; cuando al fin retomó el control de su cuerpo, se enderezó encontrándose con su reflejo en el espejo y se quedó mirándose fijamente a los ojos ¿qué diablos le estaba pasando con aquella muchacha? ¿Cómo podía alterarlo tanto su proximidad que apenas podía controlarse? Cuando salió del baño, su corazón volvió a acelerarse al encontrarla ya despierta y sentada sobre la cama
–Buenos días– lo saludó alegre mostrándole una de aquellas sonrisas que tanto lo cautivaban y un peligroso hormigueo le inundó su bajo vientre
–Buenos días– respondió esquivando su mirada de ella y le dio la espalda centrándose en recoger ropa limpia de los cajones de la cómoda
–Hoy parece que hace un día maravilloso ¿verdad?– siguió exponiendo resuelta, él masculló algo ininteligible– voy a preparar el desayuno que tengo hambre– anunció desenfadada retirándose el edredón de encima. Al instante y sin poder remediarlo, la mirada de Mario fue atrapada a través del espejo de encima de la cómoda por aquellas piernas desnudas de redondos y prietos muslos que quedaron descubiertos. Carraspeó nervioso apartando dificultosamente sus ojos de ellos. Ana, sin dejar de sonreír alegre, se arrodilló a su espalda y posó sus manos en los hombros desnudos de Mario provocando al instante en él un delicioso escalofrío que le recorrió el cuerpo entero al sentir la dulce calidez y suavidad de aquellas manos y su corazón empezó a latir frenético– ¿Has podido dormir bien?– se interesó besándolo dulcemente en la mejilla provocándole otro excitante escalofrío, él la miró a los ojos y de nuevo aquellos deliciosos y atrayentes labios estaban tan próximos y se veían tan jugosos...
–Sí muy bien, gracias– apenas pudo susurrar, su garganta estaba atenazada del deseo inmenso que sentía por atrapar aquella boca que se veía realmente deliciosa; nervioso esquivó su mirada de ellos antes de que cometiera una locura
–Yo también– resolvió satisfecha levantándose de la cama. Los ojos de Mario inconscientemente volvieron a buscarla tercamente y se quedaron mirándola mientras ella de espaldas a él se ponía la bata encima de aquel fino camisón que torneaba espléndidamente su cuerpo precioso de cintura estrecha y caderas generosas. Su cuerpo volvió a excitarse de nuevo y sitió una turbación tremenda por su obcecación repentina por explorarla de esa manera
–¿Pero qué coño te está pasando, imbécil?– se recriminó enfadado cerrando bruscamente el cajón de la cómoda cuando ella salió del cuarto y se encerró en el baño dándose una ducha fría para sofocar aquel estúpido calentón que acababa de sufrir de nuevo.
Pero aquel tortuoso día solo acababa de empezar. Ya no solo porque apareció con unos vaqueros puestos que le quedaban de miedo torneando aquellas atractivas caderas y piernas junto a una camisa rosa floja que dejaba entrever un hermoso canalillo por su escote en V; sino porque toda la mañana se sintió nervioso y torpe cuando ella se le aproximaba pero desolado si se alejaba demasiado. Algo incongruente que lo tenía muy confundido. Pero lo más insoportable eran aquellos deseos irrefrenables de besarla cuando la tenía cerca. Entonces huía turbado de su lado en un intento de controlarse aunque no servía de mucho ya que Ana lo seguía sin dejar de charlar y sonreírle con aquella dulce sonrisa que lo atraía como una polilla a la llama aunque sabía que era su perdición.
 La tarde no se presentó más cómoda para él. Después de comer se sentaron en el sofá a ver la televisión; pero, aunque hacía severos esfuerzos por concentrarse en la película, sus ojos buscaban tercamente el bello rostro de Ana sentada a su lado. Ella sí miraba atenta el televisor, pero no paraba de morderse inconscientemente el labio inferior provocando terriblemente a Mario y aquellas ganas locas de besarla crecían y crecían cada vez más
–Llevas un buen rato mirándome ¿acaso pasa algo?– preguntó curiosa sacándolo de su ensimismamiento
–No, nada– contestó sereno; pero sus ojos quedaron prendados en aquellos profundos y maravillosos ojos grises
–¿Nada?– insistió intrigada por aquellas miradas suyas
 –¡Vaya! No me había fijado en ese pequeño círculo exterior castaño que bordea tu iris gris– expuso sorprendido de aquel bonito pero raro efecto de sus ojos. Ella rió divertida
–Pues lo tengo desde que nací– exclamó chistosa, él rió ameno– también lo tenía Isabel; dicen que es una malformación congénita... Ahora, no me preguntes de cuál de mis progenitores porque no lo sé; como no conocí a ninguno– resolvió despreocupada y ambos rieron explayados. Mario volvió a fijarse en todo su rostro, era tan hermosa como dulce y aquella boca... aquella boca...
–Tengo que salir un momento– decidió de pronto en un intento de huir de todo aquello que lo estaba saturando y percibía con pavor que no podría controlarse mucho más como siguiera allí
–Vale– contestó ella serenamente mirándolo con aquellos hermosos ojos grises tan hipnóticos para él– Pero ¿Volverás pronto, verdad?– añadió esperanzada haciéndole sentir muy bien, realmente bien –Sí, no te preocupes– aclaró besándola tierno en la frente– si necesitas algo solo...
–Tengo que llamar a Bruno desde el teléfono de la cocina, lo sé– lo interrumpió desenfadada, él sonrió divertido y se fue.

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