viernes, 23 de octubre de 2015


     Rosa se volvió hacía Sabrina y su esposo que seguían mirándola terroríficamente asombrados tras las palabras de Mario, ella les sonrió dulcemente
–Discúlpenlo por favor, lleva una temporada bajo mucha presión– defendió compasiva a Mario sin dejar de sonreírles amistosamente y ellos parecieron comprenderlo
–Vale, lo entendemos... – expresó algo más calmado Braulio– pero ¿qué quiso decir con eso de que si mi mujer no llega a llamarles estaría ahora sobre una mesa en la morgue?– preguntó mirándola verdaderamente atemorizado, Rosa le sonrió tranquilizadora
 –Ahora se lo explico todo; pero antes... ¿no les apetece tomar algo? ¿Un sándwich? ¿Un café...? Llevan muchas horas aquí dentro– ofreció servicial
–A mí un café por favor, y a poder ser con una aspirina– indicó Sabrina sujetándose de nuevo las sienes mientras cerraba dolorida los ojos
 –Sí, un café estaría bien – aceptó también el esposo de Sabrina, Rosa abrió la puerta de la sala indicándole al guarda que se encontraba tras ella que trajera tres cafés junto con un analgésico regresando al instante junto a ellos y se sentó frente a ellos– El inspector Navarro fue algo brusco diciéndolo así pero tiene toda la razón, por todos los indicios que hemos encontrando hasta ahora, parece ser que la próxima víctima elegida por el asesino que está sacudiendo estos días la ciudad sería su esposa Sabrina, señor Braulio– indicó intentando ser lo más amable posible
–¡¿Qué?! ¡¿Yo por qué?!– clamó pasmada Sabrina abriendo asustada sus claros ojos azules
–¡¿Ese asesino del cuchillo del que hablan todos los periódicos?!- inquirió asombrado al mismo tiempo Braulio y Rosa asintió con la cabeza– ¡¡Por todos los demonios, cielo mío!!– exclamó aterrorizado abrazando fuertemente a su mujer que hundió llorosa su cara contra el pecho de su esposo
–Todo coincide: su aspecto rubio y joven, las rosas que le envió ayer... por eso la insistencia y desesperación de mi compañero, Sabrina; necesitamos que recuerde cada nimio detalle para obtener de toda su ayuda posible ¿comprende? Cualquier cosa que recuerde, aunque a usted le parezca una estupidez, puede sernos muy útil para atraparlo– le comentó esperanzada posando cariñosa su mano sobre el hombro de la mujer que seguía llorando contra el pecho de su esposo; Mario entró de nuevo en la sala trayendo él mismo los cafés para los cuatro y le ofreció la aspirina a Sabrina
–Perdóneme por lo de antes; he sido bastante grosero hablándole así y usted no tiene culpa de nada– se disculpó arrepentido, ella intentó sonreírle dulcemente
–No se preocupe, le comprendo… pero es que no puedo decirles nada más– murmuró desolada tomándose la pastilla con un trago de su café
–Probemos una última vez, por favor– habló serenamente sentándose de nuevo al borde de la mesa junto a Sabrina y abrió su bloc de notas– Según ha dicho, siempre al salir de su trabajo hace la compra en el mismo supermercado y usted misma se encarga de realizarla, nunca le han llevado la compra a casa ¿es así, no?– expuso leyendo sus anotaciones, ella asintió con la cabeza– Y según ha dicho también, va a la misma tintorería desde hace años y no notó nuevos empleados en ninguno de ambos establecimientos ¿verdad?– ella denegó con un leve movimiento de cabeza– Está bien... – murmuró suspirando defraudado por sus respuestas– también nos ha dicho que nunca frecuenta otra cafetería que no sea la del hospital ¿correcto?
–Correcto; es cierto que al acabar nuestro turno las compañeras y yo siempre nos tomamos un café antes de irnos cada una a nuestras respectivas casas, pero nunca en otro lugar que no sea la cafetería del hospital– repitió pacientemente
–¡¡Esto es una mierda!!– bramó irritado cerrando de golpe la libretita
–Mario, por Dios...– le recriminó su compañera por su nueva explosión de malestar
–¡Es que ella tiene toda la razón Rosa! ¡Esto es una pérdida de tiempo y unas preguntas estúpidas que no nos llevan a ninguna parte! ¡Si ya con el mogollón de gente desconocida que se cruza diariamente en su puesto en urgencias es suficiente para contactar con ella!
