miércoles, 11 de noviembre de 2015


            Mario entró desquiciado en su apartamento, se le veía muy angustiado, más que nunca. Lo seguían Rosa, Bruno y Expósito; pero solo Bruno se atrevía a hablar
–¡Lo siento mucho señor Mario, lo siento muchísimo, pero no pude hacer nada para detenerla; estaba enloquecida!– repetía acongojado pero Mario parecía no atenderle y revisaba impaciente la sala y la cocina en busca de alguna pista o señal que lo llevara hasta Ana– Le juro que lo intenté, lo intenté con todas mis fuerzas pero ella… ¡me mordió inesperadamente y como un estúpido la solté!– siguió explicando Bruno mostrando su mano, Rosa la observó boquiabierta: tenía una gran dentellada muy roja y fea en ella
–¡Joder con la mosquita muerta como muerde; casi te llega al hueso colega!- exclamó sobrecogida, Mario dibujó una leve sonrisa nerviosa en sus labios al escucharla regresando a la sala y sus ojos quedaron atrapados en la luz roja parpadeante del teléfono sobre la mesita junto al sofá... ¡¡Había un mensaje en el contestador!! Corrió a él y apretó impaciente el botón. Todos escucharon atentos la conversación de Pablo Villa insistiéndole a Ana que descolgara
–¿Cómo pudo averiguar que estaba aquí y cómo sabe tu teléfono particular?– indicó asombrada Rosa pero antes de que Mario contestara, se oyó la voz y los gritos de la hermana María sobrecogiéndolos a todos
–Ana y ella estaban en contacto telefónico; a saber qué debió hacerle a la pobre mujer para lograr sonsacárselo– expuso desolado Mario, en el mensaje Pablo le repetía una y otra vez a Ana que descolgara– No lo hagas mi cielo, no lo cojas, déjame oír a dónde te lleva… no lo descuelgues corazón…– murmuraba esperanzado Mario pasándose muy nervioso las manos por el pelo; Rosa lo observó consternada: aquella desesperación, aquella angustia en sus ojos y su voz... Mario no estaba simplemente atraído por Ana como ella pensaba: estaba totalmente enamorado de ella…
–“¡¡Coge de una puta vez el teléfono, Ana!!”– también los sobresaltó el inesperado grito contundente de Pablo Villa y al instante el mensaje se cortó
–¡¡Mierda ¿por qué descolgaste, maldita sea?!!– masculló desalentado Mario cerrando desesperado sus dedos entre su pelo– Ahora no sabré a dónde ir a buscarte vida mía– añadió desolado apoyándose derrotado con ambas manos en el respaldo del sofá hundiendo desarmado su cara en el pecho
–Si le puede servir de algo, recuerdo el número del taxi al que se subió la señorita Ana...– expuso acobardado Bruno, Mario lo miró esperanzado de nuevo– llevaba el número 409 marcado en la puerta– expuso mirando alentador a Mario que le sonrió complacido
–¡Gracias Bruno, sabía que tú no me fallarías amigo mío!– lo felicitó animado posando amistoso su mano en el hombro del portero que le sonrió agradecido. Rosa ya llamaba a la central
–Charlie, busca inmediatamente el taxi con licencia número 409... ¡¡No Charlie, no sé a qué compañía pertenece ni me importa un carajo; tú encuéntralo ¿quieres?!!– ordenó rotunda– es de máxima urgencia que se presente en el portal de Navarro pero ¡¡YA!!– exigió presurosa al tiempo que oía teclear rápidamente en su ordenador a su compañero a través del auricular
–El taxi 409 pertenece a radio taxi y está en estos momentos por vuestra zona… en cinco minutos lo tenéis ahí– indicó presto Charlie
–¡¡Que sea en dos!!– clamó tajante y cortó la llamada– Mario, Charlie ya ha dado con el taxi y ahora mismo viene hacía aquí– aclaró Rosa y él corrió fuera del apartamento en dirección a los ascensores siendo seguido por los otros tres.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, un taxi blanco se detenía ante el portal del edificio. Mario corrió hacia él asaltando al conductor a través de la ventanilla que lo miró sobresaltado
–¡Recogió hace unos momentos aquí a una mujer rubia de ojos grises, muy bonita ¿verdad?!– le interrogó impaciente
–Sí, señor…– balbuceó el hombre impresionado por aquel inesperado asalto
