lunes, 3 de marzo de 2014

El sonar del interfono lo sacó de pronto de sus alocados pensamientos
-Dime, Irene- respondió a la llamada, presuroso por borrar aquellas imágenes tan perturbadoras de su mente
 -Rodrigo, el señor Castro está ya aquí- le indicó con su voz dulce y tierna que lo excitaba imaginándola susurrarle al oído apasionadamente… Agitó enérgico su cabeza sacudiéndose aquella idea alocada
 -Hazlo pasar por favor- soltó el botón y se frotó enérgico la frente en un intento vano de borrar de su mente aquellas imágenes en donde la besaba ardiente mientras acariciaba su piel desnuda.
Llevaba rato hablando con su cliente cuando sonó suavemente la puerta apareciendo el rostro de Irene sonriendo con aquella bella sonrisa que le provocaba corresponderla siempre
 -Voy a salir un momento ¿necesitas algo?- indicó dulcemente desde la puerta
-No, no te preocupes; ve tranquila- le respondió entrañable y desapareció tras la puerta
-Tienes unas secretaría muy agradable y tremendamente bonita- repuso Castro con tono malicioso mirándolo pícaro, él solo le dibujó una mueca agradable- ¿está casada?- preguntó muy interesado -Sí… Y no creo que, teniendo los cargos que tienes en este momento encima, te apetezca meterte en más problemas de faldas por ahora- expuso sarcástico y tirante, el hombre rió desvergonzado molestando aún más a Rodrigo. Estaba más que claro que era culpable del delito de acoso del que lo acusaban; pero, era su cliente y él tenía que defenderlo aunque supiera que se merecía pagar hasta el último centavo que reclamaba la víctima.
 Se despedían ya estrechándose las manos ante la puerta de su despacho, cuando regresó Irene. Traía de la mano a una pequeña rubita con sus rizos en unas coletas altas que bailaban al ritmo de los saltitos alegres que daba junto a su madre. Charloteaba feliz hasta que lo miró fijamente con aquellos grandes y vivarachos ojos aceitunados callándose de pronto, dejó de saltar y se intentó esconder miedosa tras su madre provocándole una tierna sonrisa. Esperó a que su cliente se fuera, percibiendo la mirada lasciva que su cliente le enviaba a Irene por la espalda cuando la hubo sobrepasado. Se acercó a ellas sonriéndole cariñoso a la pequeña
 -Hola ¿Cómo te llamas?- le preguntó amable
 -Pati- respondió avergonzada agarrándose a la pierna de su madre intentando esconder su linda carita contra la falda
-¡Pati! ¡Muy bonito!- repuso alegre- Yo soy Rodrigo, encantado- le ofreció su mano y ella se la estrechó mientras lo miraba ya menos acobardada- ¿Sabe usted señorita que es muy guapa?- le indicó agachándose para hablarle en tono bajito cerca de su oído, ella sonrió complacida; ya se descubría totalmente soltándose de la pierna de su madre. Comprobó que tenía la misma sonrisa alegre y sincera de su madre remarcada por sus alegres ojos
 -Dice mi papá que soy la niña más bonita del mundo- expuso satisfecha y él rió divertido- Y que soy igualitita a mi mamá- añadió vanidosa y ahora él soltó una carcajada mirándola encandilado
-¡Pues si lo dice tu papá, será verdad entonces!- contestó deleitado por la pequeña, miró a Irene que se sonrojara por el comentario inocente de su hija; le sonrió entrañable y ella le correspondió abochornada- Procura no estar nunca a solas con Castro- le recomendó amable, ella lo miró intrigada -¿Lo crees culpable de lo que se le acusa?- indagó asombrada, él volvió a reírse ante su ingenuidad -¿Tú qué crees?- repuso sarcástico- pero es nuestro cliente y, juraré ante todo el mundo, que es inocente- se miraron a los ojos, aquel brillo lozano de sus ojos castaños era turbador; los evitó para no sentirse más impaciente por besarla de lo que ya estaba- ¿Nos ponemos a trabajar?- comentó escapando a su despacho seguido de ellas.
A parte del gran escritorio, en el despacho había una salita de dos sofás biplazas de piel negra en un rincón y una mesa ovalada de cristal con seis sillas, también de piel negra, a su alrededor. A ella se dirigió Irene, le quitó la mochila y el abriguito azul marino a la pequeña con gran ternura.
 -Ven cielo, siéntate aquí y merienda mientras dibujas- comentó amorosa sentando a la pequeña en una de las sillas, le entregó un bloc y los lápices de colores de su mochila; también sacó una bolsita de merienda y le entregó un sándwich que la pequeña recogió feliz mientras su madre la besaba amorosa en el pelo- y ahora pórtate bien mientras mami trabaja ¿de acuerdo?- ella asintió alegremente comenzando a dibujar en su libreta. Él la observaba embobado, aquella mujer era toda ternura y sus delicados movimientos lo seducían; cuando se quitó la chaqueta dejándola resbalar por sus brazos delicadamente, sintió como se acaloraba y su corazón comenzó a latir precipitado. Apartó la mirada presuroso centrando su atención en los documentos que tenía sobre su mesa
 -¿Por dónde empezamos?- le preguntó ella apoyándose en los respaldos de las sillas frente a él -Tengo la mitad preparado ya, tenemos que ordenar y cumplimentar el otro medio; el caso Marconi está a la mitad, faltan algunas fechas coincidentes con la facturación- explicó amable sin atreverse a mirarla mostrando las carpetas que faltaban por rematar
-Trabajaremos más cómodos en la mesa- repuso ella dulcemente recogiendo las carpetas llevándoselas a la mesa de cristal; él la observó y se levantó de su sillón quitándose su chaqueta. Irene lo observó mientras se desprendía de la chaqueta, sus brazos musculosos se marcaban bajo su camisa azul celeste y se apreciaba su ancha espalda cuando la colocó en el respaldo de su sillón; se desconcertó al sentir su cuerpo reaccionando con un deseo tremendo de acariciar aquel fantástico cuerpo, pasar sus manos calmadamente por aquellos robustos brazos y notar bajo sus dedos aquella espalda vigorosa. Un inmenso ardor en sus entrañas la invadió al verlo acercarse, le sonrió alegre y deseó besar su boca, tanto, que parecía que sus labios se inflamaban del deseo. Cuando se aflojó la corbata azul oscura de seda y se desabrochó los tres primeros botones de su camisa dejando entrever el pelo de su pecho, otra agitación de deseo la acometió mordiéndole intensamente el vientre haciéndola sentir acalorada y abrasada por dentro.
-Mami- la voz de su hija la sacó de golpe de su turbulento afán
 -Dime cielo- respondió rauda dándole la espalda a su jefe, la niña le sonreía feliz mostrándole sus manitas vacías; ella también le sonrió y le entregó el plátano que llevaba en su bolsita de merienda no sin antes entretenerse bastante en pelarlo para calmarse antes de volverse de nuevo y encontrarse con Rodrigo.
Más sosegados, pues se centraron únicamente en el trabajo, se ocuparon de los casos que quedaban acabando pronto con ellos.
-Bueno ¡se acabó!- expuso satisfecho él cerrando la última carpeta mientras sonreía dichoso, ella le correspondió
 -¿A qué hora es la reunión mañana?- preguntó ordenándolos uno sobre otro hábilmente
 -A las doce- respondió sereno- ¡A ver a quien le cae el marrón!- añadió socarrón, ella lo miró sonriendo divertida
 -¿Tan malo es?- curioseó alegre
-¡¿El puesto de Marcelo?!- repuso sarcástico- ¡¡No quiero yo eso ni regalado!!- expuso estremecido levantándose de su silla, ella rió divertida
-¿Y si le toca?- preguntó socarrona, él la miró impresionado
-¡¡Calla, calla; no quiero ni pensarlo!!- expuso rotundo mientras se reían entrañables- Me salvo porque ese puesto lo ocupará el más veterano del bufete probablemente y yo fui el último en entrar… ¡A Dios gracias!- se rieron a carcajadas; al reírse abiertamente aún estaba mucho más atractivo para Irene y ella, con aquella cantarina risa de niña feliz, lo volvía loco deseándola besar apasionadamente. Se alejó de ella aprovechando que se volviera para recoger y atender a su hija. Antes de lo que esperaba, estaban listas para marcharse
-Adiós, Rodrigo- la pequeña se acercó a él sentado ante su escritorio sonriendo feliz y se puso de puntillas para besarlo; él, impresionado por el detalle de la pequeña, se agachó levemente para que ella le besara la mejilla. Su suave manita le acarició la mejilla contraria a la que besaba. Se sintió fascinado por aquella pequeña, le sujetó cariñoso su mano y se la besó en la palma dulcemente; ella rió festiva- ¡¡Haces cosquillas con el bigote!!- expuso alegre y ellos rieron divertidos. Se despidieron y se fueron. El se relajó en su sillón y encendió un cigarrillo, aquella mujer era una obsesión y su hija una delicia… ¡Que suerte tenían algunos! Pensó disgustado pero en seguida se repuso apagando enérgico el cigarrillo en el cenicero de su mesa; no creía en las relaciones largas ni en el matrimonio, nadie era totalmente feliz y lo sabía de sobra. Aquella envidia momentánea que sintiera hacía unos segundos no tenía razón de ser: nadie era realmente feliz, y eso lo apostaría con cualquiera. Recogió su chaqueta y salió de su despacho mientras se la colocaba.
Ya en el aparcamiento, se dirigía en su coche hacia la salida cuando las vio caminar delante de él, se detuvo a su altura y bajó la ventanilla del acompañante
-¿Os ocurre algo?- indagó curioso mientras se sonreían los tres
-No me arranca el coche, voy a llamar a Gonzalo desde fuera que aquí no hay cobertura- explicó amena Irene, él abrió la puerta del acompañante
-Subir, os llevo a casa; mañana te ocuparás de tu coche- se ofreció amable
-No, gracias; él vendrá a recogernos sin problema- negaba amablemente
-Sube, mujer; yo ya estoy aquí y no tengo nada que hacer- se sonrieron y ella aceptó, la pequeña saltó al asiento trasero colándose hábilmente antes de que su madre retirara el asiento de todo; Irene se sentó a su lado, la falda se elevó mostrando medio muslo terso, firme y generoso. Rodrigo se contuvo a duras penas las tremendas ganas de acariciarlo centrándose en la carretera.
Vivían en la zona del extrarradio donde solo eran casas unifamiliares y chalets adosados. La de Irene era una casa con un pequeño jardín delante cerrado de valla de hierro negro. La casa era de dos plantas, de ladrillo rojo, con un porche delantero al que se acudía subiendo tres escalones. Se adentró en la pequeña rampa del garaje que la separaba del jardín una hilera de setos bajos habiendo un espacio para pasar en la parte superior; dentro del garaje abierto se veía un coche familiar oscuro aparcado
-¡Papi ya está en casa!- anunció entusiasmada la pequeña y ambos se sonrieron divertidos
-Muchas gracias- le agradeció amable Irene mostrándole una alegre sonrisa
-No hay de qué, te dije que tengo tiempo… A mi no me espera nadie- no sabía porqué había dicho eso, pero ella le sonrió entrañable
-¿Quieres pasar y tomar algo?- le ofreció cordial, él sonrió agradado
-No, es tarde y tu esposo te espera; otro día… No lo rechazo, solo lo pospongo- bromeó divertido y ella rió encantadora. Se apearon del vehículo, la niña corrió a la entrada llamando feliz a su papá seguida, más lentamente, por su madre que lo observaba sin dejar de sonreír mientras salía marcha atrás de nuevo a la carretera; cuando su marido salió al porche a recibirlas recogiendo en brazos a la pequeña que se abrazó rauda a su cuello, ellos se despidieron con la mano y se alejó de la casa.
Llegó a su piso; céntrico, elegante, moderno y vacío… fríamente vacío. Tiró su chaqueta sobre el sofá de piel negra y se sirvió un whisky que bebió de un solo trago ¿Por qué se sentía así si nunca había querido tener una relación? Era que estaba sugestionado por el cariño mostrado por la pequeña, se dijo convencido. Cogió su móvil y llamó mientras se servía otro whisky
-¿Carla? Sí soy Rodri ¿estás ocupada esta noche?- preguntó zalamero, sonrió divertido- Te espero entonces- cortó la llamada y tiró el móvil también sobre el sofá. Bebió despacio observando las luces de la ciudad ante él por el enorme ventanal de la sala que ocupaba toda la pared frontal.
 Irene estaba bajo la ducha, ya dormida Pati y Gonzalo acostado, se recreaba bajo el agua caliente; su cuerpo estaba en tensión. Se sentía rara: excitada e irritada de igual manera. Cerró el grifo y se secó frotándose bruscamente con la toalla sin saber por qué se sentía tan confundida. Se enrolló en la toalla y, sin ponerse el camisón, se dirigió al cuarto. Su marido estaba casi dormido. Ella se sentó sobre él cabalgándolo y él abrió sorprendido los ojos, Irene le sonrió pícara mientras se retiraba la toalla quedando desnuda ante él que sonrió mientras la observaba complacido
-¿No te irías a dormir?- preguntó socarrona
-Casi, has tardado mucho amor- expuso sereno; ella lo besó apasionada, deseosa, ardiente. El la atrapó entre sus brazos acariciándole amoroso su cuerpo desnudo
 -Pues hoy no puedes dormirte, te necesito…- le susurró anhelosa sobre los labios- te necesito y mucho- se besaron intransigentes, devorándose ávidos. Irene apartó las sábanas y se embistió en él, presurosa, exigente. Estaba acelerada, necesitaba urgentemente apagar todo el fuego que le devoraba por dentro. El intentó obedecer y seguirla pero estaba demasiado implacable. Con sus gemidos de placer, sus movimientos apremiantes y sus sacudidas de gozo, lo precipitó al final despiadadamente dejándolo deslumbrado y atónito. Ella jadeaba presurosa mientras se acostaba boca abajo junto a él, aunque le sonreía radiante, se notaba que aún no se satisficiera totalmente
-¿Qué te ocurre hoy, cielo?- le preguntó impresionado besándola en su hombro desnudo- No estabas tan acelerada desde que estabas embarazada de Pati- la miró entusiasmado- ¿No me dirás qué…?
 -No mi amor- lo besó en los labios dulcemente- No te hagas ilusiones que no hay nada de eso… Solo llevo un día raro- lo miró cariñosa y él le sonrió amoroso mientras la acariciaba en la mejilla dulcemente, era el hombre más maravilloso, tierno y cariñoso que conociera nunca- llevo todo el día pensando en ti y se me recargaron demasiado las pilas- bromeó chistosa y se rieron encantados- ¿Sabes qué te quiero verdad?- preguntó cariñosa
-Síii… ¿y qué yo a ti?- indicó amoroso, ella sonrió satisfecha
-También- se besaron tiernos, melosos y entregándose todo su amor.

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