martes, 1 de octubre de 2013

Al día siguiente, Miguel se despertó con la firme idea de que no la buscaría más. Después de una noche en la que apenas pudo cerrar ojo, llegó a la conclusión de que debía hacer lo que fuese necesario, pero tenía que evitarla como fuera. Para reforzar aquella decisión y no verse tentado, cambió su ruta para no pasar ni cerca del parque ni cerca de la facultad de medicina y mucho menos de su casa. Escogió un trayecto algo más largo pero más seguro para mantener su resolución. Emma lo esperó todas las tardes en el mismo banco del parque. Acompañada de sus amigos que intentaban distraerla hablando dicharacheros y gastando bromas divertidas, pero Emma no podía dejar de examinar ávida al conductor de cada coche negro que pasaba aunque no fuera un deportivo o se sobresaltaba al oír el sonido del motor de una motocicleta; o simplemente, no dejaba quieta la mirada inspeccionando cada recodo del parque y revisaba con la mirada acuciosa cada paseante o transeúnte que pasaba cerca. Pero él no apareció. Y sus amigos observaban inquietos como se volvía a casa, desolada y abatida, tarde tras tarde. Para Miguel, aquella decisión, le fue muy fácil mantenerla el lunes. Fue un día extremadamente agotador en quirófanos no dejándole ni un segundo de respiro. Aprovechó un hueco para comer algo en la cafetería mientras ya repasaba el expediente de la siguiente operación. Sin esperárselo, sus tres compañeros asaltaron su mesa ocupando los sitios vacíos -¡Este fin de semana nos vamos de acampada! ¿Te unes?- preguntó emocionado Alonso, él los miró sorprendido -¿A dónde?- preguntó intrigado -¡Una sorpresa!- contestó divertido Darío -Puede estar bien- repuso y siguió comiendo -¿Entonces vienes, no?- insistió Alonso -¡Que ansia, tíos!- contestó asombrado- ¡Ya veremos cómo transcurre la semana ¿no?! ¡Hoy aún es lunes! Puede haber una urgencia, una guardia… -Ya… pero ¿sí, verdad?- volvió a insistir Paco -¡¡Joder!!- exclamó fastidiado apartando molesto su plato, pero sus compañeros lo miraban expectantes- ¡Está bien! ¡Sí, pesados! iremos de acampada el sábado- ellos sonrieron dichosos y Miguel, mirándolos incomprensible, recogió el expediente y regresó a quirófanos. Cuando por fin se acabaron las operaciones programadas, estaba agotado y deseaba irse a casa. Pero su trabajo como director de planta se había acumulado en todo el día junto a lo del fin de semana. Desganado y abatido se puso a ello y lo mantuvo hasta bien tarde encerrado en su despacho. Cuando llegó a casa se metió extenuado en la ducha y se fue directo a la cama. Relajado y a gusto entre las sábanas, se permitió pensar en el bello rostro de Emma antes de dormirse y no se lo podía creer, había logrado pasar todo el día sin pensar un minuto en ella. Sonrió complacido y se durmió de inmediato. El martes ya fue más complicado. Aunque se despertó muy temprano, había descansado muy bien y estaba de buen humor por haber dormido toda la noche de un tirón. Fue a su estudio para repasar unos documentos y la imagen de Emma recostada en el sofá sonriéndole dulcemente le asaltó con solo entrar. Sonrió deleitado recordándola de pie junto al ventanal. Estaba preciosa con los últimos rayos de sol de aquella tarde dándole en el pelo y con aquel jersey cuello alto y aquellos vaqueros que torneaban su hermosa figura. El sonido del teléfono junto al ordenador, lo sacó de su ensoñación -¿Sí?- contestó rápidamente -Buenos días doctor Hernández, siento molestarlo llamándole a casa pero es que su móvil lo tiene apagado- era Sonia, su enfermera personal -Buenos días Sonia; no te preocupes por eso, se me estropeó el fin de semana y debo comprarme otro pero ayer no tuve tiempo ¿ocurre algo? -Lo necesitan en quirófanos con urgencia; ha habido un accidente múltiple en la N-IV y los cirujanos de guardia no dan abasto -De inmediato voy para allá, dame diez minutos; llama a Gutiérrez también -Sí señor, ahora mismo- se vistió raudo y salió hacia el hospital en su moto. Fue una mañanita movida pero a las once ya estaba todo resuelto y todo volvió a la normalidad. Hizo la ronda de planta con sus colegas cirujanos, atendió amable a las consultas de los familiares y a las dos comía entretenido en la cafetería del hospital con sus tres amigos. Aunque estuviera ocupado toda la mañana, la imagen de Emma se había instalado en su mente persistentemente desde que despertara y no lograba sacarla de allí. Por la tarde, intentó concentrarse en su trabajo de despacho y no pensar en ella pero era imposible. A las cinco ya salía del hospital. Unas ganas inmensas de verla lo devoraban pero, sacando fuerzas de no sabía dónde, logró controlarse y decidió irse al centro comercial para poder distraerse un poco antes de regresar a casa donde sabía no podría evitar pensar en ella. Pero aquello fue aun peor y de locos, por todas partes le parecía ver a Emma. Cada melena rizada le hacía dar un brinco el corazón ¡¡Nunca había caído en la cuenta de la cantidad de mujeres con pelo rizado había en la ciudad!! Debía estar de moda… ¡¡O eso, o todas se decidieran de repente meterse en el centro comercial para fastidiarlo a él!! De mal genio ya porque su idea había sido un auténtico fiasco, se metió en la tienda de telefonía móvil. La amable y sonriente dependienta le atendió atenta y resuelta explicándole las ventajas e inconvenientes de varios móviles que a él le interesaban. Acabó haciéndole caso y compró dos BlackBerry, maravillosas y acabaditas de salir del horno como ella las denominara. Una de ellas se la envió por correo sin remitente a Emma. Sonriendo feliz porque sabía que le gustaría, se fue a casa. Pero al ir avanzando la noche, las cosas cada vez se ponían más insoportables. Emma se había anclado perturbadoramente en su cabeza volviéndolo loco de desesperación. Nada lograba entretenerlo ni calmarlo. Los recuerdos de aquel maravilloso sábado le martilleaban una y otra vez su cabeza desquiciándolo. El tacto de su piel, el sabor de su boca, sus perpetuas sonrisas felices por estar juntos al fin, aquel baño atolondrado pero realmente divertido en el mar, su cantarina risa mientras chapoteaban en el agua… Su hermoso cuerpo sinuoso moviéndose rabioso sobre él deseando ambicioso tanto como él lo deseaba la consumación total de aquel gran amor, sus suaves pechos firmes llenándole sus manos… ¡¡Dios!! ¡¡No podía controlar su cuerpo y el deseo lo sacudía frenético!! Hasta ahora, todo aquel amor que sentía por ella, lo había estado llevando, disimulando y controlando muy bien pues solo era un amor dulce, tierno, casi inocente, pero ahora… ¡¡Habían abierto la puerta prohibida y ahora no podía controlarse!! Se metió en el gimnasio y se machacó el cuerpo hasta que del dolor podía sentir cada músculo. Se duchó y cayó rendido en la cama. El miércoles ya le fue imposible. Se despertó inmerso en un sudor frío y excitado al máximo. Había soñado con Emma. Habían hecho el amor con tanta pasión y se habían entregado total y enteramente; había sido tan real que había podido sentir perfectamente su cálida piel bajo sus manos y su ávida y deliciosa boca recorriéndole el cuerpo. Al despertarse, estaba con una erección tremenda pero… solo y desolado. Emma no estaba allí junto a él. Se dio una ducha lo más fría que pudo soportar y se fue a trabajar. -Buenos días doctor Hernández- lo saludó alegre como todas las mañanas Sonia, pero él solo farfulló unos buenos días de mala gana entre dientes mientras entraba en su despacho. Estaba irascible y crispado. Percibía que iba a ser un día muy largo… -¿Qué hay para hoy?- expuso desganado mientras se vestía su bata blanca -No gran cosa… podía aprovechar para ir y arreglar esas gestiones al banco que lleva días diciendo que no pueden esperar más- le recomendó amena, él la miró incómodo ¡¡Genial, lo que le hacía falta precisamente hoy; ver a Alberto!! Pero tenía que reconocer que Sonia tenía razón, aquellos papeles del banco no podían esperar más. Entró en el banco y su gran amigo Alberto salió de su despacho de director así lo vio llegar -¡¡Hombre Miguel, que alegría verte!!- lo saludó entusiasmado sonriéndole feliz mientras caminaba hacia él. Miguel no podía dejar de mirarle a aquellos ojos castaños color de miel que eran igualitos a los de Emma, su Emma… Ya en su despacho, Alberto hablaba animado pero Miguel tenía sus ojos clavados en la fotografía de Emma que tenía sobre la mesa donde mostraba aquella hermosa y alegre sonrisa que siempre tenía y lo iluminaba todo a su alrededor. Las ganas de verla, de abrazarla, de besarla, cada vez crecían con más ímpetu dentro de él. Y como puntilla final, al capullo de Alberto no se le ocurre mejor cosa que empezar a hablarle de ella…- ¿Por qué no te pasa por casa? ¡A ver si con tu visita serenas un poco a Cecil que estos días anda como una fiera!- habló entrañable -¿Qué le has hecho entonces?- indagó guasón y ambos rieron amenos -No hermano, no fui yo; fue tu adorada Emma…- contestó resuelto, a Miguel el corazón le comenzó a latirle frenético al oír su nombre- ¡¡Menuda agarrada tuvieron el lunes!! Y aún hoy que no se hablan; Cecil está de unos morros… y, claro, las pago yo- añadió resuelto, Miguel esbozó una leve sonrisa -¿Y a qué fue debida la bronca?- se interesó inquieto por si él tuviera algo que ver en ello -¡A que no se puede con tu alocada ahijada, hermano! Pasó el fin de semana fuera de casa…- podía saltarse esa parte, él ya lo sabía muy bien, pensó Miguel- Y nos llegó el lunes a casa diciendo que había perdido de nuevo el móvil… ¡¡Otra vez Miguel!! ¡¡Y apenas hace un mes que se lo habíamos comprado!! Cecil se desquició y empezó a reclamarle a gritos…- ya no pudo seguir poniéndole atención a la conversación, en su mente rememoró aquel maravilloso momento que vivieron juntos en donde ambos perdieran sus móviles…

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