domingo, 15 de noviembre de 2015


     Las semanas empezaron a ser más llevaderas con las intermitentes llamadas de Mario y las visitas diarias al orfanato; estando ocupada con los niños, jugando todo el día con ellos como una niña más, llegaba a casa agotada y los días parecían pasar más rápidos.
 Pero para Mario no. Su hermano y su familia eran maravillosos y, aunque le demostraron con creces que estaban realmente encantados de tenerlo con ellos por fin, Mario no aguantó más estar lejos de Ana y al cabo de otras dos semanas regresó a pesar de las protestas de su hermano.
Tras un viaje que le pareció interminable, al fin llegó a casa donde Bruno lo recibió entusiasmado de su regreso. Se dio una ducha rápida para espabilarse del agotador viaje y sin más demora, se dirigió feliz al orfanato.
 -Buenas tardes hermana Adela- saludó alegre a la anciana monja así asomó su rostro por el pequeño ventanuco
-¡Oh pero si es usted, inspector Navarro; que alegría verle de nuevo por aquí!- lo recibió con una alegre sonrisa mientras ya abría la puerta sin pedir permiso a la superiora 
-Gracias pero llámeme Mario por favor- indicó amistoso entrando en el recinto- ¿Anabel y Ana están aquí verdad?
-Sí, como todas las tardes desde que se fue la hermana Sara- aquella noticia sorprendió a Mario que la miró incrédulo; la anciana mujer sonrió satisfecha- ¿no lo sabe? Nuestro pequeño Javier, que se convirtió en todo un gran abogado...- explicó orgullosa del muchacho, Mario sonrió enternecido- no paró hasta convencer a Anabel de denunciarla al arzobispado por sus malas artimañas y chantajes hacia ella y por fin consiguió lo que todas aquí estábamos deseando: que el arzobispado la desterrara de este orfanato; está mal que lo diga y que Dios me perdone...- expresó persignándose- pero esa mujer es mala y mucho peor monja; tenía poca paciencia con los pequeños y se valía de malas artes para que nuestra comunidad aumentara; no solo chantajeó y jugó con los sentimientos de nuestra dulce Anabel para que tomara los hábitos, hubo más muchachas; pero nadie se atrevía a decía nada porque todas le teníamos miedo a su genio endiablado; pero además...- oteó aun lado y otro del patio- Javierito se enteró que amañaba las adopciones- declaró bajando la voz y acercándose a él para hablarle más íntimamente
-¡¿No me diga?!- exclamó sorprendido Mario, la anciana asintió rotunda con la cabeza- Pero ¿eso es ilegal, no?
-¡Pues claro hijo! La pareja que daba “mayor donación” al convento, tenía más oportunidades de adoptar una criaturita y eso es del todo ilegal; que distinto es ahora con la hermana Gloria de madre superiora- aclaró satisfecha y se sonrieron amenos- y contestando a su pregunta: a Anabel la tiene en la cocina ayudando a la hermana Hortensia a preparar la merienda y Ana, pues... ¡Ay, nuestra Anita!- suspiró cariñosa- ¡A saber por dónde andará esa chiquilla! ¡Esa muchachita se pasa las tardes por ahí enredando con los pequeños como una niña más!- indicó tiernamente complacida y Mario rió alegre
-Creo que sé dónde encontrarla- indicó alentado dirigiéndose hacia el pequeño bosque que había dentro de los muros del orfanato.