 –Dígame a dónde la ha llevado– le inquirió nervioso
–A la zona antigua de la ciudad: a la calle Imperial– respondió confuso sin entender nada de lo que ocurría
–¡¡Mierda!!– clamó desesperado Mario golpeando con su mano abierta el hueco de la ventanilla abierta; Bruno y sus dos compañeros llegaron al fin a su lado
–¿Qué pasa Mario?– preguntó impaciente su compañero Expósito mirándolo inquieto a los ojos tras ver su ademán de impotencia
–Ese desgraciado la citó en la calle principal y aquello está lleno de solares abandonados; a saber a cuál se la ha llevado maldita sea– repuso exasperado y los cuatro se quedaron mirándose derrotados e impotentes
–Bueno, la muchacha no me indicó que la llevara a la calle Imperial precisamente... sino que me pidió muy expresamente que quería ir al viejo teatro Octopus…– aclaró resuelto el taxista
–¡Hombre, haber empezado por ahí, joder!– exclamó animado Mario e inesperadamente le arrancó las llaves de la mano a Rosa echando a correr hacia su coche
–¡¿Qué coño haces Mario?! ¡¡Detente; no puedes conducir en tu estado, y menos aún estando bajo los efectos de los calmantes y la anestesia!!– intentó detenerlo sin éxito, ella se apresuró a alcanzar el coche antes de que él lo arrancara– ¡¡Mario, por Dios bendito, ya has hecho bastante; ahora déjanos a nosotros, tú regresa al hospital!!– le increpó nerviosa por la ventanilla, él la miró fijamente a los ojos
–¿Subes o te quedas?– indicó rotundo mientras ya encendía decidido el motor del coche
–¡Mario joder, no lo hagas...!– le suplicó dulcemente moviendo negativamente la cabeza pero él echó a andar el vehículo sin hacer caso a sus súplicas– ¡¡Mierda!!– exclamó fastidiada abriendo rápida la portezuela del coche antes de que se alejara y se subió ágil al asiento del copiloto– ¿Sabes que estás loco, verdad? ¡¡Y yo más por permitírtelo!!– expuso inquieta marcando en su móvil a la central– Capitán, creemos que el sospechoso se esconde en el viejo teatro Octopus; mande todos los refuerzos posibles, pero que no entren, que esperen nuestra llegada: además de a la hermana María, tiene a Ana con él– indicó nerviosa
–¿Y Mario,Valverde? ¿No se le ocurrirá ir contigo, verdad? Dime que ha regresado al hospital– instó preocupado el capitán
–Dense prisa capitán, nos llevan una ventaja de casi diez minutos– respondió evitando contestarle –¡¡Maldita sea Valverde, dile a ese...!!– empezó a gritar comprendiendo que Mario iba con ella pero Rosa colgó antes de que acabara de hablar. Miró al rostro de su compañero que mantenía la máxima atención a la carretera, su rostro estaba muy pálido y fruncía el ceño en clara muestra de dolor
–Mario...– habló comedida mirándolo con preocupación
 –¡¿Qué?!– le increpó desquiciado sin detener su alocado pero hábil conducir entre el intenso tráfico; el dolor le estaba matando y la cabeza la tenía embotada; pero el horror de saber a Ana en manos de aquel carnicero de nuevo le sobreponía
–Ve más despacio, por favor; ya está todo dispuesto y nos esperarán antes del asalto… – prefirió recomendar dulcemente intentando calmar su alocada carrera pues sabía que nada conseguiría insistiéndole en que regresara al hospital
–El capitán tardará entre siete y diez minutos en organizarlo todo y Ana no tiene tanto tiempo– aclaró sin detener su marcha; adelantó de manera brusca a un coche amarillo sin tener en cuenta que un camión venía de frente, el camionero empezó a darles luces nervioso tocando la bocina repetidamente
–¡¡Mario!!– gritó horrorizada Rosa al verse ya contra el camión, pero él maniobró hábil colándose entre el camión y el coche justo a tiempo– ¡Maldita sea Mario; ve mas despacio o no llegaremos joder!– le increpó furiosa aún con el cuerpo temblándole del susto; aquel brusco gesto le hizo sentir a Mario que se le desgarraba algo dentro provocándole un dolor inmenso que apenas le dejaba respirar, de pronto hizo algo que dejó pasmada a Rosa... ¡¡Mario se persignó!!