 –¿Suele navegar por internet? ¿Tiene alguna cuenta en alguna red social o suele charlar con desconocidos por chat?– se animó a preguntar Rosa, Sabrina denegó de nuevo
–Eso ya quedó descartado, Valverde– le reprendió molesto Mario
–¡Hombre, por probar…!– repuso ella moviendo desenfadada los hombros mientras él examinaba de nuevo sus notas en su libreta negra y resopló agotado cerrándola de nuevo
–¡¡Y ustedes viven en las afueras!! ¡Al culo del mundo de las otras víctimas!– repuso irritado levantándose de la esquina de la mesa donde seguía sentado y comenzó a caminar nervioso de un lado a otro de la estancia– ¡¿Dónde coño las contactas desgraciado?! ¡¡Si son mujeres de hábitos completamente diferentes y ni por asomo frecuentan los mismos lugares!!– murmuraba exasperado acariciándose agobiado la nuca, el matrimonio lo observaban desolados por no poder ayudar algo más; Mario se volvió clavándole aquellos preciosos ojos color miel en Sabrina– Por favor, un último esfuerzo Sabrina... Haga memoria: ¿Alguien ha intentado trabar amistad con usted recientemente? ¿Se le ha acercado algún desconocido ofreciéndose amablemente a hacerle cualquier favor o mostrar su ayuda? ¿Hubo algo distinto en su rutina diaria?
–No, ya le dije que no– remarcó cansadamente ella, Mario suspiró derrotado y tiró desdeñoso la libretita sobre la mesa
–¿Tienen mayordomo?– expuso de pronto y ellos lo miraron extrañados
–¿A qué viene eso?– preguntó también extrañada su compañera y él rió divertido
–¡Para tener algún sospechoso al menos! ¿Los asesinos no suelen ser los mayordomos o los carteros en las películas y series de televisión?– bromeó chistoso y todos se rieron más relajados
–Pues lo siento pero ni cartero tenemos, usamos un cajetín postal– expuso animado el esposo
–¡Hala, ni eso tenemos!– clamó guasón y los cuatro volvieron a reírse– Tiene razón y ya está bien, necesita descansar; lo dejaremos por el momento ¿Tienen dónde quedarse?
–Claro, mi casa– expuso Sabrina serenamente
–De eso olvídese– contestó seriamente tajante Mario y el matrimonio lo miró aturdido– por ahora allí no puede quedarse: él sabe dónde vive y no nos vamos a arriesgar; la llevaremos a recoger alguna ropa y la acompañaremos a algún lugar seguro ¿tienen dónde ir o les buscamos un hotel?
–Podemos ir a casa de mi madre– indicó Braulio
–Muy bien, se quedarán una temporada en casa de su madre y usted, Sabrina, tendrá vigilancia las veinticuatro horas del día...– Explicaba con decisión cuando lo interrumpió la entrada de una joven rubia trayendo un bloc de dibujo, le susurró a Mario al oído y él se volvió a Sabrina mostrando el retrato robot del bloc– ¿Se le parece ahora?– expuso mostrándole el rostro dibujado en el bloc que la joven le entregara a Sabrina y ella abrió los ojos asombrada
–¡¡Sí, ahora sí; es él!!– afirmó completamente convencida
–El camarero es mejor fisonomista– comentó animado a su compañera Rosa que sonrió satisfecha– está bien, podemos irnos ya.
 Ellos mismos llevaron al matrimonio a su casa seguidos de un coche policial. Era una bonita casa blanca de planta baja con un pequeño jardín delante bien cuidado. Cuando el esposo de Sabrina abrió la puerta, todos se quedaron atónitos: todo estaba destrozado y patas arriba
–¡¡Dios mío!!– gritó aterrada Sabrina abrazándose a su esposo al descubrir aquel destrozo
–Quédense aquí con ellos– le indicó Mario a la pareja de policías que los acompañaban mientras ya desenfundaba su arma, Rosa lo imitó y entraron en la casa dejando al matrimonio protegido por los otros dos policías que raudos los acompañaron de regreso al coche para mantenerlos a salvo.