La descubrió sola ocultando su rostro contra el tronco de un frondoso árbol mientras iba enumerando del uno al cincuenta. Se acercó despacio observándola encandilado, aún así de espaldas, estaba preciosa con aquellos vaqueros gastados y un blusón verde flojo que cubría sus caderas; sus rizos rubios brillaban con los rayos de sol que se colaban por entre los árboles. Se colocó tras ella
-Y cincuenta... ¡¡escondeos que allá voy!!- anunció resuelta, él rápidamente la atrapó con su cuerpo contra el árbol impidiendo que se volviera
-Por mí- le murmuró amoroso al oído al tiempo que posaba su mano sobre la que ella tenía apoyada en el árbol
-¡Mario!- susurró apenas y su corazón comenzó a latirle velozmente al tiempo que un delicioso escalofrío le recorría el cuerpo entero al sentir su mano sobre la suya; las piernas comenzaron a temblarle nerviosas y cerró los ojos al tiempo que inhalaba profundamente, el inconfundible y delicioso perfume de Mario la invadió y se recostó gustosa contra su fornido pecho para poder sentirlo mucho mejor, no podía creerse que estuviera allí
-Sabía que te encontraría aquí- volvió a susurrarle dulcemente al oído mientras sus dedos se entrelazaban con pasión a los de Ana
 -No esperaba menos de usted, inspector Navarro- le murmuró melosa abriendo al fin sus ojos y se miraron amorosos sonriéndose plenos de felicidad de estar de nuevo juntos- Pero ¿Qué haces aquí? ¿No te quedabas un mes más? ¿Acaso las cosas no fueron bien?- interrogó alegre de verlo pero descolocada por su repentino regreso
 -Fue maravilloso y no sabré cómo agradecerte el haberme convencido a realizar este viaje, cuando mi hermano y yo estuvimos frente a frente, no hicieron falta palabras para darnos cuenta de cuánto nos queremos y cuánto nos echábamos de menos el uno al otro... pero ya no podía soportar más el estar sin verte- declaró apasionado y atrapó aquella deliciosa boca que tanto ansiaba saborear. Ella se fue volviendo despacio sin separar sus labios de los de él y le rodeó el cuello con sus brazos entregándose complacientemente deleitada a aquel maravilloso beso. Mario rodeó su cuerpo con sus brazos aprisionándola tiernamente contra él. Cuanto habían deseado y esperado aquel momento, no lograban apagar aquella sed de sus bocas.
-¡Uhhhh!- comenzaron a corear burlones y maliciosos los niños que se habían ido descubriendo uno a uno de sus escondites curiosos al ver que Ana no seguía el juego; ellos se miraron divertidos y se sonrieron mientras aún seguían besándose, no podían soltar aquellos deliciosos labios que tanto habían codiciado y por fin saboreaban satisfechos. Pero las risas burlonas de los pequeños les indicaban que se estaban propasando y se fueron retirando despacio, desganadamente, no deseaban para nada soltarse el uno del otro.
 -Menudo beso, y luego decías que no era tu novio; mentirosilla- indicó guasón el pícaro Martín provocando las risitas maliciosas del resto
-¿De verdad es tu novio, Ana?- preguntó cándida una de las niñas, ellos se sonrieron entrañables mirándose enamorados
-Algo así Patri, algo así- dijo Ana dulcemente sin poder apartar sus ojos de Mario que la miró sorprendido
-¿Cómo que algo así?- repuso haciéndose el ofendido, ella rió juguetona- ¡Soy su novio, señorita; usted ya no se me escapa!- indicó decidido aprisionándola aún más contra su cuerpo y la besó dulcemente en los labios; ella y los pequeños rieron divertidos. Pero Ana se percató que la pequeña Chispita los miraba retraída con ojos tristones y llenos de lágrimas
-Ey ¿qué te pasa mi chiquita preciosa?- preguntó inquieta soltándose del abrazo de Mario y acuclillándose ante ella; la pequeña bajó su cabecita mordiéndose apenada el labio inferior- ¿qué te pasa Chispita?- insistió preocupada elevándole suavemente su rostro por el mentón obligándola a mirarle a los ojos
-Si ahora tienes novio… ya no vendrás a jugar más con nosotros- sollozó entristecida evitando mirarla; Ana y Mario se miraron conmovidos por aquella pequeña
-¡¿Quien dijo eso mi brujita preciosa?!- exclamó resuelto Mario recogiéndola en brazos y la besó cariñoso en la mejilla; ella lo miró esperanzada- Al contrario: ahora seré uno más que vendrá a jugar con vosotros siempre que pueda y si me dejáis claro está- aclaró decidido y todos corearon felices la noticia; Ana le sonrió dichosa y la pequeña se lo agradeció con un dulce beso en la mejilla a Mario que le hizo sonreír feliz.
