jueves, 19 de septiembre de 2013

Miguel la guío dentro del estudio donde pudo comprobar también que todo seguía igual: miles de libros llenaban sus amplias estanterías, la gran mesa escritorio que contenía libros y papeles desordenados por encima junto al ordenador, la agradable chimenea que dominaba el centro de la pared frente a las estanterías con aún aquel cómodo sofá tres plazas azul oscuro ante ella donde había más libros ciscados. Y aquella maravillosa cristalera que ocupaba toda la pared frontal y daba aquella espectacular vista al lago. Miguel dejó la mochila que había recogido del diván antes de subir sobre los libros del escritorio y comenzó a rebuscar en los libros que había sobre la mesita de café -Tiene que estar por aquí… no hace mucho que lo consulté para un caso...- murmuraba, Emma sonriendo entretenida ante tanto desorden, se acercó al ventanal y observó el bonito paisaje que se veía por la cristalera, el lago estaba tan sereno que parecía un espejo, bordeado de altos árboles que se reflejaban en sus aguas haciendo una imagen de postal.- ¡Aquí está! Sabía que tenía que andar por aquí- repuso satisfecho de encontrarlo y, sonriendo, se lo ofreció. Emma se acercó y lo tomó mirándolo divertida -¿Cómo puedes encontrar algo en este desorden de libros y papeles?- preguntó chistosa -Porque es mi orden caótico, todo está donde lo dejé- respondió divertido y ella se rió explayada -Si mi madre entra en esta habitación le da un sincope -Por eso cuando venía, nunca le dejaba entrar en este cuarto; como le tengo prohibido a Berta- expuso resuelto -¡Quién es Berta?- indagó curiosa -La mujer que viene a hacer limpieza dos veces por semana- reveló despreocupado y se sonrieron entretenidos. -¿Y te obedece? Porque yo también lo tenía prohibido pero no obedecía- declaró pícara y él rió explayado -¡Lo sé picaruela! Siempre aparecían misteriosamente unas pequeñas huellas de unas manitas chiquitas en los cristales del ventanal- explicó enternecido y ambos rieron alegres. -Siempre me gustó esta vista del lago rodeado de altos y enormes árboles; da una sensación de calma increíble- declaró complacida volviendo al ventanal -Es la misma que hay en todos los cuartos cielo- comentó desconcertado, ella le sonrió dulcemente -Pero esta habitación tiene algo especial… no sé cómo explicarlo- expresó maravillada regresando su mirada al lago y dándole la espalda a Miguel. Sí sabía qué tenía de especial pero no podía decirlo. Era el cuarto que más olía a él, estaba impregnado de su perfume, de su aroma y eso le encantaba. Cerró los ojos e inspiró muy despacio absorbiendo deleitada aquel maravilloso aroma de Miguel. Miguel la observó detenidamente aprovechando que estaba de espaldas a él. Estaba preciosa con aquel suéter de cuello alto blanco que le ceñía su sinuoso cuerpo y los vaqueros le quedaban perfectos, los rellenaba absolutamente con sus redondeados glúteos y no permitiendo formar ninguna arruga en ellos. El intenso mordisqueo en su bajo vientre regresó haciéndole reaccionar -Voy a ponerme cómodo, regreso ahora- expuso saliendo del cuarto presuroso. ¡No podía verla así! Era casi como una hija y él se empeñaba en verla como una mujer, se regañó a sí mismo ya en su cuarto cambiándose los pantalones del traje por unos vaqueros desgastados y la camisa por un cómodo suéter de suave lana color marfil. Regresó al estudio y la encontró ensimismada en la lectura; se quitara las botas y se acomodara sobre el sofá recostándose contra el reposabrazos. Ella también lo miró y se sonrieron amenos -¿Te importa?- preguntó ella mostrándole un pie enfundando en un calcetín blanco que hizo girar en el aire, él sonrió divertido -No preciosa, tú ponte todo lo cómoda que quieras- respondió cariñoso dirigiéndose a la chimenea- voy a encenderla para estar más a gusto, cae la noche y empieza a enfriar- expuso y se acuclilló delante de ella. Emma lo observó de espaldas ante ella, tenía unas espaldas anchas y fornidas; era realmente muy guapo y aquel suéter le quedaba muy bien… también aquellos vaqueros gastados le quedaban de miedo marcándole unos glúteos firmes y duros junto a unas piernas que se apreciaban musculosas. Aunque también el traje de la noche anterior le quedaba de miedo, y el jersey del último domingo que fuera a comer a su casa… Era muy atractivo y con aquel excitante cuerpo era normal que todo le quedaba perfecto. Estaba para comérselo… Él se volvió y la miró a los ojos como si hubiera podido percibir sus descarados pensamientos, le sonrió tierno y ella se ruborizó nerviosa -Está en inglés ¿puedes entenderlo cielo?- se interesó cariñoso -Sí, no te preocupes; el inglés lo domino bastante bien- le comentó resuelta sonriéndole también, él volvió a atender el fuego y ella se centró en el libro. Sin atreverse a volver a mirarlo, percibió como se levantaba cuando el fuego ya empezaba a arder y se dirigía al escritorio. Allí él abrió su mochila y quitó el archivador de Emma que dejó a un lado sacando seguidamente unas carpetas del hospital. Se sentó ante el escritorio y comenzó a estudiarlas atento. De vez en cuando Emma lo observaba disimuladamente; estaba concentrado en los historiales, los leía serenamente aunque a veces su frente se fruncía y se la frotaba inquieto como si tuviera dudas sobre lo que allí se exponía. También a él se le escapaba a menudo su mirada hacia ella. Entonces sus miradas se encontraban, se intimidaban al ser descubiertos pero se sonreían dulcemente y volvían a lo suyo. Pero Emma no podía concentrarse en el libro y, sin darse cuenta, estaba observándolo de nuevo. Era tan guapo y aún tan joven…. ¿por qué no se habría casado o al menos tener una novia? Se preguntaba ensimismada sin dejar de mirarle -¿Te cuesta entenderlo cielo?- le preguntó finalmente él sacándola de sus pensamientos, se sonrojó de nuevo por haber sido descubierta otra vez -¿Eh? ¡Ah, no! Todo va bien- reaccionó al instante y se sonrieron de nuevo -Si necesitas ayuda no dudes en pedírmela -No, lo entiendo perfectamente- explicó resuelta y él asintió con la cabeza regresando a sus informes. Emma encontró la parte dedicada a los antidepresivos y comenzó a leerlo interesadamente. -¿Te vale de algo?- le preguntó junto a ella, apoyado en el respaldo del sofá su rostro estaba junto al de ella. Emma se sobresaltó al oírlo, de tan concentrada que estaba traduciéndolo, no lo oyera acercarse. El se rió y ella lo miró divertida, sus caras estaban tan cerca que a Miguel el corazón comenzó a latirle fuertemente, aquellos labios estaban a menos de un palmo y lo atraían cada vez más y más. -Sí, es perfecto tío Miguel… Era lo que buscaba- le decía ella sonriendo feliz, pero él miraba aquella boca que ardía en deseos de besar. -¿Por qué siempre me llamaste tío Miguel no siendo nada tuyo; y sin embargo nunca padrino cuando realmente sí lo soy?- musitó curioso aunque sin poder apartar sus ojos de aquella deliciosa boca que rabeaba saborear. Ella también miraba deleitada su boca, se sentía atraída por aquellos jugosos labios -Porque padrino me suena a padre… y nunca pude verte así, siempre me pareciste demasiado joven como para ser mi padre- respondió muy pausadamente; inquieta, humedeció deseosa sus labios; Dios, como ansiaba besarlo- siempre te sentí más bien como un amigo, un compañero… pero te quiero mucho, por eso te llamo de forma cariñosa: tío Miguel… aunque si te molesta puedo dejar de hacerlo- musitó melosa acercándose poco a poco atraída por su boca. Él no percibía su lento acercamiento porque estaba encandilado por aquellos labios que deseaba frenético atrapar de una vez y saborear aquella deliciosa boca que debía saber a gloria. Pero no podía, aquello era una inmensa locura; le repetía su cabeza insistentemente. Al final pudo la razón y, haciendo un tremendo esfuerzo, se recompuso y se alejó rápido de ella antes de cometer aquella estupidez -No dejes de hacerlo mi niña; me gusta, me gusta mucho- repuso cariñoso sonriéndole dulcemente mientras se dirigía al ventanal dándole la espalda para poder serenarse y controlarse antes de volver a mirarla. Ella quedó ofuscada, habían estado tan cerca de besarse que su corazón latía fuertemente. Habían estado a punto y ella lo deseaba ansiosa; tanto como parecía que él también… pero de pronto se alejara tan precipitadamente que la dejó muy confundida y anhelante. Lo observaba de pie, mirando por la cristalera con las manos en los bolsillos del pantalón. -Será mejor que te lleve a casa, se te está haciendo tarde- habló él muy calmosamente. Emma se dio cuenta de que ya anocheciera -Sí, será lo mejor- repuso desganada cerrando el libro, se levantó del sofá y, después de calzarse las botas, recogió su carpeta de sobre el escritorio. Miguel se volvió sonriéndole tranquilo y se acercó a ella despacio -Como ves, aquí hay de todo sobre medicina; si necesitas algo solo tienes que pedírmelo o venir a buscarlo… Aunque yo no esté; esta es tu casa y siempre hay una llave debajo de la maceta de la puerta- se sonrieron cariñosos y él salió del estudio; ella lo siguió desganadamente, se sentía abatida y defraudada por no haber conseguido lo que tanto había deseado.

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