Mario y Rosa registraron habitación por habitación procurando hacer el mínimo ruido y muy atentos por si encontraban a alguien
 –Aquí ya no hay nadie– comentó desalentado Mario regresando a la sala mientras guardaba su arma de nuevo en la funda colgada de su cinturón
–Lo hemos enfurecido por entrometernos– repuso preocupada su compañera saliendo del dormitorio principal y también guardándose el arma en su funda
–Son casi las nueve, puede que se haya cabreado al no encontrarla en casa como suponía...– expuso resuelto, Rosa movió la cabeza convencida también por aquella idea– llama a la científica de inmediato, Valverde; a lo mejor tenemos suerte y cometió algún error con el cabreo monumental que al parecer se pilló– aclaró esperanzado y ella obedeció al instante mientras él se dirigía al coche policial donde el matrimonio esperaba impaciente resguardados por los dos policías– tranquilos que ya se ha ido; pero sintiéndolo mucho no puedo dejarlos entrar y mucho menos recoger nada de la casa hasta que llegue la científica– le habló rotundo a Sabrina y a su esposo que asintieron con la cabeza –No importa, está bien– comentó comprensivo Braulio
–Entonces podemos irnos, mis compañeros se quedarán esperando al resto del equipo– resolvió al acercárseles Rosa y los cuatro regresaron al todo terreno negro dejando a sus dos compañeros guardando la casa.
Mario llegó a su casa encontrándose a Claudia en la sala dejando su bolso sobre el sofá, también acababa de llegar pues aún tenía su elegante abrigo de piel puesto
–Hola cielo ¿qué tal el día?– lo saludó alegre besándolo dulcemente en los labios
–Horrible– expresó cansadamente dejando su pistola encima de la mesa de la salita al tiempo que se dejaba caer rendido en el sofá– Estuvimos a ésto de distancia del gilipollas pero se nos escapó– comentó enfurecido juntando fuertemente su dedo índice y pulgar de su mano derecha
 –Entonces ¿hubo otra víctima?– preguntó inquieta Claudia mirándolo desolada
–No, esta vez no; llegamos a tiempo y pudimos arrebatársela de sus garras– respondió satisfecho encendiendo el televisor
–¡Pero eso está bien ¿no?! ¡Entonces no fue un día del todo malo, algo muy grande habéis logrado!– expresó animosa posando sus manos de forma alentadora en los hombros de Mario que le sonrió complacido; lo besó dulcemente en la mejilla– Descansa que tienes cara de agotado, yo me voy a duchar– indicó animosa recogiendo su bolso de junto a Mario y dirigiéndose hacia el pasillo que llevaba al dormitorio
 –¿Preparo algo de cena?– propuso resuelto
–Para mí no, yo ya he cenado– respondió despreocupada sin volverse y desapareció en el dormitorio. Él zapeó un poco en el televisor pero lo apagó en seguida y se dirigió al dormitorio. Entró en el baño, ella se recogía su melena negra con un pasador frente al espejo; la abrazó por detrás rodeándole la cintura con sus brazos y la besó ardoroso en el cuello, ella le sonrió melosa a través del espejo
 –¿Nos duchamos juntos mi amor?– la incitó amoroso mientras le retiraba despacio el albornoz de los hombros y caminó con sus labios por ellos besándolos ardientemente
–No, dúchate tú; yo prefiero un baño de espuma que estoy muy cansada– indicó apartándose de él para cerrar el grifo de la bañera y se metió en medio de aquella abundante espuma exhalando un suspiro de pleno gusto– ¡Esto es la gloria!– expuso cerrando los ojos y relajándose. Él sonrió tierno, se desnudó y se metió en el plato de ducha que había junto a la bañera. Cuando salió, ella seguía con los ojos cerrados hundida hasta el cuello en aquella blanca espuma que desprendía un agradable olor a lilas.
–¿No te irás a dormir ahí, no?– expuso chistoso mientras se secaba con una toalla que recogió del colgador, ella le sonrió encandilada pero sin molestarse en abrir los ojos; Mario dejó la toalla en el cestón de la ropa sucia y la besó dulcemente en los labios– No tardes mi vida, que te estoy esperando– le indicó saliendo del baño pero se durmió en cuanto se metió en la cama.
Sonaba un fastidioso e insistente vibrar, tomó aire profundamente llenándosele los pulmones del persistente perfume de Claudia que estaba de espaldas entre sus brazos. La besó dulcemente en el hombro desnudo y recogió su móvil que seguía vibrando pertinaz sobre la mesilla de noche de su lado
 –Navarro– respondió desganado y aún medio dormido frotándose cansadamente los ojos
–Mario, la hemos cagado– se oyó abatida la voz de su compañera a través del auricular
–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?– respondió alerta y ya completamente despejado; Claudia se revolvió incómoda a su lado pero no se despertó
–Es Sabrina… la han encontrado muerta en los vestuarios del hospital– expuso acongojada
–¡¿Qué?! ¡¿Cómo ha ocurrido eso Valverde?! ¡¿No dije que no le quitaran el ojo de encima en ningún momento?!– chilló descontrolado sentándose raudo al borde de la cama, ahora sí Claudia abrió los ojos mirándolo desconcertada
–¡¡Y lo hacían Mario, eso no lo dudes!!– expresó rotunda defendiendo tajante a sus compañeros– pero se fue a cambiar a su llegada al hospital y, al ver que tardaba, Martínez entró en los vestuarios encontrándosela ya desangrándose… aunque aún estaba viva, nada pudo hacerse por ella
–¡¡Maldita sea Valverde!!– bramó frotándose derrotado la frente– ahora mismo voy– añadió más sereno
–Te espero allí– la comunicación se cortó y él siguió allí sentado sin moverse friccionando desalentado su frente
–¿Qué ocurre Mario?- indagó preocupada Claudia acariciándole tierna su fornida espalda desnuda
–La muchacha que ayer salvamos… apareció muerta esta mañana– respondió apenas en un murmullo sin moverse
–Oh Dios santo, lo siento mucho cielo– musitó conmovida siguiendo con su consoladora caricia, él se levantó y sin mirarla se metió en el baño.
–¡¿Cómo coño la dejaste sola Martínez?! ¡¿Dónde estabas desgraciado?!– le gritó furioso al policía que debía vigilar a la víctima así se lo encontró en el pasillo del hospital camino de la escena del crimen
–Es el vestuario de enfermeras, señor; me quedé en la puerta vigilando mientras ella entró a cambiarse– se defendió abatido con lágrimas en los ojos
–¿Y no te fijaste quien entraba y salía? ¿No sabes prohibirles el paso hasta que ella acabara?– siguió gritándole desmedido
–Nadie entró, señor; y solo salió una enfermera morena al poco de entrar la víctima… no me imaginé que podía ser él, fue tan rápido… apenas acababa de entrar Sabrina cuando ella salió… cometí el error de no revisar si había alguien dentro ya, pero es el vestuario de enfermeras y... lo siento señor, lo siento mucho…– habló atropelladamente el policía pero rompió a llorar desolado, Mario suspiró profundamente
–Ya la estaba esperando dentro ese cabrón de mierda; estaba muy seguro que Sabrina sería incapaz de faltar a su puesto– murmuró abatida Rosa, Mario entró en la sala seguido de su compañera
–Maldito hijo de puta– murmuró desalentado al observar el charco de sangre en el suelo blanco e impoluto del vestuario
–Realmente le echó narices entrando aquí; no le importó nada que la estuviéramos vigilando, ni el día, ni la hora… está rabioso Mario, esto fue en venganza– habló desolada Rosa
–Disculpe inspector Navarro– lo llamó un compañero a su espalda, ambos se giraron– esto estaba encima de la víctima, señor– indicó entregándole una hoja de papel ensangrentada metida ya en una bolsa de pruebas, él la recogió y la leyó atento:
                           “Ellas deben pagar por sus pecados, NO TE ENTROMETAS”
–¿Pagar por sus pecados?– expresó confundida Rosa y ambos se miraron aturdidos– ¿será un loco fanático de la religión?
 –Será lo que quiera, pero ese desgraciado va a caer como Mario Navarro me llamo– exclamó irritado devolviéndole la bolsa con la nota dentro al compañero– llévenla inmediatamente a pruebas; que la revisen del derecho y del revés, que no quede ni un minúsculo pedazo de papel ni una sola de las gotas de sangre sin examinar, y que la estudie un grafólogo; de esto algo vamos a sacar cueste lo que cueste– le indicó al policía y él asintió con la cabeza rotundo
Otro mes pasaba y seguían sin ninguna pista que les ayudara mínimamente. La sangre de la nota era toda de la víctima y no tenía ni una sola huella digital. El grafólogo explicó que por su escritura irregular y la forma de apretar el bolígrafo sobre el papel, el que la escribió estaba desquiciado y muy furioso; cosas que ya se suponían sin necesidad de que él se lo dijera. También les indicó que, por la manera de inclinar las letras y su forma de escritura, era zurdo y era hombre… cosas importantes pero inútiles para ellos en aquellos momentos… Y el dichoso día 23 se acercaba de nuevo.
Se repartió el retrato robot entre los agentes de las comisarías, aeropuertos y estaciones de autobuses y trenes. Un día más, ambos compañeros observaban nuevamente la maldita pizarra; aquello era un desconcertante crucigrama al cual no podían encontrarle un sentido que les ayudara a seguir adelante. La foto de Sabrina se había sumado al resto de las víctimas
–¡Vamos a repasarlo todo de nuevo, Valverde!– expresó resuelto enderezando su sillón
–¿Para qué?– preguntó desganada
–¡Vamos mujer! Algo debe haber aquí que se nos escapa, solo debemos encontrarlo– expuso alentado, se acercó a la pizarra mirándola fijamente– A ver: algo le ocurrió a este desquiciado con una mujer rubia, joven de entre 20 y 30 años… ¿Puede que una novia, o su esposa…?– la miró a los ojos, ella estaba atenta a sus deducciones– Y fue un 23 de Marzo…
–¿Por qué tiene que ser de Marzo?– preguntó intrigada
–Porque fue cuando apareció la primera víctima, Rosa– repuso señalando la fotografía de la primera muchacha, ella lo miraba centrada– ¿Cuál fue el detonante? ¡Algo tuvo que pasarle para empezar a matar!
–¿Qué está tocado del caldero?– bromeó socarrona dándole vueltas a su dedo índice en la sien
–Sí, eso lo tenemos claro; pero por muy tocado que esté, nadie sale a la calle de buenas a primeras a matar mujeres sin un motivo ¡Algo lo enfureció! ¡Y todo está aquí delante, Valverde! – expresó regresando su mirada a la pizarra
 –¿A sí? ¡Pues que buena vista tienes colega porque yo no veo nada!– indicó sarcástica
–Debemos revisar más concienzudamente a la primera víctima…– expuso ensimismado mirando la fotografía de la primera víctima donde se podía ver el rostro de una bella muchacha antes de ser masacrada
 –Ya lo hemos hecho Mario y no hay nada– contestó desmotivada Rosa, él siguió mirando fijamente la fotografía– su jefe estaba aquella tarde en la fiesta de cumpleaños de su hijo con su esposa y cientos de invitados, comprobado; su esposo de viaje de negocios, llevaba tres días fuera en una conferencia, comprobado también; sus amistades tienen todas coartada… No hay nada Mario; ella no lo conocía...
–¡¡Pues algo tiene que haber Valverde!! ¡¡Algo desencadenó la locura en este hombre!!– expresó desesperado volviéndose y mirando fijamente a los ojos de su compañera que no se atrevió a decir nada; Mario se volvió de nuevo hacia la pizarra y se fijó en la nota que también estaba ya allí sujeta con una chincheta– “Ellas deben pagar por sus pecados…” ¿Pagar por sus pecados? ¿qué pecados desgraciado?– murmuró recorriendo con la vista los rostros de las cinco mujeres– ¿qué sabes tú de ellas que a mí se me escapa cabrón de mierda?
 –¿Vas ahora hacerle caso a lo que ha escrito un loco demente? Entonces tú también acabarás igual compañero– expresó desdeñosa Rosa, él la miró ofendido– No hay nada Mario, también lo hemos investigado y no hay absolutamente nada; a no ser la primera víctima que engañaba a su marido, el resto son mujeres normales y corrientes con alguna multa de tráfico impagada, alguna pequeña mentirijilla a Hacienda o alguna boba sustracción en el supermercado, no hay más; están limpias– remarcó tajante, él suspiró profundamente regresando su mirada a la pizarra y se quedó callado sin poder apartar sus ojos de las fotografías; de pronto entrecerró sus ojos como si estuviera esforzándose en recordar en algo concreto
–Rosa ¿Cuándo has visto a un perturbado que empiece a matar a alguien que no sea cercano a él?– repuso ensimismado, su compañera frunció confundida el ceño– Más en este caso: está claro que es una venganza por algo que le dolió... que le dolió terriblemente; esa manera de ensañarse con las víctimas después de muertas lo demuestra: las acribilla con furia y les clava repetidamente el puñal hasta la empuñadura…
–Claro…– murmuró su compañera y él la observó interesado, Rosa también miraba atenta la pizarra– Nada nos dice que Sara sea la primera...
–¡Exacto! ¡¡Sara no es su primera víctima, Rosa!!– exclamó animado y ambos se sonrieron complacidos por aquel nuevo giro que le habían encontrado al caso

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