viernes, 30 de octubre de 2015


      Él personalmente se encargó de ir a recogerlas al hospital. Cuando llegó Ana cerraba la cremallera de su bolsa de viaje sobre la cama
–Veo que ya están listas– expresó animado Mario quedándose observando maravillado lo bonita que estaba Ana con aquellos simples vaqueros y aquel blusón flojo color turquesa que le cubría hasta las caderas
–Sí, apenas pudo dormir: está ansiosa por salir de aquí– bromeó chistosa la hermana María y los tres rieron divertidos
 –Pues vámonos entonces– resolvió animado acercándose a Ana y echándole la mano a las asas de la bolsa, Ana reaccionó al instante e inconscientemente a su proximidad alejándose presurosa unos pasos de él evitando cualquier posible roce; Mario hizo como que no se diera cuenta de aquel rechazo de ella a su acercamiento y se fueron del hospital.
Al llegar al apartamento de Ana, se encontraron en el portal a un policía bonachón y de rostro agradable ya esperándolos que les recibió con una amable sonrisa
–Ana, él es el sargento García; solo él o yo personalmente te acompañará siempre y a todas partes como si de tu sombra se tratara– les presentó desenfadado Mario
–Encantado de conocerla señorita Ana, pero usted puede llamarme Ben– expuso ameno el policía ofreciéndole cordial la mano sin dejar de mostrar una alegre y amistosa sonrisa; pero Ana se quedó mirando fijamente aquella mano extendida hacia ella sintiendo de pronto una repulsión y un asco increíble a tocarla; inconscientemente se abrazó a sí misma rodeándose la cintura con sus brazos a modo de protección. El policía observó desconcertado a Mario que movió levemente la cabeza a modo de reprensión y el buen hombre apretó los labios cohibido comprendiendo al instante: las mujeres víctimas de ataques y sobre todo sexuales sienten gran repulsa a ser tocadas.
 –Yo soy la hermana María– intermedió rauda la monja estrechándole amistosa la mano que él seguía manteniendo extendida disimulando aquel desprecio que Ana le había hecho al buen hombre, ambos se sonrieron amables
 –¿Siempre él o usted?– preguntó sorprendida Ana mirando confundida a Mario
–Siempre y únicamente él y yo, nadie más– indicó rotundo Mario y comenzó a subir las escaleras en dirección al piso de Ana; ella y la hermana María se miraron unos instantes desconcertadas y lo siguieron acto seguido sin decir nada. También Benjamín subió tras ellas quedándose en la puerta del apartamento cuando ellos tres entraron en él– quiero que siempre lleves esto contigo– expresó Mario así dejó la bolsa de viaje que cargaba sobre el sofá de la salita mostrándole un teléfono móvil a Ana que lo observó desconcertada– a la mínima sospecha de algo raro, sea lo que sea, aunque parezca una tontería, quiero que me llames de inmediato ¿entendido?– aclaró rotundo y ella asintió con la cabeza recogiéndolo de la palma de la mano de Mario– tiene marcación rápida: solo con marcar el 1 ya estás llamándome y vendré al instante, me puedas hablar o no– explicó resuelto y ella volvió a asentir con la cabeza; él sonrió complacido.
 Pasó una semana, Ana había hecho buenas migas con Benjamín; era un hombre amable, bueno y agradable, enamorado extremadamente de su esposa. Solo sabía hablar de ella y de sus dos hijos, cosa que le encantaba a Ana; nunca había conocido a un hombre tan enamorado de una mujer. Y ella era tan dulce, inocente y abierta que era imposible no conectar y tomarle aprecio a aquella preciosa muchachita. Mario se instaló todas las noches en el sofá de Ana y pasaba muchas de ellas charlando con la hermana María que era también de poco dormir; según le contó, en el orfanato ella era la encargada de los niños más pequeñitos que llegaban y así se acostumbró a dormir poco. Observó que entre ellas había un vínculo muy especial, había algo más que un simple cariño; la hermana María comprendía y entendía a la perfección a Ana adelantándose a veces a sus necesidades antes de que ni ella misma se percatara. Era cómo si la conociera total y profundamente, cómo una hermana mayor conoce a su hermana pequeña o como una madre conoce a sus hijos. También se percató de que Ana acariciaba siempre con mucho cariño e inconscientemente su cadenita cuando se ponía nerviosa o hablaba de algo que la atemorizaba; aquel inocente gesto le hacía sonreír tierno. Aunque le reconcomía la curiosidad por saber a quien pertenecía aquella “I” ya que tenía claro que la “A” era de Ana.
–¿Le apetece un té Mario?– lo invitó una noche más la hermana María así Ana se quedó dormida en su dormitorio
–Gracias, pero yo...– iba a denegar pero la amable monja ya le mostraba ante su rostro el tazón del humeante líquido, él sonrió derrotado– está bien, gracias– resolvió recogiéndolo; la hermana María se sentó frente a él en el otro sofá y bebió gustosa de su tazón– Hermana ¿puedo hacerle una pregunta un poco personal?– indagó retraído mientras dejaba el tazón sobre la mesita de café ante él
–Claro que sí– respondió dispuesta y él la miró pasmado de pronto– ¿pasa algo?– expresó al verle aquella mirada tan atónita
–Respondió tan rápido que me ha sorprendido– contestó desconcertado, ella rió divertida mostrando una preciosa sonrisa, era una mujer muy bonita, realmente hermosa.... ¿cómo se le habría ocurrido meterse a monja? Se preguntó incrédulo observando aquellos bonitos ojos castaño claro
–Las monjas no tenemos vida íntima hijo, no creo que me vayas a preguntar nada que no pueda contestar– repuso socarrona y él también rió entretenido
 –Me he fijado en la íntima relación que tienen usted y Ana, es increíble como se entienden y lo muy unidas que están; como la conoce hasta tal punto de saber casi lo que piensa antes de que ella lo diga– explicó y ella sonrió complacida
 –Cómo no la voy a conocer si llegó al orfanato cuando aún era un bebé de apenas cinco días y yo me hice cargo de ella; yo la crié Mario, como quien dice soy su madre– repuso llena de ternura volviendo a beber despreocupada de su tazón, él sonrió enternecido
–Claro– musitó comprendiendo y la miró a los ojos– ¿por eso la llama nana? ¿Por no faltarle al respeto llamándola mamá?– indagó curioso, ella rió divertida
–No, eso es porque tardó mucho en hablar y le costó horrores pronunciar bien la palabra “hermana”, siempre me llamaba “nana” y así me quedó ya– explicó dulcemente y ambos se sonrieron entrañables; la hermana María tomó aire profundamente– Ana es mi niña, mi ángel; y daría la vida por ella sin pensármelo si fuera preciso– aclaró rotunda pero con amor indescriptible; Mario la miró desconcertado, aquella mujer hablaba con tanto amor, con tanta pasión de Ana... y se la veía tan hermosa, tan dulce...
–¿Por qué rayos se metió monja, hermana?– preguntó de súbito no aguantando más la curiosidad, fue ella ahora quien lo miró sorprendida
–¡¡Vaya, no me esperaba esa pregunta!!– exclamó desconcertada elevando sus cejas en señal de plena sorpresa– ¿Por qué me metí monja?– repitió casi en un susurro mientras bebía nuevamente de su té– pues yo tenía diecisiete años, me encontraba en el mundo sin familia, sin estudios, sin trabajo y sin dinero, no sabía qué hacer ni a dónde ir y quería morirme, desaparecer; de pronto el orfanato apareció ante mí... podríamos decir que recibí la llamada del Señor en aquel momento
–Pues es una auténtica lástima, es usted demasiado bonita para estar embutida en esos hábitos– expuso resuelto Mario sin detenerse a pensar
–¡¿Cómo ha dicho?!– exclamó atónita mirándolo boquiabierta, Mario se sonrojó tremendamente por su falta de discreción
–Lo... lo siento mucho hermana, yo no quería... ofenderla... yo...– balbuceó avergonzado sonrojándose aún más, ella soltó una alegre carcajada que mostró aún más su gran belleza –Tranquilo, no me ha ofendido; solo que me cogió desprevenida su declaración, es más...– habló echándose levemente hacia delante acercándose a Mario que la miraba intrigado– me ha gustado– susurró coquetamente complacida y él sonrió más relajado.