–Dios mío, cuídala; protégela Dios mío... No importa que ocurra conmigo pero que nada le ocurra a mi ángel o entonces estaré totalmente perdido y lo sabes, Señor– rogó desesperado mientras seguía conduciendo alocadamente adelantando por la derecha e izquierda indiscriminadamente haciendo caso omiso a su dolor. Rosa no salía de su asombro; nunca, en todos aquellos años juntos, le había oído rogar con tanta devoción a nadie ni por nada; mucho menos a ese Dios al que él siempre renegaba– Y cuida también de su madre, Señor; sabes que el amor de esa mujer es el único aliento de Ana ante las adversidades, que pueda hablar con ella y saber toda la verdad antes de volver a perderla
 –¡¿Qué coño has dicho?!– exclamó atónita Rosa mirándolo pasmada, no podía creer lo que acababa de oír...
–No, eso no es cierto... no puede ser posible– musitó incrédula Ana mientras saltaba su mirada confundida del rostro de Pablo que seguía riéndose jocoso a la cabeza baja de la hermana María que se negaba a verla– dime que no es cierto nana...– expresó afligida, pero la hermana seguía sin atreverse a mirarla– ¡¡Mírame nana, y dime que lo que este estúpido está diciendo no es cierto!!– chilló elevándole la cara obligándola a mirarla; ambas se clavaron los ojos y Ana no necesitó respuestas al ver el arrepentimiento en aquellos ojos castaños de la hermana María– No... no puede ser...– balbuceó abriendo atónita sus ojos– ¡¡No nana!! ¡¿Por qué?! ¡¿Cómo has podido hacerme esto?! ¡¿Por qué me has hecho sufrir así si sabías que lo que más deseaba en este mundo era tener una madre?!– le reprochó dolida, la monja rompió a llorar
–Lo siento cielito; perdóname, no sabes cuánto me arrepiento de haberlo hecho, pero no podía decírtelo mi ángel... no podía– expresó apenas en un murmullo ahogada su voz por las lágrimas
–¿Por qué nana? ¿Por qué?– volvió a repetir abatida pero sus ojos la miraban con gran reproche
–Mi niña... no podía, no podía...– lloró la hermana María intentando alcanzar su linda carita para acariciarla pero aquellas ligaduras en sus muñecas sujetándola al reposa brazos de la silla se lo prohibieron. De pronto, Pablo agarró fuertemente por el cabello a Ana alejándola de ella y levantó aterrada su mirada hacia él– ¡No, déjala animal; suéltala!– chilló angustiada
 –¡¡Siento mucho interrumpir este tierno momento, mi palomita; pero tengo planes para ti que no pueden esperar más!! ¡¡Ya tendréis tiempo de charlar sobre todo esto camino del infierno!!– añadió déspota sin hacer caso a las réplicas de la monja y arrastró a Ana por las tablas del escenario alejándola aún más de la hermana María
–¡¡Por Dios te lo pido, déjala ir; ya me tienes a mí!! ¡¡Haz conmigo lo que quieras pero a ella déjala!! ¡¡Ya le has hecho bastante daño condenado desgraciado!!- chilló desesperada la hermana María moviendo frenética sus muñecas intentando inútilmente desatarse
–Tranquila hermanita que tú no te vas librar; para ti también habrá una buena dosis... de todo– añadió socarrón riéndose con sorna– pero ahora es el turno de tu hijita que llevo mucho tiempo esperando este momento– expuso descarado levantando a Ana del suelo tirando de su pelo hasta posicionar su rostro frente al suyo– Pero mira que guapa te has puesto mi gatita hermosa ¿lo has hecho por mí?– preguntó vanidoso mirándola deleitado de arriba abajo
–Por supuesto que no– respondió descarada y rotunda manteniéndole desafiante la mirada intentando no demostrarle el terror que estaba sintiendo– es para Mario, ni en sueños me prepararía para ti; solo me pongo bonita pensando en él– añadió osada; Pablo apretó rabioso sus mandíbulas provocando en Ana gran deleite, pero al instante siguiente sonrió satisfecho descolocándola tremendamente
