martes, 10 de noviembre de 2015


     –Pero... ¿Qué rayos ha ocurrido allí?– murmuró extrañada Rosa aminorando su marcha al ver a lo lejos lo que parecía ser un accidente entre dos vehículos; pero al instante abrió perpleja sus ojos al reconocer el coche de Mario pegado a la parte trasera de aquel Opel azul como si hubiera impactado contra él– ¡¡Santo Dios, Mario!!– clamó acelerando de nuevo para acercarse cuanto antes– ¡¡Oh no, Mario; no!!– gritó despavorida al verlo tirado sobre el asfalto frenando bruscamente y saltó ya de su vehículo corriendo a lado de su querido compañero– ¡¡Mario!! ¡¡Mario, por favor te lo pido, responde!! ¡¡Mario!!– gritó con lágrimas en los ojos al ver toda aquella sangre bajo su cuerpo y boca; Mario exhaló un leve gemido– ¡¡Mario, cariño, aguanta cielo; ya estoy aquí!!– sollozó esperanzada al escucharlo acariciándole dulcemente la mejilla– ¡¡Aquí el agente con número de placa 126321 : necesito con urgencia una ambulancia en el kilómetro 114 de la comarcal 5... agente herido; agente herido!!– gritó muy nerviosa e impaciente a través del teléfono que llevaba en la mano
–Ana... Ana...– murmuró apenas con un hilo de voz y sin poder abrir los ojos
–Tranquilo cielo, no hagas esfuerzos; ya viene la ayuda y Ana está bien, Bruno no le permitió pasar...– le habló tierna acariciándole cariñosa la mejilla y revisó de un vistazo a ambos coches siniestrados– ¿qué rayos ha pasado...? – exponía sin comprender cómo había podido ocurrir aquel extraño accidente cuando reconoció el Mondeo azul– ¡¡Por todos los demonios, pero si ese es el coche que andamos buscando!!– exclamó alertada ya desabrochando la tira de seguridad de la funda de su arma y examinó atenta a su alrededor sin descubrir nada anormal– ¡¡Necesito refuerzos en el kilómetro 114; el coche que andamos buscando se encuentra aquí; vengan de inmediato!!- gritó a través del teléfono que sostenía en la mano- ¿dónde está Mario? ¿Has podido ver donde se ha ido ese desgraciado?– interrogó nerviosa sin dejar de revisar con la mirada todo lo que la rodeaba
 –Blanco... Megane... 0, 9, 8, 1...– balbuceó a duras penas
–Tranquilo cielo, no te entiendo; aguanta un poco compañero que ya está llegando la ayuda– le habló cariñosa sin comprender lo que le balbuceaba acariciándole tierna la frente desesperando a Mario –Ana, Rosa... Ana...– volvió a repetir impaciente abriendo ahora sí los ojos y mirándola con ansiosa desesperación
–Te he dicho que está bien, no te preocupes ahora por eso ¿vale? Bruno hizo un buen trabajo y no permitió que llegara hasta ella– respondió complacida ¿de qué coño estaba hablando? Pensó Mario sin comprenderla
–Ana... Megane blanco... 0, 9...– intentó explicarle una vez más sujetándole del brazo para llamar su atención pero ella estaba más atenta a inspeccionar el entorno
–Mario ¿has podido ver dónde se ha escondido ese mal nacido?– insistió nerviosa sin prestar atención a lo que él le balbuceaba con gran esfuerzo
–¡Valverde!– chilló con gran dificultad apretando aún más sus dedos alrededor del brazo de su compañera; con aquel esfuerzo, no pudo evitar que le sobreviniera un espasmo de tos expectorando una contundente cantidad de sangre por la boca
–¡Oh, por Dios bendito Mario!– exclamó sobrecogida al ver aquello y de sus ojos manaron lágrimas de angustia
 –Escúchame... por tu padre...– habló rotundo mirándola a los ojos y tirando más de su brazo para aproximarla a él– me hizo una emboscada y tiene a la hermana María... sabe que es su madre y va a por Ana... en un Megane blanco... 0, 9, 8, 1 K, M, L ¡da aviso!– habló contundente pero con mesura para que ella pudiera entenderle, Rosa abrió sus ojos indicando que al fin le comprendiera y recordó al instante el coche con el que se había cruzado casi saliendo de la ciudad
–¡¡Maldito hijo de puta, si me crucé con él joder!!– exclamó fastidiada y tomó el teléfono de nuevo– ¡¡A todas las unidades, el sospechoso se dirige a la ciudad por la comarcal 6; va en un Megane Blanco matrícula 0981 KILO MARTE LIBRA!! ¡¡Tengan mucho cuidado: tiene una rehén con él; repito: tiene una rehén con él...!!– Mario al escucharla, se sintió más tranquilo y por fin dejo de luchar contra lo inevitable dejándose caer rendido sobre el asfalto exhalando un profundo y agotador suspiro– ¡¡Dios santo Mario, no!!– gritó aterrada Rosa al verlo perder el conocimiento– ¡¡Mario despierta; no te rindas amigo!! ¡¡Mario no me hagas esto joder; Mario!!– lo sacudió frenética pero no obtuvo respuesta– ¡¡Mario cojones, como te mueras te mato ¿me oyes?!!– él esbozó a duras penas una sonrisa
–Cuida de Ana... y dile que la...– susurró en apenas un hilo de voz que se extinguía poco a poco
–¡¡Yo no soy la recadera de nadie ¿me oyes? si quieres decirle algo, lucha y díselo tú mismo!!– lo interrumpió rotunda, él volvió a sonreír sin fuerzas
–¿Sabes que te quiero, verdad pelirroja?– musitó con ternura mirándola con los ojos ya casi vítreos, la vida se le estaba yendo y Rosa impotente no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas
–Pues si eso es cierto, no me dejes sola compañero y pelea con todas tus fuerzas– sollozó compungida, Mario cerró los ojos sin dejar de sonreír– ¡¡No Mario; no!! ¡¡Despierta!! ¡¡Abre los ojos Mario; si no es por mí, hazlo por Ana!! ¡¡Lucha cielo mío, no te rindas!!- chilló aterrada pero ya no obtuvo respuesta, lo tomó entre sus brazos cobijándolo amorosa contra su pecho– yo también te quiero maldito testarudo– expresó rompiendo a llorar desconsolada mientras lo acunaba tiernamente contra su cuerpo al tiempo que lo besaba con gran amor en la frente. Las sirenas empezaron a oírse en la lejanía– ya vienen amigo mio, ya está aquí la ayuda Mario, aguanta cielo, aguanta; por Ana Mario... piensa en Ana y lucha...
Ana examinó por millonésima vez su reloj de pulsera: ya pasaban de las cuatro. Apagó el horno donde mantenía caliente el delicioso asado que había cocinado y desalentada se acercó a la mesa que con tanta alegría y tanto esmero había preparado y quedado perfecta, hasta flores y una vela roja encendida había puesto... total ¿para qué? Para que el desagradecido de Mario ni se molestara en avisar de que no venía a comer. Le sopló con energía a la llama apagándola y empezó a recogerlo todo. Se sentía defraudada, muy triste y al mismo tiempo estúpida ¿a qué venía sentirse tan dolida y decepcionada por que Mario no había venido? Si era tan boba de hacerse falsas ilusiones no era culpa de él, Mario no tenía ninguna obligación de avisarla ni decirle donde iba o venia; intentó animarse... pero así a todo, la pesadumbre que aquella mañana sintiera y que se había instalado en su corazón todo el día por no haberlo visto antes de que se fuera, se duplicó y tenía unas ganas terribles de llorar. Se fue al dormitorio en busca de uno de los libros que Mario tenía en su mesilla de noche. Tenía que mantener la mente ocupada en algo o no podría aguantar aquella inmensa e inexplicable congoja.
Al entrar, no pudo evitar ver su reflejo en el espejo y se quedó observándose; aquella desdicha de su corazón aún se acrecentó más y un nudo le agarrotó la garganta al recordar con qué ilusión se había puesto aquel vestido rojo de Claudia que a Mario tanto le impactara verle puesto y con qué esmero se había maquillado para estar realmente hermosa a su llegada... total ¿para qué? Seguro que él no había pensado en ella ni un minuto en toda la mañana. Ya no pudo aguantar más y se tiró de bruces sobre la cama rompiendo a llorar desconsolada. El teléfono empezó a sonar y a Ana el corazón le dio un brinco empezando a latirle frenético.