Ana ya se encontraba mucho mejor, aunque le costaba bastante hacer algunos movimientos- El dolor en su bajo vientre era inmenso cuando se agachaba, cogía alguna cosa que pesara algo de más o cada pequeño giro para volverse, pero no decía nada; así pudo convencer a la hermana María de regresar al orfanato persuadida de que se encontraba recuperada. Desde su marcha, las charlas de Mario con la hermana María pasaron a ser con Ana. Hablaban durante las noches aunque nunca había ni el más mínimo roce sin querer entre ellos pues Ana lo esquivaba rápida y aterrorizada. Mario procuraba tener mucho cuidado con eso, habían conectado bien y ella era una agradable compañía que sabía escuchar y hablarle tiernamente, como para estropearlo. Le calmaban mucho sus dulces palabras, y parecía la única que había percibido el dolor y la frustración tan enorme que aún sentía dentro desde la muerte de Claudia sin necesidad de darle explicaciones.
 Aquella mañana, al poco de irse Mario tras la llegada de Benjamín, tomaban juntos un café en la cocina cuando un fuerte estruendo se oyó fuera del piso.
–¿Qué rayos ha sido eso?– se alarmó sobrecogida Ana
–No lo sé, parece como si algo hubiera caído por las escaleras– indicó también asombrado Benjamín; Ana se levantó con dificultad de su silla con intención de ir a ver, pero Benjamín se puso de pie al instante intercediéndole el paso
–¿A dónde cree que va?
 –¿Cómo que a dónde voy, Ben? Afuera, a ver qué ha sucedido– respondió mirándolo descolocada –Usted no sale de aquí, Ana; sea lo que sea, ninguno de los dos nos moveremos de aquí– habló tajante
–Pero Ben, en el piso de arriba vive el señor Martínez, es un pobre ancianito que vive solo... ¿y si fue él que se ha caído por las escaleras y necesita ayuda?– indicó nerviosa mirándolo preocupada a los ojos, Benjamín se mordió incómodo el labio inferior– por favor Ben...– suplicó llorosa, él resopló vencido: a aquellos dulces ojos grises era imposible negarle nada
–Está bien, iré a ver; pero yo solo: usted cierre la puerta con llave así salga y no le abra a nadie hasta que yo regrese ¿me oye? ¡¡A nadie!!– explicó tajante y ella asintió con la cabeza.
–¿Qué habéis averiguado sobre Ana?– preguntó interesado Mario a su compañera al llegar a la comisaria
–Nada– respondió ella, él la miró desconfiado– no me mires así Mario, la han investigado bien a fondo y no se averiguó nada de nada; esa muchacha es muy bonita pero aburrida a placer– resolvió desprendida, él sonrió divertido– siempre vivió en el orfanato hasta hace un par de años que alquiló ese apartamento cuando entró en la facultad de restauración... su vida se basa únicamente en ir a la facultad, dar clases de cocina en el centro de la tercera edad que hay en el barrio tres días a la semana y pasarse los fines de semana en el orfanato echando una mano; nunca tuvo un novio, ni acompañante ni nada que se le parezca
–Entonces ¿por qué la eligió a ella?– expresó confundido mirando desconcertado a su compañera –No lo sé ¿por qué la veía a menudo y, como es rubia y de ojos claros, se le cruzaron los cables? Recuerda que ella dijo que le parecía haberlo visto otras veces haciendo footing por el parque– expuso y Mario entrecerró los ojos quedándose pensativo unos segundos
–Rosa ¿A dónde sueles ir tú a correr?– preguntó interesado
–¡¿Ir a correr?! ¡¿yo?! ¡¿Te parece poco el ejercicio que hago saliendo tras de ti a cada arranque que te da?! ¡¡Ya llego bastante agotada a casa como por encima salir a hacer footing o levantarme a las cinco de la mañana; vamos hombre!!– contestó desenfadada y él rió divertido
–Pues yo suelo correr en el parque que hay frente a mi casa; es un deporte que se suele hacer cerca de donde vives, no te cruzas la ciudad para hacer footing...– habló comedido y ambos se quedaron mirándose a los ojos unos segundos
–¡¡Ese capullo tiene que estar viviendo cerca del barrio de Ana!!– exclamó Rosa comprendiendo a dónde quería llegar Mario y ambos se sonrieron satisfechos– ahora mismo me pongo a buscar hostales, hoteles o pisos que hayan sido recién alquilados por aquella zona jefe– resolvió animada saliendo del despacho de Mario.
Benjamín se había marchado hacia un buen rato. Ana lo esperaba en la sala y empezaba a ponerse nerviosa, tardaba ya demasiado... De pronto llamaron a la puerta
–Por fin Ben, ya me estaba impacientado– expuso mientras se acercaba a la puerta pero, inconscientemente, antes de abrir miró por la mirilla encontrándose con la visera de un policía que no le permitía ver su rostro; aquel no era Benjamín, Ben no llevaba uniforme– ¿Quién es usted?– preguntó alertada
–Soy el agente Pablo, señorita Ana; Ben me manda para acompañarla mientras su vigilante no regresa– contestó el policía aun bajando más la cabeza al oírla ya tras la puerta; eso a Ana le pareció extraño, parecía como si quisiera evitar que le mirara el rostro
–¿Acompañarme? ¿Por qué?– expresó extrañada– ¿Dónde está... el inspector Menéndez?– mintió de pronto sin saber muy bien por qué
–El inspector Menéndez ha tenido que ausentarse, señorita; ha recibido una llamada muy urgente de la central– repuso el policía; Ana abrió los ojos alertada: Ben no era inspector ni se apellidaba Menéndez; Mario se lo había presentado como el sargento García. Además, Ben nunca mandaría a nadie que no fuera Mario; había dicho muy claramente que solo él vendría si fuera necesario sustituir a Ben; algo no iba bien...
–¿Quién es usted? Ben ni es inspector ni se apellida Menéndez y si usted fuera su compañero lo hubiera sabido– dijo decidida; entonces aquel hombre levantó la cabeza y miró a la mirilla como sí pudiera verla a través de ella: a Ana se le heló la sangre al ver aquel rostro, aquellos ojos y aquella sonrisa cínica que no olvidaría en toda su vida. Era él, era él...– ¡¡Oh no, Dios, no!!– clamó aterrorizada alejándose rápidamente de la puerta hasta quedar con la espalda pegada a la pared de enfrente
–¡Eres muy lista zorrita, pero si no abres tú, abriré yo!– lo oyó decir alterado y empezó a golpear fuertemente la puerta con la intención de echarla abajo– ¡¡Abre Ana; abre inmediatamente!!– gritaba alterado mientras Ana, sin poder moverse, miraba horrorizada como se batía la puerta; pronto cedería ante aquellos terribles golpes y su corazón le latía tan fuerte que parecía irsele a salir del pecho en cualquier instante– ¡¡Abre esta puñetera puerta Ana, no puedes evitar que entre y lo estás haciendo peor!!– chilló fuera de sí dando otro poderoso golpe contra la puerta que hizo sobresaltar a Ana que de pronto reaccionó y le pasó presurosa la llave que colgaba de la cerradura como Ben le había indicado antes de irse y no había obedecido; también intentó ponerle la cadena, no serviría de mucho así lograra abrir la puerta, pero al menos ganaría unos minutos más. Pero sus manos temblaban tanto que se le resbalaba de entre los dedos y aún se ponía más nerviosa provocándole que, a cada estrepitoso golpe que aquel hombre le daba a la puerta, ella no pudiera evitar soltar un grito angustiado. Al fin logró enganchar la cadena a su guía y corrió a la cocina cogiendo el cuchillo más grande del cajón. Empuñándolo fuertemente, recorrió con la mirada la casa buscando aterrorizada donde esconderse. Otro fuerte golpe sonó contra la puerta haciéndola crujir y Ana soltó otro grito al oírlo: la puerta no tardaría en ceder... Corrió al baño y se sentó en el suelo entre el lavabo y la bañera, sujetándose las rodillas contra su pecho mientras empuñaba decidida el gran cuchillo delante de ella para defenderse. Otro brusco golpe y un fuerte crujido le indicó que aquel hombre al fin lograra abrir la puerta y gritó aterrada asiendo aún más fuertemente y decidida el cuchillo ante sí; aún quedaba la cadena, reaccionó levemente. Buscó el móvil que Mario le dio y llevaba siempre en su bolsillo de la bata
–Ana ¿qué pasa?– oyó al instante la voz de Mario apenas diera el teléfono diera dos timbres de llamada
–¡¡Está aquí Mario!! ¡¡Él está aquí y va a entrar!! ¡¡Va a entrar!!– gritó histérica y presa del pánico. –¡¡Ya voy Ana; pero ¿Dónde está Ben?!– indagó muy alterado
–¡¡No lo sé, no lo sé... Salió un momento tras aquel ruido y aún no ha regresado!!– sollozó aterrorizada, de pronto unas fuertes detonaciones se escucharon y ella gritó espantada
–¡¡Ana, enciérrate en tu cuarto y no te muevas; ya estoy llegando pequeña!!– le indicó impaciente y la llamada se cortó.
Mario detuvo su coche con un poderoso frenazo ante el portal de Ana, a su lado, tres coches patrulla más también se detuvieron; él y Rosa corrieron hacia el portal desenfundando ya sus armas seguidos del resto de policías.
–¡¡Quedaos aquí vigilando el portal; que nadie salga del edificio!! ¡¡Absolutamente nadie, sea quien sea!!– ordenó a los policías que obedecieron
–¿Qué coño pasó aquí?– exclamó Rosa al descubrir al pie de las escaleras una maceta hecha añicos –Cuidado, mira donde pisas– expresó Mario señalando el charco de sangre que había en el suelo –Dios bendito Mario, ahí hay más...– susurró impresionada al ver el rastro de sangre que había en la pared, era como si alguien desangrándose hubiera bajado o subido las escaleras arrimado a ella. Empezaron a ascender con tiento de no pisar el rastro de sangre que había por todas las escaleras. Al llegar al último tramo se encontraron con el cuerpo de Benjamín aún con su arma en la mano tirado en el suelo sobre un enorme charco de sangre; lo habían acribillado a puñaladas. Mario comprobó si seguía con vida ante la esperanzada mirada de Rosa, pero Mario negó suavemente con la cabeza –¡¡Dios santo, Ana!!– exclamó Rosa corriendo hacia la puerta del apartamento seguida por Mario; ante la puerta abierta había otro pequeño rastro de sangre, apenas unas gotas; Rosa intentó entrar en el apartamento pero la cadena había resistido– ¡¡Ana!! ¡¡Somos nosotros, ya estamos aquí!! ¡¡Ana, ábrenos cielo!!– siguió gritando a través del pequeño hueco que la cadena permitía abrir pero no hubo respuesta. Muy nerviosa intentó desencajarla de su enganche sin éxito
–Aparta Valverde– avisó Mario y acto seguido le dio una potente patada a la puerta arrancando la cadena de su sitio– ¡Ana! ¡¿Dónde estás?!– se avalanzó dentro del piso buscándola, corrió a su dormitorio esperanzado de que le hubiera obedecido y se hubiera encerrado en él, pero al pasar por delante del baño la descubrió en el suelo sentada– Ana– susurró deteniéndose en la puerta: ella lo miraba desquiciada con ojos llenos de terror mientras le amenazaba con el cuchillo sujetándolo con ambas manos ante ella– Ana, pequeña ¿estás bien?- le preguntó suavemente mientras se acuclillaba delante para que lo mirara pero ella parecía no reaccionar– Ana, ya pasó todo cielo, soy yo: Mario– le habló comedido intentando acercarse a ella, Ana ante su intento de aproximarse, abrió aún más aterrada sus ojos y elevó amenazante más el cuchillo
–Cuidado Mario– le avisó nerviosa Rosa al ver el gesto decidido y amenazante de Ana
–Ana, cielo… mírame: soy yo Mario; anda, deja el cuchillo ¿sí? ya pasó todo chiquita, estoy aquí y ese hombre se ha ido– siguió hablándole sereno y muy dulcemente mientras seguía acercándosele muy despacio poniendo su mano delante para detenerla si intentaba atacarle, tenía que hacerla reaccionar; se aproximó un poco más– Ana, suelta el cuchillo por favor; soy yo Mario ¿no me reconoces preciosa?