–Pues lo lamento por ti querida mía, has pasado el trabajo en balde ya que él precisamente no va a poder venir a esta... “bonita reunión familiar”– aclaró cínico
–Sí vendrá, claro que vendrá; y aunque puede que no llegue a tiempo para mí, sé que no cederá hasta darte caza y acabar contigo y eso me llena de gran satisfacción– aseveró orgullosa y decidida pero él soltó una risotada jocosa confundiéndola aún más
–No cielito, estás muy equivocada; él no va a venir ni ya le dará caza a nadie... porque a tu “héroe” ya me encargué de enviarlo al infierno– aclaró altanero, Ana abrió aterrada sus lindos ojos al escucharle sintiendo un dolor tremendo en el pecho que apenas le dejaba respirar
–No, eso no es cierto...– negó mirándolo amedrentada, Pablo volvió a reírse a carcajadas
–Lo lamento pero así es– recalcó vanidoso, ella seguía negando con la cabeza– ¿No me crees? Pues díselo tú, mamaita; que estabas presente cuando acabé con ese estúpido entrometido– le habló altanero a la hermana María, Ana la miró esperanzada
–Dime que no es cierto nana, dime que está mintiendo– suplicó esperanzada mientras respiraba entrecortadamente ya que aquel dolor en su pecho se hacía más y más grande; la hermana María no contestó, solo apretó sus labios intentando contener las lágrimas mientras miraba conmovida a Ana– ¡¡dime que este desgraciado está mintiendo nana!! ¡¡Dímelo por favor!!– chilló angustiada pero ella esquivó mirarla sin responder– Por Dios bendito nana, dime que Mario está bien... te lo suplico– clamó afligida rompiendo a llorar desconsolada
–Lo siento mi pequeña...– apenas balbuceó la monja sin poder aguantar más las lágrimas
–¡¡NO!!– chilló desesperada aferrándose angustiada el pecho con su mano ya que el dolor que sentía se convirtió en algo terriblemente insoportable, como si su corazón se partiera en mil pedazos clavándosele como cristales en cada rincón de su alma– ¡¡No, no!! ¡¡Mario, no!!– clamó afligida mientras Pablo esbozaba una sonrisa victoriosa que la llenó de rabioso desprecio hacia él– ¡Condenado desgraciado! ¡Mal nacido!– exclamó llena de dolor y odio golpeándolo furiosa con sus puños en el pecho, pero él seguía impasible sonriendo cínicamente triunfador– ¡¿Por qué desgraciado?! ¡¿Por qué lo has hecho?! ¡¿Por qué a Mario si a quién querías era a mí?!– repetía fuera de sí sin dejarle de golpearle con todas sus fuerzas
–Él lo decidió así: si quería llegar a ti, tenía que pasar por encima de su cadáver ¿no?... pues eso hice– expuso sin dejar de reírse con satisfactoria sorna
–¡¡Hijo de la gran puta!!– explotó rabiosa y, en un arrebato de furia, se echó contra él intentando arañarle la cara con todas sus ganas, borrarle aquella cínica sonrisa de su asqueroso rostro
–¡Ey, ey, quieta gatita, que ya sé que tienes las uñas muy largas!– la detuvo raudo sujetándola por las muñecas antes de que le alcanzara– al parecer ese imbécil de Navarro te importa mucho ¿no? pues lo lamento por ti cielito pero ya no hay remedio... tu amado Mario va camino del infierno sin billete de vuelta– expuso retórico sin dejar de sonreír con vanidad y orgullo, en ese instante Ana se quedó estática ¿importarle? ¿importarle Mario? No, todo aquel dolor que sentía por él no era porque le importara solamente, lo amaba; lo amaba con locura, con desesperación, más que de lo que nunca amara a nadie... Pablo soltó otra risotada burlona sacándola de su momentáneo desconcierto al descubrir sus verdaderos sentimientos hacia Mario– ¡Nooo, no es cierto! ¡No lo lamento para nada; al contrario, siento una satisfacción inmensa cada vez que recuerdo como se quedó allí tirado en aquella carretera solitaria desangrándose sin remedio!– exclamó satisfecho riéndose guasón y a Ana la rabia le pudo
