lunes, 9 de noviembre de 2015


     –¡Vaya, vaya, Navarrito; así que estás aquí ¿eh?!– expresó Pablo Villa al descubrir el todo terreno negro de Mario aparcado ante el portalón del orfanato y sonrió sarcástico– Maravilloso; parece que a pesar de todo, hoy va a ser mi día de suerte– añadió cínicamente satisfecho y giró el coche regresando por donde había llegado sin ser visto.
A unos kilómetros del orfanato, detuvo el coche en la cuneta de la carretera examinando la zona. Era una zona muy solitaria en medio del monte, sin ningún tráfico y con una recta lo suficientemente larga para tener buena visión si se aproximaba algún coche por ambas direcciones
–Este parece un sitio perfecto– murmuró dichoso y se bajó del coche examinando atento a su alrededor; pero su rostro pronto se tornó desalentado, no había nada por allí que pudiera servirle: las pocas rocas que había cerca de la carretera eran demasiado enormes, él solo no podría moverlas; y los árboles eran demasiado altos y gruesos, además no tenía nada con qué talar uno... Un coche blanco se detuvo detrás del suyo
–¿Le ha ocurrido algo? ¿Necesita ayuda?– se interesó amable el hombre descendiendo de su vehículo, Pablo Villa sonrió satisfecho
–Por lo que parece, sigo en Gracia de Dios y Él aún guía mis pasos– murmuró retórico acercándose sin dejar de sonreír al buen samaritano- sí, muchas gracias por detenerse; mi coche se ha parado de pronto y no quiere volver a encender; no sé qué le ocurre– habló agradecido y extendió su mano amable– Pablo Villa
–Carlos Salvatierra– se la estrechó cordial el buen hombre y se sonrieron amistosos– vamos a ver si puedo serle de ayuda, abra el capó y le echaremos un vistazo a ver que...– indicaba servicial dirigiéndose a la parte delantera del Ford Mondeo dándole la espalda a Pablo que lo sujetó inesperadamente por detrás inmovilizándolo
–Claro que puede serme de ayuda, y ni se imagina cuánto– le susurró cínico al oído al tiempo que ya le sesgaba el cuello de lado a lado con un tajo hábil y preciso. El hombre apenas tuvo tiempo de exhalar un leve gemido cuando cayó sin vida al suelo. Pablo arrastró el cuerpo del hombre hasta el maletero del Mondeo azul y lo introdujo en él. Se untó las manos en su sangre y se la extendió por la cara cubriéndosela totalmente. Luego se las limpió junto al cuchillo de monte en la camisa del cadáver y, con una tranquilidad pasmosa, cerró de nuevo el maletero dejando el cuerpo dentro mientras examinaba atento a su alrededor por si alguien podía haber visto algo, pero por aquellos parajes no había ni un alma comprobó sonriendo complacido. Se metió en el coche y maniobró marcha atrás unos metros. Aceleró al máximo y lo estrechó contra el pequeño montículo que separaba el monte de la carretera justo detrás del coche de la víctima y casi rozando su parte trasera. Fue un golpe tan tremendo, que hizo que perdiera levemente el sentido.
Rosa marcó impaciente al orfanato
–Orfanato de la Caridad...– respondió una voz masculina que Rosa reconoció al instante
–Sánchez ¿está ahí Navarro?