–No te acerques más Mario, está conmocionada y fuera de sí– le avisaba Rosa aterrorizada pero él no obedeció, se iba acercando a ella muy lentamente observándola atento a cualquier reacción de ella –Ana… Cielo… tranquila pequeña, mírame Ana... soy yo: Mario, ya estás a salvo corazón– le movió la mano delante de su mirada perdida para que le prestara atención, ella pareció reaccionar y le miró desconcertadao
–Mario…– repitió levemente
–Sí, cielo soy yo: Mario; ahora suelta el cuchillo, ya pasó todo cariño… dame ese cuchillo Ana– le puso la mano pidiéndoselo pero ella no lo soltó– dámelo Ana, te prometo que ya pasó todo pequeña; suelta el cuchillo por favor– ella al fin fue bajándolo muy lentamente hasta depositarlo sobre su mano; Mario lo tiró hacía su espalda y la tomó enternecido entre sus brazos– ¡¡Oh, gracias a Dios que estás bien, mi niña!!– murmuró agobiado abrazándola fuertemente contra su cuerpo
–¡¡No, Mario; por todos los demonios, no la toques!!– increpó aterrada Rosa al verlo abrazándola pero la reacción de Ana la sorprendió
-¡¡Oh, Mario; por fin llegaste, no sabes cuanto miedo he pasado!!– lloró desolada mientras rodeaba con sus brazos el cuello de Mario hundiendo su rostro en su hombro
–Ya está pequeña, ya pasó; cálmate cielo, ya estás a salvo– le habló amoroso al tiempo que la oprimía más fuertemente contra su pecho
–Era él, Mario... era él... nunca olvidaré ese rostro y esos ojos... nunca...– sollozaba sin consuelo
–Te juro que no volverá a ocurrir, Ana; no permitiré que vuelva a acercarsete mi ángel– aclaró cariñoso besándola tranquilizador en la cabeza, ella se separó levemente mirándolo furiosa y desafiante a los ojos
–¡¡Eso ya me lo dijiste antes y estuvo aquí!! ¡¡Aquí Mario, aquí!!– gritó espantada sin poder parar de llorar mirándolo con odio y rabia, él se sintió desolado
–Lo sé, cielo… Lo sé; y no sabes cuanto lo lamento pequeña…– dijo apesadumbrado acariciándole tiernamente las mejillas; asombrosamente, ella se dejaba acariciar sin poner resistencia– pero esta vez te juro que será cierto… te doy mi palabra Ana– aclaró contundente, se quitó la chaqueta cubriendo a Ana con ella y la recogió en brazos, ella se dejó llevar serenamente recostándose más calmada contra su pecho– recógele algo de ropa, me la llevo de aquí– ordenó a su compañera al pasar junto ella saliendo del baño
–¿A dónde? No tenemos nada preparado...– expresó confundida mirándolo aturdida por su reacción –A mi casa; allí le será imposible acercarse a ella– respondió sin detener su paso decidido hacia la puerta llevándosela en brazos.
–¿Y Ben? ¿Dónde está Ben?– preguntó nuevamente alterada Ana cuando salían del apartamento; Mario posó su mano en su mejilla cubriéndole dulcemente la cara y hundiéndosela de nuevo contra su pecho para que no pudiera ver la sangría que había en el pasillo y las escaleras
–Todo está bien cielo, no te preocupes ahora por eso; tú relájate que te llevo a un sitio seguro– repuso besándola tierno en la frente y la sacó del edificio sentándola muy suavemente en el asiento del copiloto del todo terreno negro.

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