 –¡¡Maldito desgraciado hijo de puta!!– clamó furiosa intentando soltarse de su sujeción luchando frenética
–¡Estate quieta estúpida!– bramó irritado Pablo sujetando aún más fuertemente sus muñecas pero ella no se detenía, quería borrarle aquella sonrisa de la cara, quería arañarle el rostro hasta desfigurarlo, quería hacerle pagar todo aquel sufrimiento que le estaba provocando...– ¡¡Que te estés quieta he dicho!!– gritó aún más colérico pero sin tampoco ningún resultado; entonces la abofeteó inclemente, tan fuertemente, que tiró a Ana acabando por golpearse la cabeza contra el suelo dejándola aturdida al tiempo que un sabor a sangre inundaba su boca
–¡¡No, mi niña!! ¡¡Ana!!– chilló aterrada la hermana María al verla caer y volvió a removerse impaciente en la silla intentando soltarse
–Estese quieta y calladita maldita monja si no quiere recibir también– la amenazó contundente, ella se detuvo pero siguió moviendo disimuladamente sus muñecas intentando soltar sus manos– y ahora hermanita, observe como el glorioso vencedor disfruta de su merecido premio– expresó victorioso sonriendo cínico mientras se desabrochaba el cinturón del pantalón
–¡¡No!! ¡¡No se te ocurra tocarla mal nacido!!– gritó la hermana María volviendo a la lucha desesperada por soltarse; pero él hizo caso omiso a sus gritos y, sonriendo satisfecho, se arrodilló a horcajadas sobre Ana atrapándola bajo su cuerpo
–Hola mi preciosa gatita, al fin juntos de nuevo– le susurró sarcástico al oído mientras la besaba ardiente en el cuello al tiempo que deslizaba sus manos bajo el vestido acariciándole suavemente los muslos; Ana sintió una repulsión terrible al contacto de aquellos labios y aquellas manos recorriéndole el cuerpo e intentó revelarse, pero él aprisionó rápido sus muñecas inmovilizándola– ¡¡Oh Dios!! ¡¡sí, gatita; sí!! ¡¡Lucha mi fierecilla; que no sabes cómo me excita que forcejees así...!!– expresó gozoso oprimiendo deseoso su entrepierna contra el vientre de Ana que sintió auténtico horror al apreciar aquel rígido miembro endurecido contra ella; despavorida al recordar todo aquel dolor que pasara en el parque aquella noche, volvió a luchar frenética intentando huir pero era imposible, Pablo la tenía atrapada bajo su cuerpo y bien sujeta de sus muñecas– cuanto desee que llegara este momento gatita... saborear de nuevo el delicioso sabor de tu piel...– murmuraba excitado besando el escote de Ana encaminándose hacia sus pechos; Ana sentía unas arcadas de asco y terror impresionantes que se acrecentaron cuando Pablo intentó atrapar con su boca la suya, movió su cabeza frenética de un lado a otro para impedírselo– estate quieta estúpida– expuso fastidiado sujetando con una de sus manos ambas muñecas de Ana y con la otra le inmovilizó la cara agarrándola por la barbilla y por fin pudo introducir su asquerosa lengua en la de ella saboreándola complacido. Ana no podía soportarlo, el asco que le estaba produciendo era insufrible; pero estaba completamente impotente ante él. Derrotada, y ya que no podía esquivar aquella boca aborrecible, apartó su mirada de aquel horroroso rostro que tanta repugnancia le daba mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y entonces fue cuando lo vio... ¡¡Su bolso!! Al abofetearla había caído cerca de él y la culata negra de la pistola se asomaba levemente por su abertura... estaba tan cerca que si pudiera liberar su brazo lo alcanzaba fácilmente...
–¡¡Déjala maldito bastardo!!– seguía gritando la hermana María peleándose inútilmente con sus ataduras mientras Pablo seguía recorriendo su boca por el cuello y escote de Ana que se quedó muy quieta, sin oponer ninguna resistencia se dejaba hacer pacíficamente– ¡¡Lucha Ana, reacciona mi niña; no le des ese gusto a este estúpido!!– le gritaba entre lágrimas pero ella no obedecía, se había rendido. Pablo, ansioso y desquiciado por el deseo, se confió de su quietud y le soltó las manos para poder disfrutar del roce suave de aquella delicada piel... ¡¡Por fin consiguió lo que quería!! Ana, muy despacio para que él no se diera cuenta, estiró su brazo hacia el bolso, pero apenas sus dedos lo rozaban; con mucho cuidado intentó estirarse un poco más pero era imposible, Pablo la tenía bien aprisionada bajo su cuerpo. Ya sentía sus asquerosas manos intentando retirarle las bragas y su corazón empezó a latir frenético de la impaciencia; no le quedaba mucho tiempo, pronto aquel hombre conseguiría lo que tanto deseaba y no iba a permitírselo, esta vez no; y volvió a intentarlo con más ahínco pero no lograba alcanzar el maldito bolso...– ¡¡No lo hagas, suéltala!! ¡¡No te lo voy a permitir maldito desgraciado, no pienso permitírtelo!!– gritó decidida la hermana María y empezó a balancear la silla hasta lograr caer de lado consiguiendo lo esperado: que el reposa brazos de la silla al que estaba inmovilizada, se rompiera pudiendo así liberar al menos una de sus manos
 –¡¡Maldita monja de los cojones!!– bramó furioso Pablo al ver como la hermana María se apresuraba nerviosa a desatarse las ligaduras– Debí empezar contigo puta desgraciada y ahora estaría gozando tranquilo de mi merecido premio– exclamó rabioso sacando el cuchillo de su funda que llevaba escondida en la pantorrilla al tiempo que se ponía en pie dirigiéndose hacia la hermana María.
Ana, así se vio liberada, pudo alcanzar al fin la pistola y, poniéndose rápidamente de pie, apuntó sin dudar a Pablo con ella.
Mario frenó bruscamente justo ante el callejón; apenas detuvo el coche, se bajó de él abalanzándose desquiciado hacia la puerta abierta que se veía
–¡¡Espera Mario, no seas atolondrado!!– dijo nerviosa Rosa recogiendo algo de la guantera de su coche y siguiéndolo, pero él ya entraba en el teatro– ¡¡Detente joder; espera que lleguen los refuerzos!!– aclaró sujetándolo por el brazo impidiéndole entrar
–¡¡Suéltame, Rosa; Ana no puede esperar!!– gritó enfurecido mirándola desafiante pero ella se mantuvo firme.
–No seas estúpido y piensa un poco...
–¡No tengo nada que pensar Rosa! ¡Ana está en peligro y me necesita!– repuso intentando soltarse de su sujeción pero ella lo evitó
–¡¿Y de qué le servirás si ese desgraciado te mata, imbécil?! ¡¡Piensa un poco joder!!– expresó irritada, él la miró a los ojos; Rosa pudo percibir en ellos un terror sobrecogedor que la impresionó; ni en los momentos más difíciles de toda su carrera juntos, nunca había visto tanto miedo en los ojos de su compañero
–Rosa, déjame ir por Dios te lo pido; no puedo perder a Ana, a Ana no... no podría soportarlo– rogó inquieto
–¿No soportarías perderla? ¿Perderla cómo a quién, Mario? ¿Cómo a Sabrina... o cómo a Claudia?– preguntó mirándolo fijamente a los ojos; él se pasó la lengua por los labios como siempre hacía cuando le preguntaba algo incómodo que no quería contestar, y tomó aire profundamente
–Como a ninguna de las dos– expresó mirándola seriamente sincero a los ojos– no soportaría perder a Ana porque la amo cómo nunca amé a nadie, Rosa; no sé qué narices me pasa, no sé qué me hizo o me dio esa mujer, pero la amo aún más que a Claudia, más que a nada en este mundo, más que a mi mismo, y si algo le pasara... yo no podría seguir viviendo– declaró rotundo con lágrimas en los ojos; Rosa apretó conmovida los labios al oír aquella declaración que le salía de lo más profundo del corazón a su compañero
–Toma, capullo– expresó colocándole en la mano su pistola que aún llevaba en la guantera del coche desde que la encontrara en la cuneta tras llevárselo a él la ambulancia, Mario se echó confundido la mano a la cintura descubriendo su funda vacía y dándose cuenta en aquel instante que iba desarmado; sonrió agradecido y la besó tierno en la frente– pero ni pienses que te voy a dejar entrar ahí solo, cenutrio; a dónde vas tú, compañero... voy yo– remarcó rotunda desenfundando también su pistola de su cintura; se sonrieron solidarios y entraron al teatro.
–¡Ana!– exclamó pasmada abriendo atónita sus ojos la hermana María al verla empuñando aquel arma, Pablo se volvió al escucharla encontrándose a Ana frente a él apuntándole sin vacilar al pecho; sonrió sarcástico
–¡¡Uy, pero mira tú que sorpresa con nuestra Anita; si ha venido armada y todo!!– se burló guasón– ¡¿Acaso me vas a disparar? No, sé que no eres capaz; no tienes las agallas suficientes!– habló sarcástico acercándose desafiante a ella, las piernas le temblaban al verlo aproximarse pero sujetó firme la pistola ante ella con ambas manos– ¡Vamos Ana; aquí estoy; dispara si tienes el valor para hacerlo!– la retó altanero abriendo sus brazos en cruz mientras reía guasón; cada vez estaba más cerca– Venga, Ana ¿A qué esperas? ¿Tienes el arrojo necesario para quitarle la vida a un ser humano?– siguió mofándose acercándose aún más sin apartar desafiante sus ojos de los de ella; un paso, solo un paso más, y podría arrebatarle el arma de las manos...
–¡¡Ana, no!!– chilló aterrada la hermana María para que reaccionara y disparara de una vez al ver cómo él ya estaba demasiado cerca de la pistola que sujetaba
–Estás equivocado en dos cosas Pablo Villa...– habló Ana con tal serenidad que desconcertó tanto a Pablo como a la hermana María– ni tú eres un ser humano, ni eres el “glorioso vencedor” de nada; la vencedora... soy yo– aclaró rotunda y, mirándole decidida a los ojos, apretó el gatillo sin temblarle el pulso descargando tres precisos disparos en el pecho de Pablo, la hermana María no pudo evitar chillar aterrorizada al oír el estruendo de las detonaciones.

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