 –Pues sí estuvo, pero acaba de irse llevándose a la hermana María con él– respondió serenamente su compañero
 –¡¡Mierda!!– exclamó fastidiada Rosa colgando el auricular
–¿Qué ocurre Valverde? ¿Mario no está allí?– se impacientó el capitán junto a ella ya puesto al día de todo lo ocurrido
 –Ya se fue, señor; ha ido a buscar a la hermana María seguramente para ponerla también a salvo …– comentó desolada
–¡¡Maldita sea Valverde; Navarro sigue haciendo de las suyas sin dar explicaciones, sin pedir permiso y, para más inri, actuando solo!!– protestó muy molesto
–Seguro que para no llamar la atención señor, sabe que Mario no hace las cosas a lo loco sin pensarlas muy bien antes...– intentó defenderlo pero la mirada ofensiva del capitán la silenció
–¿A no, Valverde? ¿Está segura de lo que dice? Porque a mí me parece que últimamente Navarro va cometiendo locura tras locura...– repuso irónico, Rosa apretó los labios atrapada; el capitán tenía razón y ella nada podía hacer para excusar el atolondrado proceder de su compañero– vaya a su encuentro de inmediato, de con él cuanto antes... – ordenó rotundo, Rosa asintió con la cabeza y se dirigió rauda a la salida de la comisaría– y llévese un teléfono de conexión por satélite; ese imbécil, encima de ir solo, está incomunicado y quiero enterarme en cuanto contacte con él... ¡¡Ah, y no se olvide de decirle que esta no se la paso, Valverde; hasta aquí hemos llegado!!– bramó enfurecido mientras Rosa, tras coger uno de los aparatosos teléfonos de su soporte, se alejaba de nuevo sin contestar.
–Maldita sea Mario, de esta vez te has pasado cien pueblos; de este lío no te salva ni la Virgen Santísima aunque se presente personalmente ante el capitán, gilipollas– murmuró nerviosa saliendo en su coche a toda velocidad y con las sirenas puestas hacia el orfanato atenta a todo coche con el que se cruzaba por el camino.
–Ya estamos solos y aquí nadie puede oírla, Anabel; cuénteme como acabó Ana en el orfanato y usted monja– se interesó curioso Mario cuando ya se encontraban en su todo terreno.
–Como te dije, tenía solo 17 años cuando me quedé embarazada y aún estaba bajo la autoridad de mi padre; él decidió que, así mis pequeñas nacieran, las daría en adopción sin darme ninguna opción a opinar...– lo miró con gran dolor a los ojos– yo no quería Mario; sí, había sido una inconsciente y había metido la pata, pero yo quería a mis niñas, las quería... y mucho más cuando al fin vi sus caritas; eran tan chiquitas y tan bonitas, parecían dos muñequitas preciosas... ya no podía separarme de ellas, Mario, no quería entregárselas a unos desconocidos y nunca más saber de mis niñas– expuso afligida conmoviéndolo, podía llegar a comprender el gran agobio que aquella muchachita debió haber sufrido
–Por eso huyó del hospital con ellas ¿no?– expuso convencido Mario, ella lo miró desconcertada pero comprendió que había estado investigando
–Sí; solo faltaban dos meses para que yo cumpliera los 18; solo tenía que mantenerlas conmigo durante ese tiempo y ya no podrían quitármelas; así que huí del hospital con mis pequeñas antes de que mi padre llegara y me obligara a firmar esos malditos papeles de renuncia; apuré todo lo que mis pocas fuerzas me daban para salir cuanto antes de la ciudad y que no me encontraran... hacía un frío tremendo Mario, y yo no podía correr todo cuando deseaba pues aún estaba muy débil ya que apenas pasaran 12 horas del parto; cuando por fin alcancé a internarme en el bosque empezó a nevar...– lo miró dulcemente a los ojos- Ana nació un 12 de Enero por si no lo sabes– aclaró tierna y ambos se sonrieron íntimos; Anabel tomó aire profundamente– al poco rato estaba completamente agotada, no podía ni con mi alma y las niñas empezaron a llorar de hambre; me sobrepuse como pude y seguí internándome en el bosque...
