lunes, 7 de abril de 2014

Estaban en su dormitorio, Rodrigo se retiraba los últimos restos de espuma de afeitar de su rostro; desde el nacimiento de Sandra se había deshecho sin pensárselo dos veces de su eterna perilla ya que su adorada pequeña protestaba cuando la besaba. Ella lo miró a través del espejo -¿Qué me miras así cielo?- preguntó y ella dibujó una sonrisa pícara en sus labios acercándosele -¿Sabe que está muy excitante solo con esa toalla?- expuso zalamera acercándosele y acariciando provocadora su pecho desnudo -No enredes gatita- advirtió prevenido pero ella ya lo besaba ardiente por el cuerpo- ¿Quieres acabar conmigo o qué? Ya no estoy en edad de complacerte a todas horas fierecilla- protestó pero su voz ya era sumisa ante el roce de sus labios ardientes en su piel recorriéndoselo pausadamente -¿Ah no? Eso ya lo veremos- murmuró juguetona introduciéndose su pene en la boca y al poco ya había conseguido excitarlo tremendamente provocándole gemidos de auténtico placer -Esa boca siempre consigue lo que quiere- susurró arrebatadamente deseoso y ella sonrió dichosa, él la tomó entre sus brazos llevándosela sin dejar de besarse ardientes a la cama. Hicieron el amor de forma impetuosa, entregándose delirantes. Pese a su madurez no habían perdido esa pasión frenética que los transportaba a un placer inmenso que los llenaba plenamente y los compensaba enormemente -Sigues siendo asombrosamente fogosa, amor- le murmuró apasionado Rodrigo besándola tierno recorriendo su espalda mientras ella reponía aliento acostada boca abajo en la cama, apreciando deleitada sus labios recorriendo su cuerpo. -Y tú no pierdes nada de ímpetu ni pierdes las mañas de hacerme vibrar- respondió animosa mirándolo amorosa -Es fácil, tú me infundes un amor enorme para no perder nada de eso- respondió satisfecho; se besaron seducidos, entregándose un amor inmenso como siempre. Se vestían juguetones como antaño, no perdían esa codicia por acariciarse, por mimarse; saltando esa chispa de placidez y de complacencia al sentirse. -Quieres estarte quieto y subirme la cremallera de una vez- protestó encandilada cuando él introdujo sus manos por el vestido y aprisionó sus pechos acariciándoselos sugestivamente mientras la besaba ardiente en la nuca -Cada día me tienes más loco, amor- expuso apasionado- a pesar de tus bellos pechos caídos y este culito ya nada duro ni respingón- bromeó burlón dibujando una sonrisa maliciosa en su boca -¡Mira tú quien habla!- protestó mirándolo desafiante- Ni tú tenías esta panza y desapareció el musculoso cuerpo que me chiflaba- añadió acariciándole la destacada barriga que mostraba hacía unos años y se sonrieron amenos mientras él acabó de subirle la cremallera del vestido rojo que llevaba puesto. La inspeccionó de arriba abajo, una sonrisa orgullosa le iluminaba el rostro -Estas siempre preciosa, mi vida- repuso gozoso observándola con aquel vestido ceñido a su talle que se despegaba luego en un vaporoso vuelo desde su cintura. El escote en cuadrado era recatado pero aún mostraba vanidoso un canalillo hermoso. Ella sonrió vanidosa y lo besó agradecida en los labios -También tú siempre estás guapísimo para mí, corazón- él sonrió embelesado rodeando amoroso su cintura y se besaron deleitados. -Cuñadita preciosa…- la voz de Diego sonó al tiempo que golpeaba educadamente en la puerta -Pasa Diego- contestó cariñosa descubriéndolos engatusados uno en brazos del otro, los miró curioso elevando una ceja y moviendo la cabeza malicioso -No se os puede dejar solos ni un segundo… ¿Es que no vais a perder nunca esta manía de estaros manoseando de seguido?- indicó guasón y ella sonrió divertida -Espero que no- contestó decidido su hermano depositando un tierno beso en los labios de su esposa- ¿Y tú qué vienes a pedir?- indicó socarrón -No vengo a pedir nada ¿qué te hace pensar eso?- increpó fastidiado por su comentario -Siempre que hablas con ese tono zalamero es que quieres algo- Expuso decidido acabándose de abrochar los botones de la camisa roja que se colocara sobre los pantalones negros de pinzas; aunque tenía sesenta y siete años, aún tenía un cuerpo esbelto y garboso. -Pues solo quiero preguntarle a mi dulce cuñadita si sabe por dónde para mi camisa verde de seda- expuso explícito. Diego solo llevaba unos pantalones negros puestos, su torso desnudo también era fornido y tenía un cuerpo envidiable como su hermano a sus sesenta y cuatro años, era de la edad de Irene, aunque estaba algo más rechoncho pues era un comilón empedernido. -Tenía una mancha que no salía cielo…- le habló cariñosa Irene -Estoy por apostar que es de comida- la interrumpió burlón Rodrigo y su hermano le miró fastidiado -Y te la lleve a la tintorería a ver si podían quitársela- siguió explicando sin darle importancia al comentario de Rodrigo, él puso cara de disgusto- Pero ponte la rosada, te queda mucho mejor con tu piel morena- comentó zalamera sabiendo que era aún muy presumido y le encantaban esos halagos; así fue, él sonrió vanidoso -¿Tú crees?- indagó presuntuoso e Irene asintió sonriéndole dulcemente- Vale, la rosada luego… Seguir con vuestros arrumacos de adolescentes salidos- bromeó guasón saliendo del cuarto cerrando la puerta tras de sí pero volvió a abrirla así un barullo divertido irrumpió en la casa proveniente del piso inferior -¡¡Abuelo!! ¡¡Tío Diego!! ¡¿Dónde estáis?!- gritaban ansiosas las voces de los niños -¡¡Aquí mis fierecillas, arriba!!- respondió feliz Diego- ¡Hala, se os acabaron los arrumacos viciosillos!- indicó socarrón a su hermano -A la abuela que la zurzan- protestó ensombrecida Irene y ellos le sonrieron encandilados, los niños subían raudos a su encuentro echándose en brazos del tío Diego así lo descubrieron, él los arropó ilusionado. Eran los de Pati: Héctor de dieciséis, un muchacho guapo con su rostro ya con rasgos de hombre, con una fisonomía muy particular que recordaban tremendamente a su abuelo Gonzalo con aquellos ojos aceitunados grandes. Su sonrisa siempre encantadora y reflejando felicidad, le iluminaba el rostro. Y Susana, de siete. Una niña preciosa de melena rubia rizada, con aquellos vivos y alegres ojos aceitunados que iluminaban todo a su alrededor, su boca perfecta siempre mostraban una sonrisa feliz. Era muy parecida a Pati aunque se le veían rasgos con su padre y la mezcla resultó una niña hermosa y dulce, aún más que su madre. -Abuelito, te eché mucho de menos- clamó embaucadora abrazándose al cuello de su abuelo besándolo sonoramente en las mejillas, él sonreía dichoso y orgulloso de su nieta preciosa recogiéndola amorosa entre sus brazos -Tan zalamera como su madre- protestó tierna Irene, la niña la miró cariñosa -A ti también te eché de menos, abuelita protestona- y la besó también sonoramente -Mami, venía para ayudarte pero veo que ya tienes todo organizado- comentaba alegre Pati subiendo las escaleras, seguía siendo una mujer hermosa, algo más anchota que antes, pero con un cuerpo envidiable aún. -Para que quiero a estos dos conmigo sino para ayudarme- bromeó dulcemente sonriéndole a su preciosa hija que le correspondió afectuosa mientras saludaba amorosa a su tío y a su padre que la miraba encandilado por aquella mujer hermosa en la que se convirtiera su princesita. -¿Y Hugo, cielo?- le preguntó amena su madre cuando la besó a ella -Descargando el coche, ahora viene con las maletas- expuso entrañable -¡Abuela guapísima; ya está aquí su adorado hijo Diego!- lo oyeron anunciar desde el piso de abajo e Irene rió divertida -Llegan todos a la vez- repuso entusiasmado Rodrigo, besó la frente de su princesa y se dirigió a las escaleras -A comer siempre aparecen todos- bromeó divertido su hermano siguiéndolo -¿Te crees que todos son como tú? ¡¿Unos zampabollos empedernidos?!- le increpó socarrón -¡¡No que va!! ¡¡Ahora me vas a decir que Dieguito no es un tragón como su tío, vamos!!- respondió satisfecho, ellas reían entrañables observándolos -No cambian nunca ¿eh?- repuso amorosa Pati a su madre -Ni lo harán cielo, con la edad aún son más protestones y discuten más ¡¡Son como niños de nuevo!!- resolvió jocosa y se rieron divertidas abrazándose tiernas nuevamente -¿Dónde está mi mami preciosa?- clamaba ansioso Diego subiendo las escaleras alegre seguido por su esposa, su madre lo recibió encantada cuando él la abrazó entusiasmado; seguía adorándola y se lo demostraba con creces. Se había convertido en un hombre muy atractivo, fuerte y guapo como su padre. Era la viva imagen de Rodrigo cuando lo conociera, pero con una ternura que derrochaba a manos llenas con todos. -Mi niño hermoso- habló pasional Irene sujetándole amorosa el rostro entre sus manos para deleitarse gustosa en observar aquel atractivo rostro que le sonreía feliz- Cada día más guapo -Guapa sí que estás tú, mi mami querida- contestó entusiasta- Y no sabes lo orgulloso que estoy de que mi Sandrita cada día se parezca más a ti -¡Que dos por favor! ¡Parecen dos amantes más que madre e hijo!- repuso socarrona Pati a su cuñada que se rió divertida Regresaron a la sala donde todos se habían concentrado. Rodrigo ya tenía a su pequeña Sandra sentada en su regazo. Realmente a sus apenas tres años, ya tenía gran parecido a Irene. Su abuelo se la quedaba mirando embelesado siempre, deleitándose en el enorme parecido a su esposa amada -Así disfruto viéndote crecer de nuevo, amor- le contestaba apasionado a Irene cuando le preguntaba que tanto le miraba a la pequeña. Jaime de siete años y Alberto de cinco estaba enredando con sus primos y su tío Diego, eran un retrato de su padre; es decir, muy parecidos a su abuelo y a tío Diego. Todos hablaban amenos dando los últimos retoques a la mesa antes de sentarse mientras los niños jugaban entretenidos por su alrededor armando un maravilloso bullicio que llenaba de nuevo aquella casa tan silenciosa desde que sus padres volaran del hogar para formar sus respectivas familias cuando oyeron aproximarse una moto que se detenía ante la puerta. El corazón de Irene empezó a latir frenético, aquel sonido era inconfundible para ella: era su adorado Gonzalo. Todos se miraban extrañados y ella miró ilusionada los ojos de su esposo Rodrigo -¡Es Gonzalo!- expuso entusiasmada acudiendo rauda a la puerta -Pero… ¿No decías que no venía hasta mañana?- indicó sorprendido siguiéndola -¡Ya lo conoces, cielo! ¡Dice una cosa y hace otra!- contestó ilusionada. Así era, la puerta se abrió y apareció Gonzalo sonriendo feliz. Su madre lo abrazó apasionada besándolo amorosa mientras lloraba de felicidad- ¡Mi niño precioso! ¡Ya estás aquí! -Hola mi mamita preciosa- exclamó feliz mientras la oprimía ansioso contra su cuerpo ¡Cuando la quería y cuanto la echara de menos! Su madre se retiró levemente para observarlo mejor, estaba guapísimo con su uniforme del ejército del aire. Después de una maravillosa cena en familia llena de felicidad y las habituales chanzas burlonas de Gonzalo metiéndose con sus hermanos y su tío que sabía torear muy bien sus socarronas burlas, volvieron a la sala para repartir los regalos. Rodrigo los observaba a todos sonriendo dichoso de pie junto a la chimenea. Miraba emocionado y satisfecho a los niños sobre la alfombra como reían felices examinando sus juguetes; a Pati, entre los brazos de Hugo, que los observaba también mostrando aquella bella sonrisa que poseía. A Diego que sostenía entre sus brazos a su esposa Andrea dedicándole caricias mimosas y besos tiernos. A Gonzalo, que le contaba apasionado a su tío Diego como realizar el vuelo en picado o el vuelo rasante a pocos metros de la tierra acompañándolo con movimientos de sus grandes y bonitas manos. Tenía una gran familia, una hermosa familia. La familia que siempre había deseado tener de niño y soñaba muchas noches despertándose angustiado por encontrarse en un internado asqueroso o en casa de alguno de sus indeseables padres. Irene se abrazó amorosa a su cintura y él la rodeó enternecido oprimiéndola efusivo contra su cuerpo besándola en la sien apasionado. -Un día me reprochaste que yo no era la mujer adecuada para mostrarte que el amor y la familia podían ser para siempre- le reprochó cariñosa, él la miró conmovido recordando aquellas duras palabras que le dedicara aquel día en su apartamento- Pues ahí la tienes, amor- expuso satisfecha y él le sonrió feliz- Y del amor para toda la vida en pareja: ¿Tienes alguna duda de mi amor por ti? Porque yo no tengo dudas del tuyo por mí Sus ojos se inundaron de lágrimas y la besó efusivo. Se entregaron amor y pasión mientras se deleitaban en sus sabrosas bocas que nunca se saciaban de degustar. -¡¡No sé cómo coño solo somos tres!! ¡¡Debíamos ser, por lo menos, una docena!!- repuso sarcástico Gonzalo, ellos se distanciaron perezosamente observando a su entrañable familia que los miraban sonriendo felices- ¡¡Siempre pegados como pulpos, a veces aburren!!- siguió socarronamente -No seas cínico, es muy bonito verlos tan enamorados- contestó emocionado Diego mirando amoroso a los ojos de su madre que le sonrió feliz -Sí pero ya no están en edad de tanto arrumaco ¿no crees?- volvió a decir sarcástico -Algún día deberían contarte lo que les costó estar juntos y así lo comprenderías y no serías tan mordaz- le replicó su hermana Pati -Puede que sí; pero así a todo, ahora están en edad de dedicarse a pasear y cuidar de los nietos únicamente- resolvió decidido -Sí, sobre todo los que tú nos darás como sigas con esa vida libertina que llevas- repuso su padre tan sarcástico como él mientras le sonreía divertido -¡Para eso ya tenéis a la dulce Pati y al empalagoso de Diego!- miró desdeñosamente a su hermano- ¡Otro que tal baila! ¡¿Quieres soltar un poco a la pobre Andrea que vas acabar asfixiándola con tanto arrumaco?! ¡Me aburres hasta a mí, tío!- exclamó desdeñoso -Pues te jodes enano- expresó tajante su hermano- No sé si mamá le haría alguna jugada a papá porque no te pareces a nadie, chaval ¿Se puede saber a quién has salido tú tan indiferente, desconsiderado y sarcástico?- le reprochó mirándolo incrédulo Irene miró apesadumbrada a los ojos de su marido que la miraron humillados y arrepentidos, cuanto sentía haber sido tan duro con aquella preciosa mujer a la que amaba profundamente. -No te creas peque, se parece más a nosotros de lo que piensas- expuso también arrepentido tío Diego- Solo le pido a Dios todos los días que encuentre una mujer como vuestra madre o acabará solo como yo- añadió esperanzado. Se miraron los tres ancianos y se sonrieron entrañables -Tío Diego…- preguntó cariñosa Pati- ¿Y tú por qué nunca te casaste? -Pues mi linda princesita, porque estoy esperando que el carcamal de tu padre la patee de una puñetera vez para quedarme con tu preciosa madre… ¡Pero el muy cabrito salió más duro de lo que pensaba!- bromeó jocoso y todos rieron a carcajadas. Siguieron disfrutando de la hermosa velada y la fabulosa familia que tenían; pidiendo a Dios que pudieran seguirla gozando muchos años más y que perdurara siempre aquella buena armonía entre todos. FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario