–¡¡Menudas ojeras chico!! ¿Has tenido una mala noche o qué?– bromeó pícara Rosa al verlo llegar a comisaría
–Ni te lo imaginas; como se mueve la muchachita joder– murmuró moviendo cansadamente las cejas y ella abrió sus ojos mirándolo reprochadora
–¡¿No serías capaz de acostarte con ella, verdad?!– indicó atónita
–¡¡Pero ¿Cómo coño se te ocurre ni siquiera pensar en eso, so imbécil?! ¡¿Estás gilipollas esta mañana o qué narices te pasa?!– bramó ofendido por aquella acusación fundiéndola con una mirada llena de furia, ella abrió los ojos sobrecogida
–Perdona, lo dije sin pensar– se excusó abochornada
–Pues procura pensar antes de abrir esa bocaza que tienes, como has soltado esa gilipollez puedes soltar cualquier otra y enterarse todos dónde la tengo escondida– expresó irritado entrando en su despacho, ella lo siguió avergonzada sin atreverse a decir nada; él tomó aire profundamente– pasé mala noche porque se la pasó deambulando por toda la casa hasta bien entrada la madrugada... ¡¡por todos los demonios, nunca vi mujer más inquieta!! ¡¡A punto estuve de esposarla a la cama para que estuviera quieta de una puñetera vez!!– explicó más tranquilo y ella rió divertida– ¿Qué habéis averiguado?
–Resulta que estuvo viviendo en un motel de mala muerte en una de las callejuelas muy cerca de donde vive Ana, pero tras atacarla, no regresó por allí– explicó mostrándole el informe
–Normal, es listo y no quiso arriesgarse...– murmuró echándole una rápida visual por encima al informe, Rosa movió conforme la cabeza indicando que pensaba igual– ¿Y cómo el dueño del hostal no avisó de a quién le alquilara la habitación? ¿Acaso no recibió la circular o qué?– preguntó intrigado mirando a los ojos de su compañera
–Sí, por supuesto que la recibió... pero no le hizo ni puto caso; resulta que es un hostal que usan sobre todo las prostitutas que trabajan por aquella calle y el dueño tiene por costumbre no fijarse en los clientes– explicó desilusionada
–Hijo de puta, sabe bien por dónde moverse para no ser descubierto...– murmuró fastidiado, Pablo Méndez era mucho más listo de lo que ya suponía– ¿Y qué se pudo sacar de la casa de Ana?
–Aunque lo revolvió todo como bien viste, no dejó ni una sola huella aunque fuera parcial; y nadie lo vio entrar ni salir... es cómo un maldito fantasma– explicó asqueada, Mario nada dijo– pero sí encontraron algo– añadió de nuevo animada mostrándole un segundo informe
–¡¿El qué?!– preguntó alentado recogiéndolo y abriéndolo interesado
–En la esquina de la mesita de café había un pequeño rastro de sangre y resulta que es del mismo tipo sanguíneo que las gotas que había en el rellano delante de la puerta de Ana así que es de él; creo que se golpeó contra ella y así la transfirió
–¿Golpearse con una mesita hasta hacerse sangre? No lo creo Valverde– expuso desconfiado
–No, hombre; hoy estás espesito ¿eh? porque está bastante claro– bromeó burlona y él sonrió divertido– Ben lo hirió en la pierna y, al darse sin querer contra la mesita, dejó ese pequeño rastro– aclaró satisfecha
–Sí claro, puede ser... Bien, muy bien Valverde– la felicitó y ella sonrió complacida– eso significa que tiene una cojera que no le será fácil disimular...
–Exacto; y cómo de las clínicas y doctores no tenemos nada, puede que aún no se quitara la bala así que esa pierna tiene que dolerle un huevo y la cojera le durará un buen tiempo
–Perfecto, que sufra un poco le vendrá bien...– repuso cínicamente complacido– ¿Y qué averiguasteis de las tiendas de disfraces?– se interesó alentado
–Expósito anda en ello... ¿tienes idea de cuantas tiendas hay en la ciudad?– expresó asombrada, él sonrió entretenido– No me imaginaba que tantas; pero hasta ahora aún nada
–Bien, buen trabajo; seguir con ello, yo voy a ver si puedo llevarla...– decía regresándole los expedientes cuando lo interrumpió la voz furiosa del capitán resonando por toda la comisaría
–¡¡Navarro y Valverde; a mi despacho inmediatamente!!– gritó mirándolos duramente desde la puerta de su oficina; ellos se miraron a los ojos unos segundos y obedecieron al momento– ¡¿Cómo demonios se te ocurre desaparecer todo un día, Navarro?!– bramó enfurecido así entraron en su despacho– ¡¡Y llevándote una testigo primordial sin dar razón de dónde te metes ¿has perdido acaso la cabeza?!! ¡¿Y tú, Valverde, cómo le has permitido semejante estupidez?!