–Y entonces fue cuando llegó aquí– resolvió conmovido
–No– aclaró al tiempo que tomaba de nuevo aire profundamente– me encontré con un cobertizo abandonado y allí me protegí de la fuerte nevada; tras alimentarlas y abrigarlas muy bien, me quedé dormida... no sé cuánto tiempo estuve durmiendo, pero escuché los lloros de mis niñas nuevamente con hambre; intentaba despertar pero me costaba horrores, era como si algo sobrenatural me estuviera arrastrando a un pozo profundo y oscuro y cada vez los lloros se hacían más débiles como si se estuvieran alejando de mí; hice un esfuerzo sobrehumano y al fin logré despertar... entonces fue cuando descubrí el terrible sangrado que estaba padeciendo, debido probablemente al esfuerzo de caminar bajo aquel intenso frío llevando a mis niñas en brazos con tan poquito tiempo de recuperación... intenté contenerlo como pude y aguantar; pero el frío era insoportable y aquel sangrado no cesaba, notaba como me iba agotando y comprendí que la vida se me iba... miré a mis pequeñas dormir cobijadas contra mi cuerpo, estaban calentitas, tranquilas y preciosas; rompí a llorar desconsolada ¿qué serían ahora de ellas si yo moría en aquel cobertizo abandonado y solitario? en mi loca y egoísta huida por no perderlas, las había arrastrado a una muerte segura a mi lado... – murmuró sin poder contener las lágrimas que aquellos tortuosos recuerdos le provocaban, Mario tragó saliva conmovido por la angustia de aquella muchacha– decidí salir de allí, no sé de dónde saqué las fuerzas, pero me fui de aquel cobertizo cargando a mis pequeñas e intenté regresar a la ciudad; el camino era eterno y dificultoso con la nieve recién caída, no podía creer que me hubiera alejado tanto, pero de la ciudad no había ni rastro por ningún lado; yo ya estaba completamente exhausta, la vida se me iba cada vez más rápido y las pequeñas no paraban de llorar de hambre; no podía más, me rendía... cuando a lo lejos vi el orfanato; me armé con las pocas fuerzas que me quedaban y apuré el paso todo lo que pude hasta verme dentro del pequeño habitáculo en donde está el torno y ya no me acuerdo de más– expuso y guardó silencio, Mario apartó la mirada de la carretera para mirar la cara de Anabel y ambos se miraron unos segundos a los ojos– cuando desperté dos semanas después de batirme entre la vida y la muerte me enteré que, desorientada, había tomado el camino contrario a la ciudad; que la hermana Adela, la portera, nos habían encontrado alarmada por los lloros de mis pequeñas; que todas las hermanas hicieron hasta lo imposible para salvarme la vida y, sobre todo y más importante, que mis hijas estaban perfectamente
–¿Y el padre de Ana? ¿No pudo haberle pedido ayuda?– se interesó intrigado
–De ese desgraciado mejor ni hablar, Mario; así supo que estaba embarazada, desapareció como alma que lleva el diablo y nunca más supe de él... ni quiero– remarcó tajante; Mario pudo apreciar por su voz que hablar de aquel hombre, además de muchísimo rencor, le producía gran dolor
–¿Por qué se quedó en el orfanato cuando se recuperó?– preguntó lleno de curiosidad Mario
–La hermana Sara me convenció que era el mejor lugar para ocultarme, que me ayudarían y allí mi padre no daría conmigo
–¿Y después? Cuando ya cumplió la mayoría de edad ¿Por qué hacerles creer a Ana e Isabel que habían sido abandonadas y por qué usted tomó los hábitos?