 –¡Mario!– nombró ilusionada y corrió hacia la sala sonriendo feliz. Esperaba ansiosa que aquel interminable repique se detuviera de una vez y poder oír la voz de Mario mientras se estrujaba nerviosa las manos para no coger antes de tiempo el auricular o él se enfadaría tremendamente. El leve pitido del contestador sonó por fin y Ana se apresuró a echarle la mano al auricular...
–¡¡Aaaana, mi preciosa y bella Aaaana!!– la detuvo justo a tiempo para no descolgar el canturreo malicioso de una voz masculina; aquel no era Mario, pensó extrañada quedándose con la mano sobre el auricular– Ya sé que estás ahí; y seguro que estás escuchándome, así que descuelga el teléfono que tenemos que hablar tú y yo palomita– siguió hablando aquel hombre, ella miraba descolocada el aparato; no lograba deducir quién podía ser ya que supuestamente nadie sabía que se encontraba allí...– ¿No me reconoces ángel mío? porque olvidar, sé de sobra que no has podido olvidarme– aclaró burlón riéndose jactancioso; Ana negaba con la cabeza, aquella voz y aquella risa empezaba a sonarle pero no quería ponerle rostro, se negaba a hacerlo– Tú y yo tenemos una cita pendiente ¿recuerdas preciosa? Y aunque tu perrito guardián intentó ponérmelo difícil, al fin ya di contigo– expuso sarcástico, Ana abrió aterrorizada los ojos al tiempo que su corazón se detenía; aunque se negaba a creerlo, era él, era ese hombre...– Coge el teléfono, Ana; estoy empezando a perder la paciencia y sabes muy bien cómo me pongo cuando me enfado…– Ana respiraba entre cortadamente; quería correr, quería gritar, huir de allí… pero estaba paralizada por el terror– ¡¡Coge de una puta vez el teléfono, Ana!!– gritó irritado sobresaltándola y ella lo descolgó sin pensar– Así me gusta, gatita; que seas obediente
–¿Qué… quieres?– balbuceó amedrentada mientras su mano se aferraba aterrorizada al auricular
–A ti mi muñequita linda ¿qué voy a querer si no?– expuso sarcástico helándole la sangre a Ana– Vas a venir a donde te indique sin protestar ni decírselo a nadie ¿me oyes mi adorada Anita?
–No– repuso tajante
–Sí vendrás– expresó categórico volviendo a sobresaltarla
–He dicho que no, y voy a colgar ahora mismo– contestó decidida
 –Atrévete a hacerlo y alguien a quien quieres mucho pagará las consecuencias– amenazó contundente y lo que Ana escuchó a continuación la dejó paralizada
–¡No Ana! ¡No vengas, mi niña!– sonó la voz de la hermana María antes de que un grito angustiado y lleno de dolor la silenciara.
–¡¡Cállate puta entrometida!!– lo oyó gritarle y otro quejido de la hermana llegó a Ana a través del auricular. Se sujetó con su mano libre al respaldo del sofá, las piernas le empezaron a temblar de tal manera que parecía que iban a fallarle
–¡¡Nana María!!– gritó angustiada aferrando aterrorizada el auricular
–Di solo lo que te indiqué o lo pagarás muy caro estúpida- escuchó rotunda la voz de aquel hombre entre los quejidos de la hermana
-¡No vengas, corazón; o nos matará a ambas… sabes que lo hará mi ángel, no le creas!– expresó decidida la hermana María y al instante otro grito desgarrador suyo sonó y Ana no pudo evitar romper a llorar
–¡¡Basta!! ¡¡No le hagas más daño!! ¡¡Te lo suplico!!– imploró derrotada
–¿Te duele mucho Anita? Pues si quieres volver a verla con vida, ya sabes lo que tienes que hacer...– habló sarcástico Pablo Villa
–¡¡Sí iré!! ¡¡Iré dónde quieras y no se lo diré a nadie… pero no le hagas más daño te lo suplico!!
–Así me gusta, que seas una niña buena y obediente; no como esta monja lengua larga y desobediente…– el sonido de una tremenda bofetada resonó por el auricular
–¡¡No, basta, basta!! ¡¡Por Dios te lo pido; déjala en paz!!– gritó histérica sin poder dejar de llorar desconsoladamente
–Te espero en diez minutos en el antiguo teatro Octopus, la puerta para el personal que hay en el callejón está abierta…
–En diez minutos no podré estar ahí…
–¡¡Hazlo, Ana!! ¡¡Diez minutos!!– bramó categórico– O lo que te encontrarás de ella no te gustará verlo; diez minutos, ni uno más– se cortó la comunicación. Ana corrió al cuarto y recogió presurosa su bolso; pero se quedó mirando unos instantes el cajón de la mesilla de noche. Resuelta, cogió la pistola que Mario le había entregado y, metiéndola en el bolso, salió del piso.
–Hola señorita Ana ¿necesita algo?– la saludó animado Bruno al verla salir del ascensor, pero al acercarse a él en su loca carrera hacía la puerta, se percató del estado de nervios que llevaba y su lágrimas desbocadas– ¡¡Oh por Dios bendito ¿Le ha ocurrido algo?– se sobresaltó acudiendo a su lado deteniéndola
–Debo ir con la hermana María Bruno, déjame salir por favor– indicó angustiada intentando alcanzar la puerta
–¡De eso nada!– exclamó tajante sujetándola por el brazo– Lo siento mucho pero eso va a ser imposible; dígame qué le ocurre o necesita y yo lo haré por usted
-¡¡Tú no puedes hacer nada Bruno, tengo que ir yo!! ¡¡Déjame marchar o llegaré tarde!!– gritó desquiciada intentando soltarse pero era inútil, él la tenía bien sujeta del brazo
–No puede ser, compréndalo…– remarcó tajante, volvió la vista unos segundos hacia la puerta de su casa– ¡Expósito, venga por favor; la señorita Ana parece que necesita...!!– avisaba al compañero de Mario pero, inesperadamente, Ana le mordió desesperada la mano– ¡¡Santo Dios, la Virgen!!– exclamó dolorido al tiempo que soltaba sobrecogido el brazo de Ana
–Lo siento… lo siento de verdad Bruno, perdóname… perdóname, pero... ¡¡la hermana María me necesita…!!– le suplicó angustiada alcanzando la calle mientras él miraba atónito como se subía al primer taxi que pasaba
–¿Qué ocurre Bruno?– salió en ese instante Expósito del piso de Bruno
 –La señorita Ana se acaba de largar...– expresó aún incrédulo
–¡¿Qué?! ¡¿Y a dónde a ido?!– exclamó alarmado Expósito saliendo del portal y examinó inquieto a un lado y a otro sin descubrirla– ¡¡Joder, maldita sea Bruno; de esta Navarro nos cuelga a los dos de lo alto de un campanario!!– clamó fastidiado cogiendo raudo su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón
–¡Ey campeón; bienvenido al mundo de los vivos!– le habló cariñosa Rosa al ver que al fin su compañero despertaba, él parpadeó descolocado al ver al capitán junto a él
–¿Qué hace usted aquí? ¿Dónde estoy?– preguntó desubicado
-En el hospital, hijo; gracias a Dios la ayuda llegó a tiempo muchacho– le sonrió amistoso el capitán apretándole suavemente el hombro desnudo
–Sí chico, tuviste una suerte bárbara: el cuchillo te pasó casi rozando el riñón y, aunque sí te perforó el pulmón, dicen que no es muy grave: unos puntos de sutura, un par de días aquí inmovilizado, y puede que...– continúo explicando Rosa acariciándole tierna la frente; Mario empezó a recordar
–¡¿Y la hermana María?! ¡¿Y Ana?!– la interrumpió precipitado intentando erguirse pero un fuerte pinchazo le atravesó el costado, abatiéndolo dolorido nuevamente sobre la cama
–No hagas más estupideces muchacho y estate quieto– le regañó el capitán posando tranquilizador su mano en el hombro de Mario
 –Estate tranquilito ¿vale? que toda la policía de la ciudad anda exclusivamente buscando el coche y pronto darán con él; y referente a Ana, sigue en tu casa bien vigilada por Bruno como siempre y ahora también por Expósito, por si acaso se le ocurre aparecer por allí– indicó Rosa recolocándole bien la sábana sobre su pecho, lo miró fijamente a lo ojos– Mario, aún no le he avisado de lo tuyo para no preocuparla– expuso cohibida mirándolo recelosa por su reacción
–Has hecho bien; o esa atolondrada bien es capaz de querer venir o ir al orfanato– respiró más tranquilo; intentó coger su móvil que estaba sobre la mesilla pero no alcanzaba– pásame mi móvil, por favor– le pidió amable a su compañera
–¿Para qué lo quieres? – indagó curiosa pero no se movió
–Porque lo necesito; pásamelo anda– insistió aunque intentó nuevamente cogerlo él mismo pero fue inútil
–Déjate de llamaditas, Navarro; te digo que está todo bajo control y tú debes descansar que apenas hace dos horas que saliste del quirófano– aclaró contundente el capitán
–Estoy bien capitán, y solo quiero realizar una simple llamada; por favor Rosa, pásame el móvil– insistió tozudo extendiendo su mano ante su compañera que lo miró negando con la cabeza y él resopló fastidiado– solo quiero hablar con Ana ¿vale? debe estar intranquila pues siempre me espera para comer y quiero decirle que todo está bien para que se tranquilice– explicó intentando parecer despreocupado pero su compañera se quedó mirándolo maliciosa mientras esbozaba una pícara sonrisa– ¡¿Qué?!- exclamó mirándola desconfiado, ella sonrió divertida
–Nada– expresó moviendo indiferente los hombros y acercándoselo por fin
–Nada no Valverde ¿a qué viene esa estúpida sonrisita?– insistió nervioso mirando de soslayo al capitán que los observaba a ambos sin comprender
–A nada, so bobo; toma anda y llámala– respondió dulcemente mirándolo tierna pero no dejaba de sonreír maliciosa
–Deja de hacer el idiota ¿quieres?– previno inquieto revolviéndose incómodo en la cama por la mirada insistente del capitán; el móvil ya en su mano empezó a vibrar– ¡Navarro!– contestó automáticamente
–Jefe...– habló muy pausado Expósito
–¿Qué ocurre Expósito? ¿Acaso pasó algo en mi casa?– indagó alerta, Rosa dejó de reírse al oírlo y los tres se miraron seriamente a los ojos
–La protegida se nos ha escapado jefe– expuso casi en un susurro con voz apagada y bochornosa
–¡¿Qué coño has dicho?!– exclamó sentándose al instante en la cama echándose dolorido la mano a su costado herido
–¡¡Lo siento jefe, pero no pudimos hacer nada para detenerla!! ¡¡Estaba fuera de sí; hasta le pegó un mordisco al pobre Bruno en la mano que le está sangrando!!– intentó defenderse abochornado
–¡¡Inútil, bueno para nada!!– clamó furioso y cortó la comunicación
–¿Qué ha sucedido? – se interesó curiosa su compañera por aquella reacción de él
–¡Rápido, dame una gasa y esparadrapo de ese mueble y tráeme mi ropa!– indicó autoritario sin responderle al tiempo que ya se sentaba al borde de la cama
–¿Adónde coño crees que vas Navarro? ¡Apenas hace dos horas que te estaban operando; pueden abrírsete los puntos o peor: perder el pulmón!– exclamó sobrecogido el capitán intentando recostarlo pero él se opuso
–Déjeme capitán, estoy bien y me importa bien poco un puñetero pulmón; tengo que acabar con ésto yo mismo, ya es algo entre ese desgraciado y yo– aclaró tozudo moviendo sus hombros desasiéndose del agarre de su capitán– ¡¡Valverde!! ¡¿Me vas a dar de una puta vez lo que te he pedido o tengo que ir yo a por él?!– elevó la voz tajante a su compañera que seguía sin moverse; ella pegó un respingo y obedeció al instante mientras él se retiraba hábil la toma del suero que tenía colocada en su mano derecha
 –Estás loco Navarro, has perdido completamente el juicio... y tú vas por el mismo camino al hacerle caso Valverde– musitó preocupado su jefe pero ellos siguieron adelante haciendo caso omiso de su reclamo.
Ana abrió muy despacio la puerta lateral del teatro examinando muy atenta el interior; todo estaba muy oscuro, demasiado oscuro... un miedo aterrador le asaltó al ver tanta oscuridad; pero suponer a la hermana María sufriendo lo que ella había sufrido a manos de aquel degenerado, le dio fuerzas y se adentró en aquella oscuridad tan espeluznante para ella. Avanzó con tiento por lo que parecía un angosto pasillo, sentía un miedo atroz y seguía sin poder ver nada, en su camino tropezó varias veces con distintos artilugios de teatro haciéndola sentir muy patosa y poniéndola aún más nerviosa de lo que ya estaba. Al fin, en medio de aquella tétrica oscuridad, se empezó a vislumbrar algo de luz a lo lejos y se encaminó más decidida hacia aquel lugar iluminado. Aquella tenue luz provenía del escenario. Antes de salir y descubrirse totalmente, examinó atenta el lugar aprovechando la protección que le daba aquella oscuridad. No veía a Pablo Villa por ningún lado, solo estaba la hermana María atada a una silla de pies y manos y colocada estratégicamente en el centro mismo del escenario. Se veía a leguas que era una trampa, pero Ana sintió una opresión terrible en el corazón al verle el hábito rajado de arriba abajo y varios cortes profundos en brazos y piernas de los que manaba sangre; no se lo pensó
–¡¡Nana!!– gritó angustiada echando a correr a su lado dejando caer inconsciente el bolso de su hombro durante el trayecto; se acuclilló delante de ella y descubrió su rostro muy maltrecho por los golpes y como un hilo de sangre manaba de su boca y de un profundo corte en el pómulo– por Dios bendito ¿qué te ha hecho ese desgraciado, nana?– sollozó afligida acariciándole tierna las mejillas; la hermana María abrió por fin sus ojos mirándola con terror
–¿Qué haces aquí mi niña? ¿Por qué has venido ángel mío?– expresó lastimera y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas– Vete Ana, no mires atrás y vete; antes de que ese degenerado regrese mi ángel...
–¿Cómo puedes pensar que me voy a ir y dejarte aquí, mi nana adorada; si te quiero más que a mí misma?– indicó amorosa acariciándola tierna intentando inútilmente secarle aquellas incontroladas lágrimas; la hermana María, a pesar de su mirada angustiada, sonrió conmovida al oírla y ella le correspondió besándola amorosa en la frente– venga, nos vamos a ir las dos ahora mismo de este sitio– repuso decidida e intentó desatarle rápidamente las ligaduras de sus muñecas; pero, por culpa de sus propias lágrimas que apenas le dejaban ver y sus manos temblorosas, no era capaz de deshacer aquellos prietos nudos poniéndola aún más nerviosa. Un gélido escalofrío le recorrió el cuerpo cuando oyó las lentas palmadas tras ella simulando un parsimonioso aplauso
–¡Qué bella y emotiva estampa! ¡¡Madre e hija reunidas de nuevo demostrándose tanto amor!!– se burló cínico, Ana abrió atónita sus ojos mirando incomprensible a la hermana María que bajó abatida su cabeza evitando mirarla a la cara
–¿Qué rayos es lo que has dicho?– expuso incrédula desviando su mirada hacia Pablo Villa que también abrió asombrado sus ojos
–¡¡Oh, vaya!! ¡¿Acaso no lo sabías?!– exclamó sorprendido, pero la cara desconcertada de Ana le respondió al instante y rompió a reír a carcajadas– ¡¡Vaya, vaya, hermanita revoltosa ¿así que manteniendo secretitos a su propia hija, eh?!! ¡¡Que gran alegría me da que sea yo el que te da esta magnífica noticia, mi adorada Anita!!– se burló sarcástico sin dejar de reír; Ana no podía creer lo que estaba escuchando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario