sábado, 7 de noviembre de 2015


    Intentando mantener la calma lo máximo posible, Bruno le mantuvo la mirada a aquel hombre
 –No, solo que lamento mucho que haya venido en balde, pero no puedo ayudarlo– resolvió procurando parecer realmente desolado por su mala suerte; Pablo sonrió embaucador
–Un momento, ustedes los porteros tienen una llave maestra que abren todas las puertas del edificio por si hay alguna emergencia... podría dejarme entrar; me haría un gran favor y seguro que, cuando llegue el señor Navarro, le agradecerá mucho que me haya dejado reparárselo y puede que reciba una buena gratificación...– intentó convencerlo guiñándole cómplice un ojo
–No, lo siento; no sé cómo funcionan en otros edificios, pero yo no poseo esa llave ni nada parecido y en caso de alguna urgencia llamo a los bomberos y listo– respondió lo más calmado que pudo demostrar
 –Vaya por Dios, pues probablemente no pueda volver hasta dentro de dos semanas...– volvió a murmurar desolado– ¿Y no habrá alguien en casa que pueda atenderme? ¿Y la señora Navarro?– preguntó alentado
–Ya le he dicho que no, no hay nadie en el piso; y la señora Navarro murió hace unos meses– remarcó decidido
–¡Oh ¿No me diga?! ¡Vaya por Dios, cuanto lo lamento! Recuerdo que era una mujer joven y muy bella... ¿Acaso estaba enferma?– se interesó intentando ser amable aunque no pudo disimular la burla y el cinismo en su mirada; fue tan claro que Bruno sospechó al instante que aquel individuo tuviera algo que ver en la inesperada muerte de la señora Navarro
 –No, creo que fue un accidente– respondió cortante apartando sus ojos de los de aquel hombre y regresando su atención al correo sin distribuir que aún sostenía en las manos– y ahora si no le importa, debe irse y yo seguir con mis quehaceres; le avisaré al señor Navarro de que ha estado aquí...
–¿Está seguro de que no hay alguien en el piso? Porque no llama para comprobarlo; a lo mejor invitó a algún conocido o amigo a pasar unos días con él y también se le olvidó avisárselo– insistió tercamente
–Ya le he dicho que no; que en ese piso no hay nadie– contestó déspota perdiendo la poca paciencia que le quedaba ante su terca insistencia por subir; Pablo Villa se quedó mirándolo con una frialdad aterradora en los ojos que hizo estremecer a Bruno “ten cuidado Bruno, puede ser muy peligroso y despiadado” le avisó al instante la voz de Mario en la mente; tomó aire profundamente e intentó retomar la calma pero le mantuvo firme la mirada– ya le he dicho que el señor Navarro vive solo desde el fallecimiento de su esposa; y si hubiera traído a alguien, aunque se olvidara de avisarme, yo lo sabría ya que no hay mas entrada en el edificio que ésta y los hubiera visto llegar; de verdad que lamento mucho no poder ayudarlo, así que haga el favor de irse de una vez, tengo muchas cosas que hacer y no puedo andar a entretenerme con usted– lo despidió amable pero rotundamente; aquel hombre apretó irritado sus labios lanzándole una dura mirada pero al fin se fue sin decir nada más y Bruno resopló sonoramente expulsando toda la tensión que había acumulado observándolo cruzar la calle en dirección a un coche azul aparcado enfrente al edificio.
–¡¡Maldito seas, Navarro!!– exclamó furioso Pablo Villa ya dentro del vehículo lanzando irritado la tablilla que sostenía en las manos contra el asiento del copiloto– ¿Dónde cojones la has escondido maldito bastardo?– expresó chirriando los dientes mientras le echaba una mirada interesada al edificio a través de su ventanilla– tengo que entrar como sea, tengo que averiguar dónde rayos te has llevado a mi...– se calló de pronto al ver a la bella joven de rubia cabellera tomando el sol asomada al balcón del séptimo piso– ¡¡Ana!!– exclamó complacido y su rostro cambió de expresión dibujándosele una sonrisa cínica en sus labios– ¡Vaya, así que es en tu piso donde la tienes ¿eh?! Tienes muy bien entrenado al perrito guardián, Navarrito, pero no te sirvió de nada– expresó con satisfacción sin poder apartar los ojos de Ana que seguía tomando el sol deleitada sin percatarse de que la estaban observando desde el otro lado de la calle– ya te tengo gatita; y puede que yo no logre llegar a ti, pero creo que sé como hacer para que tú solita vengas a mí– se regocijó vanidoso poniendo en marcha su coche y alejándose despacio para poder disfrutar el máximo tiempo posible de aquella preciosa visión.
Mario aparcó su todo terreno justo ante los portalones del orfanato. Pero esta vez no se asomó la anciana monja por el pequeño ventanuco, sino uno de sus compañeros
–Buenos días inspector– lo saludó ameno así le abrió, Mario solo movió la cabeza a modo de saludo– Por aquí todo está tranquilo; el perímetro está controlado y nadie hasta ahora fuera de lo normal vino al orfanato ni preguntó por la hermana María– indicó resuelto el policía
–Bien, pero no bajéis la guardia ni un instante; ese tío es muy cabrón además de listo y puede encontrar la forma de llegar a ella– previno Mario
–Claro, tranquilo
 –¡Mario, has vuelto!– exclamó entusiasmada la pequeña Chispita al verlo y corrió a saludarlo; Mario no pudo resistir sonreír alegre mientras la recogía en brazos
–Hola preciosa mía– la saludó besándola cariñoso en la mejilla
–Hoy no has traído a Ana– protestó poniendo unos pucheros que aún la hicieron más arrebatadora y linda
 –No he podido mi brujita hermosa; pero a ver si sábado la traigo ¿vale?– la animó besándola nuevamente en aquellas tiernas mejillas, la niña sonrió más animada
–¡Maldita sea, Chispita ¿dónde narices te has metido ahora?!– protestó fastidiado el pequeño Martín apareciendo también en el patio; pero sonrió contento al ver a Mario– ¡Mario, que guay que hayas venido!– también exclamó alegre acercándose a ellos
–Hola campeón– lo saludó revolviéndole cariñoso su cobrizo pelo enmarañado, el muchacho rió divertido– ¿Qué hacéis aquí fuera? ¿No se supone que a estas horas tendríais que estar en clase?– reprendió entrañable
–¡¡Pues claro que sí!! pero aquí la meona de Chispita tenía que ir al baño otra vez y me tocó acompañarla a mí como siempre– protestó desenfadado, a pesar de su protesta, se notaba que quería a la pequeña con locura; Mario sonrió tierno– Vamos Chispita, o la hermana Rosario me echará un buen rapapolvo por tardar tanto– Mario volvió a besar la mejilla de la niña mientras la devolvía al suelo– ¿Te quedarás a jugar un partidillo? Dentro de nada salimos al patio– le propuso animado a Mario
–Ya veremos campeón, ya veremos– repuso revolviéndole nuevamente el pelo– ahora volved a clase– Martín asintió obediente con la cabeza, tomó cariñoso la mano de la pequeña Chispita y se alejaron en dirección a otra de las edificaciones que había rodeando el patio– ¡Espera Martín!– lo llamó antes de que entraran, el muchacho se volvió al instante– ¿Sabes dónde puedo encontrar a la madre superiora?
–A estas horas en su despacho– indicó señalando una ventana del segundo piso del mismo edificio; Mario le sonrió agradecido y, mientras ellos dos entraban en el edificio por la puerta inferior, Mario subió las escaleras de piedra que llevaban al piso superior
–Sabía que este secreto nuestro tarde o temprano me iba a traer problemas hermana María; no me gusta tener a todos esos desconocidos armados revoloteando por aquí; ademas inquietan a los niños– oyó reclamar irritada a la madre superiora cuando iba a golpear la puerta
–¿Qué tiene que ver todo esto que está pasando con lo nuestro?– reclamó desconcertada la voz de la hermana María
–Si no te hubieras empecinado en que nunca adoptaran a Ana, ya estaría fuera de mi institución y nos hubiéramos librado de todo este caos– le reprochó despectiva; Mario entrecerró curioso sus ojos al escuchar tal reclamo, bajó despacio su puño sin haber llegado a tocar la puerta y se quedó escuchando atento la conversación de ambas monjas
–¿Cómo puede decir eso? ¿Acaso está dando a entender que mi pobre niña tuvo la culpa de ser atacada por ese malnacido degenerado?– replicó atónita la hermana María; la madre superiora no respondió pero algún gesto en su rostro debió contestar a la hermana María– ¡¡Esto es increíble; no ha cambiado nada en todos estos años!! ¡¡Sigue siendo la misma maldita amargada sin pizca de corazón que solo sabe echar veneno sobre los demás!!
–¡¿Cómo se atreve sor María? Me debe un respeto como superiora suya!
–¡Anda ya, yo no le debo nada!– exclamó desdeñosa
–Mal agradecida– masculló asqueada la madre superiora– que hubiera sido de ti sin mi ayuda... –¡¿Mal agradecida?! ¡¡Bien llevo pagado con millones de lágrimas todos sus “favores”– expuso aborrecida la hermana María
–¡Ni que te hubiera ido tan mal aquí dentro todos estos años!
–¿Acaso supone que lo pasé bien? ¡¡Maldita sea la hora que acepté sus condiciones!! Pero era demasiado jovencita y manipulable para darme cuenta del gran error que estaba cometiendo
–¿Piensas que te hubiera ido mucho mejor junto a tu padre? Recuerda lo que te obligaba a hacer...– aclaró sarcástica la hermana superiora
–¡¿Acaso me fue mucho mejor aquí dentro?!– exclamó dolida– ¡¡Además, ya no tenía por qué volver con él!! ¡¡Cuando al fin estaba recuperada totalmente era mayor de edad y mi familia ya eran en aquellos momentos Ana y mi pobrecilla Isabel; a eso debí aferrarme y largarme de aquí!!
–¿Y a dónde hubieras ido estúpida?– escupió hiriente y se la oyó reír con sorna– A dónde iba a ir una pobre diabla como tú sin un sitio dónde meterse y sin un centavo en los bolsillos...– siguió reprochando mordaz, la hermana María se mantenía en silencio– Además sabes muy bien que nunca, escúchame bien: ¡¡Nunca podrías llevarte a las niñas de aquí!!– añadió incisiva, la hermana María tampoco respondió nada. Ambas quedaron en silencio durante un buen rato. Mario esperó algunos minutos más y se decidió a llamar por fin– ¡Adelante!- respondió áspera la hermana superiora
–Buenos días hermana Sara...– saludó Mario abriendo la puerta del despacho, al instante percibió como la hermana María muy nerviosa se volvía rauda evitando que él viera su rostro y como se secaba las mejillas disimuladamente; a aquella pobre mujer la hermana superiora la había hecho llorar despiadadamente. Mario sintió lástima por aquella joven monja y también gran curiosidad ¿qué secreto podían estar guardando aquellas dos monjas que tanto afectaba a la hermana María?
–Oh es usted inspector, buenos días ¿a qué debemos su grata visita?– lo saludó amena la hermana superiora mostrándole una amplia sonrisa; Mario pudo percibir claramente su gran hipocresía en aquella falsa sonrisa
–Necesito hablar con la hermana María si no hay ningún inconveniente
–Claro que no; por mi parte ningún problema– resolvió servicial– ¿Por el suyo, hermana María?– consultó mirándola a los ojos
–No, por mi parte tampoco hay problema– murmuró apagadamente la joven hermana pero aún sin atreverse a mirar a Mario
–Entonces les dejo solos para que puedan hablar tranquilos...– expresó animosa la hermana superiora haciendo amago de levantarse de su sillón
–No se moleste hermana– la detuvo raudo Mario, ambas mujeres lo miraron desconcertadas– gracias por su ofrecimiento pero prefiero dar un paseo mientras hablamos; he visto que poseen un bonito bosque ahí detrás y como estoy encerrado en una oficina todo el día, me gustaría aprovechar este instante para pasear por él... claro está, si no causa ningún problema a la hermana María
–Claro que no– respondió comprensiva la hermana María y salieron del despacho.
Pasearon sosegadamente por el pequeño bosque de coníferas que había detrás de las edificaciones y dentro de los mismos gruesos muros que rodeaban todo el recinto. Mario recordó cuando Ana le había contado que de pequeña le encantaba jugar allí con Isabel. Sonrió enternecido al imaginársela de niña correteando por entre aquellos árboles; con sus mejillas sonrosadas, sus ricitos rubios brillándole bajo los rayos del sol y esbozando feliz aquella preciosa sonrisa que siempre poseía...
–¿Ana está bien?– lo sacó de su ensoñación la hermana María
–Sí, muy bien; no se preocupe
–¿Y entonces? ¿De qué quiere hablar conmigo, Mario?– interrogó desconcertada
–De usted– expuso y ella se detuvo en el acto mirándolo sorprendida
–¿De mí?– repuso incrédula, él sonrió tranquilizador
–Sí; no solo quería asegurarme de que está bien, además quería hablarle para tranquilizarla y prometerle que pondré todos los medios necesarios para que nada le ocurrirá a usted tampoco como a Ana– aseveró decidido, ella le sonrió agradecida
–Muchas gracias, pero no era necesario que se molestara en venir hasta aquí solo para eso– resolvió despreocupada retomando de nuevo el paseo, Mario la siguió– no le tengo miedo a ese hombre, Mario; me importa bien poco lo que pueda hacer conmigo con tal de que a mi niña no se le acerque de nuevo– declaró con una pasión desmesurada; hablaba siempre de Ana con una ternura y un apasionado amor que siempre lograba desconcertar a Mario. Sí, era cierto que la había criado y cuidado desde muy pequeña y era imposible que no le hubiera cogido gran cariño ya que Ana era una muchacha maravillosa, pero algo más había en su tono de voz que lo intrigaba muchísimo– Me moriría si algo le llega a ocurrir a mi pequeña, como ya le dije varias veces, mi vida ya no tendría sentido si ella me faltara– añadió desamparada y lo miró muy inquieta sujetándole del brazo con desesperación– ¿No lo permitirás, verdad Mario? ¿No permitirás que ese monstruo se acerque de nuevo a mi niña?
–Claro que no hermana, le doy mi palabra… antes tendrá que pasar por encima de mi cadáver– declaró categórico y ella sonrió más tranquila– Y referente a lo anterior, a mí sí me importa hermana María; me importa y mucho que ese hombre pueda llegar a hacerle a usted algún daño– instó rotundo, ella lo miró comprensiva– por eso creo que sería mejor sacarla de aquí; así que estuve pensando en llevármela, si no tiene ningún inconveniente claro está
–¿Llevarme? ¿A dónde?– indagó extrañada volviendo a detener su paseo
–Con Ana– anunció resuelto y a la joven monja se le iluminó el rostro de manera extraordinaria al escucharlo– ya no solo porque sé que usted estaría más segura y yo mucho más tranquilo, sino porque creo que le vendrá muy bien a Ana tenerla a su lado; la pobrecilla siempre está encerrada y yo, aunque intento estar el mayor tiempo posible con ella, no tengo más remedio que dejarla a menudo sola...
 –¡¡Sí Mario!!– lo interrumpió entusiasmada posando casi en súplica sus manos en el brazo de Mario– sí, por favor, llévame con mi niña– instó mostrando una sonrisa llena de felicidad que iluminó todo su bello rostro. A Mario se le paralizó al instante el corazón al ver aquella sonrisa… aquella sonrisa tierna, inocente y llena de luz… aquella sonrisa encantadora y hechizante…– ¿cuándo Mario?– preguntó ilusionada
–Ahora mismo si no tiene problema– murmuró sin poder dejar de mirarla atónito
–¡Claro que no! Ahora mismo recojo mis cosas y podemos irnos– resolvió entusiasmada y se alejaba apresurada
–Una cosa más antes de irnos, Anabel– expresó desenfadado pero muy atento a su reacción
–Uy, no me llames por mi nombre o la hermana Sara se pondrá como una auténtica...– previno divertida pero se quedó muda al ver la cara desencajada de Mario mirándola pasmado– lo sabes...– murmuró sobrecogida, los ojos de Mario se fueron entrecerrando mirándola duramente ofensivo– ¡¡Oh Dios santo, lo sabes!!– exclamó aterrada cubriéndose con las manos la boca; ambos se quedaron mirando fijamente unos segundos– ¿cómo lo has descubierto?– indagó amedrentada
–Soy policía ¿recuerda?– expresó pero sin dejar de mirarla duramente, ella tragó inquieta saliva– Pero esa no es la cuestión, la cuestión es ¿cómo pudo usted hacer algo así?– reclamó dolido mirándola con enorme reproche
–Mario, déjame explicarte... – suplicó acongojada
–¡¿Cómo pudo hacerle esto a Ana, por Dios bendito?!– bramó furioso sin dejarla hablar, ella apretó afligida sus labios y sus ojos comenzaron a llenársele de lágrimas– ¿Cómo pudo verla sufrir al sentirse sola y desamparada al morir su hermanita y no decirlo? ¿Cómo pudo verla llorar noches enteras al ser rechazada una y otra vez en las adopciones y ser capaz de seguir callada?
–¡¡Siempre estuve a su lado!!
 –¡Por todos los demonios hermana María! ¡Sabe muy bien que por mucho amor que intentara mostrarle, nunca es comparable a los brazos de una madre!
–¡¡Eran los brazos de su madre, Mario!!
–¡¡Pero ella no lo sabía y nunca los sintió así, Anabel; maldita sea!! ¡¡Ana es un ángel que no se merecía esto!!– clamó dolido, ella se quedó mirándolo a los ojos fijamente
–¡¡Estás enamorado de mi niña!!– indicó cariñosamente sorprendida
–¡¡No cambie de tema!!– exclamó tajante– Por respeto a esas vestimentas que lleva puestas no le digo lo que pienso de usted– masticó asqueado
–¡¡Pues dímelas, no te cortes!!– clamó rotunda retirándose el tocado de la cabeza dejando su melena rubia ondulada a la vista; Mario abrió los ojos asombrado: era igual a Ana, se parecían tremendamente
 –Virgen del amor hermoso...– murmuró impresionado– pero... ¿qué edad tiene usted?– expuso anonadado mirando pasmado aquel bello rostro tan joven
–38 años, tuve a Ana con 17– expuso calmadamente
–¿Está segura?– exclamó incrédulo, Anabel rió divertida
–Claro que estoy segura Mario– aclaró jocosa
–¡Oh, claro que sí! Discúlpeme por mi tontería, pero sin ese horrible tocado aún parece mucho mas joven– se disculpó abochornado
–Aquí dentro el trabajo no te mata precisamente– bromeó burlona y ambos rieron graciosos
–¿Cómo acabó aquí dentro y metida a monja teniendo a dos niñas preciosas?– preguntó mirándola incomprensible
–Avatares de la vida Mario– murmuró apesadumbrada colocándose de nuevo el tocado– y, ademas de no ser un buen lugar para hablar de ello, es muy largo de contar– añadió observando nerviosa a su alrededor– ahora será mejor volver o la hermana Sara empezará a mosquearse; me tiene siempre muy controlada y estamos retrasándonos demasiado– murmuró inquieta y regresaron al orfanato.
–”El teléfono al que está llamando está apagado o...” ¡¡Maldita sea señor Mario ¿dónde rayos se ha metido?!!– masculló nervioso Bruno al recibir como contestación por quinta vez consecutiva la voz metálica del contestador automático del teléfono de Mario. Marcó impaciente el número de la comisaria
–Comisaria de policía del distrito 41 ¿en qué podemos ayudarle?– le respondió la voz melodiosa de una joven
–Necesito contactar con el inspector de homicidios Mario Navarro, es urgente señorita– habló precipitado
–No se encuentra en estos momentos ¿quiere dejarle algún recado?– expuso amable la muchacha
–No quiero dejar ningún recado, quiero hablar con él directamente; le digo que es muy, muy urgente– insistió rotundo
–Y yo le digo que no está...
 –Pues páseme con su compañera, la agente... Valverde, creo que se llama– aclaró radical
–En estos momentos la subinspectora Valverde está ocupada y no puede atenderle...
–¡Mire señorita, dígale que soy Bruno; verá como me atiende de inmediato!– bramó impaciente interrumpiéndola
–Un momento por favor
–¿Qué pasa Bruno? ¿Por qué llamas?– sonó nerviosa al instante la voz de Rosa por el auricular
–Señorita Valverde, ese hombre ha estado aquí; intento contactar con el señor Mario pero me es imposible– expuso con voz impaciente y muy inquieto
–¡¿Cómo que ha estado ahí?! ¡¡Maldita sea mi estampa!! ¡¿Te ha hecho algo, Bruno?! ¡¿Estás bien?! ¡Oh Dios santo ¿No se habrá enterado que Ana está ahí, verdad?!– exclamó alarmada
–No me ha hecho nada y todo está bien; como sospechaba el señor Mario, quería entrar a como diese lugar en su piso y, por lo que intentó sonsacarme, no sabe que ella está aquí... ¿Sabe dónde está el señor Mario?– se interesó nervioso
–No, se marchó esta mañana sin decir a dónde y aún no ha regresado
–Pues yo lo estoy llamando hace rato y su teléfono da fuera de servicio...
–Maldita sea, eso solo puede significar una cosa: que está en el orfanato con la hermana María, allí no hay cobertura...– resopló fastidiada, se mantuvieron en silencio unos segundos– Bruno, voy a intentar avisar a Mario; mientras, te voy a mandar a un compañero de paisano para no llamar la atención por si estuviera aún por ahí vigilando... ¡Expósito, prepárate; te vas de incógnito al edificio donde vive Navarro!– la oyó gritar
–No se preocupe que ya se fue, no le quité ojo de encima mientras estuvo metido en su coche; estuvo unos minutos observando atento la fachada del edificio, supongo que buscando alguna otra manera de entrar, pero como es imposible al final se marchó
–¡¿Qué tipo de coche, Bruno?! ¡¿No habrás tomado la matrícula por un casual?!– se interesó esperanzada
–Por supuesto, señorita Valverde: era un modelo antiguo de Ford Mondeo en azul oscuro con un golpe serio en el lateral derecho y matrícula: 2116 Delta Neptuno Cobre
–¡¡Perfecto Bruno; eres genial!! ¡¡Por algo Mario confía en ti como en sí mismo!!– lo felicitó animada y él sonrió complacido mientras la oía dar las indicaciones a otro compañero para que buscaran el vehículo que había descrito– Bruno, así a todo te mandaré refuerzos por si regresa; se llama Expósito y es un mulatito de pelo muy rizado y grandes ojos negros
–De acuerdo, pero avise cuanto antes al señor Mario; a ese desgraciado no le sentó nada bien no haber logrado entrar en su apartamento– repuso inquieto
–Tranquilo, ahora mismo llamo al orfanato para ponerlo en aviso y me reuniré con él sin falta... Bruno...
–¿Dígame señorita Valverde?
–Ana... ¿está bien, verdad? ¿Se ha enterado de que estuvo ahí ese hombre? – se preocupó alarmada
–No señorita, esa muchacha es muy obediente y sigue encerrada en el apartamento como siempre sin llamar la atención de nadie
–Perfecto; ahora te envío a mi compañero– cortaron la comunicación– ¡¡Expósito ¿qué coño haces aún aquí?!! ¡¡Espabila que es para hoy, joder!!– gritó autoritaria levantándose de su mesa y encaminándose hacia el despacho del capitán; Expósito recogió su cazadora y salió veloz de la comisaría
–¡¡Valverde!!– la llamó su compañero Charlie, ella se acercó mirándolo interesada– ese vehículo es propiedad de un empleado de la empresa de la televisión por cable; dio el aviso de su robo ayer tarde cuando regresó de su ruta diaria reparando averías y descubrió que se lo habían llevado del aparcamiento de la empresa...
 –¿Puedes localizarlo por el GPS?– indagó esperanzada
–Que va; es un modelo muy, pero muy antiguo y no tiene GPS
 –¡¡Que den con él de inmediato; que lo busquen hasta debajo de las piedras si es preciso!! Pero Charlie, que tengan muchísimo cuidado: quien lo ha robado es nuestro hombre– avisó inquieta y su compañero movió afirmativamente la cabeza
Aquel Ford Mondeo azul marino que la policía buscaba con tanto afán, se detenía en aquel preciso instante a escasos metros del orfanato...

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