–Porque esa maldita pu...– masculló apretando furiosa las mandíbulas, pero se contuvo y miró abochornada a Mario que la observaba atónito por lo que estuviera a punto de decir– lo siento, que Dios me perdone– murmuró persignándose avergonzada, Mario sonrió divertido– porque la hermana Sara, a pesar de que yo ya empezaba a recuperarme, siguió adelante con todo el proceso de abandono sobre mis pequeñas y cuando me enteré de lo que esa desgraciada había hecho, ya había pasado un mes y no pude reclamarlas, ya pertenecían al orfanato... entonces fue cuando me dijo que tenía que abandonar el orfanato, que ya estaba recuperada y allí no podía quedarme; creí que el mundo se hundía a mis pies Mario... fuen entonces cuando la hermana Sara me propuso quedarme junto a ellas, podría cuidarlas y protegerlas como siempre desee, pero solo y exclusivamente con una condición: debía tomar los hábitos y ellas no podían saber nunca que era su madre... no me lo pensé Mario y acepté; pero con una condición firme y sin protestas: que nunca serían adoptadas, que siempre estarían junto a mí; y aunque me dio su palabra de que así sería, yo ya me fiaba de ella menos que de una víbora, así que la obligué a reconocer a mis pequeñas con mis verdaderos apellidos– ambos se volvieron a mirar unos segundos a los ojos quedándose en silencio; de pronto, la hermana María volvió su mirada a la carretera y abrió sobresaltada los ojos– ¡¡Cuidado Mario!!– gritó aterrada sujetándole impresionada el brazo, Mario volvió raudo sus ojos a la carretera y clavó los frenos justo antes de impactar contra el coche azul marino que estaba accidentado en la cuneta
–¡Por todos los demonios!– exclamó sobrecogido
–¡Santo Dios! ¡¿Habrá heridos?!– exclamó al tiempo la hermana María abriendo ya su puerta para descender del coche
–¿A dónde cree que va?– la detuvo rápidamente Mario sujetándola por el brazo
–Pero Mario...
–Pero nada ¿me oye?– la interrumpió rotundo– yo iré a ver; pero usted se queda aquí y pone los seguros a las puertas así me baje ¿me ha oído?– indicó tajante, ella asintió con la cabeza y Mario se apeó del vehículo– pase lo que pase, usted no se baje del coche ¿entendido?– reiteró antes de cerrarla, ella apretó los labios sin responder.
Mario se aproximó con cuidado a los vehículos accidentados; el motor del Ford soltaba un humo oscuro y olía fuertemente a gasolina, podía ser peligroso; en el blanco de delante no había nadie pero en el Ford Mondeo había un hombre todo ensangrentado sentado al volante
–Por todos los santos– exclamó sobrecogido y abrió la puerta posando sus dedos en la yugular del hombre comprobando si tenía pulso
–Pobre hombre ¿Aún está vivo?– se preocupó alarmada Anabel a su lado
–¡Joder, hermana María ¿No le he dicho que no se moviera del coche?!– le increpó enfadado, pero ella lo miró con aquellos ojitos tiernos como muchas veces Ana lo miraba cuando le pedía algo derritiéndolo y tampoco pudo resistirse a ella; resopló derrotado– ¡¡Dios!! No puedo con vosotras dos; pero al menos su hija Ana sí me obedece, carajo– exclamó vencido, la hermana María sonrió divertida; el corazón de Pablo Villa latió frenético al oírlo, hoy decididamente sí era su día de suerte, pensó complacido y gimió levemente– Tranquilo amigo, no está solo; el golpe ha sido tremendo y es mejor que no se mueva– le habló amable Mario posando tranquilizador su mano en el hombro del accidentado– Hay que pedir ayuda cuanto antes...– expuso examinando su teléfono móvil– ¡Mierda, aquí aún no hay cobertura!– murmuró desolado y miró alentado a la hermana María– ¿sabe conducir, hermana?– se interesó esperanzado, ella negó con la cabeza– ¡Genial!– exclamó fastidiado; el accidentado volvió a gemir y movía la boca intentando decir algo pero no se le entendía– No se inquiete, estese tranquilo y procure no moverse...– intentó calmarlo Mario pero el hombre le sujetó frenético del brazo e intentaba desesperadamente hablar– ¿Qué le ocurre? ¿qué intenta decirme?– dijo Mario acercándose a él pero seguía sin entender lo que balbuceaba– No le entiendo amigo mío ¿qué necesita? ¿Sabe acaso dónde está el conductor del otro coche?– instó aproximándose aún más hasta arrimarle el oído a sus labios; el accidentado le apretó fuertemente la muñeca inmovilizándolo
–Sí, Navarrito; él ya está en el otro mundo, como pronto lo estarás tú; eres tan sumamente predecible amigo mío– expresó el hombre al tiempo que Mario sentía como algo punzante se le clavaba en el costado izquierdo produciéndole un dolor terrible. Con los ojos abiertos como platos del asombro, observó la sonrisa cínica de aquel hombre y la frialdad en sus ojos
–¿Pero qué coño...?– murmuró incrédulo al reconocerlo e intentó zafarse de su sujeción pero Pablo Villa aprisionó aún más su mano alrededor de la muñeca de Mario sujetándolo fuertemente al tiempo que retorcía inclemente el cuchillo hundiéndolo más en el costado de Mario mientras soltaba una risotada cínica; Mario sintió un dolor terrible al notar los desgarros profundos en su carne y como la respiración se le cortaba llenándosele la boca de sangre; le había perforado el pulmón.
–¡¡Dios santo Mario!!– exclamó aterrorizada la hermana María al ver aquella sangre fluir de la boca de Mario
–Corra hermana... huya...– balbuceó malamente Mario pero ella estaba paralizada del horror
–No me esperaba este regalito de tu parte Navarrito... sí que eres un buen amigo– habló satisfecho Pablo Villa moviendo nuevamente el cuchillo haciendo aún mayor el desgarro y provocando en Mario un dolor insoportable, sentía que iba a desvanecerse en cualquier instante pero no podía permitírselo; intentó tomar aire pero el dolor era inmenso al intentar respirar– no solo tú mismo me entregas en mano a la monjita, sino que me dices que es la mami de mi deseada gatita; este notición me será muy útil, amigo mío; muy útil– se burló jocoso retorciendo aún más aquel cuchillo en las carnes de Mario
–¡Corra hermana; olvídese de mí y piense en Ana!– gritó implacable Mario haciendo un esfuerzo sobre humano para que ella reaccionara. Pareció conseguirlo ya que parpadeó nerviosa y acto seguido se volvió intentando correr en dirección al orfanato. Pero Pablo fue más rápido; en un raudo movimiento de escasos segundos, le retiró el arma de la funda a Mario al tiempo que lo empujaba deshaciéndose de él y apoyó el cañón en la nuca de la hermana María que quedó inmóvil al sentir el frío metal en su nuca; Mario lo observó todo mientras caía irremediablemente en el asfalto sobre su costado maltrecho y el golpe le hizo soltar un gemido de dolor
–¡¡Mario!!– exclamó angustiada la hermana María al oírlo quejarse e intentó acudir en su ayuda
–Estate quieta hermanita o te vuelo la tapa de los sesos aquí mismo; piensa que no te necesito para nada, solo con que Ana se entere de que has desaparecido, a mí ya me sirve para hacerla salir de su escondrijo– aseveró tajante mientras martilleaba el disparador preparando el arma para ser disparada; la hermana María sintió un escalofrío de terror al escuchar aquel clic metálico quedando paralizaba por completo. Pablo la sujetó fuertemente por la cintura aprisionándola contra su cuerpo y se volvió hacia Mario que hacía esfuerzos sobrehumanos por levantarse– tic... y tac; el tiempo se acabó Navarrito– expresó petulante mientras la hermana María, con lágrimas en los ojos, se cruzaba una mirada desoladora con Mario
–Lo siento Anabel, lo siento...– apenas pudo murmurar Mario abatido y ella ya no pudo controlar las lágrimas; Pablo soltó una carcajada sarcástica
–Sí Navarrito, siéntelo mucho porque a ti antes que a nadie se te acabó el tiempo– aclaró vencedor apuntándole a la cabeza, Mario le mantuvo desafiante la mirada esperando sin mostrar ni pizca de miedo el anunciado balazo
–Antes de acabar conmigo aclárame algo que no logro comprender... ¿Por qué mataste a Sabrina? Vale que para tu mente enfermiza las otras mujeres tenían “algún pecado” que purgar, pero ¿Sabrina? Esa enfermera solo vivía para su trabajo y su esposo– indicó a duras penas pero muy sereno Mario manteniéndole en todo momento la mirada a Pablo
–Coqueteaba continuamente conmigo cuando venía a recoger el correo; siempre me intentaba enredar con su sonrisa maquiavélica y sus palabras dulces– contestó torciendo asqueado su boca, Mario rió burlón
–¿Ves cómo estás como una puta cabra? ¿Y no podía ser que solo intentara ser amable contigo imbécil?– reprochó mordaz y aquella explicación pareció confundir a Pablo momentáneamente, pero se recompuso rápidamente
 –Ya está bien de cháchara, se me está haciendo tarde...– resolvió apuntándole de nuevo con el arma
–¡Espera! ¿Cómo te enteraste de todo? ¿Cómo pudiste saber los pasos que todas ellas daban? Porque la víctima número dos, la muchacha que trabajaba en el comercio de sus padres, llevaba muy en secreto su relación con ese repartidor casado...– indagó curioso mirando impaciente a lo lejos la carretera, Pablo sonrió vanidoso
–Sé lo que estás intentando Navarrito, pero ya te aviso que es inútil; llevo esperándote aquí horas y no ha pasado ni un alma como para que vayan a venir en tu ayuda– expuso vanidoso, Mario suspiró derrotado al verse descubierto– y referente a tu pregunta; con mucha paciencia Navarrito; ya te dije que sé esperar y solo tienes que observar a tu alrededor para descubrir muchos secretos que estos engendros del demonio guardan– habló altanero
–Pues con Ana te has equivocado de pleno, desgraciado– aclaró alterado provocando que un golpe de tos le sacudiera y expectoró sin poder evitarlo una gran cantidad de sangre de su boca; la hermana María chilló afligida al verlo y lloró desolada apartando sus ojos de Mario; no podía verlo morir, a él no, así no...– No la conoces para nada, solo es un ángel que no le hizo mal a nadie...
–¡¿Ana?! ¡¿Un ángel, Ana?!– repitió sarcástico haciendo una mueca asqueada- ¡Qué engañado estás Navarro! ¡Sus mañas diabólicas ya te han convencido ¿no?! ¡¡Ana es la peor de todas ellas!!– exclamó rabioso y sus ojos chispearon con un odio tremendo– ¡¿No te has fijado en sus ojos acaso?! ¡¡Lleva el mal escrito en ellos!! casi logra engañarme y pasar desapercibida con su cara de ángel y su voz de niña inocente, pero... ¡¡Sus ojos la delataron y yo lo vi, lo vi!!– explicó apretando frenético sus mandíbulas hasta hacer chirriar sus dientes; aquellos gestos aterraron a Mario; odiaba demasiado a Ana, si lograba llegar a ella, la haría sufrir lo indecible, mucho más que a las otras y aquello lo aterró
–Nunca lograrás llegar a ella maldito hijo de puta– expresó intentando erguirse pero un dolor extremo le recorrió el costado y el pecho volviendo a cortársele la respiración y cayendo vencido al suelo de nuevo, escupió otra cantidad de sangre sobre el asfalto sin poder remediarlo. La hermana María soltó un leve chillido afligido mientras las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas
–¡¿Acaso me lo vas a impedir tú, imbécil?!– se burló altanero Pablo riéndose sarcástico al verlo tan impotente– además, con esta preciosidad en mi poder...– añadió lambiéndole la mejilla a la hermana María que gritó despavorida al sentir aquella asquerosa lengua sobre su piel, Mario sentía más rabia que dolor por verse imposibilitado para poder ayudarla– esa palomita que tenemos a medias vendrá solita a mí– se rió vencedor; Mario le lanzó una mirada de odio y rabia
–No está sola, estúpido; y nunca la obtendrás, te tiene tanto asco que antes de que la toques de nuevo es capaz de matarse ella misma– remarcó decidido Mario
–¡Ya está bien de cháchara!– exclamó con rabia y apuntó más firme la cabeza de Mario que sonrió complacido al ver que sus palabras le habían fastidiado tanto o más de lo que había supuesto
–No, por Dios Bendito; no– suplicó angustiada la hermana María mirando aterrada a Mario pero Pablo rió victorioso
–Adiós Navarrito, puede que nos volvamos a ver... pero ya será en el infierno– expuso altanero y sujetó firme la pistola para disparar; Mario levantó orgulloso la cabeza, le quitaría la vida, pero nunca le daría el gusto de verlo derrotado... pero de pronto, Pablo elevó el arma dejando de apuntarle– ¿sabes una cosa Navarrito? Creo que un tiro en la cabeza sería demasiado bueno para ti y todo se acabaría demasiado rápido; estoy pensando que es mejor dejarte ahí tirado, para que sufras de dolor mientras te retuerces de rabia pensando en todo lo que me voy a divertir con Ana mientras tú te estás desangrando sin remedio y sobre todo, sin poder ayudarla– aclaró vanidoso y, riéndose a carcajadas, se encaminó hacia el coche blanco llevándose casi a rastras a la hermana María
–¡¡No!! ¡¡No!! ¡¡Mario, no!! ¡¡Por Dos bendito, no podemos dejarlo ahí!! ¡¡Mario!!– gritaba ella mirando aterrorizada a Mario que intentó levantarse nuevamente para ir en su ayuda pero le fue imposible, al instante de moverse la boca se le llenó tanto de sangre que no tuvo más remedio que escupirla o se ahogaría y un dolor inmenso casi insoportable le atravesó el costado cayendo casi inconsciente sobre el asfalto; aún así pudo ver aunque algo borroso como Pablo golpeaba fuertemente la cabeza de Anabel con la culata del arma dejándola sin sentido
–Mierda de mujeres, hasta las monjitas dan problemas joder– lo oyó exclamar asqueado lanzando la pistola a la cuneta y vio como la metía en el asiento del copiloto sentándose él seguidamente al volante– adiós Navarrito; y no te preocupes que pronto Ana y su linda “mamaita” se reunirán contigo en el infierno– le habló altanero y se alejó ante la mirada derrotada de Mario mientras el precioso rostro de Ana mostrando aquella hermosa sonrisa le inundaba los pensamientos y una fuerte punzada en su corazón le dolió aún más que sus heridas en el costado
–Ana, mi amor... lo siento, te he fallado vida mía, te he fallado...– no pudo evitar sollozar y se dejó caer vencido sobre el asfalto sintiendo como la vida se le iba sin poder remediarlo.
Pablo conducía sin poder dejar de sonreír victorioso. Ya se veía la ciudad frente a él cuando vio acercarse un coche negro a toda velocidad con las luces azules y rojas de la policía parpadeando intermitentemente en el frontal del vehículo; empujó a la hermana María aún sin sentido bajo el salpicadero y apoyó el codo en la ventanilla cubriéndose parcialmente el rostro para ocultarse a los ojos de Rosa que, aunque le echó una rápida visual al conductor del coche blanco al cruzárselo, no lo reconoció y siguió su camino. Pablo volvió a sonreír triunfante
–Corre pelirroja, corre... aunque ya no te servirá de nada, sospecho que tu amiguito ya está llamando a las puertas del infierno– expuso burlón observando por el espejo retrovisor como el coche negro se alejaba– pero no te preocupes pelirroja preciosa, pronto nos veremos las caras tú y yo, ya que para ti también tengo planes... muuuchos planes– expresó sarcástico y soltó una fuerte carcajada llena de cinismo y plena satisfacción.

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