–Valverde no tiene culpa señor, yo decidí llevármela de allí cuando vi que ese desgraciado a punto estuvo de llegar a ella; no me lo pensé, solo quise sacarla de allí cuanto antes– defendió contundente Mario a su compañera
–¡¿Y por qué aún no fue trasladada a una casa protegida?! ¡¿A qué estáis esperando para hacerlo?!
–No pienso llevarla a ningún lado señor; dónde la tengo está muy bien resguardada con gente de mi entera confianza y esta vez no se podrá acercar a ella tan fácilmente, capitán; no se preocupe– expuso decidido Mario
–¡¿Qué no me preocupe?! ¡¿Qué no me preocupe Navarro?!– repitió enfurecido mirándolo furioso– ¡¿Cómo no me voy a preocupar cabeza de chorlito?! ¡¿Sabes qué ocurrirá si le pasa algo a esa muchacha?!– ambos se quedaron callados sin atreverse a contestar– yo os lo diré: ¡¡Vuestras carreras y la mía se irán al garete y me importa bien poco lo que hagáis con vuestra vida, pero no voy a permitir que me arrastréis a mí en vuestras locuras ¿entendido?!!– siguió gritando desquiciado, tampoco ninguno de los dos compañeros alegaron nada y los tres se mantuvieron en tenso silencio unos segundos– ¿Dónde la tienes Navarro?– preguntó más comedido el capitán
–No pienso decírselo señor– contestó rotundo, Rosa abrió pasmada sus ojos mirando incrédula a Mario
–¿Cómo has dicho?– masculló haciendo rechinar sus dientes- ¡¿Cómo que no?! ¡¡Dime de inmediato dónde te has llevado a la testigo Navarro!!- bramó aún más enfurecido
–¡¡Que no voy decírselo señor, no insista!!– repitió tajante levantándose de su silla y encarando decidido al capitán
–¿Pero qué coño...? – expresó descolocado el capitán mirando incrédulo a Mario por su falta de respeto hacía él; Rosa tragó nerviosa saliva sin atreverse ni a respirar
–No se lo voy a decir porque cuanta menos gente sepa donde está, mejor capitán– aseveró con rotundidad– esta vez no me la voy a jugar capitán, esta vez no, y ese desgraciado es demasiado inteligente para arriesgarme a que alguien más sepa dónde está Ana y pueda acabar averiguándolo; solo le diré que le doy mi palabra de que Ana está bien y a ese gilipollas le será imposible acercársele... pero nada más– aclaró tajante
–¿Cómo te atreves a levantarme la voz y negarme el paradero de una importante testigo? Soy tu capitán y me debes respeto, te estás jugando la placa Navarro– lo amenazó clavando sus duros ojos en los de Mario que le mantuvo firme la mirada
–Pues puede hacer con mi placa lo que le plazca, pero ni le diré dónde está Ana ni se moverá de dónde la tengo; no pienso perderla como me pasó con Sabrina, a ella no ¿me oye? A ella no– remarcó contundente y totalmente decidido. Sin más, salió del despacho abriendo con tal furia la puerta que hizo que se golpeara contra la pared de detrás
–¡¡Navarro, vuelva aquí inmediatamente!! ¡¡Navarro!!– gritó el capitán pero él hizo caso omiso a su orden y, recogiendo su chaqueta del respaldo de su silla, se encaminó a paso decidido a la salida de la comisaría ante la mirada asombrada de todos sus compañeros al ver su insubordinación ante el capitán– ¡¡Estás fuera del caso Navarro!! ¡¡Pásale todo lo que tienes a García, tú no estás en tus cabales para seguir con él!!– habló tajante cuando Mario estaba a punto de cruzar las puertas de la comisaría, se detuvo en el acto y se volvió mirándolo desafiante
–Ni se atreva a hacerlo capitán; cuando todo esto acabe yo mismo entregaré mi placa si así lo desea; pero no se le ocurra apartarme del caso ahora; ahora no– exclamó radical y salió de la comisaria dejando un silencio tétrico tras de sí y a todos atónitos mirando incrédulos al capitán
–¡¿Y vosotros qué miráis?! ¡¿Acaso no tenéis trabajo que hacer o qué cojones pasa?!– escupió frenético el capitán cerrando la puerta de su despacho de un brutal portazo y todos volvieron a sus quehaceres rápidamente pero sin el más mínimo murmullo. El capitán se sentó nuevamente en su sillón tras la mesa mientras Rosa se mantenía sentada frente a él sin atreverse a moverse y mucho menos a mirarle– ¿Realmente es un sitio seguro, Valverde?– se interesó después de un rato en el que ambos se mantuvieron muy callados; Rosa por fin levantó su mirada hacia el capitán, parecía más calmado
–Sí señor, es un sitio inaccesible ya que solo tiene una entrada que además no está nada fácil traspasar ya Mario tiene un vigilante todo el día muy bien disimulado; nadie puede ni imaginar que Ana esté allí– aclaró decidida, el capitán aún pareció tranquilizarse más– señor...– murmuró cohibida y él la miró intrigado– ¿No va a quitarlo del caso, verdad? ¿Y mucho menos retirarle la placa? Es el mejor inspector de homicidios que tiene y el único de nosotros que puede detener a este desgraciado y usted lo sabe– se atrevió a exponer
–¡¡Ya lo sé, Valverde; claro que lo sé maldita sea!!– exclamó fastidiado, Rosa aguantó como pudo una risa guasona– ¡Pero a veces me desquicia Valverde! Es cierto que como policía no tiene igual, pero... ¡¡Tiene unos arranques y una forma de proceder a veces que logra sacarme de mis casillas!!– Rosa lo miró a los ojos “y eso que no sabe que le ha dado un arma a Ana, cuando se entere: apaga y vámonos” pensó amedrentada– ¿Por qué me miras así Valverde? ¿Acaso sabes algo más que hizo ese atolondrado y que yo no sé?– indagó curioso entrecerrando desconfiado sus ojos
–No señor, nada– resolvió rauda levantándose de su silla y dirigiéndose a la puerta evitando mirarle– solo que tiene razón: a veces tiene unos arranques que desquicia a cualquiera; pero creo que eso mismo es lo que lo hace tan buen policía capitán– aclaró resuelta y se marchó del despacho
–Lois, necesito algo urgente– habló Mario entrando en el laboratorio y dirigiéndose directamente al mueble donde se guardaban las pruebas, Lois levantó la vista del microscopio
–¡Ey Navarro ¿vienes solo?!– lo saludó el muchacho examinado interesado la puerta
–Sí, vengo solo– respondió despreocupado mientras ya recogía la caja en la que ponía: “Sanlúcar” en una de las solapas colocándola sobre la mesa de autopsias; Lois puso cara de desilusión– ¿No tienes aquí las fotografías de las pertenencias del caso Sanlúcar?– preguntó sin dejar de rebuscar dentro
–Sí, claro ¿qué necesitas?– se ofreció servicial pero Mario no respondió, sonrió complacido al encontrar la foto de la cadena de Ana
–Me llevo esto ¿vale? Ya te la devolveré– anunció guardándosela en el bolsillo interno de su chaqueta al tiempo que se encaminaba de nuevo a la puerta de salida
–Esta bien, pero vuelve a dejar todo en su...– pero él no espero a que Lois terminara de hablar y salió apresurado del laboratorio– ¡Vale, no te preocupes que ya lo recojo yo! Joder, que prisas...– protestó el muchacho recogiendo la caja que Mario dejara fuera del mueble
–Se ve una talla exquisita y parece hecha artesanalmente; sin duda es el trabajo de un espléndido orfebre– explicaba el joyero examinando minuciosamente la fotografía, levantó la vista de la foto y miró a los ojos a Mario– pero solo con esto no puedo ayudarle mucho, lo siento; tengo que examinar la pieza si quiere que le diga algo más– aclaró devolviéndole la fotografía a Mario
–No soy muy entendido en joyas pero yo diría que las tres piedrecitas que llevan incrustadas son diamantes ¿No hay una especie de registro o algo así de la que podamos averiguar algo?– se interesó esperanzado
–Sí, ciertamente lo parecen, pero son muy pequeños y de piezas así no se lleva ningún control ya que no tienen un gran valor en el mercado; solo se lleva un registro de las que tienen un tamaño considerable... pero si me las trae, puedo calcular el peso del oro que llevan, la talla del diamante o ver si tiene alguna firma del orfebre que la hizo
–¿Cómo una firma?– preguntó interesado
–Algunos orfebres suelen hacer algún tipo de filigrana especial o pequeña marca en el reverso de sus trabajos a modo de firma; si la veo puede que le averigüe algo más pero con una fotografía no puedo ayudarle
–Muchas gracias de todas maneras– agradeció desalentado Mario guardándose de nuevo la fotografía en el bolsillo interior de su chaqueta y salió de la joyería.
Aparcó su todo terreno a lado del gran portalón de gruesa madera del orfanato. Mientras esperaba que le abrieran después de tocar el timbre, inspeccionó meticuloso con la mirada a su alrededor. Estaba en las afueras de la ciudad, en un descampado donde no era fácil acercarse sin ser visto y no había ningún tipo de vivienda o árbol adyacente que pudiera ayudar a saltar aquel alto y grueso muro de piedra que lo rodeaba. No poseía ningún tipo de ventana ni hueco por el que alguien pudiera colarse dentro sin ser visto, realmente era una fortaleza segura y nada fácil de asaltar.
–Bienaventurado sea, hijo ¿qué desea?– le habló una monja anciana a través de un pequeño ventanuco que apenas dejaba ver su cara incrustado en el mismo portalón; las risas joviales de los niños jugando dentro llegaron hasta Mario
–Buenos días hermana, soy el inspector de policía Navarro y me gustaría ver a la hermana María ¿puede ser?– preguntó educado mostrando su placa identificativa, la anciana la examinó unos segundos con la mirada y luego lo miró de nuevo a los ojos
–Un segundo por favor, debo consultarlo con la hermana superiora– expresó y cerró el ventanuco apagándose también el jolgorio de los pequeños
–Claro– murmuró Mario y metió sus manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros mientras resoplaba muy despacio con toda la intención de armarse de la suficiente paciencia para la espera ya que no es que tuviera mucha y pronto perdía los estribos si lo hacían esperar demasiado. Pero al cabo de pocos minutos, oyó como se abrían unos férreos cerrojos y una pequeña puerta se abrió en medio del gran portalón apareciendo la hermana María
–Inspector ¿dónde está mi Ana? ¿Qué le ha ocurrido a mi niña?– preguntó angustiada mirándolo con ojos aterrados
–Tranquila hermana, Ana está bien y a salvo– respondió en tono tranquilizador
–¡Gracias a Dios! Me empecé a inquietar cuando ayer no respondió a mis llamadas, pero esta mañana ya me estaba desesperando y me disponía a ir a ver qué ocurría– explicó retirándose levemente invitándolo a entrar; él obedeció y al cruzar la gruesa puerta se encontró dentro de un gran patio donde una docena de niños de edades distintas correteaban de un lado a otro riendo y gritando alegres con sus juegos. Mario sonrió alegre al verlos, no había cosa más bonita que oír las felices risas de los niños– ¿Qué ha ocurrido Mario? ¿Por qué no coge mis llamadas?– indagó inquieta
–Su piso no era seguro y tuve que trasladarla a otro lugar; con el ajetreo del traslado se me olvidó decirle que la avisara pero le prometo que está bien
–¿Me da su palabra?– insistió desconfiada
–Se lo juro; esta tarde la llamará para que se quede mas tranquila
–¡Gracias a Dios!– murmuró persignándose más calmada– sufrí tanto cuando perdí a mi Isabel... pero si algo le pasara a mi Ana sé que me moriría; mi vida ya no tendría sentido sin mis dos pequeñas– expuso con tanta pasión y amor que asombró a Mario y la miró confundido; aquella joven monja siempre hablaba de Ana con tanto amor que eso lo desconcertaba mucho... De pronto, alguien tirando suavemente de la pernera de sus vaqueros, pidió su atención. Mario retiró su mirada de la joven monja y descubrió a una pequeña de unos cinco años de grandes ojos negros que parecían irsele a salir de aquella menudita cara que poseía. Le regalaba una preciosa sonrisa que formaba unos pequeños hoyuelos en aquellas sonrojadas mejillas.
–Hola chiquitina ¿y tú quién eres, eh?– le preguntó recogiéndola en brazos, ella aún mostró una sonrisa más abierta y alegre
–Alba; aunque todos me llaman Chispita– respondió desenfadada y Mario sonrió embaucado por aquella preciosa niña
–Alba, sé buena y deja tranquilo al inspector; ve a jugar, anda– habló dulcemente la hermana María intentando retirársela de los brazos a Mario pero él lo evitó
–No me molesta hermana, tranquila– expuso alegre y regresó su mirada a aquella preciosa niñita– Así que Chispita ¿eh? pues yo soy Mario; encantado– repuso encandilado tomándole su pequeña manita y estrechándosela amistoso, la pequeña rió divertida
–¿Sabes si va a venir pronto Ana?– se interesó esperanzada mirándolo con aquellos dos luceros negros que tenía por ojos
–Alba por Dios bendito, te dije que pararas ya– le regañó la hermana María, Mario la miró intrigado– lo siento pero, por mas que le explico que Ana no puede venir por ahora, no hay manera de hacérselo entender y se lo pregunta a todo el que llega– expuso molesta por el comportamiento de la pequeña, Mario sonrió enternecido
–¿Tú quieres que venga?– le preguntó cariñoso a la pequeña que le sonrió dichosa
–¡¡Sí!! Hace mucho que no la veo y la hecho de menos– expuso melancólica bajando su mirada entristecida a la solapa de la chaqueta de Mario y empezó a enredar con sus deditos en ella; su alegre carita se apagara de tal manera que lo conmovió tremendamente
–Pues mañana te la traigo– anunció resuelto y la pequeña lo miró entusiasmada
–¡¿De verdad?!– exclamó y sus grandes ojos brillaron de nuevo ilusionados
–Te lo prometo mi chiquita– aseguró y la pequeña mostró una rotunda y feliz sonrisa que iluminó aún más aquellos grandes ojos negros– pero antes tienes que hacer algo por mí o no la traeré– añadió severo y ella lo miró desconfiada frunciendo su chiquito ceño– darme un beso– aclaró señalando su mejilla derecha con su dedo índice, la pequeña esbozó una alegre sonrisa y, rodeando el cuello de Mario con sus bracitos, lo besó fuertemente en la mejilla provocando las risas divertidas de él y la hermana María. La pequeña se revolvió nerviosa en los brazos de Mario queriéndose bajar de ellos y él la devolvió al suelo; al instante corrió hacia el patio donde jugaban el resto de los niños
–¡¡Mañana va a venir Ana!! ¡¡Mañana va a venir Ana!!– anunció feliz y el resto de pequeños dejaron sus juegos al instante acercándose a la pequeña interesados y felices por aquella noticia
–Parecen quererla mucho todos– indicó al observar con que entusiasmo y alegría recibían el resto de niños la noticia
–Muchísimo; Ana, además de ser un ángel lleno de ternura y cariño que regala a manos a llenas, es tan niña como ellos y es la única que tiene la paciencia suficiente para jugar con esos incansables diablillos– expresó con un gran amor, Mario sonrió enternecido; pero de pronto la hermana lo miró inquieta a los ojos– Pero ¿Está seguro de que puede hacerlo? ¿Qué mi niña no correrá peligro?– indagó muy preocupada mirándolo retraída
–Sí, tranquila; esto parece una fortaleza y nada ocurrirá... además, ahora no hay vuelta atrás: lo he prometido– añadió jocoso y volvieron a reírse amenos. Lo acompañó de regreso a su coche
–¿Me la cuidará, verdad?– instó inquieta mirándolo a través de la ventanilla cuando Mario introducía las llaves en el arranque de su todo terreno
–Es mi única y máxima prioridad en estos momentos– contestó rotundo y sincero, se sonrieron complacidos– eso claro está siempre que me deje dormir una noche entera al menos o acabaré estrangulándola yo mismo ¡¡nunca vi mujer más inquieta, por todos los demonios!!– expresó chistoso poniendo en marcha el motor, la hermana María soltó una alegre carcajada
–Desde niña es muy miedosa aunque siempre quiso hacerse la fuerte como lo era Isabel; teme terriblemente estar sola y sobre todo a la oscuridad; supongo que ahora mucho más después de lo que pasó; tenga paciencia, se calmará así se acostumbre a los cambios, pero debe darle algo de tiempo– explicó con una ternura indescriptible, Mario volvió a mirarla confundido
–¿La quiere mucho, verdad hermana?– expuso enternecido, ella suspiró profundamente y le dedicó una preciosa sonrisa que iluminó de manera espectacular su bello rostro
–Quererla es poco Mario, Ana lo es todo para mí; daría mi vida por ella si fuese preciso y sin pensármelo ya que sin ella, mi vida no tendría sentido– aclaró sincera, él sonrió tierno y regresó a casa.
–¿Por aquí todo tranquilo, Bruno? ¿Se ha portado bien?– se interesó al entrar en el portal, él le sonrió tranquilizador
–Sí, todo como siempre, señor Mario; no se preocupe– respondió mostrándole una sonrisa satisfecha
–Perfecto; pero mantente muy alerta por favor, como ya te dije, el hombre que espero puede ser muy peligroso si ve truncadas sus expectativas de llegar hasta mi piso; extremadamente peligroso– previno rotundo
–Tranquilo que no bajaré la guardia ni un segundo; no se inquiete que su cara la tengo bien clavada aquí– expresó señalándose la sien, Mario sonrió complacido
–Perfecto; sabemos que ha recibido un disparo en la pierna y puede que tenga una cojera bastante difícil de disimular, no lo olvide– expresó dirigiéndose hacia los ascensores y él asintió con la cabeza; pero se detuvo a medio camino volviéndose hacia el portero– Ah, otra cosa más Bruno ¿Tú tienes una ranchera, verdad?
–Sí señor ¿por qué?
–¿Y dónde la guardas? Porque en el garaje comunitario no la he visto...
–No sé si sabe que mi piso...– dijo señalando la puerta detrás suya– da a un patio trasero del edificio donde he construido un pequeño cobertizo y allí la guardo ya que tengo entrada por la calle de atrás
–Perfecto– expresó sonriendo satisfecho– ¿Tendrías algún inconveniente en prestármela un par de horas mañana por la tarde?
–Claro que no, sin problema ninguno– respondió desenfadado pero lo miró desconcertado– ¿Acaso le ocurre algo a su coche? Me defiendo bastante bien con la mecánica y, si quiere, puedo echarle un vistazo– se ofreció servicial
–No, tranquilo; a mi coche no le pasa nada pero necesito el tuyo mañana
–Pues ahí lo tiene para cuando precise– contestó resuelto, Mario le sonrió agradecido y subió a su piso.
Al abrir la puerta, un delicioso olor a comida casera que lo inundaba todo llegó hasta él provocándole una sensación maravillosa; le recordó a su niñez, a calor de hogar, a su llegada a la casa de sus padres después de la escuela, al tierno rostro de su madre recibiéndolo feliz con aquella preciosa sonrisa que nunca perdía...
–¡Mario, que bien que ya hayas llegado!– exclamó alegre Ana saliendo de la cocina y acercándose a él; Mario tragó saliva, el recuerdo que estaba teniendo se había vuelto real, pero era la dulce Ana la que lo recibía feliz de tenerlo de regreso en casa...– ¿sabes qué ya te hecho de menos?– expuso mirándolo pícaruela, él sonrió divertido
–¿Me echas de menos a mí o es que no quieres estar sola?– bromeó burlón dejando las llaves en el pequeño cenicero de la entrada como siempre hacía
–Ehmm, espera... a ver que piense...– expresó Ana quedándose unos segundos callada como si lo estuviera sopesando, de pronto su rostro volvió a iluminarse con una de aquellas preciosas sonrisas que encandilaban a Mario– ¡A ti, so bobo; te eché de menos a ti!– resolvió besándolo dulcemente en la mejilla sorprendiendo a Mario que se quedó perplejo ante aquel inesperado gesto–¿Tienes hambre? Porque llegas justo a tiempo, tengo la comida preparada y puedo decirte que me quedó deliciosa– siguió hablando despreocupada regresando a la cocina; a Mario aún le costó unos segundos reaccionar de aquel impactante e inesperado beso; o más bien, de lo mucho que le había gustado aquel recibimiento de Ana– ¿Te vas a quedar toda la tarde ahí como un pasmarote o vas a sentarte a la mesa?– replicó al verlo aún allí parado en la entrada de la casa; él al fin reaccionó, sonrió divertido y obedeció al reclamo de Ana.
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