 Los días pasaban ahora demasiado rápidos. Mario regresó a la comisaría mientras que Ana consiguió un puesto de chef en un restaurante de renombre en la ciudad. Los jueves iban al cine para estar algo a solas después de cenar con Anabel en casa de Ana como todas las noches y los fines de semana los pasaban en el orfanato. Anabel estaba feliz viendo por fin a su hija dichosa e ilusionada de nuevo... Aunque aquella espina clavada en su corazón no le permitía ser plenamente dichosa y mucho menos estar tranquila: Ana se negaba rotunda a ver un psicólogo para superar todo aquello de una vez como había recomendado la doctora Urquijo a pesar de su insistencia y la de Mario.
 Aquel sábado, Ana estaba demasiado exaltada; se sentía extrañamente ansiosa y más nerviosa de lo normal. Ya llevaba días muy excitada, pero aquel sábado era superior a todos. Supuso que era por no ver a Mario, ya que no había podido ir al orfanato pues andaba muy liado con un nuevo caso; pero, cuando él llegó por la noche a su casa, verlo de nuevo no la tranquilizó como suponía sino que aún la alteró más excitándola tremendamente
Anabel se retiró a su cuarto después de cenar como siempre hacía para dejar a la enamorada parejita a solas y Ana no esperó ni un segundo para abalanzarse sobre Mario sentado en el sofá y lo besó apasionada. Él, entusiasmado por tal entrega, le correspondió embelesado. Pero Ana estaba arrebatadamente impetuosa aquella noche y lo besaba fogosa mientras su delirante cuerpo se amoldaba impaciente al suyo
 -¡Ey mi chiquita ¿qué tienes hoy?!- intentó detenerla en su alocada y excitante entrega
 -Nada, que te eché mucho de menos- indicó resuelta al tiempo que se sentaba sobre sus piernas y lo atrajo de nuevo por la nuca atrapando ansiosa la boca de Mario y adhería aún más su cuerpo contra el de él. Mario observaba desconcertado que lo arrastraba a una excitación tremenda que sabía no podría contener mucho más tiempo si ella seguía así, con esa entrega impetuosa e impulsiva.
-Por favor cielo, detente- le susurró abrumado intentando retirarla suavemente de encima sin éxito, ella le miró confusa
-¿Qué sucede?- le preguntó intrigada, él le sonrió cariñoso
-Nada corazón- repuso tomando amoroso su rostro entre sus manos- pero últimamente estás demasiado alterada y hoy más que nunca, me estás apurando de tal manera que no podré controlarlo; relájate un poquito ¿quieres?- indicó dulcemente acariciándole las mejillas
-No, no quiero- aclaró decidida atrapando ardiente y apasionada de nuevo su boca- No quiero esperar más Mario... quiero hacerlo... ardo en deseos de ser tuya...- murmuraba excitada mientras se ceñía a él con apremio, sus suaves manos acariciaban mimosas su nuca aprisionando su boca contra la de ella entregando más pasión y ardor que nunca y sus palabras junto a aquel cuerpo que se oprimían contra el suyo lo hacían enloquecer. Ya no pudo controlarse y su cuerpo reaccionó tremendamente excitado a tanta entrega y desesperación haciéndole perder el poco raciocinio que le quedaba. La abrazó firmemente contra él y sus manos buscaron ávidas su piel desnuda debajo de la camiseta; Ana se la retiró rauda dejando aquellos deliciosos y atrayentes pechos descubiertos ante sus ojos haciéndole perder completamente la cabeza.
-Oh Dios, Ana; me vuelves loco chiquita- clamó excitado atrapándolos apremiante con su boca mientras la fue recostando sobre el sofá. Ella empezó a gemir arqueando su cuerpo entregándose totalmente al roce de sus labios. Mario tuvo un segundo de lucidez- ¡No Ana, no; para!- expuso rápido y rotundo alejándose presuroso de ella que lo miró confundida- no podemos hacerlo cielo; así no y menos aquí- le indicó abrumado
-Cierto, puede aparecer mi madre; vámonos a mi cuarto- resolvió excitada e intentó levantarse pero él la detuvo
-No Ana- expresó decidido y ella volvió a mirarlo extrañada- no está bien corazón, aquí no; tu madre puede oírnos y le debemos un respeto; además, yo sabiendo a Anabel en el cuarto de a lado no puedo hacerlo Ana, me cohibe y no puedo…- explicó agobiado; ella pareció comprender y se sonrojó abochornada
-Tienes razón; perdóname, pero no sé que me pasa hoy- murmuró desalentada y sonrojada del bochorno vistiéndose de nuevo la camiseta, él la abrazó tierno contra su cuerpo besándola en la frente
-No te pasa nada cielo, es muy normal y yo también lo deseo terriblemente; pero comprende que no es el lugar ni el momento- murmuró cariñoso, ella lo miró con aquella tremenda dulzura en sus ojos sonriéndole amorosa provocándolo de nuevo- y será mejor que me vaya o me arrepentiré y ya no podré detenerme; déjame que consiga una tarde libre y entonces lo preparé todo ¿vale?- repuso levantándose del sofá, ella rió conforme mientras él se ponía su cazadora. La besó dulcemente en los labios pero ella lo sujetó por la nuca y atrapó apasionada aquella deliciosa boca que no deseaba soltar- ¡Oh, por Dios bendito Ana; para o te juro que ya no podré contenerme!- exclamó atosigado por tanta pasión que ella desbordaba y, soltándose como pudo de sus brazos, se fue presuroso del piso.
Ana se dejó caer desalentada sobre el sofá. Se sentía abrumada, apesadumbrada y muy, muy acalorada. Mas que nunca. Aquel ardor que le quedaba siempre reconcomíendole las entrañas tras estar con Mario, hoy era tremendamente superior provocándole hasta un insoportable malestar en su bajo vientre; deseaba entregarse a él, ansiaba sentirse suya. Nunca había sentido nada igual que aquello tan fuerte que la arrastraba a él con una pasión indescriptible.
Anabel, desconcertada al oír cerrarse la puerta de la calle tan pronto, salió de su cuarto encontrándose a su hija abstraída y hecha un ovillo sobre el sofá mirando fijamente la puerta por donde Mario había desaparecido. Su rostro sonrojado y su respiración apresurada la descolocó
-¿Ya se fue Mario, cielo? Aún es muy temprano ¿no? ¿Acaso habéis discutido?- preguntó intrigada
-No, todo está bien má- respondió en casi un murmullo sin apartar su mirada perdida de la puerta; de pronto elevó su cabeza mirando a los ojos de su madre; Anabel percibió el brillo de excitación en sus ojos y comprendió más o menos lo que pudo haber ocurrido allí- Mamita ¿te parece mal si esta noche yo…?- expresó animada pero guardó silencio de pronto
-Si tú esta noche... ¿qué cielito?- la instó a seguir
-¿Si voy a...? ¿Si no duer...?- intentó explicarse pero se sonrojó irremediablemente sin atreverse a hablar; Anabel sonrió divertida al observar aquel aclarador sonrojo de su hija
-Anda ve, corre; si yo lo entiendo mi niña, bastante habéis aguantado ya- expuso cariñosa; Ana sonrió dichosa y, después de besarla en un arranque alocado en la mejilla, recogió su bolso y salió presurosa del piso.
 -¡Gracias mamita y no me esperes levantada!- indicó acelerada bajando presurosa las escaleras, Anabel rió divertida
-Ya no tenía pensado- replicó chistosa cerrando con llave, pero se quedó muy seria apoyada en la puerta- Dios mío, ayuda a mi pequeña por favor; que sea capaz de superar esta prueba, merece ser plenamente feliz al fin Señor- suplicó preocupada y sin poder evitarlo, rompió a llorar.
El portal del edificio de Mario estaba cerrado con llave como siempre después de las once de la noche. Llamó al único timbre que había el el telefonillo y pertenecía a la portería. No tardó mucho en asomarse Bruno por la puerta de su casa examinando extrañado quien llamaba; sonrió alegre al verla acercándose al instante
-¡¡Señorita Ana, que agradable sorpresa!!- la saludó amable
-Hola Bruno, veo que me recuerda- dijo amistosa
 -¡Cómo olvidarla!- exclamó guasón acariciándose su mano recordando su dentellada y se sonrieron divertidos- el señor Mario acaba de llegar...
-Lo sé ¿Puedo subir a su piso?- preguntó esperanzada
-Sí claro, déjeme que antes le avise…
-¡¡No!!- clamó precipitada interrumpiéndolo y él la miró abriendo los ojos desconcertado- Por favor Bruno, quiero darle una sorpresa; hágame este favor ¿sí?- insto melosa, él dudó un instante
-Supongo que no habrá problema; sé que usted es siempre bien recibida- indicó resuelto guiñándole cómplice un ojo y se apartó dejándola pasar, ella le sonrió feliz
-¡Se lo gratificaré, prometido!- expuso besándolo agradecida en la mejilla y dirigiéndose seguidamente hacía al ascensor
-¡A mi con que no vuelva a morderme me doy por satisfecho!- bromeó divertido y se volvieron a reír alegres.
Mario acababa de llegar al piso y dejó desganado su gruesa cazadora sobre el respaldo del sofá. Se sentía incómodo y molesto por la gran excitación que seguía sufriendo desde que saliera del piso de Ana. Últimamente aquellas incontroladas erecciones se repetían demasiado; pero esta vez Ana lo había excitado tanto que no era capaz de controlarla como las otras veces. Se encaminó hacia su dormitorio quitándose el jersey para darse una ducha relajante a ver si así lograba apagar algo aquella tremenda excitación que padecía. Al sonar el timbre de la puerta se extrañó ¿quién podría ser si Bruno no avisara de la llegada de nadie?
 -¡¡Voy!! ¡Que prisas joder!- clamó fastidiado al volver a sonar el timbre al segundo siguiente. Al abrir se quedó boquiabierto al encontrarse con Ana frente a él sonriendo alegre mientras recreaba gustosa su mirada por su torso desnudo- ¡Ana! Pero ¿qué haces aquí?- balbuceó desconcertado al verla, ella se abrazó impetuosa a su cuello y lo besó ardorosa, él aún se quedó más desconcertado -¿Por qué esperar? ¿Acaso tampoco aquí es un buen lugar? ¿O no es buen momento?- preguntó melosa jugueteando provocativa con sus labios, él sonrió encandilado
-Es el lugar perfecto y no puede ser mejor momento- respondió complacido y, tomándola por la cintura, la elevó atrapando de nuevo la boca de Ana mientras cerraba la puerta con el pie y, sin dejar de besarse entusiasmados mientras reían felices, se la llevó al dormitorio. La dejó suavemente en el suelo mirándose a los ojos y así se quedaron unos segundos. Como adolescentes en su primera vez, mirándose con un deseo casi irrefrenable pero muy nerviosos sin atreverse ninguno a dar el primer paso. Para Ana, realmente, era su primera vez y se sentía confusa; para Mario verla allí, era un sueño hecho realidad que no podía creerse- ¿Estás realmente segura de quererlo?- preguntó inquieto acariciándole tierno la mejilla, ella sonrió dichosa
-¿Si estoy segura? Nunca estuve más segura de querer algo como deseo esto- repuso decidida y él sonrió complacido. Se besaron tiernos, saboreándose despacio mientras Mario le retiró el abrigo muy despacio dejándolo resbalar suavemente por su hombros; al instante siguiente, Ana no pudo contener un gemido de placer al sentir sus suaves manos acariciándole su piel por debajo de la camiseta retirándosela lentamente y se quedó observando aquellos hermosos pechos al quedar descubiertos mientras sonreía deleitado. Ella apretaba nerviosa los labios ante su inquisitiva mirada
-Quien iba a decir que tenías estas maravillas escondidas bajo la ropa- bromeó tierno y ella sonrió divertida
-Pues te las enseñé apenas hace media hora- expuso chistosa
-No tenía cabeza para observarlas detenidamente como ahora- aclaró pícaro y se rieron alegres. Mario volvió a atrapar su boca y la besó saboreando despacio pero con una pasión indescriptible, ella le correspondió fogosamente impetuosa mientras acariciaba ardiente aquella fornida espalda desnuda excitándolo tremendamente. Mario la besó por la mejilla hasta alcanzar su cuello bajo la oreja y caminó despacio por él recorriendo su escote provocando que Ana no pudiera evitar soltar pequeños gemidos de placer que se incrementaron cuando la boca de Mario atrapó aquellos deliciosos pechos y jugueteó hábil con su lengua en ellos mientras le desabrochaba los vaqueros llevándoselos, junto a sus braguitas, muy despacio por sus caderas y piernas en una suave pero muy excitante caricia hasta tobillos. Volvió a recorrer su escote subiendo hasta su boca y se fusionaron en otro beso cargado de ardiente deseo. La elevó de nuevo en el aire rodeándole la cintura con su brazos y la depositó suavemente sobre la cama. Poco a poco la fue recostando mientras volvía a recorrer su cuerpo con su boca, despacio, deleitándose en su sabor, en cada milímetro de piel de aquel cuerpo hermoso que se le entregaba sin reticencias. Ana hundía sus dedos en el cabello de Mario como queriendo guiarlo en su excitante recorrido por su cuerpo mientras no podía contener aquellos gemidos cada vez más encendidos y afanosos y su cuerpo se arqueaba hacia él osado y sin reservas reclamando anheloso la ansiada penetración. Mario se dispuso a complacerla. Empezó a ascender de nuevo hacia su boca mientras sus manos acariciaban los brazos de Ana hasta que sus manos se aferraron ansiosas una a la otra y la miró fijamente a los ojos- Te quiero tanto Ana, tanto...- susurró apasionado mientras su pene ya acariciaba aquella deliciosa entrada sintiendo ya su intenso calor y su excitante humedad… ya no podía controlar las inmensas ganas de sumergirse dentro en ella... Pero a Ana no le ocurría igual, así sintió el pene de Mario intentando penetrarla, una invasión de terribles imágenes recordándole aquella horrible noche en el parque, asaltó su mente de manera fulminante y su cuerpo recordó de manera muy viva aquel inmenso dolor que sufriera
-¡¡No, no, no!! ¡¡Detente Mario; no, por favor!!- empezó a gritar de pronto llena de terror paralizando desconcertado a Mario. Soltó sus manos de las de él y, empujándolo briosa, se lo quitó presurosa de encima sentándose al borde de la cama al tiempo que rompía a llorar angustiada cubriéndose aterrada el rostro con sus manos
 -Ey cielo...- le habló meloso arrodillándose tras ella posando dulcemente sus manos en sus hombros desnudos- ¿Qué te pasa mi ángel?- expresó amoroso besándola tierno en la mejilla
-No puedo... no puedo Mario... no soporto sentir tu pene intentando penetrarme... en ese momento todo aquel horror vuelve a mi cabeza y tengo un miedo atroz a aquel dolor espantoso que sentí...- sollozó afligida golpeándose frenética las sienes con las palmas de sus manos como intentando borrar aquellas horribles imágenes de su cabeza
-Cariño, tranquila, es lógico- expuso rodeando cariñoso con su brazos los hombros de Ana- piensa que has pasado por una experiencia muy traumática y por encima te niegas a recibir ayuda profesional...
-No me pidas eso Mario, por favor- exclamó aterrorizada mirándolo compungida
-¿Por qué Ana? ¿Por qué esa obcecada negación a ver a un psicólogo mi cielo?
-¡¡Porque no Mario!!- exclamó rotunda mirándolo decidida a los ojos, él se la mantuvo desafiante
-No porque no, no me vale Ana; te lo tengo dicho- habló tajante, ella resopló vencida esquivando su mirada de la de él
-Compréndelo por favor, no soporto ni siquiera la idea de hablar de todo aquello que pasó como para, por encima, contárselo a un desconocido; no puedo Mario, no me pidas eso porque no puedo...- volvió a sollozar abochornada. Mario, comprensivo, la abrazó cariñoso contra su cuerpo desnudo besándola tierno en la sien y ella apoyó gustosa su cabeza contra su pecho
-Está bien mi vida, tranquila; no pasa nada, nos lo tomaremos con paciencia y verás cómo, juntos y con el tiempo, lo superaremos- le dijo amoroso acunándola suavemente entre sus brazos
-¡Sí pasa Mario, no digas que no pasa nada porque sí pasa!- exclamó enfadada separándose de él para poder mirarlo de nuevo a los ojos; Mario la miró confundido- porque tú lo deseas y yo tanto como tú; quiero hacerlo ya Mario, me muero de ganas y no me aguanto más; tengo tantos deseos de ser tuya que esta incomodidad que siempre tengo en el bajo vientre cuando estoy contigo, últimamente ya se convirtió en un dolor incómodo e insoportable- explicó fastidiada, Mario sonrió divertido- ¡No te rías por encima idiota!- clamó irritada
-No seas boba, no me estoy riendo de ti amor mío- expresó tierno recostándola nuevamente contra su pecho y la besó dulcemente en la sien- me río porque no sabía que a vosotras os pasaba igual; y, por lo que explicas, es muy parecido al dolor de testículos con el que últimamente regreso a casa- ambos rieron íntimos
-¿Y qué podemos hacer?- suspiró recostándose mimosa contra su pecho
-¿No me digas que no sabes que podemos quedar meramente satisfechos sin necesidad de la penetración?- ella lo miró interesada y él volvió a sonreír- ven aquí mi revoltosa pero inocente gatita, verás como logramos apagar algo este fuego que nos consume- indicó meloso tomándola de la mano y guiándola de nuevo sobre la cama quedando ambos frente a frente de rodillas; él posó dulcemente sus manos en sus mejillas y se miraron amorosos a los ojos- ¿confías en mí Ana?
-Sí, claro que confío; confío plenamente ¿a qué viene esa pregunta?- aclaró rotunda mirándolo desconcertada
-Pues relájate, intenta apartar todo eso por un segundo de tu preciosa cabecita y déjame hacer- expuso convencido y la besó ardiente mientras la iba recostando de nuevo sobre la cama muy despacio. Ella respondió ardorosa, prodigándole toda la pasión que la saturaba por dentro demostrándole a Mario que realmente lo deseaba tanto o más que él. Recorrió muy despacio pero sumamente excitante su cuello y su escote hasta alcanzar sus pechos en donde se entretuvo hábil y lo preciso hasta oír de nuevo sus gemidos gustosos; continuó su recorrido muy lentamente por cada milímetro de su cuerpo. A Ana su piel le ardía al contacto de los ardientes labios de Mario provocándole no poder contener aquellos gemidos que salían involuntarios de su garganta cada vez más altos y anhelantes mientras su cabeza caía irremediablemente en una bruma maravillosa que no le permitía pensar en nada. Un leve pero intenso chillido de gozo emanó de sus adentros al sentir la boca de Mario en su sexo. Su lengua jugueteaba preciso y muy hábil con su clítoris haciendo que poco a poco aquel todo que sentía en sus entrañas creciera aún más hasta reventar en algo maravilloso que recorrió cada recodo de todo su cuerpo haciéndola sentir algo indescriptible y fantástico pero sumamente poderoso que la hizo exhalar un gemido de auténtico placer salido de lo más profundo de sus adentros al tiempo que todo su cuerpo se convulsionaba levemente sin remedio y sus manos se aferraban ansiosas a la almohada intentando deshacerse de aquella fuerza descomunal que invadió indiscriminadamente todo su cuerpo. Pero Mario no se detuvo, siguió enredando con su clítoris hasta que provocó otra descarga desorbitada de aquel intenso placer que esta vez la hizo chillar descontrolada a la vez que su cuerpo se agitaba sin poder remediarlo desposeído por aquella fantástica fuerza demoledora- Te quiero Ana, te quiero con locura amor mío- le susurró pasional al oído, ella estaba descontrolada y sus susurros aún la desbocaron más
-Y yo a ti, y yo a ti- exclamó desenfrenada aferrándose ansiosa a su cuerpo como si quisiera fundirse con él; Mario atrapó su boca y se devoraron insultantemente ambiciosos y llenos de pasión mientras Ana sentía como su miembro se adentraba en ella provocándole una maravillosa satisfacción- ¡¡Oh Dios Mario!!- exclamó soltando un profundo suspiro de deleite al tiempo que se abrazaba emocionada a él
-Estoy dentro mi vida ¿Te he hecho algún daño?- se interesó tierno, ella abrió sus ojos mirándolo enteramente subyugada a tanto placer
-No mi vida, ninguno ¡¡Esto es maravilloso Mario!!- repuso cautivada y se sonrieron satisfechos
-Si en algún momento sientes alguna molestia, me lo dices de inmediato ¿de acuerdo?- instó decidido, ella asintió con la cabeza y se besaron invadidos por un enorme placer mientras Mario comenzó a mover despacio sus caderas, embistiéndola con suaves pero poderosas arremetidas a las que ella respondía al principio algo nerviosa e imprecisa hasta que se fue evadiendo poco a poco de nuevo y pronto se entregaba completamente liberada y desprendida. Mario descubrió una nueva Ana: ardorosa, impetuosa y llena de brío que reclamaba imperiosa más y más. Él se lo entregó, haciéndola gemir de placer un par de veces más mientras se deleitó sintiéndola estremecerse bajo su cuerpo; era maravilloso verla gozar así y se sentía pletórico. Pero sentía pesaroso que aquello se acababa irremediablemente. Se volteó sobre la cama llevándosela sobre él y la guió preciso pero contundente por las caderas mientras ella cabalgaba delirante en busca de más. Era precioso verla gozar de aquella forma y no podía apartar sus ojos de aquel bello rostro con ojos brillantes de frenesí y sonrojado de la enardecida entrega mientras se sonreían radiantes. Aun pudo satisfacerse una vez más en oírla gemir complacida antes de que su cuerpo se desatara incontrolable en busca de su propio goce. Ya delirante y frenético por alcanzarlo, la tomó más fuertemente por las caderas moviéndola inclemente y lleno de furia sobre su pene hasta que aquel apoteósico frenesí desenfrenado e indomable lo abatió poderosamente dejándolo plenamente satisfecho. Ella sonrió complacida al verlo exhalar gustoso aquellos pequeños gemidos profundos y llenos de tanto placer como ella había sentido y lo besó apasionada queriendo atrapar en su garganta aquellas maravillosas muestras de goce pleno mientras él la abrazaba con pasión contra su cuerpo
-Siempre creí que esto debía ser algo muy bonito; pero tú lo has hecho especial… maravillosamente especial- expuso arrebatada besándolo amorosa por todo el rostro, él rió feliz oprimiéndola aún más contra él. Se detuvo de pronto mirándolo pícara a los ojos- ¿Se puede repetir?- preguntó zalamera y él rió divertido
-Tienes que darme al menos unos minutos amor- expuso encantado
-¡Vale, unos minutos!- resolvió desenfadada y se recostó sobre su pecho abrazándose entusiasta a él que rió jocosamente satisfecho besándola tierno en la cabeza y se quedaron así, muy quietos y gozosamente abrazados, disfrutando de sentirse tan plenos y felizmente satisfechos
-Mario…- le murmuró mimosa al cabo de un rato
-Dime cielo- Ana levantó la cabeza mirándolo ardiente a los ojos
-¿Ya?- preguntó impaciente y él soltó una carcajada alegremente dichosa. Aquella segunda vez fue aún más placentera que la primera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario